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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

Las nieblas de Avalón (36 page)

BOOK: Las nieblas de Avalón
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—¡No te burles! —se enfadó Morgana, señalando su abultado vientre.

—Pero tus manos y tu cara son puro hueso. No puedes dejar de comer. Tienes que pensar en tu hijo.

—Pensaré en su bienestar cuando él piense en el mío —dijo Morgana— levantándose bruscamente.

Pero su tía la cogió de las manos para obligarla a sentarse otra vez.

—Hija querida, sé lo que estás pasando. He tenido cuatro hijos, ¿recuerdas? Estos últimos días son peores que todos los meses anteriores.

—¡Debí tener el buen tino de deshacerme de él a tiempo!

Morgause abrió la boca para replicar con aspereza, pero suspiró.

—Es demasiado tarde para pensar así; en diez días más terminará todo.

Sacó un peine de entre los pliegues de su ropa y comenzó a desenmarañar la enredada trenza de Morgana.

—Déjalo —protestó la muchacha, apartando la cabeza—. Lo haré yo misma. ¡Dame ese peine!

—Quédate quieta, pequeña —la instó Morgause—. ¿Recuerdas que, cuando eras niña, solías pedir que te peinara yo, porque tu niñera te daba tirones? —Fue desenredando un mechón tras otro, entre caricias afectuosas—. Tienes un pelo precioso.

—Oscuro y áspero como las crines en invierno.

—No: fino como lana de oveja negra, y brillante como la seda —corrigió su tía—. Espera. Te lo trenzaré. Siempre he deseado tener una hija, para poder vestirla y trenzarle el pelo así… —Atrajo la cabeza oscura hacia su pecho y Morgana se dejó llevar, trémula de lágrimas que no podía derramar—. Ah, bueno, bueno, pequeña mía, no llores. Ya falta poco.

—Es que… esto es tan oscuro… Siento nostalgia del sol…

—En verano tenemos sol de sobra; hay luz incluso a medianoche. Por eso en invierno recibimos tan poca.

Morgana seguía temblando en sollozos incontrolables. Morgause la estrechó contra sí, meciéndola con suavidad.

—Bueno, pequeña, bueno, te comprendo. Yo tuve a Gawaine en lo peor del invierno. El día era oscuro y tormentoso como éste; tenía sólo dieciséis años y mucho miedo. Lot estaba lejos, en la guerra; me horrorizaba verme tan gorda, estaba siempre descompuesta y me dolía la espalda. Y me encontraba completamente sola entre mujeres desconocidas. ¿Puedes creer que tenía mi vieja muñeca escondida en la cama y por la noche me abrazaba a ella, llorando? Era tan niña… Al menos tú ya eres una mujer adulta. Y ahora, aquel niño está combatiendo contra los sajones. ¡Ah, sí! Ahora recuerdo que tenía una noticia para darte: Marged, la esposa del cocinero, ya ha dado a luz; supongo que por eso las gachas estaban tan llenas de grumos esta mañana. Así que tendrás una nodriza a mano. Aunque cuando veas a tu hijo querrás amamantarlo tú misma, sin duda.

Morgana hizo un gesto de repugnancia. Su tía sonrió.

—Así pensaba yo antes de que naciera cada uno de mis hijos. Pero en cuanto les veía la cara ya no quería que abandonaran mis brazos. —Al ver que su sobrina hacía un gesto de dolor preguntó—: ¿Qué te pasa, Morgana?

—Me duele la espalda. He estado mucho tiempo sentada. Eso es todo.

Se levantó para pasearse por la habitación, inquieta, con las manos apretadas en la parte posterior de la cintura. Morgause entornó los ojos, pensativa. Sí: en los últimos días el vientre le había bajado: ya no podía faltar mucho. Haría llevar paja fresca al salón de las mujeres. Y tenía que hablar con las parteras para que estuvieran preparadas.

Los hombres de Lot habían cazado un ciervo en las colinas; el olor a carne asada llenaba todo el castillo. La misma Morgana no pudo rechazar un trozo de hígado crudo, chorreando sangre; la costumbre indicaba que se reservara esa porción para las embarazadas.

