—No —respondió—. ¿Dónde estamos?
—Un montón de túneles y pasadizos conectan los edificios de este lado de la ciudad, tal vez los de toda la ciudad; aún no hemos explorado tan lejos. Lo llaman Abajo.
Thomas no podía ver su cara, pero estaba lo bastante cerca para notar y oler su aliento. No olía mal, lo que le sorprendió, considerando sus condiciones de vida. Era como si no oliese a nada y a la vez fuera agradable.
—¿Abajo? —repitió—. Suena estúpido.
—Bueno, yo no le puse el nombre.
—¿Cuánto habéis explorado? —no le gustaba la idea de correr por allí sin saber qué les esperaba.
—No mucho. Siempre nos encontramos a algún raro. A los que son malos de verdad y ya han traspasado la barrera del Ido.
Al oír aquello, Thomas se dio la vuelta para buscar en la oscuridad no sabía qué. Todo su cuerpo se tensó de miedo como si acabara de saltar a un agua helada.
—Bueno… ¿estamos a salvo? ¿Y qué era esa explosión? Tenemos que volver y encontrar a mis amigos.
—¿Y Jorge?
—¿Eh?
—¿No deberíamos buscar también a Jorge?
Thomas no había pretendido ofenderla.
—Sí, a Jorge, a mis amigos, a todos esos pingajos. No podemos dejarles atrás.
—¿Qué es un pingajo?
—No importa. ¿Qué… qué crees que ha pasado ahí atrás?
Brenda suspiró y se le acercó aún más para apretarse contra su pecho. Thomas notó que sus labios le rozaban la oreja mientras hablaba:
—Quiero que me hagas una promesa —le dijo en voz baja, casi entre susurros.
A Thomas le dieron escalofríos por todo el cuerpo.
—Mmm… ¿qué?
Ella no se apartó y le siguió hablando al oído:
—No importa lo que pase; incluso si tenemos que seguir solos, me llevarás hasta allí, hasta CRUEL, hasta la cura que le prometiste a Jorge. Me lo contó en el almacén. No puedo quedarme aquí y volverme loca poco a poco. No puedo. Preferiría morir.
Brenda le agarró ambas manos y se las apretó. Después le apoyó la cabeza en el hombro y hundió la nariz en su cuello. Tenía que estar de puntillas. Cada vez que la chica respiraba, enviaba una nueva oleada de escalofríos por toda su piel.
Thomas estaba disfrutando de su cercanía, pero todo parecía muy extraño y repentino. Entonces se sintió culpable al pensar en Teresa. Todo aquello era una estupidez. Estaba en medio del intento brutal e inexorable de atravesar una tierra baldía, con la vida pendiente de un hilo y sus amigos tal vez muertos. Hasta Teresa podía estar muerta. Estar allí sentado, abrazado en la oscuridad a una chica extraña, era lo más absurdo que se lo ocurría.
—Eh —dijo. Movió las manos para soltarse de ella, la agarró de los brazos y la apartó. Seguía sin ver nada, pero se la imaginaba allí, mirándole—. ¿No crees que deberíamos solucionar esto?
—Todavía no me lo has prometido —respondió.
Thomas quería gritar, no podía creer lo extraño de su comportamiento.
—Muy bien, lo prometo. ¿Jorge te lo contó todo?
—La mayoría, creo. Aunque ya lo había supuesto en cuanto le dijo a nuestro grupo que se fueran sin nosotros y se reunieran en la Torre.
—¿Qué es lo que habías supuesto?
—Que íbamos a ayudaros a atravesar la ciudad a cambio de que nos devolvierais a la civilización.
Aquello hizo que Thomas se preocupase.
—Si se te ocurrió tan rápido, ¿no crees que algunos de tus amigos pueden haber pensado lo mismo?
—Exacto.
—¿Qué quieres decir con «exacto»? Parece que has averiguado algo.
La joven le colocó las manos en el pecho.
