Los empleados del granjero corrieron inmediatamente con palos y horcas, enseñándole al asno que las toscas actuaciones no son cosa de broma.
No nos dejemos llevar del mal consejo que siempre dan los injustificados celos.
Sepamos apreciar los valores de los demás.
Se jactaba un oso de amar a los hombres vivos por la razón de que no le gustaban los cadáveres. La zorra le replicó:
—¡Quisieran los dioses que destrozaras a los muertos y no a los vivos!
Nunca pienses en destruir lo que es útil.
Si quieres mejorar algo que funciona, tómalo como base inicial, sin dañarlo, y no como material de desecho.
Una alondra moñuda cayó en una trampa y se dijo suspirando:
—¡Desgraciada alondra! A nadie has robado ni oro ni plata, ni cosa valiosa alguna; pero llevarse un insignificante granito de trigo ajeno será la causa de tu muerte.
Nunca te expongas a un gran peligro por un mezquino beneficio.
El hijo de un labrador se hallaba tostando unos caracoles.
Oyéndoles crepitar dijo:
—¡Ah miserables animalejos, están sus casas ardiendo, y aún cantan!
Hacer las cosas fuera del tiempo o lugar que les corresponde, no es nada inteligente.
Se reunieron un día las liebres y se lamentaban entre sí de llevar una vida tan precaria y temerosa, pues, en efecto, ¿no eran víctimas de los hombres, de los perros, de las águilas, y otros muchos animales? ¡Más valía morir de una vez que vivir en el terror!
Tomada esta resolución, se lanzaron todas al mismo tiempo a un estanque para morir en él ahogadas.
Pero las ranas, que estaban sentadas alrededor del estanque, en cuanto oyeron el ruido de su carrera, saltaron asustadas al agua. Entonces una de las liebres, la que parecía más inteligente que las demás, dijo:
—¡Alto compañeras! ¡No hay que apurarse tanto, pues ya veis que aún hay otros más miedosos que nosotras!
El consuelo de los desgraciados es encontrar y ver a otros en peores condiciones.
Se introdujo una comadreja en el taller de un herrero y se puso a lamer una lima que ahí se encontraba.
Al cabo de un rato su lengua arrojaba sangre en abundancia, y la comadreja se puso muy feliz pensando que había arrancado algo al hierro, hasta que acabó por perder su propia lengua.
Piensa siempre que si haces un daño, tarde o temprano éste regresará contra ti.
Se metió un cerdo dentro de un rebaño de carneros, y pacía con ellos. Pero un día lo capturó el pastor y el cerdo se puso a gruñir y forcejear.
Los carneros lo regañaban por gritón diciéndole:
—A nosotros también nos echa mano constantemente y nunca nos quejamos.
—Ah sí —replicó el cerdo—, pero no es con el mismo fin. A ustedes les echan mano por la lana, pero a mí es por mi carne.
Perder lo recuperable no nos debe preocupar, pero sí el perder lo que es irreparable.
Viéndose un atún perseguido por un delfín, huía con gran estrépito. A punto de ser cogido, la fuerza de su salto le arrojó sin darse cuenta, sobre la orilla. Llevado por el mismo impulso, el delfín también terminó en el mismo sitio. Se volvió el atún y vio al delfín exhalando el último suspiro.
—No me importa morir —dijo—, porque veo morir conmigo al causante de mi muerte.
Sufrimos con menos dolor las desgracias que nos hacen padecer, cuando las vemos compartidas con quienes nos las causan.
Cayó una mosca en una olla llena de carne. A punto de ahogarse en la salsa, exclamó para sí misma:
—Comí, bebí y me bañé; puede venir la muerte, no me importa ahora.
Al irresponsable no le importa el fracaso si su llegada a él le depara buenos momentos.
De un panal se derramó su deliciosa miel, y las moscas acudieron ansiosas a devorarla. Y era tan dulce que no podían dejarla. Pero sus patas se fueron prendiendo en la miel y no pudieron alzar el vuelo de nuevo. Ya a punto de ahogarse en su tesoro, exclamaron:
—¡Nos morimos, desgraciadas nosotras, por quererlo tomar todo en un instante de placer!