Morgause vio su mueca de asco, la misma que ella había hecho en su momento. Pero también Morgana lo chupó con avidez; su cuerpo exigía el alimento, aunque a su mente le repugnara. Más tarde, cuando le ofrecieron un trozo de carne asada, la rechazó con un gesto. Su tía cogió una lonja y se la puso en el plato.

—Come —ordenó—. Obedece. No puedes negarte la comida y perjudicar a tu hijo.

—No puedo —musitó la joven—. Vomitaría. Guárdalo, más tarde trataré de comerlo.

—¿Qué pasa?

Morgana bajó la cabeza.

—No puedo probar… carne de ciervo. La comí en Beltane cuando… y ahora hasta su olor me asquea…

«Y este niño fue concebido entre los fuegos rituales de Beltane. ¿Qué es lo que tanto la atribula? El recuerdo tendría que serle placentero», pensó Morgause, sonriendo al recordar aquellas fiestas licenciosas. Acaso algún hombre brutal había sometido a la muchacha a una especie de violación; eso explicaría la ira y la desesperación que le inspiraba su embarazo. Cogió una torta de avena y la mojó en el jugo de la carne.

—Come esto, al menos; así recibirás el alimento de la carne. Te preparé una tisana de rosas; te sabrá bien. Recuerdo cuánto me gustaban las cosas agrias cuando estaba embarazada.

Morgana comió, obediente, y sus mejillas parecieron recobrar algo de color. La acritud de la bebida le arrancó una mueca, pero aun así la tragó con avidez.

—No me gusta —comentó—, pero no puedo dejar de bebería. ¡Qué extraño!

—Es tu hijo el que la desea —explicó Morgause muy seria—. En el vientre, el recién nacido sabe lo que le conviene y nos lo exige.

Lot, sentado cómodamente entre dos de sus cazadores, sonrió amistosamente a su cuñada.

—Era un animal viejo y flaco, pero buena comida para el final del invierno —comentó—. Y me alegra que no cazáramos ninguna hembra preñada. Vimos dos o tres, pero ordené a mis hombres que las dejaran en paz.

—Con un bostezo, se sentó en el regazo al pequeño Gareth, que tenía la cara brillante de grasa—. Pronto tendrás edad para salir de cacería con nosotros —dijo—. Tú y el pequeño duque de Cornualles.

—¿Quién es el duque de Cornualles, padre? —preguntó el niño.

—¡Cómo! El hijo de Morgana —explicó Lot, sonriente.

Gareth miró fijamente a su prima.

—¿Cómo puede un recién nacido ser duque?

Morgana rió entre dientes, intranquila.

—Mi padre era el duque de Cornualles. Yo soy su única hija legítima. Igraine me dejará el ducado a mí y yo a mis hijos.

Morgause, que la observaba, pensó: «Su hijo está más cerca del trono que mi Gawaine: será sobrino de Arturo. No sé si se ha percatado.»

—Ciertamente, Morgana, tu hijo es el duque de Cornualles.

—O la duquesa —recordó ella, sonriendo otra vez.

—No. Por el modo en que lo llevas puedo decirte que es un varón —aseguró su tía—. He tenido cuatro y he observado los embarazos de mis criadas. —Dedicó una sonrisa maliciosa a Lot, agregando—: Mi esposo toma muy en serio ese viejo dicho de que un rey tiene que ser un padre para su pueblo.

—Creo que es de derecho que los hijos legítimos que me ha dado la reina tengan muchos hermanos; dicen que no tener hermanos es como ir sin montura… Vamos, sobrina: ¿por qué no coges la lira y cantas para nosotros?

Morgana hizo a un lado el resto de la torta remojada.

—He comido demasiado para cantar —dijo ceñuda.

Y empezó a pasearse otra vez, con las manos apretadas a la cintura. Gareth fue a tirarle de la falda.

—Cántame aquello del dragón, Morgana.

—Es demasiado largo, y tienes que acostarte.

