No pudiendo salir para buscar comida, empezó por devorar a sus carneros; luego, como el mal tiempo seguía, comió también a las cabras; y en fin, como no paraba el temporal, acabó con sus propios bueyes. Viendo entonces los perros lo que pasaba se dijeron entre ellos:
—Larguémonos de aquí, pues, si el amo ha sacrificado los bueyes que trabajan con él, ¿cómo nos perdonaría a nosotros?
Cuídate muy en especial de aquellos que no temen en maltratar a sus mejores amigos.
A punto de acabar su vida, quiso un labrador dejar experimentados a sus hijos en la agricultura.
Así, les llamó y les dijo:
—Hijos míos: voy a dejar este mundo; buscad lo que he escondido en la viña, y lo hallaréis todo.
Creyendo sus descendientes que había enterrado un tesoro, después de la muerte de su padre, con gran afán removieron profundamente el suelo de la viña.
Tesoro no hallaron ninguno, pero la viña, tan bien removida quedó, que multiplicó su fruto.
El mejor tesoro siempre lo encontrarás en el trabajo adecuado.
Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino.
Vio por tierra un objeto parecido a una manzana e intentó aplastarlo. El objeto duplicó su volumen. Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen el camino. El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.
En esto se le apareció Atenea y de dijo:
—Escucha, hermano; este objeto es el espíritu de la disputa y de la discordia; si se le deja tranquilo, permanece como estaba al principio; pero si se le toca, ¡mira cómo crece!
La disputa y la discordia son causa de grandes males a la humanidad. Nunca las estimules.
Recibido Hércules entre los dioses y admitido a la mesa de Zeus, saludaba con mucha cortesía a cada uno de los dioses.
Llegó Plutón de último, y Hércules, bajando la vista al suelo, se alejó de él.
Sorprendido Zeus por su actitud, le preguntó por qué apartaba los ojos de Plutón después de haber saludado tan amablemente a todos los otros dioses.
—Porque, —contestó Hércules— en los tiempos en que yo me encontraba entre los hombres, casi siempre le veía en compañía de los bribones; por eso aparto la mirada de él.
No hagas amistad con quien conoces que no ha actuado correctamente.
Un leñador que a la orilla de un río cortaba leña, perdió su hacha. Sin saber que hacer, se sentó llorando a la orilla.
Compadecido Hermes de su tristeza, se arrojó al río y volvió con un hacha de oro, preguntando si era esa la que había perdido. Le contestó el leñador que no, y volvió Hermes a sumergirse, regresando con una de plata. El leñador otra vez dijo que no era suya, por lo que Hermes se sumergió de nuevo, volviendo con el hacha perdida. Entonces el hombre le dijo que sí era esa la de él.
Hermes, seducido por su honradez, le dio las tres hachas.
Al volver con sus compañeros, les contó el leñador su aventura. Uno de ellos se propuso conseguir otro tanto. Dirigióse a la orilla del río y lanzó su hacha en la corriente, sentándose luego a llorar.
Entonces Hermes se le apareció también y, sabiendo el motivo de su llanto, se arrojó al río y le presentó igualmente un hacha de oro, preguntándole si era la que había perdido. El bribón, muy contento exclamó:
—¡Sí, ésa es!
Pero el dios horrorizado por su desvergüenza, no sólo se quedó con el hacha de oro, sino que tampoco le devolvió la suya.
La divinidad no sólo ayuda a quien es honrado, sino que castiga a los deshonestos.
Conducía Hermes un día por toda la tierra una carreta cargada de mentiras, engaños y malas artes, distribuyendo en cada país una pequeña cantidad de su cargamento.
Más al llegar al país de los malvados, los astutos y los aprovechados, la carreta, según dicen, se atascó de pronto, y los habitantes del país, como si se tratara de una carga preciosa, saquearon el contenido de la carreta, sin dejar a Hermes seguir a los otros pueblos, dejándose para ellos todo su contenido.
Por eso los malvados, los astutos y los aprovechados son los mayores mentirosos de la tierra.
Quiso Hermes saber hasta dónde le estimaban los hombres, y, tomando la figura de un mortal, se presentó en el taller de un escultor.
Viendo una estatua de Zeus, preguntó cuánto valía.
—Un dracma —le respondieron—.
Sonrió y volvió a preguntar:
¿Y la estatua de Hera cuánto?
