Cuando ya no quedaba nada, terminó también la cura, y el médico reclamó el salario convenido. Se negó a pagar la vieja, y aquél la llevó ante los jueces. La vieja declaró que, en efecto, le había prometido el pago si le curaba la vista, pero que su estado, después de la cura del médico había empeorado.
—Porque antes —dijo— veía todos los muebles que había en mi casa, y ahora no veo ninguno.
A los malvados, sus mismos actos los delatan.
Una viuda muy laboriosa tenía unas jóvenes criadas a las que despertaba por la noche al canto del gallo para empezar el trabajo. Ellas, extenuadas siempre de fatiga, resolvieron matar el gallo de la casa por ser él a sus ojos el causante de su desgracia, puesto que despertaba a su señora antes de que abriese el día.
Mas ejecutado el propósito se encontraron con que habían agravado su mal, porque su señora, no teniendo el gallo que le indicaba la hora, las hacía levantar antes para ir al trabajo.
Nunca creas que la causa de tus problemas es lo que primero se atraviesa ante tus ojos.
Piensa en qué sucedería si eliminas lo que estás viendo como posible causa.
Instalado en la plaza pública, un adivino se entregaba a su oficio. De repente se le acercó un quídam, anunciándole que las puertas de su casa estaban abiertas y que habían robado todo lo que había en su interior.
Levantóse de un salto y corrió, desencajado y suspirando, para ver lo que había sucedido. Uno de los que allí se encontraban, viéndole correr, le dijo:
—Oye, amigo: tú que te picas de prever lo que ocurrirá a los otros, ¿por qué no has previsto lo que te sucedería a ti?.
Siempre hay personas que pretenden dirigir lo que no les corresponde, pero no pueden manejar sus propios asuntos.
Un ladrón se introdujo en casa de un apicultor durante su ausencia, robando miel y panales. A su regreso, el apicultor, viendo vacías las colmenas, se detuvo a examinarlas.
En esto, las abejas, volviendo de libar y encontrándole allí, le picaron con sus aguijones y le maltrataron horriblemente.
—¡Malditos bichos —les dijo el apicultor—, dejaron marchar sin castigo al que les había robado los panales, y a mí que les cuido con cariño, me hieren de un modo implacable!
Muchas veces sucede que vemos con desconfianza a nuestros amigos, pero por ignorancia le tendemos la mano a quien es nuestro enemigo.
Tenía un astrónomo la costumbre de pasear todas las noches estudiando los astros. Un día que vagaba por las afueras de la ciudad, absorto en la contemplación del cielo, cayó inopinadamente en un pozo.
Estando lamentándose y dando voces, acertó a pasar un hombre, que oyendo sus lamentos se le acercó para saber su motivo; enterado de lo sucedido, dijo:
—¡Amigo mío! ¿quieres ver lo que hay en el cielo y no ves lo que hay en la tierra?
Está bien mirar y conocer a nuestro alrededor, pero antes hay que saber donde se está parado.
Un hombre tenía en su casa un semidiós, al que ofrecía ricos sacrificios.
Como no cesaba de gastar en estos sacrificios sumas considerables, el semidiós se le apareció por la noche y le dijo:
—Amigo mío, deja ya de dilapidar tu riqueza, porque si te gastas todo y luego te ves pobre, me echarás a mí la culpa.
Si gastas tus riquezas en cosas innecesarias, no le eches luego la culpa de tus problemas a nadie más.
Dos hombres que se odiaban entre sí navegaban en la misma nave, uno sentado en la proa y otro en la popa.
Surgió una tempestad, y hallándose el barco a punto de hundirse, el hombre que estaba en la popa preguntó al piloto que cuál era la parte de la nave que se hundiría primero.
—La proa —dijo el piloto—.
—Entonces repuso este hombre— no espero la muerte con tristeza, porque veré a mi enemigo morir antes que yo.
Muy mezquina actitud es preferir ver sufrir a los enemigos que inquietarse por el daño que irremediablemente se está a punto de recibir.
Un día un anciano, después de cortar leña, la cargó a su espalda. Largo era el camino que le quedaba.
Fatigado por la marcha, soltó la carga y llamó a la Muerte. Esta se presentó y le preguntó por qué la llamaba; contestó el viejo:
—Para que me ayudes a cargar la leña.
Por lo general, el impulso por la vida es más fuerte que su propio dolor.
