Una sombra cruzó por delante de la luz y Thomas abrió los ojos. Alguien le estaba mirando, vestido con el mismo traje ridículo que llevaban los que le habían transportado hasta allí. La máscara antigás o lo que fuese aquello. Unas grandes gafas de aviador. Detrás de los posibles cristales, vio unos ojos oscuros fijos en él. Unos ojos de mujer, si bien no sabía cómo los distinguía.
—¿Puedes oírme? —le preguntó.
Sí, era una mujer, aunque la máscara amortiguara la voz.
Thomas intentó asentir con la cabeza, pero no supo si al final lo consiguió o no.
—Se suponía que esto no tenía que pasar —apartó un poco la cabeza y la mirada, lo que le hizo pensar que ese comentario no iba dirigido a él—. ¿Cómo entró en la ciudad una pistola cargada? ¿Tienes idea de la cantidad de óxido y porquería que debía de haber en esa bala? Por no mencionar los gérmenes —sonaba muy enfadada.
Un hombre contestó:
—Continúa. Tenemos que enviarle de vuelta. Enseguida.
Thomas apenas tuvo tiempo de procesar lo que decían, dado que un nuevo dolor insoportable floreció en su hombro. Se desmayó por enésima vez.
• • •
Volvió a despertarse.
Algo ya no estaba, no sabía el qué. La misma luz brillaba desde el mismo sitio de arriba; en esta ocasión miró al lado en vez de cerrar los ojos. Veía mejor, enfocaba mejor. Unos cuadrados plateados en el techo, un artilugio de acero con todo tipo de esferas, interruptores y monitores. Nada tenía sentido.
No sentía dolor. Nada. Nada en absoluto.
Tampoco había gente a su alrededor. Ningún traje extraño y verde, ningunas gafas de aviador, nadie metiéndole escalpelos por el hombro. Al parecer, estaba solo, y la ausencia de dolor era puro éxtasis. No sabía que fuera posible sentirse tan bien.
No. Tenía que estar drogado.
Se quedó dormido.
• • •
Se tensó al oír unas voces bajas, aunque llegaban a través del aturdimiento causado por el estupor de la droga.
De algún modo, sabía lo suficiente para mantener los ojos cerrados y ver si podía averiguar algo de la gente que se lo había llevado. La gente que, sin duda, le había curado y librado de la infección.
Un hombre estaba hablando:
—¿Estamos seguros de que esto no fastidiará nada?
—Estoy segura —esto lo dijo la mujer—. Bueno, tan segura como es posible. En todo caso, estimulará un patrón en la zona letal que no habíamos esperado. Un extra, a lo mejor. No me imagino que le lleve a él o a cualquier otro en una dirección que evite los otros patrones que estamos buscando.
—Por Dios, espero que tengas razón —respondió el hombre.
Otra mujer habló con una voz aguda, casi cristalina:
—¿Cuántos de los que quedan crees que son candidatos viables?
Thomas intuyó que aquella palabra era muy importante: candidatos. Confundido, intentó mantenerse quieto para escuchar.
—Han caído cuatro o cinco —contestó la primera mujer—. Thomas es nuestra mayor esperanza. Reacciona estupendamente ante las Variables. Espera, creo que he visto moverse sus ojos.
Thomas se quedó paralizado e intentó clavar la vista al frente bajo la oscuridad de sus párpados. Era difícil, pero se obligó a respirar acompasadamente, como si estuviera durmiendo. No sabía exactamente de lo que estaban hablando aquellas personas, pero estaba desesperado por oír más. Sabía que debía oír más.
—¿A quién le importa si está escuchando? —preguntó el hombre—. No va a entender lo suficiente como para que afecte a sus reacciones de un modo u otro. Le beneficiará saber que hemos hecho una gran excepción para eliminar esa infección de su organismo. Que CRUEL hará lo que sea necesario.
La mujer de la voz aguda se rió, uno de los sonidos más agradables que jamás había oído.
—Si estás escuchando, Thomas, no te entusiasmes demasiado. Estamos a punto de tirarte donde te recogimos.
Las drogas que recorrían las venas de Thomas parecieron aumentar y se descubrió sumiéndose en el éxtasis. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Antes de quedarse dormido, oyó una última cosa proveniente de la primera mujer. Algo muy extraño:
—Es lo que habrías querido que hiciéramos.
