Authors: Brian Weiss
Pedro no podía apartar la vista del rostro de Elizabeth. Nunca antes unos ojos le habían cautivado de aquella manera. Eran profundos y transparentes. Aquellos ojos celestes jaspeados de color avellana y rodeados de un aro azul marino se apoderaron de él.
Volvió a oír en su imaginación aquella voz angustiada de la mujer vestida de blanco que se le había aparecido tantas veces en sus sueños: «Dale la mano... Alcánzala.» Pedro dudó. Quería cogerle la mano. «Todavía no —pensó—. Casi no la conozco.»
Cuando sobrevolaban Orlando, una tormenta eléctrica desestabilizó el avión, que estaba surcando el cielo nocturno. Por un momento Elizabeth mostró una expresión de intranquilidad; aquella turbulencia repentina la había asustado. Pedro se dio cuenta al instante. Le cogió la mano y se la apretó. Sabía que esto la tranquilizaría.
Elizabeth, de pronto, tuvo la sensación de que una corriente eléctrica fluía por sus venas y le llegaba al corazón. Sus vidas anteriores se despertaron con aquella corriente: se había producido la conexión.
Cuando tengamos que tomar una decisión importante, escuchemos a nuestro corazón, a nuestra sabiduría interior, especialmente cuando hayamos de tomar una decisión sobre un regalo del destino como es un alma gemela. El destino depositará su obsequio directamente a nuestros pies, pero lo que decidamos hacer a partir de entonces con él es algo que depende de nosotros. Si confiamos únicamente en lo que nos digan los demás, es probable que cometamos errores muy graves. Nuestro corazón sabe lo que necesitamos. Los demás tienen otros intereses.
Mi padre, con toda su buena intención pero un poco cegado por sus propios miedos, se opuso a mi matrimonio con Carole, mi esposa. Cuando miro hacia atrás, pienso que Carole fue uno de esos regalos del destino, un alma gemela y compañera de viaje a través de los siglos que reaparece constantemente en las diferentes vidas como una hermosa rosa que se abre en la estación adecuada.
Nuestro problema estribaba en que éramos demasiado jóvenes. Cuando la conocí, yo sólo tenía dieciocho años y acababa de finalizar mi primer curso en la Universidad de Columbia. Carole tenía diecisiete, y estaba a punto de empezar sus estudios universitarios. En muy pocos meses supimos que queríamos estar juntos para siempre. A pesar de los prudentes consejos de mi familia, que creía que éramos demasiado jóvenes y que yo no tenía la suficiente experiencia para tomar una decisión tan crucial para mi vida futura, yo sólo deseaba estar con Carole. Nadie entendía que mi corazón había acumulado una experiencia de miles de siglos y que' era algo que iba mucho más allá de la comprensión racional. Para ella y para mí, la separación era algo inconcebible.
Finalmente, comprendimos el razonamiento de ¡ni padre. Él temía que si Carole y yo nos casábamos y teníamos un hijo, yo tendría que dejar mis estudios, así que mi deseo de convertirme en médico se truncaría.
De hecho, esto fue lo que le ocurrió a él. Había asistido a los cursos preparatorios para la carrera de medicina en la Universidad de Brooklyn durante la Segunda Guerra Mundial, pero cuando nací yo se vio obligado a ponerse a trabajar después de terminar su servicio militar.
Nunca reanudó sus estudios de medicina, no pudo convertir en realidad su sueño de ser médico.
El sentimiento de amargura que le producía aquel deseo irrealizado se fue diluyendo y, gradualmente, traspasó a sus hijos el deseo insatisfecho.
El amor disipa el miedo. Nuestro amor mutuo disipó sus miedos y la proyección de éstos sobre nosotros.
Finalmente nos casamos después de mi primer año en la Facultad de Medicina, cuando Carole se graduó. Mi padre la quiso como a una hija y bendijo nuestro matrimonio.
Cuando nuestra intuición, nuestros sentimientos más viscerales y nuestro espíritu saben algo más allá de cualquier duda, no debemos permitir que las razones de los demás, construidas sobre sus propios miedos, nos influyan. Sean o no buenas sus intenciones, pueden llevamos por el mal camino y alejamos del sendero de la felicidad.
No es más sorprendente haber nacido dos veces que una sola: en la naturaleza todo es resurrección.