—Vale más —le dijeron—.
Viendo luego una estatua que le representaba a él mismo, pensó que, siendo al propio tiempo el mensajero de Zeus y el dios de las ganancias, estaría muy considerado entre los hombres; por lo que preguntó su precio.
El escultor contestó:
—No te costará nada. Si compras las otras dos, te regalaré ésta.
Nuestra propia vanidad siempre nos lleva a pasar por terribles desilusiones.
Modeló Zeus al hombre y a la mujer y encargó a Hermes que los bajara a la Tierra para enseñarles dónde tenían que cavar el suelo a fin de procurarse alimentos.
Cumplió Hermes el encargo; la Tierra, al principio, se resistió; pero Hermes insistió, diciendo que era una orden de Zeus.
—Esta bien dijo la Tierra—; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo pagarán con sus lágrimas y lamentos!
No hay frutos ni recompensa si no hay sacrificio y esfuerzo.
Hermes quiso comprobar si el arte adivinatorio de Tiresias era verdadero; para lo cual le robó sus bueyes en el campo y luego, bajo la figura de un mortal, se fue a la ciudad y entró en la casa de Tiresias.
Cuando supo la pérdida de su yunta, Tiresias se trasladó a las afueras con Hermes para observar un augurio en el vuelo de las aves, rogando a Hermes le dijera el pájaro que apareciese.
Hermes vio un águila que pasaba volando de izquierda a derecha y se lo dijo. Respondió Tiresias que ese pájaro no les importaba.
A la segunda vez, vio el dios una corneja encaramada en un árbol que ora alzaba los ojos al cielo, ora se inclinaba hacia la Tierra, y así se lo dijo. Entonces el adivino contestó:
—¡Esa corneja jura por el cielo y por la tierra que depende de ti que vuelva a encontrar mis bueyes!
El ladrón gusta volver a visitar el lugar de su robo.
Decidió Zeus en pasados tiempos que Hermes grabase en conchas las faltas de los hombres, depositando estas conchas a su lado en un cofre para hacer justicia a cada uno.
Pero las conchas se mezclaron unas con otras, y unas que llegaron después que otras, pasaron antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias.
Por eso no nos incomodemos cuando los malhechores no reciben pronto su merecido castigo.
Tarde o temprano les llegará su turno.
Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.
Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá de donde se encontraba él.
Cuando competimos con rivales mucho más poderosos, no sólo no los pasaremos, sino que además se burlarán de nosotros.
Cuando Zeus modeló al hombre, le dotó en el acto de todas las inclinaciones pero olvidó dotarle del pudor.
No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus ruegos apremiantes, dijo:
Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, yo saldré enseguida.
Desde entonces a Eros y el pudor no se les volvió a ver juntos.
Encerró Zeus todos los bienes en un tonel, dejándolo entre las manos de un hombre.
Este hombre, que era un curioso, levantó la tapa del tonel porque quería saber lo que había dentro, y al hacerlo, todos los bienes volaron hacia los dioses, menos la Esperanza.
De ahí que la esperanza sea la satisfacción de los humanos, que les promete el regreso de los bienes desaparecidos.
Anunciadas las bodas de Zeus, todos los animales le honraron con presentes, cada uno según sus medios.
La serpiente subió hasta Zeus arrastrándose, con una rosa en la boca. Más al verla dijo Zeus:
—De todos acepto sus presentes, pero no los quiero de tu boca.
No debemos confiarnos de las aparentes bondades de los malvados.
Para celebrar sus bodas, Zeus invitó a todos los animales. Sólo faltó la tortuga.
Intrigado por su ausencia, le preguntó al día siguiente:
—¿Cómo solamente tú entre todos los animales no viniste a mi festín?
—¡Hogar familiar, hogar ideal! —respondió la tortuga—.
Zeus, indignado contra ella, la condenó a llevar eternamente la casa a cuestas.
No nos encerremos en nuestro pequeño mundo.
Ampliemos nuestro horizonte compartiendo sanamente con nuestro alrededor.
Admirado Zeus de la inteligencia y finura de la zorra, le confirió el reinado sobre los animales.
Quiso, no obstante, saber si al cambiar de fortuna había mudado también de inclinaciones, y, hallándose el nuevo rey de paseo en su litera, dejó Zeus caer un escarabajo ante sus ojos.
