Authors: Brian Weiss
Una paciente de Colorado recordó que fue secuestrada de su tribu de nativos americanos y que nunca más volvió a ver a su familia. Finalmente logró escapar, pero murió en el antiguo Oeste, en un lugar que actualmente correspondería a un pabellón de un hospital psiquiátrico. Es una historia parecida a la experiencia de Elizabeth en Asia.
El tema de la separación y la pérdida es muy común en las regresiones a vidas anteriores. Todos deseamos curar nuestras heridas psíquicas. Esta necesidad de sanar hace que recordemos viejos traumas, que son los responsables de nuestro dolor y nuestros síntomas, en lugar de evocar tiempos de paz y serenidad, que no nos han dejado secuelas.
De vez en cuando trabajo con dos o más personas a la vez. En estos casos no permito que ninguno de los pacientes hable, porque pueden distraerse los unos a los otros. Hace poco induje una regresión a un pareja a mismo tiempo esta regresión, durante la cual no pronunciaron ni una sola palabra, ocupó toda la sesión y no tuvimos tiempo de repasar sus experiencias.
Después, una vez en casa, ambos compararon los apuntes que habían tomado durante la terapia. Para su sorpresa, los dos habían recordado una vida en la que coincidieron. Él era un oficial británico en las colinas americanas, y ella una mujer que vivía allí. Se conocieron y se enamoraron apasionadamente. Él fue destinado de nuevo a Inglaterra y nunca más volvió a ver a su amada. Ella se quedó destrozada por la pérdida, pero ninguno de los dos pudo hacer nada para solucionarlo. La sociedad colonial y los militares británicos tenían unas reglas y costumbres muy estrictas.
Ambos describieron del mismo modo las ropas antiguas que llevaba ella. Los dos recordaron el barco en el que él abandonó las colonias y partió hacia Inglaterra, y la triste y emotiva despedida que vivieron. Todos los detalles de aquella evocación coincidieron.
Sus recuerdos también ilustraron los problemas que tenían en su relación actual Ella, principalmente, sufría de un miedo obsesivo a la separación, lo cual hacía que él sintiera la constante necesidad de asegurarle que no iba a abandonarla. Los miedos de ella y la necesidad de él no tenían ningún fundamento en la realidad de su relación actual. Aquella actitud tenía sus raíces en los tiempos coloniales.
Otros terapeutas que practican las regresiones a vidas pasadas obtienen los mismos resultados que yo. Es más frecuente que surjan los traumas que los recuerdos placenteros. Las escenas donde hay muertes son importantes porque suelen ser traumáticas. Las vidas anteriores se parecen, al igual que los acontecimientos importantes, porque el ser humano recurre a los mismos temas y las mismas ideas en todos los tiempos y en todas las culturas.
«Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.» (Eclesiastés 1:9)
Como creo en la teoría del renacimiento, vivo con la esperanza de que, si no en esta vida, en alguna otra podré abrazar con amor a toda la humanidad.
En un forcejeo con el tiempo salí perdedor: era un rival infinitamente más poderoso que yo. Pedro casi había acabado su terapia y estaba a punto de irse a vivir definitivamente a México. Si no conocía pronto a Elizabeth, no sería fácil que lo hiciera en el futuro, viviendo los dos en países diferentes. Las probabilidades de que se reunieran en esta vida se iban a reducir notablemente.
Ambos se estaban recuperando del —sufrimiento que les había invadido. Los síntomas físicos como la calidad del sueño, el nivel de energía y el apetito habían mejorado en ambos casos.
La soledad y el deseo insatisfecho de encontrar una relación amorosa que fuera positiva seguían vigentes.
Para ir preparando el final de las sesiones terapéuticas de Pedro había reducido el número de visitas, y lo recibía en semanas alternas. No disponía de mucho tiempo.
Me las arreglé para que las sesiones futuras de ambos fueran consecutivas, de manera que la visita de Pedro fuera inmediatamente posterior a la de Elizabeth. Todo el que entra o sale de mi consulta ha de atravesar la sala de espera.
Durante la sesión de Elizabeth empecé a preocuparme ante la posibilidad de que Pedro no acudiera a su cita. A veces surgen contratiempos (el coche se estropea, hay una emergencia, se contrae una enfermedad) y entonces el paciente ha de postergar la cita.
Pero llegó. Salí a la sala de espera acompañando a Elizabeth. Se dirigieron una mirada mutuamente y se contemplaron durante unos segundos. Percibí un interés repentino por ambas partes, una insinuación de las infinitas posibilidades que se escondían debajo de la superficie. ¿O quizás era simplemente lo que yo deseaba que ocurriera?
La mente de Elizabeth reafirmó una vez más su acostumbrado dominio, diciéndole que tenía que irse y advirtiéndola de que adoptara el comportamiento más apropiado. Se dirigió hacia la puerta de salida y abandonó el edificio.