—Creo que es eso lo que ha pasado. Al principio me preocupó que fuera un grupo de raros muy idos, pero, puesto que nadie nos perseguía, creo que Barkley y un par de colegas suyos improvisaron una explosión en la entrada de Abajo para matarnos. Saben que pueden conseguir mucha comida en otros sitios y hay otras maneras de bajar aquí.
Thomas seguía sin entender por qué era tan delicada con él.
—No tiene sentido. ¿Por qué iban a matarnos? ¿No querrían utilizarnos también? ¿Acompañarnos?
—No, no, no. Barkley y los demás son felices aquí. Creo que están un poco más idos que nosotros y ya han empezado a perder su parte racional. Dudo que se les haya ocurrido esa idea. Me apuesto lo que sea a que han pensado que íbamos a confabularnos y… eliminarlos. Que estábamos haciendo planes aquí abajo.
Thomas la soltó y apoyó la cabeza en la pared. La chica volvió a acercarse y le abrazó por la cintura.
—Eh… ¿Brenda? —farfulló. Algo le pasaba a aquella chica.
—¿Sí? —masculló contra su pecho.
—¿Qué estás haciendo?
—¿A qué te refieres?
—¿No crees que es algo extraña la forma en que estás actuando?
La chica se rió; fue un sonido tan inesperado para Thomas que por un segundo pensó que había sucumbido al Destello, que se había convertido en una auténtica rara o algo parecido. Brenda le apartó, aún riéndose.
—¿Qué? —preguntó Thomas.
—Nada —contestó entre risas de colegiala—. Supongo que venimos de sitios distintos, eso es todo. Perdona.
—¿Qué quieres decir? —de repente, deseó que le abrazara de nuevo.
—No te preocupes —respondió, dejando por fin de reírse a su costa—. Perdona por ser tan impulsiva. Es que… de donde vengo es bastante normal.
—No… no pasa nada. Bueno, bien. Estoy bien —se alegraba de que no pudiera verle la cara, porque debía de estar tan roja que Brenda hubiera empezado a reírse de nuevo. Entonces pensó en Teresa. Pensó en Minho y en los demás. Tenía que tomar el control. Ya—. Mira, tú misma lo has dicho —dijo, tratando de atraer la confianza a su voz—. Nadie nos perseguía. Tenemos que volver.
—¿Estás seguro? —tenía un tono suspicaz.
—¿Qué quieres decir?
—Puedo llevarte por la ciudad. Podríamos llevarnos bastante comida para el camino. ¿Por qué no los dejamos a todos y llegamos al refugio seguro los dos solos?
Thomas no iba a entrar en aquella conversación.
—Si no vuelves conmigo, bien. Pero yo sí voy.
Puso la mano en la pared para guiarse y empezó a caminar en la dirección por la que habían huido.
—¡Espera! —le llamó para alcanzarlo. Le agarró de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Caminaron juntos, de la mano, como dos viejos amantes—. Lo siento. De verdad. Es que… creo que sería más fácil hacerlo con menos gente. No soy muy amiga de ninguno de esos raros. No es lo mismo que tú y tus… clarianos.
¿Había pronunciado esa palabra delante de ella? No se acordaba, pero alguien podría haberlo hecho en algún momento sin que se diera cuenta.
—Creo que deberíamos llegar al refugio seguro el máximo número de personas posible. Incluso si conseguimos atravesar la ciudad, quién sabe qué vendrá después. Entonces tal vez sí necesitemos gente.
Pensó en lo que acababa de decir. ¿De verdad tan sólo le preocupaba reunir a un buen número de personas al final para tener más posibilidades de salvarse? ¿Realmente era tan insensible?
—Vale —fue todo lo que respondió la chica. Algo había cambiado en ella; parecía menos segura de sí misma. Menos al mando.
Thomas le soltó la mano para taparse la boca y fingir que tosía, pero no volvió a cogérsela cuando terminó.