La gente misteriosa cumplió su palabra.
La siguiente vez que Thomas se despertó, estaba suspendido en el aire, bien atado a una camilla de lona con asas, balanceándose de un lado a otro. Una larga cuerda sujeta a un aro de metal azul le sostenía mientras bajaba desde algo enorme, todo el tiempo acompañado por la misma explosión de zumbidos y fuertes golpes que había oído cuando vinieron a llevárselo. Se agarró fuerte a los laterales de la camilla, aterrorizado.
Al final notó una suave sacudida e innumerables rostros aparecieron a su alrededor. Minho, Newt, Jorge, Brenda, Fritanga, Aris y otros clarianos. La cuerda que le sujetaba se separó y saltó hacia arriba, al aire. Entonces, casi al instante, la nave de la que le habían bajado dio un salto y desapareció en el resplandor del sol, que caía de pleno. Los sonidos de sus motores dejaron de sonar en cuanto se marchó.
En ese momento, todos empezaron a hablar a la vez:
—¿De qué va todo esto?
—;Estás bien?
—¿Qué te han hecho?
—¿Quiénes eran?
—¿Te has divertido en el iceberg?
—¿Cómo está tu hombro?
Thomas lo ignoró todo e intentó levantarse, pero se dio cuenta de que las cuerdas que lo sujetaban a la camilla todavía estaban atadas con fuerza. Buscó a Minho con la mirada.
—¿Me ayudas un poco?
Mientras Minho y un par más le desataban, a Thomas se le ocurrió una idea inquietante: la gente de CRUEL había demostrado poder salvarle bastante rápido. Según lo que habían dicho, no era algo que hubieran planeado, pero lo habían hecho de todas formas. Eso significaba que les estaban observando y podían aparecer para salvarles cada vez que quisieran.
Pero no lo habían hecho hasta entonces. ¿Cuánta gente había muerto durante los últimos días mientras CRUEL observaba sin hacer nada? ¿Y por qué habían obrado así con Thomas? ¿Sólo porque le habían disparado con una bala oxidada? Era demasiado en lo que pensar.
Una vez liberado, se puso de pie, estiró los músculos y se negó a responder a la segunda tanda de preguntas que le lanzaron. Hacía calor, muchísimo calor, y mientras se estiraba, se dio cuenta de que no le dolía nada, salvo una molestia mínima en el hombro. Bajó la vista para ver que llevaba ropa limpia y que el vendaje formaba un bulto debajo de la manga izquierda de su camisa. Pero sus pensamientos fueron inmediatamente a otra cosa:
—¿Qué hacéis a la intemperie? ¡Se os va a cocer la piel!
Minho no respondió, tan sólo señaló algo detrás de él y Thomas vio una casucha. Estaba hecha de madera seca y parecía que fuera a desmoronarse en cualquier momento, pero era lo bastante grande para cobijarles a todos.
—Será mejor que volvamos a meternos ahí dentro —dijo Minho.
Thomas se dio cuenta de que debían de haber salido corriendo sólo para ver cómo le bajaban del… ¿iceberg volador? Jorge lo había llamado iceberg.
El grupo caminó hasta el refugio; Thomas les dijo un millón de veces que se lo explicaría todo desde el principio al final en cuanto estuvieran acomodados. Brenda le encontró y se acercó a él. Pero no le ofreció la mano, y Thomas sintió un alivio incómodo. La chica no le dijo nada, pero tampoco él le habló.
La miserable ciudad de los raros estaba a unos cuantos kilómetros de distancia; todo su deterioro y su locura se apiñaban al sur. No había ni rastro de la gente infectada. Al norte, las montañas, imponentes, a tan sólo un día o poco más de distancia. Escarpadas y sin vida, ascendían muy alto para culminar en picos marrones y recortados. Unos duros cortes en la roca hacían que toda la cordillera pareciera como si un gigante la hubiese emprendido contra ella durante días con una enorme hacha, liberando su gigantesca frustración.
Llegaron al refugio de madera, tan seca como un hueso podrido. Parecía que llevase allí cien años; quizá lo hubiera construido un granjero antes de que el mundo quedara devastado. Aunque era un misterio cómo había aguantado. Probablemente aquella cosa se consumiría en tres segundos al mínimo roce de una cerilla.
—Muy bien —dijo Minho, señalando un sitio en la otra punta de las sombras—. Siéntate ahí, ponte cómodo y empieza a hablar.
