Las fábulas de Esopo (12 page)

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Authors: Esopo

Tags: #Cuentos, #Relatos

BOOK: Las fábulas de Esopo
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Con esto sucedió que el hombre, pelado alternativamente por una y por la otra, se quedó completamente calvo.

Lo que mal se distribuye, mal se retribuye.

237 - El batanero y el carbonero.

Un carbonero que hacía su trabajo en cierta casa visitó a un batanero que trabajaba no muy lejos de él, invitándole a trabajar en un mismo local, pues de este modo, además de mayor amistad vivirían con menos gastos al usar solamente una casa. Pero le respondió el batanero:

—Eso para mí es imposible, pues todo lo que yo blanqueara, tú lo ennegrecerías de hollín al instante.

No debemos asociar actividades de naturalezas contradictorias.

238 - El guerrero y los cuervos.

Partió un hombre para la guerra, pero en el camino, oyendo graznar a los cuervos, tiró sus armas al suelo y se detuvo. Las tomó al rato nuevamente y prosiguió su marcha; más otra vez graznaron los cuervos. De nuevo se detuvo y entonces les dijo:

—¡Pueden gritar cuanto les venga en gana, pero no tendrán un banquete con mi carne!.

Cuando no se tiene determinación en las acciones, éstas nunca se llegan a realizar.

239 - Las gallinas y la comadreja.

Supo una comadreja de que en un corral había unas gallinas enfermas, y disfrazándose de médico, cogió los instrumentos del oficio y se acercó al gallinero. Ya en la puerta, preguntó a las gallinas que cómo les iba con su salud.

—¡Mucho mejor si tú te largas! —le respondieron—.

Si somos precavidos, podremos descubrir las falsas poses de los malvados.

240 - El deudor ateniense.

Un ateniense endeudado, apremiado por su acreedor para que le pagara su deuda, le pidió a éste que le concediera un corto plazo con el pretexto de que se hallaba en apuro; mas no logrando convencerle, trajo la única marrana que poseía, disponiéndose a venderla en presencia de su acreedor.

Llegó un comprador preguntando si la marrana era fecunda.

—Tan fecunda es —respondió el deudor— que hasta es extraordinaria: en los Misterios pare hembras y en las Panateneas pare machos.

—¡No te asombres tanto aún, porque esta marrana, además, te dará cabritos en las Dionisíacas!

La desesperación es causa de grandes mentiras.

241 - Dos hombres disputando acerca de los dioses.

Se encontraban disputando dos hombres sobre cuál de los dioses, Hércules o Teseo era el más grande.

Pero los dioses, irritados contra ellos, se vengaron cada uno en el país del otro.

Cuando los inferiores disputan sobre sus superiores, no tardarán éstos en reaccionar contra ellos.

242 - El ciego.

Érase una vez un ciego muy hábil para reconocer al tacto cualquier animal al alcance de su mano, diciendo de qué especie era. Le presentaron un día un lobezno, lo palpó y quedó indeciso.

—No acierto —dijo—, si es hijo de una loba, de una zorra o de otro animal de su misma cualidad; pero lo que sí sé es que no ha nacido para vivir en un rebaño de corderos.

La naturaleza de la maldad se puede notar en una sola de sus características.

243 - El homicida.

Un hombre que había cometido un homicidio era perseguido por los familiares de la víctima.

Despertó la liebre ante los ruidos de la persecución, y no esperando más, emprendió su huída.

Pero llegando a orillas de un río, tropezó con un lobo, y huyéndole, se subió a un árbol de la orilla; y cuando estaba allí subido miró una serpiente que trepaba hacia él, por lo que optó por echarse al río, donde terminó en la boca de un cocodrilo.

La naturaleza es enemiga de los malvados.

244 - El embustero.

Un hombre enfermo y de escasos recursos prometió a los dioses sacrificarles cien bueyes si le salvaban de la muerte. Queriendo probar al enfermo, los dioses le ayudaron a recobrar rápidamente la salud, y el hombre se levantó del lecho. Mas como no poseía los cien bueyes comprometidos, los modeló con sebo y los llevó a sacrificar a un altar, diciendo:

—¡Aquí tienen, oh dioses, mi ofrenda!

Los dioses decidieron también burlarse entonces a su vez del embustero, y le enviaron un sueño que le instaba a dirigirse a la orilla del mar, donde inmediatamente encontraría mil monedas de plata.

No pudiendo contener su alegría, el hombre corrió a la playa, pero allí cayó en manos de unos piratas que luego lo vendieron. Y fue así como encontró las mil monedas de plata.

Quien trata de engañar, al final termina engañado.

245 - El hombre negro.

Cierto patrón llevó a trabajar a su propiedad a un hombre negro, pensando que su color provenía a causa de un descuido de su anterior propietario.