Pedro entró en mi despacho al advertir mi ademán.
—Una mujer atractiva —comentó mientras se dejaba caer sobre el sillón de piel.
—Sí —respondí satisfecho—. Además es una persona muy Interesante.
—Eso está bien —dijo con cierta melancolía.
Su atención empezó a dispersarse en aquel momento. Se concentró en la tarea de poner fin a nuestras sesiones y avanzar hacia la siguiente fase de su vida. Su mente ya se había alejado del breve encuentro con Elizabeth.
Aquel encuentro en la sala de espera no tuvo consecuencias para ninguno de los dos. Ni Pedro ni Elizabeth pidieron información acerca del otro. Mi manipulación había sido demasiado sutil, demasiado fugaz.
Dos semanas más tarde me propuse hacer coincidir de nuevo las visitas; preferí no urdir algo más directo y romper la confidencialidad hablando directamente del asunto con uno de ellos o con los dos. Aquélla sería mi última oportunidad. No iba a disponer de otra cita con Pedro antes de que abandonara el país.
Se volvieron a mirar mientras yo acompañaba a Elizabeth a través de la sala de espera. Sus miradas volvieron a encontrarse y esta vez durante un largo rato. Pedro la saludó con la cabeza y sonrió. Elizabeth le devolvió la sonrisa. Dudó unos segundos, abrió la puerta y se marchó.
«Confía en ti misma», pensé, intentando recordar mentalmente a Elizabeth una lección importante. No respondió.
De nuevo, Pedro no se dio por aludido. No me preguntó por ella. Estaba absorto en los pequeños detalles de su regreso a México y además acababa la terapia aquel mismo día.
«Quizá no tiene que ocurrir», pensé. Ambos se habían recuperado, aunque no eran felices. Tal vez les bastaba con eso.
No siempre nos uniremos al alma gemela más vinculada a nuestro ser. Tal vez haya más de una para cada persona, puesto que las familias de almas viajan juntas. Es posible que decidamos casamos con un alma gemela menos ligada a nosotros que otra, alguna que tenga algo específico 'que enseñamos o algo que aprender de nosotros. Podemos reconocer un alma gemela a una edad avanzada, cuando ya hemos adquirido compromisos familiares. También puede ocurrir que nuestro padre, nuestra madre, un hijo o un pariente cercano encarnen al alma gemela con quien más estrechamente estamos unidos. O quizá nuestra relación más fuerte sea con un alma gemela que no se ha encarnado en el transcurso de nuestra vida y que está velando por nosotros desde el otro lado, como un ángel de la guarda.
A veces nuestra alma gemela está deseosa de encontramos y disponible. Es posible que él o ella se percate de la pasión y la atracción que existe entre ambos, de los lazos íntimos y sutiles que indican que nos hemos relacionado en diferentes vidas pasadas. Sin embargo, esto puede resultamos perjudicial. Depende de la evolución del alma.
Si una de las dos almas está menos desarrollada y es más ignorante que la otra, la violencia, la codicia, los celos, el odio y el miedo pueden: enturbiar la relación.
Tales sentimientos son nocivos hasta para el alma más evolucionada, aunque se trate de un alma gemela. Es habitual que fantaseemos con ideas
como:
«yo puedo cambiarle» o «puedo ayudarle a crecer». Si la otra persona no deja que la ayudemos, si ha decidido que no quiere aprender ni evolucionar, la relación está condenada al fracaso. Tal vez surja otra oportunidad en otra vida; a no ser que la persona en cuestión tome conciencia más adelante. A veces se producen estos despertares tardíos.
En algunos casos las almas gemelas deciden no casarse mientras están encarnadas. Se las
com
ponen para encontrarse, permanecen juntas hasta que cumplen el pacto acordado y después siguen su camino. Sus intereses y
los
planes que tienen para el resto de su vida son diferentes, y no quieren ni necesitan pasar una vida entera juntas. Es
to
no es una tragedia, sino una simple cuestión de aprendizaje: tienen
por
delante una vida eterna juntas, pero a veces es posible que necesiten tomar unas clases
por
separado.
La imagen del alma gemela disponible pero «adormecida» es patética y puede causarnos una terrible angustia. «Adormecida» significa que no ve la vida con claridad y que no es consciente de las distintas dimensiones de la existencia, que no sabe nada de las almas. Normalmente son las interferencias cotidianas de la mente las "que nos impiden despertar.
Estamos constantemente escuchando
los
pretextos de la mente: «Soy demasiado joven; necesito adquirir más experiencia; todavía no estoy preparado para establecerme; pertenezco a otra raza, religión, región, clase social, nivel intelectual, tengo otro bagaje cultural, etc.» Todo esto son excusas, puesto que las almas no poseen ninguno de estos atributos.
La persona reconoce la atracción.