No hablaron en los siguientes minutos. Él la siguió, sintiendo su presencia aunque continuaba sin poder verla. Después de girar varias veces, una luz apareció delante de ellos y se hizo más brillante en cuanto se acercaron.
Resultó ser la luz del sol que se filtraba por unos agujeros irregulares del techo como consecuencia de la explosión. Unos pedazos enormes de roca, trozos retorcidos de acero y cañerías rotas bloqueaban el paso hacia las escaleras, y trepar por los escombros habría sido peligroso. Una nube de polvo lo enturbiaba todo y daba la impresión de que los rayos de sol eran gruesos y estaban vivos, que las motas de polvo danzaban como mosquitos. El aire olía a yeso y a quemado.
También tenían el paso al alijo de comida cortado, pero Brenda encontró las dos mochilas que había sacado antes.
—No parece que haya nadie aquí —dijo—. No han vuelto. Jorge y tus amigos han debido de subir a la superficie de alguna manera.
Thomas no sabía qué había esperado encontrar, pero al menos una buena noticia era obvia:
—Aunque no hay cadáveres, ¿verdad? ¿No ha muerto nadie en la explosión?
Brenda se encogió de hombros.
—Los raros podrían haber sacado los cuerpos a rastras. Pero lo dudo. No hay motivo.
Thomas asintió, como si apuntalara su afirmación, aferrándose a ella. Pero no tenía ni idea de qué hacer a continuación. ¿Atravesarían los túneles —Abajo— en busca de los clarianos? ¿Saldrían a la calle? ¿Volverían al edificio donde habían plantado a Barkley y los demás? Todas esas ideas le parecían horribles. Miró a su alrededor, como si la respuesta fuera a presentársele por arte de magia.
—Tenemos que ir por Abajo —anunció Brenda tras un largo momento; probablemente había estado considerando sus opciones, al igual que él—. Si los demás han subido, ya hará mucho rato que se fueron. Además, atraerán cualquier atención hacia ellos, lejos de nosotros.
—Y si están aquí abajo los encontraremos, ¿verdad? —preguntó Thomas—. Estos túneles al final confluyen en algún sitio, ¿no?
—Sí. De una manera u otra, sé que Jorge los llevará al otro lado de la ciudad, hacia las montañas. Tenemos que conseguirlo para reunirnos con ellos y seguir adelante.
Thomas miró a Brenda mientras pensaba. Quizá sólo fingiera pensar, porque no le quedaba otro remedio que mantenerse pegado a ella. Lo más seguro era que fuese su mejor opción —si no la única— para conseguir algo aparte de una horrible muerte rápida a manos de raros, idos hacía ya mucho tiempo. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—Vale —asintió—. Vamos.
La chica esbozó una dulce sonrisa que brilló entre la suciedad de su rostro y Thomas, cuando menos se lo esperaba, echó de menos aquel momento que habían compartido en la oscuridad. Aunque casi tan rápido como se formó aquel pensamiento, desapareció. Brenda le dio una de las mochilas, luego rebuscó en la suya y sacó una linterna, que encendió. El haz de luz atravesó el polvo mientras apuntaba con ella a un lado y a otro, y al final señaló un largo túnel por el que seguramente habían pasado ya un par de veces.
—¿Vamos? —preguntó.
—Vamos —masculló Thomas.
Seguía sintiéndose mal por sus amigos y se preguntó si hacía bien al quedarse con Brenda. Pero cuando ella empezó a caminar, la siguió.
Abajo era un lugar frío, húmedo y espantoso. Thomas casi prefería la completa oscuridad a poder ver lo que le rodeaba. Las paredes y los suelos eran de un tono gris apagado, de cemento sin pintar, y unos hilos de agua caían por los laterales aquí y allá. Pasaron por delante de una puerta cada tres metros, pero comprobaron que la mayoría estaban cerradas con llave cuando intentaron abrirlas. El polvo cubría las lámparas del techo hacía mucho tiempo apagadas. Al menos la mitad de ellas estaban rotas y los cristales irregulares se incrustaban en los agujeros oxidados.