Elizabeth me llamó desde Boston. Había prolongado sus vacaciones. Pedro había regresado de Londres nada más solucionar sus asuntos de trabajo. Él también había ido a Boston, para estar con Elizabeth. Ya se estaban enamorando. Habían empezado a comparar sus experiencias de vidas anteriores que ambos recordaban con nitidez. Se estaban redescubriendo el uno al otro. -Realmente Pedro es una persona extraordinaria -comentó Elizabeth. -Tú también lo eres -le recordé.
Como resultado de mis experiencias con Elizabeth y Pedro, mi práctica profesional dio un indescriptible y bello salto hacia lo místico y lo mágico. En los numerosos seminarios que dirijo, en los que a cada participante se le brinda la oportunidad de experimentar un estado hipnótico y de profunda relajación, la frecuencia de acontecimientos mágicos va aumentando espectacularmente. La gama de experiencias va más allá de las vidas pasadas y las reencarnaciones. A menudo se trata de experiencias espirituales y místicas muy bellas que tienen el poder de transformar la vida. La gente me ha agradecido enormemente que les haya ayudado a tener este tipo de vivencias. Seguidamente explicaré lo que ocu
rrió
en un lapso de dos semanas.
Una periodista de un periódico local se inscribió en una serie de talleres y seminarios de fin de semana que impartí en Bastan. Escribió lo siguiente:
—El amor disipa la ira —dijo Weiss—. Ésta es la parte espiritual. El Valium no consigue lo mismo. El Prozac tampoco y el amor sana la aflicción.
La doctora Joan Borysenko, psicoterapeuta, bióloga celular y escritora de gran talento, estaba de pie junto a mí, atendiendo a mi conferencia titulada «Implicaciones espirituales de la terapia de vidas pasadas», que pronuncié en un congreso en Boston.
Sus ojos azules acompañaban expresivos el relato de una historia que había acontecido hacía diez años. En aquel entonces, ella era una investigadora muy respetada en la Facultad de Medicina de Harvard. Durante un congreso sobre nutrición que tuvo lugar en un hotel de Boston, en el que Joan era una de las ponentes, se encontró con su jefe, que había acudido a un congreso médico que se celebraba en el mismo hotel. Él se quedó muy sorprendido al verla allí.
Al día siguiente, en el trabajo, su jefe la amenazó. Si ella volvía a utilizar el nombre de la Universidad de Harvard en un asunto tan frívolo como era un congreso sobre nutrición, no podría seguir trabajando en Harvard.
Desde entonces los tiempos han cambiado mucho, incluso en Harvard. Actualmente, la nutrición se ha convertido en un campo de enseñanza e investigación predominante, y no sólo eso, sino que algunos miembros de la Universidad de Harvard están confirmando y ampliando mi trabajo con la terapia de regresión a vidas pasadas.
El fin de semana siguiente dirigí un seminario de dos días en San Juan, Puerto Rico. Acudieron unas quinientas personas, y una vez más se produjo una magia especial. Muchos de los participantes regresaron a la primera infancia, al útero materno y a vidas anteriores. Uno de ellos, un psiquiatra muy respetado de Puerto Rico, vivió una experiencia todavía más extraordinaria.
. El segundo día del seminario, durante una meditación guiada, el ojo interno de este hombre percibió la oscura figura de una mujer joven, que se le acercó.
—Diles que estoy bien —le comunicó—. Diles que Natasha está bien.
El psiquiatra se sintió «muy tonto» mientras relataba su experiencia al resto del grupo. A fin de cuentas, no conocía a nadie que se llamara Natasha. Además, ese nombre es muy raro en Puerto Rico y el mensaje emitido por esa joven fantasmagórica no guardaba ninguna relación con nada que estuviera sucediendo en el seminario ni tampoco con su vida privada.
—¿Significa algo este mensaje para alguno de vosotros? —preguntó el psiquiatra al resto de los participantes.
De repente una mujer dio un grito desde la última fila del auditorio. —¡Mi hija, mi hija!
Su hija, que había muerto súbitamente a los veinte años, hacía sólo seis meses, se llamaba Ana Natalia. Su madre era la única persona en el mundo que la llamaba Natasha.
El psiquiatra nunca había conocido ni oído hablar de esa chica, ni tampoco de su madre. Tras aquella extraordinaria experiencia estaba tan nervioso como la madre. Cuando ambos recuperaron el aliento, la madre de Natasha le enseñó una foto de la muchacha. El psiquiatra palideció de golpe. Era la misma joven cuya oscura figura se le había acercado para darle aquel mensaje.