Thomas no se podía creer lo bien que se sentía, sólo notaba la molestia del hombro. Fuera lo que fuera lo que le habían hecho los médicos de CRUEL, había sido brillante. Tomó asiento y esperó a que todos estuvieran delante de él, con las piernas cruzadas sobre el caliente y polvoriento suelo. Se sentía como un profesor a punto de dar la clase, un recuerdo borroso del pasado.
Minho fue el último en sentarse, junto a Brenda.
—Vale, cuéntanos tus aventuras con los extraterrestres en esa gran nave maligna.
—¿De verdad quieres oírlo? —preguntó Thomas—. ¿Cuántos días nos quedan para cruzar las montañas hasta llegar al refugio seguro?
—Cinco días, tío. Pero ya sabes que no podemos ir por ahí con este sol sin nada que nos proteja. Vas a hablar, luego dormiremos y después nos partiremos la espalda caminando toda la noche. Adelante.
—Bien —respondió Thomas, y se preguntó qué habrían hecho mientras estaba fuera, pero se dio cuenta de que no importaba demasiado—. Las preguntas al final, niños —nadie se rió ni tan siquiera sonrió, así que tosió y se dio prisa en continuar—. Los de CRUEL fueron los que vinieron y se me llevaron. Seguí desmayándome, pero me condujeron a unos médicos que me curaron del todo. Les oí que decían algo de que se suponía que no tenía que haber pasado, que la pistola era un factor que no se esperaban. La bala me produjo una infección grave y supongo que consideraron que no había llegado mi hora.
Unos rostros inexpresivos se le quedaron mirando. Thomas sabía que para ellos sería difícil aceptarlo, incluso tras relatarles la historia entera.
—Me limito a contaros lo que oí.
Continuó explicando más cosas con todos los detalles que podía recordar, y también la conversación que oyó desde la cama. Los patrones de la zona letal y los candidatos. Más cosas sobre las Variables. Nada había tenido demasiado sentido la primera vez y menos aún ahora que intentaba recordarlo palabra por palabra. Los clarianos, Jorge y Brenda, parecían tan frustrados como él mismo.
—Bueno, eso aclara mucho las cosas —dijo Minho al final—. Debe de tener algo que ver con todos esos carteles sobre ti en la ciudad.
Thomas se encogió de hombros.
—Me alegro de que estés tan contento de verme vivo.
—Eh, si quieres ser el líder, a mí me trae sin cuidado. Y sí que estoy contento de verte vivo.
—No, gracias. Quédate tú el puesto.
Minho no respondió. Thomas no podía negar que los letreros eran una carga para él. ¿Qué significaba que CRUEL quisiera que él fuese el líder? ¿Y qué debía hacer al respecto?
Newt se puso de pie, frunciendo el ceño por la concentración.
—Entonces, todos somos candidatos potenciales para algo. Y quizá el propósito de toda esta puñetera clonc por la hemos pasado sea deshacerse de los no aptos. Pero, por alguna razón, todo el rollo de la pistola y la bala oxidada no formaba parte de las… pruebas normales. Las Variables o como se llamen. Si Thomas tiene que estirar la pata, se supone que no será de una maldita infección.
Thomas frunció los labios y asintió. Le parecía un buen resumen.
—Lo que significa que nos están observando —añadió Minho—, como en el Laberinto. ¿Alguien ha visto una cuchilla escarabajo corriendo por aquí?
Varios clarianos negaron con la cabeza.
—¿Qué coño es una cuchilla escarabajo? —preguntó Jorge.
Thomas respondió:
—Un pequeño lagarto mecánico que nos espiaba con unas cámaras en el Laberinto.
Jorge puso los ojos en blanco.
—Por supuesto. Perdona la pregunta.
—El Laberinto, sin duda, era algún tipo de instalación cubierta —dijo Aris—. Pero ahora no estamos dentro de nada. Aunque puede que usen satélites o cámaras de largo alcance, supongo.
Jorge se aclaró la garganta.
—¿Qué tiene Thomas que le hace tan especial? Primero esos carteles de la ciudad donde pone que es el auténtico líder y luego bajan hasta aquí para salvarle el culo cuando se pone malito —miró a Thomas—. No quiero ser mezquino, muchacho, tan sólo tengo curiosidad. ¿Qué te hace mejor que el resto de tus colegas?