Un bandido que había asesinado a un hombre en un camino, al verse perseguido por los que allí se encontraban, abandonó a su víctima ensangrentada y huyó.
Pero viéndole unos viajeros que venían en sentido contrario, le preguntaron por qué llevaba las manos tintas; a lo que respondió que acababa de descender de una morera. Entretanto llegaron sus perseguidores, se apoderaron de él y le colgaron en la morera. Y el árbol dijo:
—No me molesta servir para tu suplicio, puesto que eres tú quien ha cometido el crimen, limpiando en mí la sangre.
A menudo ocurre que personas bondadosas, al verse denigrados por los malvados, no tienen duda en mostrarse también malvados contra ellos.
Buscando un cazador la pista de un león, preguntó a un leñador si había visto los pasos de la fiera y dónde tenía su cubil.
—Te señalaré el león mismo. —dijo el leñador—.
—No, no busco el león, sino sólo la pista —repuso el cazador— pálido de miedo y castañeteando los dientes.
Si quieres ser atrevido en las palabras, con más razón debes ser valiente con los actos.
Un cazador de pájaros cogió la liga y las ramitas untadas y partió para la caza. En el camino vio a un tordo encaramado en un árbol elevado y se propuso cazarlo, para lo cual ajustó las varitas como suelen hacerlo y, mirando fijamente, concentró en el aire toda su atención.
Mientras alzaba la cabeza, no advirtió que pisaba un áspid dormido, el cual, revolviéndose, le mordió. Y el cazador, sintiéndose morir, exclamó para sí:
—¡Desdichado! Quise atrapar una presa, y no advertí que yo mismo me convertía en presa de la muerte.
Cuando pensamos en dañar a nuestro prójimo, no nos damos cuenta de nuestra propia desgracia.
Habiéndole preguntado un médico a un enfermo por su estado, contestó el enfermo que había sudado más que de costumbre.
—Eso va bien —dijo el médico—.
Interrogado una segunda vez sobre su salud, contestó el enfermo que temblaba y sentía fuertes escalofríos.
—Eso va bien —dijo el médico—.
Vino a verle el médico por tercera vez y le preguntó por su enfermedad. Contestó el enfermo que había tenido diarrea.
—Eso va bien —dijo el médico—, y se marchó.
Vino un pariente a ver al enfermo y le preguntó que cómo iba.
—Me muero —contesto— a fuerza de ir bien.
Por lo general, quienes nos rodean nos juzgan por las apariencias y nos consideran felices por cosas que en realidad nos producen profundo dolor.
Un médico ignorante trataba a un enfermo; los demás médicos habían asegurado que, aunque no estaba en peligro, su mal sería de larga duración; únicamente el médico ignorante le dijo que tomara todas sus disposiciones porque no pasaría del día siguiente.
Al cabo de algún tiempo, el enfermo se levantó y salió, pálido y caminando con dificultad. Nuestro médico le encontró y le dijo:
—¿Cómo están, amigos, los habitantes del infierno?
—Tranquilos —contestó—, porque han bebido el agua del Lecteo. Pero últimamente Hades y la Muerte proferían terribles amenazas contra los médicos porque no dejan morir a los enfermos, y a todos los apuntaban en su libro. Iban a apuntarte a ti también, pero yo me arrojé a sus pies jurándoles que no eras un verdadero médico y diciendo que te habían acusado sin motivo.
Ten cuidado con los que pretenden arreglar tus problemas sin tener preparación para ello.
Un eunuco fue en busca de un sacerdote y le pidió que hiciera un sacrificio en su favor a fin de que pudiera ser padre.
Y el sacrificador le dijo:
Observando el sacrificio, pido que tú seas padre; pero viendo tu persona, ni siquiera me pareces un hombre.
No debemos pretender lo que bien sabemos que no estamos en condiciones de obtener.
Un avaro que también era de ánimo apocado encontró un león de oro, y púsose a decir:
—¿Qué hacer en este trance? El espanto paraliza mi razón; el ansia de riqueza por un lado y el miedo por otro me desgarran. ¿Qué azar o qué dios ha hecho un león de oro? Lo que me sucede llena mi alma de turbación; quiero el oro, y temo la obra hecha con oro; el deseo me empuja a cogerlo, y mi natural a dejarlo.
¡Oh fortuna que ofrece y que no permite tomar! ¡Oh tesoro que no da placer! ¡Oh favor de un dios que es un suplicio! ¿Qué haré para que venga a mis manos? Volveré con mis esclavos para coger el león con esta tropa de amigos, mientras yo miro desde lejos.