Toma siempre las cosas más bellas de tu vida con serenidad, poco a poco, para que las disfrutes plenamente.
No te vayas a ahogar dentro de ellas.
Dice una leyenda que la hormiga actual era en otros tiempos un hombre que, consagrado a los trabajos de la agricultura, no se contentaba con el producto de su propio esfuerzo, sino que miraba con envidia el producto ajeno y robaba los frutos a sus vecinos.
Indignado Zeus por la avaricia de este hombre, le transformó en hormiga.
Pero aunque cambió de forma, no le cambió el carácter, pues aún hoy día recorre los campos, recoge el trigo y la cebada ajenas y los guarda para su uso.
Aunque a los malvados se les castigue severamente, difícilmente cambian su naturaleza desviada.
Llegado el verano, una hormiga que rondaba por el campo recogía los granos de trigo y cebada, guardándolos para alimentarse durante el invierno.
La vio un escarabajo y se asombró de verla tan ocupada en una época en que todos los animales, descuidando sus trabajos, se abandonan a la buena vida. Nada respondió la hormiga por el momento; pero más tarde, cuando llegó el invierno y la lluvia deshacía las boñigas, el escarabajo hambriento fue a pedirle a la hormiga una limosna de comida. Entonces sí respondió la hormiga:
—Mira escarabajo, si hubieras trabajado en la época en que yo lo hacía y tú te burlabas de mí, ahora no te faltaría el alimento.
Cuando te queden excedentes de lo que recibes con tu trabajo, guarda una porción para cuando vengan los tiempos de escasez.
Pacía un toro en una pequeña isla, y dos escarabajos se alimentaban de su boñiga. Llegado el invierno, uno de ellos dijo al otro que iba a cruzar el mar a fin de que su compañero tuviera suficiente alimento, mientras él pasaría el invierno en tierra firme. Agregó que si encontraba comida en abundancia le traería a él también.
Cuando el escarabajo llegó al continente, encontró en él muchas y frescas boñigas, por lo que se estableció allí y se alimentó abundantemente. Pasó el invierno y volvió a la isla. Al verle su compañero gordo y saludable, le reprochó que no le hubiera llevado nada de lo prometido.
—No me culpes a mí —repuso—, sino a la naturaleza del lugar, porque se puede encontrar con qué vivir en él, pero es imposible alzar vuelo con tanta carga.
Siempre encontrarás supuestos amigos muy buenos para adular y prometer, pero no pasan de ahí, negándose a la hora real, de hacer un favor.
Delfines y ballenas libraban entre sí una batalla. Como la lucha se prolongaba con encarnizamiento, una caballa (que es un pez pequeño) salió a la superficie y quiso reconciliarlos. Pero un delfín tomó la palabra y dijo:
—Nos humilla menos combatirnos y morir los unos por los otros, que tenerte a ti por mediador.
Hay personas sin valor alguno, que en épocas de confusión, se llegan a creer grandiosas.
—No andes atravesada y no roces tus costados contra la roca mojada, —decía una langosta marina a su hija—.
—Madre, —repuso ésta—, tú, que quieres instruirme, camina derecha y yo te miraré y te imitaré.
Antes de dar un consejo con tu palabra, primero dalo con tu ejemplo.
Un tordo picoteaba los granos de un bosquecillo de mirlos y, complacido por la dulzura de sus pepitas, no se decidía a abandonarlo.
Un cazador de pájaros observó que el tordo se acostumbraba al lugar y lo cazó con liga.
Entonces el tordo, viendo próximo su fin, dijo:
—¡Desgraciado! ¡Por el placer de comer me he privado de la vida!.
Nunca dejes que un momentáneo placer te cierre las puertas de por vida.
El castor es un animal que vive en los pantanos. Ciertas de sus partes sirven, según dicen, para curar algunas enfermedades.