Entonces la zorra, incapaz de contenerse, viendo al escarabajo revolotear alrededor de su litera, saltó fuera de ésta y, despreciando las conveniencias, intentó atrapar al escarabajo.
Molesto Zeus por su conducta, volvió a la zorra a su antiguo estado.
La naturaleza, o modo de ser de las personas, no se cambian al cambiar de título.
Envidiosas las abejas a causa de la miel que les arrebataban los hombres, fueron en busca de Zeus y le suplicaron que les diera fuerza bastante para matar con las punzadas de su aguijón a los que se acercaran a sus panales.
Zeus, indignado al verlas envidiosas, las condenó a perder su dardo cuantas veces hirieran a alguno y a morir ellas mismas después.
La envidia no es buena consejera, más bien nos puede llevar a perder lo que ya poseemos.
Zeus, después de modelar a los hombres, encargó a Hermes que les distribuyera la inteligencia.
Hermes partió la inteligencia en partes iguales para todos y vertió a cada uno la suya.
Sucedió con esto que los hombres de poca estatura, llenos por su porción, fueron hombres sesudos, mientras que a los hombres de gran talla, debido a que la porción no llegaba a todas las partes de su cuerpo, les correspondió menos inteligencia que a los otros.
No es la apariencia de grandeza lo que confiere grandeza, es lo que está por dentro y no se aparenta lo que nos hace ser lo que realmente somos.
Quejábanse los robles a Zeus en estos términos:
—En vano vemos la luz, pues estamos expuestos, más que todos los demás árboles, a los golpes brutales del hacha.
—Vosotros mismos sois los autores de vuestra desgracia —respondió Zeus—; si no dierais la madera para fabricar los mangos,las vigas y los arados, el hacha os respetaría.
Antes de culpar a otros de nuestros males, veamos antes si no los causamos nosotros mismos.
Zeus hizo un toro, Prometeo un hombre, Atenea una casa, y llamaron a Momo como juez.
Momo, celoso de sus obras, empezó a decir que Zeus había cometido un error al no colocar los ojos del toro en los cuernos, a fin de que pudiera ver dónde hería, y Prometeo otro al no suspender el corazón del hombre fuera de su pecho para que la maldad no estuviera escondida y todos pudieran ver lo que hay en el espíritu.
En cuanto a Atenea, que debía haber colocado su casa sobre ruedas, con objeto de que si un malvado se instalaba en la vecindad, sus moradores pudieran trasladarse fácilmente.
Zeus, enojado por su envidia, arrojó a Momo del Olimpo.
Cualquier obra que se haga, por más perfecta que parezca, siempre alguien encontrará alguna razón para criticarla.
Así que nunca nos desanimemos por lo que juzguen de nuestras obras; nunca faltará quien le encuentre defectos.
Se había enamorado una gata de un hermoso joven, y rogó a Afrodita que la hiciera mujer. La diosa, compadecida de su deseo, la transformó en una bella doncella, y entonces el joven, prendado de ella, la invitó a su casa.
Estando ambos descansando en la alcoba nupcial, quiso saber Afrodita si al cambiar de ser a la gata había mudado también de carácter, por lo que soltó un ratón en el centro de la alcoba.
Olvidándose la gata de su condición presente, se levantó del lecho y persiguió al ratón para comérselo. Entonces la diosa, indignada, la volvió a su original estado.
El cambio de estado de una persona, no la hace cambiar de sus instintos.
Prevaliéndose de la debilidad de los Bienes, los Males los expulsaron de la Tierra, y los Bienes entonces subieron a los Cielos.
Una vez estando allí preguntaron a Zeus cuál debía ser su conducta con respecto a los hombres. Les respondió el dios que no se presentaran a los mortales todos en conjunto, sino uno tras otro.
Esta es la razón por la que los Males, que viven continuamente entre los hombres, los asedian sin descanso, mientras que los Bienes, como descienden de los cielos, sólo se les acercan de vez en cuando.
Tengamos siempre presente que estamos continuamente acechados por los males para su acción inmediata, mientras que para recibir los bienes, debemos tener paciencia.
Un hombre ya canoso tenía dos pretendientes, una joven y otra más vieja.
Apenada la de mayor edad de tratar con un hombre más joven que ella, cada vez que él la visitaba le quitaba los cabellos negros.
A su vez la más joven, no queriendo tener por amante a un hombre viejo, le arrancaba los cabellos canos.