Pero fue en busca de la lira y le arrancó algunas notas. De pronto interpretó una atrevida canción de soldados. Lot se unió al coro: también sus hombres. Las voces roncas resonaron entre las vigas ahumadas.

Vinieron los sajones en medio de la noche

cuando todos dormían como almejas,

y mataron a todas las mujeres, pues…

¡preferían violar a las ovejas!

—Eso no lo aprendiste en Avalón, sobrina —comentó Lot, muy sonriente, mientras Morgana ponía la lira en su sitio.

—Canta otra vez —pidió Gareth.

—Me falta aliento para cantar —contestó. Cogió su rueca, pero un momento después la dejaba para pasearse nuevamente por el salón.

—¿Qué te pasa, muchacha? —inquirió el rey—. ¡Estás inquieta como un oso enjaulado!

—Me duele la espalda de tanto estar sentada y la carne me ha causado dolores de vientre.

De pronto se dobló, como afectada por un calambre, y dejó escapar una exclamación de sorpresa. Morgause, que la observaba, vio que la sobreveste se oscurecía, empapada hasta las rodillas.

—Oh, Morgana, te has orinado —clamó Gareth—. ¡Ya eres muy mayor para orinarte encima! ¡Te darán una zurra!

—¡Calla, niño! —ordenó su madre con aspereza. Y corrió hacia Morgana, que estaba aún inclinada, con la cara encendida de estupefacción y vergüenza—. No pasa nada, hija. ¿Te duele aquí… y aquí? Ya me parecía. Te has puesto de parto; eso es todo.

Luego llamó a Beth:

—Lleva a la duquesa de Cornualles al salón de las mujeres, llama a Megania y a Branwen. Y soltadle el pelo; no tiene que llevar nada anudado ni ceñido, ni en el cuerpo ni en la ropa.

Mientras la muchacha salía, apoyándose pesadamente en el brazo de la niñera, Morgause dijo a su esposo:

—Tengo que acompañarla. Es su primera vez y debe de estar asustada, pobre niña.

—No hay prisa —apuntó el rey, despreocupado—. Si es el primero, pasará así toda la noche. Tienes tiempo de sobra para sostenerle la mano. —Luego dedicó a su esposa una sonrisa—. ¡Qué prisa tienes por traer al mundo al rival de Gawain!

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella en voz baja.

—Sólo que Arturo y Morgana nacieron de un mismo vientre. Su hijo está más cerca del trono que el nuestro.

—Arturo es joven —afirmó fríamente Morgana—. Tiene tiempo de sobra para engendrar diez o doce varones. ¿Qué te hace pensar que necesita un heredero?

Lot se encogió de hombros.

—El destino es caprichoso. En combate, Arturo parece protegido por un encantamiento… y no dudo que la Dama del Lago tiene algo que ver con eso, maldita sea. En cuanto a Gawaine, es demasiado leal a su rey. Pero los hados podrían volver la espalda a Arturo. Y si llega ese día, prefiero saber que Gawaine es el más cercano al trono. Piénsalo bien, Morgause: la vida de un recién nacido es tan incierta… Harías bien en implorar a tu Diosa que el pequeño duque de Cornualles no tenga un segundo aliento.

—¿Cómo podría hacer algo así a Morgana, que es como mi hija?

Lot le dio un golpecito afectuoso en el mentón.

—Eres una madre amorosa, Morgause, y me gusta. Pero dudo que Morgana esté deseosa de tener a un recién nacido en los brazos. La he oído arrepentirse de no haberse deshecho de esa criatura.

—Cuando estaba fatigada y descompuesta —aclaró Morgause enfadada—. ¿Crees que yo no decía lo mismo cuando me hartaba de arrastrar mi panza por aquí? Trata muy bien a Gareth; le hace juguetes y le cuenta cuentos. Estoy segura de que será muy buena madre con el suyo.

Él la rodeó con un brazo.