Una semana más tarde pronuncié una conferencia en Ciudad de México. Una vez más nos invadió una atmósfera mágica. A todos los participantes se nos ponía la piel de gallina con una frecuencia asombrosa.
Tras una meditación, una mujer del público rompió en un llanto de felicidad. Acababa de recordar una vida anterior en la que su actual marido era su hijo. Ella había sido un hombre durante aquella vida en la Edad Media, el padre de este niño, y le había abandonado. En su vida actual, su marido siempre tenía miedo de que ella le abandonara, un miedo que no tenía una base racional en esta vida. Ella jamás le había amenazado con dejarle. Constantemente le demostraba su amor, pero la tremenda inseguridad de su marido estaba arruinando su vida y envenenando su relación. Al comprender el verdadero origen del terror que sufría su marido a ser abandonado, se dirigió corriendo al teléfono para hablar con él y asegurarle una vez más que nunca iba a abandonado.
Las relaciones a veces pueden sanar con una increíble rapidez.
Al final del segundo día del seminario, estaba firmando libros cuando una mujer se acercó abriéndose paso entre la cola, llorando en silencio.
—¡Gracias, muchas gracias! —susurró mientras me cogía la mano—. ¡No sabe lo que ha hecho usted por mí! He padecido unos dolores espantosos en la parte superior de la espalda durante los últimos diez años. Me han visitado médicos de aquí, de Houston y de Los Ángeles. Nadie ha sabido ayudarme y he sufrido muchísimo. En la regresión a una vida pasada que experimenté ayer, yo era un soldado al que apuñalaban en la espalda, justo en la base del cuello, exactamente en la zona que me dolía. Por primera vez en diez años el dolor desapareció, ¡y de momento no ha vuelto!
Estaba tan contenta que no podía dejar de sonreír y llorar al mismo tiempo.
Últimamente suelo explicar a la gente que el efecto de la terapia de regresión puede tardar semanas o meses y—que no deben desanimarse si les parece que el proceso se desarrolla con lentitud. Esta mujer me recordó que la recuperación también puede ser increíblemente rápida.
Mientras ella desaparecía entre la gente, me pregunté qué otros milagros nos brindaría el futuro.
Cuando veo a mis pacientes y a los participantes de mis seminarios recordar vidas anteriores y presencio sus experiencias místicas y mágicas, me acuerdo de que el concepto de reencarnación es únicamente un puente.
Los resultados terapéuticos que se obtienen al atravesar este puente son incuestionables. La gente mejora, incluso los que no creen en las vidas pasadas. El hecho de que el terapeuta crea o no en ellas tampoco es importante. Los recuerdos son suscitados y los síntomas desaparecen.
Sin embargo hay muchísima gente que se queda estancada en el puente en lugar de buscar lo que hay más allá. Se obsesionan por los menores detalles, los nombres y la exactitud de los datos históricos. Su único foco de atención se centra en descubrir todos los pormenores posibles de cada una de sus vidas anteriores.
Los árboles no les dejan ver el bosque. La reencarnación es un puente hacia un mayor conocimiento, la sabiduría y la comprensión. N os recuerda lo que debemos tomar y lo que debemos desechar; por qué estamos aquí y qué instrumentos necesitamos para seguir adelante; la increíble orientación y ayuda que recibimos a lo largo del camino, y que nuestros seres queridos vuelven a nosotros para compartir nuestros logros y aliviar nuestras cargas.
Apercibiéndome de que existo en este mundo, estoy convencido de que, en una forma u otra, existiré siempre; y a pesar de todos los inconvenientes que conlleva la vida humana, no pondré reparos a una nueva edición de la mía, esperando, sin embargo, que las erratas de la última puedan ser corregidas.
Con el transcurso de los años, muchos de mis pacientes se han convertido en mis maestros. Están siempre obsequiándome con sus historias y sus experiencias, con su sabiduría y su comprensión espiritual. Algunos se han convertido en amigos íntimos, y comparten conmigo su vida además de sus regalos. Hace años, antes de publicar
Muchas vidas, muchos maestros,
pero después de trabajar con Catherine y muchos otros pacientes, a los que sometí a la terapia de regresión, una paciente me obsequió con dos mensajes. Los había recibido en un sueño y los había escrito nada más despertarse.