No
hay duda de que la atracción existe, pero su origen no se comprende: Creer que esta pasión, este reconocimiento y esta atracción volverá a producirse con otra persona es engañarse.
No nos topamos con almas gemelas de este tipo todos los días, quizá sólo con una o dos más en toda una vida. La gracia divina puede recompensar a un buen corazón, a un alma llena de amor.
Encontrar a nuestras almas gemelas no debe convertirse en. motivo de preocupación. Tales encuentros están a merced del destino y, sin lugar a dudas, se producen. Después del encuentro, prevalece el libre albedrío de ambas personas. Las decisiones que se toman y las que se descartan quedan en manos de su voluntad, de su propia elección. El alma más «adormecida» tomará decisiones basándose en la mente y en todos sus miedos y prejuicios. Desgraciadamente, esto suele provocar mucha angustia. Cuanto más «despierta» sea la pareja más posibilidades habrá de que tome una decisión basada en el amor, y si los dos miembros de la pareja están «despiertos», el éxtasis se hallará al alcance de sus manos.
Léeme, oh lector, si en mí encuentras deleite, porque raras veces regresaré de nuevo a este mundo.
Afortunadamente, alguna mente más creativa que la mía estaba maquinando desde las más elevadas alturas un encuentro entre Elizabeth y Pedro.
La reunión estaba predestinada. Lo que sucediera después era asunto de ellos dos.
Pedro partía hacia Nueva York de viaje de negocios. Después tenía que ir a Londres donde se quedaría dos semanas por asuntos de trabajo y aprovecharía para tomarse unas vacaciones antes de regresar a México. Elizabeth, por su parte, se dirigía a Bastan para acudir a una reunión de negocios y también para visitar a una compañera de la universidad. Iban a volar con la misma compañía pero en distintos aviones.
Cuando Elizabeth llegó a la puerta de embarque del aeropuerto se dio cuenta de que habían cancelado su vuelo a causa de una avería técnica. El destino había empezado a trabajar.
Estaba disgustada. Llamó a su amiga y cambió de planes. Podía tomar un avión con destino a Newark y después volar en el puente aéreo hasta Boston a primera hora de la mañana. Tenía una importante reunión de negocios a la que no podía faltar.
. — Estos nuevos planes la obligaron a volar en el mismo— avión que Pedro. Él estaba en el aeropuerto esperando a que anunciaran su vuelo cuando descubrió a Elizabeth. Observó por el rabillo del ojo cómo ella entregaba su tarjeta de embarque en el mostrador y se sentaba en la sala de espera. Pedro tenía puesta toda su atención en ella. Recordaba sus encuentros fugaces en la sala de mi consulta.
De repente le invadió un interés y un sentimiento de familiaridad estremecedor. Tenía los ojos y la mente clavados en ella mientras Elizabeth abría un libro. No dejaba de contemplarla. Observaba su cabello, sus manos, sus movimientos y la postura en que estaba sentada; cada detalle le resultaba absolutamente familiar. La había visto brevemente en la sala de espera de mi consulta, pero ¿a qué se debía tal grado de familiaridad? Debían de haberse conocido antes de que se produjeran aquellos breves encuentros. Se estrujaba el cerebro para averiguar cuándo podía haber sido.
Ella se sentía observada, pero le ocurría muy a menudo. Intentó concentrarse en la lectura. Le resultaba difícil después de haber cambiado los planes tan precipitadamente, pero los ejercicios de meditación que había aprendido la ayudaban en estos casos. Consiguió despejar su mente y centrar su atención en el libro.
Seguía notando que alguien la observaba. Levantó la cabeza y vio que Pedro la miraba fijamente. Primero frunció el ceño y, tras reconocerlo, le sonrió. Elizabeth intuía que no había nada que temer. Pero ¿cómo podía estar tan segura?
Le miró durante unos segundos y reanudó su lectura, pero en esta ocasión fue completamente incapaz de concentrarse en el texto. Los latidos de su corazón empezaron a acelerarse y su respiración también. Sabía, sin ninguna duda, que él se sentía atraído por ella y que no tardaría en acercarse.
En efecto, Pedro se aproximó a ella, se
pre
sentó y los dos se pusieron a hablar. Se produjo una rápida e intensa atracción por ambas partes. En cuestión de unos minutos Pedro propuso a Elizabeth que cambiaran los asientos para estar juntos durante el vuelo.
Antes de que el avión despegara los dos jóvenes ya eran algo más que unos simples conocidos. A Elizabeth, Pedro le resultaba muy familiar; ella sabía exactamente qué movimientos iba a hacer su compañero en cada momento, qué le iba a decir, etc. Elizabeth, de pequeña, tenía mucha intuición. Los valores y principios de la educación conservadora del Medio Oeste habían minado todo su talento intuitivo, pero ahora estaba con todos los sentidos a flor de piel y su atención bien dirigida.