—Oye, tesoro, tú y yo tenemos cuatro hijos varones. Cuando sean hombres se arrancarán los ojos entre ellos, porque nuestro reino no es gran cosa. Pero si Gawaine fuera gran rey entonces cada uno podría tener una corona.

Morgause asintió lentamente. Lot no quería a Arturo, así como no había querido a Uther. Pero nunca lo había creído tan implacable.

—¿Me estás diciendo que mate a ese niño en cuanto nazca?

—Morgana es tu sobrina y mi huésped —dijo Lot—; y eso es sagrado. Jamás me condenaría matando a un pariente. Sólo he dicho que los recién nacidos son frágiles, a menos que se los cuide mucho. Y si Morgana se encontrara en dificultades, bien pudiera ser que nadie tuviera tiempo para ocuparse del niño.

Morgause apretó los dientes y le volvió la espalda.

—Tengo que atender a mi sobrina.

Detrás de ella Lot sonrió.

—Piensa bien en lo que te dicho, esposa mía.

Abajo, en la sala pequeña, se había encendido el fuego; en el hogar hervía una olla de gachas, pues la noche sería larga. Habían extendido paja limpia. Como todas las mujeres felices con sus hijos, Morgause había olvidado los horrores del parto, pero al ver la paja fresca sintió un escalofrío. Morgana, vestida con una túnica holgada y con el pelo suelto, caminaba de un lado a otro, apoyada en el brazo de Megania. Todo tenía aire de fiesta, y para las otras mujeres lo sería. Morgause se acercó a su sobrina para cogerla del brazo.

—Ven, puedes caminar un rato conmigo, mientras Megania prepara los pañales para tu hijo.

Morgana la miró con los ojos de animal salvaje en una trampa, a la espera de la mano que le cortará el cuello.

—¿Será largo, tía?

—Bueno, bueno, no pienses en lo que vendrá —aconsejó Morgause tiernamente—. Puedes pensar que has estado de parto casi todo el día, de modo que ahora todo será más rápido.

Pero estaba pensando: «No le será fácil. Es menuda y se resiste a alumbrar a este hijo. Le espera, sin duda, una noche larga y difícil.»

Entonces recordó que Morgana tenía el don de la videncia; mentirle sería inútil. Le dio unas palmaditas en la mejilla pálida.

—No importa, hija, te cuidaremos bien. La primera vez siempre es larga; es como si no quisieran abandonar ese nido tan cómodo. Pero haremos lo que se pueda. ¿Alguien ha traído una gata?

—¿Una gata? Sí, allí hay una. ¿Por qué, tía?

—Porque si has visto parir a una gata, pequeña, sabes que aúllan de dolor, sino que ronronean; puede que su placer te ayude a sufrir menos. —Morgause acarició a la peluda bestezuela—. Puede que en Avalón no conozcan este tipo de magia.

Sí ahora puedes sentarte a descansar un poco y tener a la gata en el regazo.

Morgana aprovechó un momento de respiro para acariciar al animal, pero luego volvió a doblarse por un calambre agudo. Su tía la instó a continuar caminando.

—Mientras puedas… Caminar lo acelera.

—Estoy tan cansada, tan cansada… —gimió la joven.

—Apóyate en mí, hija.

—Te pareces tanto a mi madre… —comentó Morgana, aferrándose a ella con la cara contraída—. Ojalá estuviera aquí.

Luego se mordió los labios, como arrepentida de aquella momentánea debilidad, y empezó a caminar lentamente de un lado a otro.

Las horas pasaron muy despacio. Algunas de las mujeres dormían, pero siempre había más de una para ayudarla a andar. La palidez y el miedo de Morgana crecían con el correr de las horas. Salió el sol sin que las parteras la hubieran autorizado a tenderse en la paja, aunque estaba tan fatigada que apenas podía adelantar los pies. Ya se quejaba de frío, ciñéndose la capa de pieles, ya la arrojaba lejos, diciendo que estaba ardiendo. Vomitó varias veces, hasta que no pudo escupir más que bilis, pero las arcadas continuaron, pese a las tisanas calientes que le obligaban a beber y que ella tragaba con sed.

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