En conjunto, aquel lugar tenía el aspecto de una tumba embrujada. Abajo era un nombre tan bueno como cualquier otro. Se preguntó para qué habrían construido aquella estructura subterránea en un principio. ¿Para qué serían aquellos pasillos y oficinas? ¿Una forma de pasar de un edificio a otro los días de lluvia? ¿Rutas de emergencia? ¿Vías de escape para situaciones tales como erupciones solares o ataques de locos?
No habló mucho mientras seguía a Brenda por los túneles, a veces girando a la izquierda en intersecciones o bifurcaciones, a veces doblando a la derecha. Su cuerpo enseguida consumió cualquier atisbo de energía que le hubiera proporcionado su reciente comilona y, después de caminar lo que parecieron varias horas, al final la convenció para detenerse y volver a comer.
—Supongo que sabes a dónde vamos —le dijo cuando se pusieron en marcha de nuevo.
Todos los sitios por donde pasaban se le antojaban iguales. Monótonos y oscuros. Polvoriento, donde no estaba mojado. Los túneles se hallaban en silencio, salvo por las distantes gotas de agua, el roce de sus ropas al caminar y sus pisadas, golpes sordos sobre el cemento.
De repente, la chica se detuvo y se volvió hacia él, alumbrándose la cara desde abajo.
—¡Bu! —susurró.
Thomas dio un bote y luego la empujó.
—¡Deja esa mierda! —gritó. Se sentía como un idiota, estaba a punto de explotarle el corazón por el susto—. Pareces una…
Brenda dejó caer la luz de la linterna a su lado, pero siguió con los ojos clavados en Thomas.
—¿Qué parezco?
—Nada.
—¿Una rara?
Aquella palabra hirió a Thomas. No quería pensar en ella de ese modo.
—Bueno… sí—murmuró—. Perdona.
La chica se dio la vuelta otra vez y comenzó a caminar con la linterna apuntando al frente.
—Soy una rara, Thomas. Tengo el Destello y soy una rara. Y tú también lo eres.
Tuvo que correr un poco para alcanzarla.
—Sí, pero aún no te has ido del todo. Y… yo tampoco, ¿verdad? Obtendremos la cura antes de volvernos dementes.
Ya podía ser verdad lo que había dicho el Hombre Rata.
—No puedo esperar. Ah, sí, por cierto. Sí, sé a dónde vamos. Gracias por preguntar.
Siguieron avanzando, giro tras giro, túnel largo tras túnel largo. El lento pero constante ejercicio hizo que Thomas dejara de pensar en Brenda y se sintió mejor de lo que se había sentido en días. Su mente se medio aturdió al pensar en el Laberinto, en sus turbios recuerdos y en Teresa.
Al final entraron en una gran sala con bastantes salidas a derecha e izquierda, más de las que había visto antes. Casi parecía el lugar donde confluían los túneles de todos los edificios.
—¿Es esto el centro de la ciudad o algo parecido? —preguntó.
Brenda paró a descansar y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Thomas se unió a ella.
—Más o menos —respondió—. ¿Lo ves? Ya hemos atravesado la mitad de la ciudad.
A Thomas le gustaba cómo sonaba aquello, pero no soportaba pensar en los otros, en Minho, Newt y los demás clarianos. ¿Dónde estaban? Se sentía como un cara fuco por no estar buscándolos y ver si tenían problemas. ¿Ya habrían salido de la ciudad?
Un golpe fuerte, como de una bombilla rompiéndose, sobresaltó a Thomas.
Brenda enfocó con su linterna en dirección al ruido y el pasillo quedó a oscuras, vacío, salvo por unos cuantos chorros de agua con mal aspecto que bajaban por las paredes, negros sobre el gris.