No es correcto acaparar riquezas para no usarlas nosotros ni dejarlas usar a los demás.
Aprovechémoslas para ponerlas al servicio de todos, incluidos nosotros mismos.
En cierta ocasión viajaban juntos un hombre y un león. Iban disputando que quién era más, cuando al pie del camino encontraron una estela de piedra que representaba a un hombre estrangulando a un león.
—Ahí ves cómo somos más fuertes que vosotros dijo el hombre enseñándosela al león.
—Si los leones supieran esculpir —respondió el león con una sonrisa—, verías a muchos más hombres entre las garras del león.
No nos jactemos con palabras vanas de lo que la experiencia desmiente con claridad.
Se dice que en otro tiempo un hombre concertó un pacto de amistad con un sátiro. Llegó el invierno y con él el frío; el hombre arrimaba las manos a la boca y soplaba en ellas. Le preguntó el sátiro por qué lo hacía. Repuso que se calentaba la mano a causa del frío
Se sirvieron luego la comida y los alimentos estaban muy calientes, y el hombre, cogiéndolos a trocitos, los acercaba a la boca y soplaba en ellos. Le preguntó otra vez el sátiro por qué lo hacia. Contestó que enfriaba la comida porque estaba muy caliente.
—¡Pues escucha —exclamó el sátiro—, renuncio a tu amistad porque lo mismo soplas con la boca lo que está frío que lo que está caliente!
No nos confundamos con aquellos que nos presentan o aparentan incertidumbre en sus actos.
Un pobre tenía una estatuita de un dios, al que suplicaba que le diera la fortuna; pero como su miseria no hacía más que aumentar, se enojó, y cogiendo al dios por un pie, le golpeó contra la pared. Rompióse la cabeza del dios, desparramando monedas de oro. El hombre las recogió y exclamó:
—Por lo que veo, tienes las ideas al revés, además de ser un ingrato, porque cuando te adoraba, no me has ayudado, y ahora que acabo de tirarte, me contestas colmándome de riqueza.
Nada ganamos elogiando a los ingratos o malvados, más se consigue castigándolos.
El estómago y los pies discutían sobre su fuerza.
Los pies repetían a cada momento que su fuerza era de tal modo superior, que incluso llevaban al estómago.
A lo que éste respondió:
—Amigos míos, si yo no les diera el alimento, no me podrían llevar.
Veamos siempre con atención dónde se inicia realmente la cadena de sucesos.
Demos el mérito a quien realmente es la base de lo que juzgamos.
Un médico tenía en tratamiento a un enfermo.
Este murió, y el médico decía a las personas del acompañamiento:
—Si este hombre se hubiera abstenido del vino y se hubiese puesto lavativas, no hubiera muerto.
Las correcciones debemos hacerlas siempre en el momento oportuno y no dejarlas sólo para mencionarlas cuando ya es tarde.
Arrojado un náufrago en la orilla, se durmió de fatiga; mas no tardó en despertarse, y al ver al mar, le recriminó por seducir a los hombres con su apariencia tranquila para luego, una vez que los ha embarcado sobre sus aguas, enfurecerse y hacerles perecer.
Tomó el mar la forma de una mujer y le dijo:
—No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches, amigo mío; porque yo soy tal como me ves ahora!, y son los vientos los que, lanzándose sobre mí de repente, me encrespan y enfurecen.
Nunca hagamos responsable de una injusticia a su ejecutor cuando actúa por orden de otros, sino a quienes tienen autoridad sobre él.
Entraron unos ladrones en una casa y sólo encontraron un gallo; se apoderaron de él y se marcharon.
A punto de ser inmolado por los ladrones, les rogó el gallo que le perdonaran alegando que era útil a los hombres, despertándolos por la noche para ir a sus trabajos.
—Mayor razón para matarte, —exclamaron los ladrones—, puesto que despertando a los hombres nos impides robar.
Nada hay que aterrorice más a los malvados que todo aquello que es útil para los honrados.
Rendían unos hacheros un pino y lo hacían con gran facilidad gracias a las cuñas que habían fabricado con su propia madera.
Y el pino les dijo:
—No odio tanto al hacha que me corta como a las cuñas nacidas de mí mismo.
Es más duro el sufrimiento del daño que nace de uno mismo que del que proviene de afuera.
Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia.
Les llamó y les dijo que le llevaran una gavilla de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.