Una vez en su casa, probó todas las jabonadas posibles, intentó toda clase de trucos para blanquearlo, pero de ninguna manera pudo cambiar su color y terminó poniendo enfermo al negro a fuerza de tantos intentos.

Lo que la naturaleza diseña, se mantiene firme.

246 - El pícaro.

Un pícaro se comprometió a demostrar que el oráculo de Delfos mentía.

Llegó el día señalado y el pícaro tomó un pajarito y, escondiéndolo bajo de su manto, se dirigió al templo.

Encarándose ante el oráculo preguntó si lo que tenía en la mano era un ser vivo o era inanimado.

Si el dios decía «inanimado», el hombre mostraría al pajarito vivo; si decía «vivo», lo enseñaría muerto, después de haberlo ahorcado. Pero el dios, viendo de lo que se trataba con esa malvada intención, respondió:

Deja tu engaño, pícaro, pues bien sabes que de ti depende que lo que tienes en la mano se muestre muerto o vivo.

El poder divino no es para llevarle al engaño.

247 - El fanfarrón.

Un atleta, que era muy conocido de sus conciudadanos por su debilidad, partió un día para tierras lejanas.

Volvió después de algún tiempo, anunciando que había llevado a cabo grandes proezas en distintos países; contaba con especial esmero haber hecho en Rodas un salto que nunca antes ninguno de los atletas coronados en los juegos olímpicos había sido capaz de realizar, agregando además que presentaría los testigos de su hazaña si algunos de los que allí se hallaban presentes venían alguna vez a su tierra.

Uno de los oyentes tomó la palabra y dijo:

—Oye, amigo: si eso es cierto, no necesitamos testigos; esto es Rodas, da el salto y muéstralo.

Si no puedes probar con los hechos lo que dices, no estás diciendo nada.

248 - Hércules y el boyero.

Conducía un boyero una carreta hacia una aldea, y la carreta se despeñó a un barranco profundo.

El boyero, en lugar de ayudar a los bueyes a salir de aquel trance, se quedó allí cruzado de brazos, invocando entre todos los dioses a Hércules, que era el de su mayor devoción. Llegó entonces Hércules y le dijo:

—¡Toma una rueda, hostiga a los bueyes y no invoques a los dioses si no hay esfuerzo de tu parte!

—Si no lo haces así, nos invocarás en vano.

La oración debe acompañarse siempre previamente de la acción.

249 - El hombre y la hormiga.

Se fue a pique un día un navío con todo y sus pasajeros, y un hombre, testigo del naufragio, decía que no eran correctas las decisiones de los dioses, puesto que, por castigar a un solo impío, habían condenado también a muchos otros inocentes.

Mientras seguía su discurso, sentado en un sitio plagado de hormigas, una de ellas lo mordió, y entonces, para vengarse, las aplastó a todas.

Se le apareció al momento Hermes, y golpeándole con su caduceo, le dijo:

—Aceptarás ahora que nosotros juzgamos a los hombres del mismo modo que tu juzgas a las hormigas.

Antes de juzgar el actuar ajeno, juzga primero el tuyo.

250 - Zeus, los animales y los hombres.

Dicen que Zeus modeló a los animales primero y que les concedió la fuerza a uno, a otro la rapidez, al de más allá las alas; pero al hombre lo dejó desnudo y éste dijo:

—¡Sólo a mí me has dejado sin ningún favor!

—No te das cuenta del presente que te he hecho —repuso Zeus—, y es el más importante, pues has recibido la razón, poderosa entre los dioses y los hombres, más poderosa que los animales más poderosos, más veloz que las aves más veloces.

Entonces el hombre, reconociendo el presente recibido de Zeus se alejó adorando y dando gracias al dios.

Que las grandezas que observamos en las criaturas de la naturaleza, no nos hagan olvidar que fuimos obsequiados con la mayor de todas ellas.

251 - El mercader de estatuas.

Un hombre hizo una estatuilla de un Hermes en madera y la llevó a la plaza para su venta.

Como nadie llegaba a comprarla, se le ocurrió llamar la atención anunciando que vendía un dios que obsequiaba bondades y beneficios. Entonces uno de los curiosos le dijo:

—Oye, si tan bueno es, ¿por qué la vendes y no te aprovechas de su ayuda?

—Porque yo, —contestó aquél— necesito la ayuda inmediatamente, y él nunca se apura en conceder sus beneficios.

Nunca dejes que el momentáneo interés material predomine sobre el espíritu.

252 - La mujer intratable.

Tenía un hombre una esposa siempre malhumorada con todas las gentes de su casa. Queriendo saber si sería de igual humor con los criados de su padre, la envió a casa de éste con un pretexto cualquiera.

De regreso después de unos días, le preguntó el marido cómo la habían tratado los criados en casa de su padre, y ella respondió:

—Los pastores y los boyeros sólo me miraban de reojo.

—Pues si tan mal te miraban, los que salen con los rebaños al despuntar el día y no vuelven hasta el empezar la noche, ¿cómo te mirarían todos aquellos con quienes pasabas el día entero?

Pequeños signos nos señalan grandes cosas, y débiles luces nos muestran secretos ocultos.

253 - El náufrago.

Navegaba un rico ateniense en una nave junto con otros pasajeros. De pronto, a causa de una súbita y violenta tempestad, empezó rápidamente a hacer agua el navío.

Y mientras los demás pasajeros, con su esfuerzo, trataban de salvarse a nado, el rico ateniense, invocando a cada instante a la diosa Atenea, le prometía efusivamente toda clase de ofrendas si por su medio lograba salvarse.

Uno de los náufragos que lo oía a su lado le dijo:

—Pide a Atenea, pero también a tus brazos.

Cuando pidas ayuda en tus problemas, primero demuestra que ya estás trabajando para solucionarlos.

254 - Los pescadores y el atún.

Salieron a pescar al mar unos pescadores y luego de largo rato sin coger nada, se sentaron en su barca, entregándose a la desesperación.

De pronto, un atún perseguido y que huía ruidosamente, saltó y cayó por error a su barca; lo tomaron entonces los pescadores y lo vendieron en la plaza de la ciudad.

Existen extraños momentos en que por circunstancias del azar, obtenemos lo que no se pudo con el arte.

255 - Prometer lo imposible.

Un hombre pobre se hallaba gravemente enfermo. Viendo que no podrían los médicos salvarle, se dirigió a los dioses, prometiendo ofrendarles una hecatombe y consagrarles múltiples exvotos si lograba restablecerse. Le oyó su mujer, que lo acompañaba a su lado, y le preguntó: —¿Y de dónde sacarás tanto dinero para cubrir todo eso?

—¿Y crees tú que los dioses me lo van a reclamar si me restableciera? —repuso el enfermo—.

Nunca hagas promesas que de antemano ya sabes que será imposible cumplirlas.

256 - La liebre y la tortuga.

Cierto día una liebre se burlaba de las cortas patas y lentitud al caminar de una tortuga. Pero ésta, riéndose, le replicó:

—Puede que seas veloz como el viento, pero yo te ganaría en una competencia.

Y la liebre, totalmente segura de que aquello era imposible, aceptó el reto, y propusieron a la zorra que señalara el camino y la meta.

Llegado el día de la carrera, arrancaron ambas al mismo tiempo. La tortuga nunca dejó de caminar y a su lento paso pero constante, avanzaba tranquila hacia la meta. En cambio, la liebre, que a ratos se echaba a descansar en el camino, se quedó dormida.

Cuando despertó, y moviéndose lo más veloz que pudo, vio como la tortuga había llegado de primera al final y obtenido la victoria.

Con seguridad, constancia y paciencia, aunque a veces parezcamos lentos, obtendremos siempre el éxito.

257 - El viajero y su perro.

Un viajero listo para salir de gira, vio a su perro en el portal de su casa estirándose y bostezando. Le preguntó con energía:

—¿Por qué estás ahí vagabundeando?, todo está listo menos tú, así que ven conmigo al instante.

El perro, meneando su cola replicó:

—Oh patrón, yo ya estoy listo, más bien es a ti a quien yo estoy esperando.

El perezoso siempre culpa de los retardos a sus seres más cercanos.

258 - El niño ciego y su madre.

Un niño ciego de nacimiento, dijo una vez a su madre:

—¡Yo estoy seguro de que puedo ver!.

Y con el deseo de probarle a él su error, su madre puso delante de él unos granos de aromoso incienso y le preguntó:

—¿Qué es eso?

El niño contestó:

—Una piedra.

A lo que su madre exclamó:

—Oh mi hijo, temo que no sólo estás ciego, sino que tampoco tienes olfato.

No nos engañemos creyendo que nuestras ilusiones son realidades, pues podríamos luego encontrar que nuestra situación era peor de lo supuesto.

259 - La granada, el manzano y el espino.

La granada y el manzano disputaban sobre quien de ellos era el máximo.

Cuando la discusión estaba en lo más ardiente, un espino, desde su vecindad alzó su voz diciendo severamente:

—Por favor, mis amigos, en mi presencia, al menos déjense de esas vanas discusiones.

Quien tiene el poder de castigar, termina siendo el máximo.

260 - El labrador y la cigüeña.

Un Labrador colocó trampas en su terreno recién sembrado y capturó un número de grullas que venían a comerse las semillas. Pero entre ellas se encontraba una cigüeña, la cual se había fracturado una pata en la trampa y que insistentemente le rogaba al labrador le conservara la vida:

—Te ruego me liberes, amo —decía—, sólo por esta vez. Mi quebradura exaltará tu piedad, y además, yo no soy grulla, soy una cigüeña, un ave de excelente carácter, y soy muy buena hija. Mira también mis plumas, que no son como las de esas grullas.

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