Por eso cuando se ve descubierto y perseguido para cortarle las partes, sabiendo por qué le persiguen, huye hasta alguna distancia, sirviéndose de la rapidez de sus pies para conservarse intacto; pero cuando se ve perdido, él mismo corta sus partes, las arroja y salva de este modo su vida.
A veces deshacerse de algunas fortunas puede significar evitarse una tragedia.
Llegó el verano y se celebraban las bodas del Sol.
Se regocijaban todos los animales de aquel acontecimiento, faltando poco para que también las ranas fueran de la partida; pero una de ellas exclamó:
—¡Insensatas! ¿Qué motivo tenéis para regocijaros? Ahora que es él solo, seca todos los pantanos; si toma mujer y tiene un hijo como él ¿qué nos quedará por sufrir?
Antes de celebrar un acontecimiento, primero ve sus futuras posibles consecuencias.
Decididos un día los árboles a elegir un rey que los gobernara, dijeron al olivo
—Reina en nosotros.
Y el olivo contestó:
—¿Renunciar yo al líquido aceite que tanto aprecian en mí los dioses y los hombres, para ir a reinar entre los árboles?
Y los árboles buscaron a la higuera pidiéndole:
—Ven a reinar entre nosotros.
Y la higuera respondió igualmente:
—¿Renunciar yo a la dulzura de mis frutos para ir a reinar entre vosotros?
Entonces los árboles dijeron al espino:
—Ven a reinar en nosotros.
Y el espino respondió a los árboles:
—Si en verdad queréis ungirme para reinar entre vosotros, venid a poneros bajo mi amparo, o si no que surja el fuego de la espina y devore los cedros del Líbano.
Quien no tiene buenos frutos que dar, lo malo que dé será para sufrimiento de los que le rodean.
Un nogal que había crecido al pie de un camino y al cual los caminantes herían a pedradas para tomar sus frutos, dijo para sí suspirando:
—¡Infeliz de mí que por mi bondad todos los años me atraigo injurias y dolores!
Hay quienes pagan con mal hasta los mejores bienes recibidos.
Seamos siempre agradecidos y no causemos daño.
Disputaban entre sí el abeto y el espino. Se jactaba el abeto diciendo:
—Soy hermoso, esbelto y alto, y sirvo para construir las naves y los techos de los templos. ¿Cómo tienes la osadía de compararte a mí?
—¡Si recordaras —replicó el espino— las hachas y las sierras que te cortan, preferirías la suerte del espino!
Busca siempre la buena reputación pues es una gran honra, pero sin jactarte por ello, y también cuídate de los que quieren aprovecharse de ella para su propio provecho.
Borracha de aceite una lámpara y lanzando una luz poderosa, se jactaba de ser más brillante que el sol. Pero en eso sopló un fuerte viento y se apagó enseguida. Alguien volvió a encenderla y le dijo:
—Ilumina, lámpara, pero cállate: el resplandor de los astros nunca se eclipsa tan fácilmente como el tuyo.
Nunca nos jactemos como si nos perteneciera, de aquello que no depende de nosotros.
Una bruja tenía como profesión vender encantamientos y fórmulas para aplacar la cólera de los dioses; no le faltaban clientes y ganaba de este modo ampliamente la vida. Pero fue acusada por ello de violar la ley, y, llevada ante los jueces, sus acusadores la hicieron condenar a muerte.
Viéndola salir del tribunal, un observador le dijo:
—Tú, bruja, que decías poder desviar la cólera de los dioses, ¿cómo no has podido persuadir a los hombres?
Nunca creas en los que prometen hacer maravillas en lo que no se ve, pero son incapaces de hacer cosas ordinarias.
Una esclava fea y mala gozaba del amor de su amo. Con el dinero que éste le daba, la esclava se embellecía con brillantes adornos, rivalizando con su propia señora.
Para agradecer a Afrodita que la hiciera bella, le hacía frecuentes sacrificios; pero la diosa se le apareció en sueños y dijo a la esclava:
—No me agradezcas el hacerte bella, si lo hago es porque estoy furiosa contra ese hombre a quien pareces hermosa.
No te ciegues por lo crees tu tesoro, no vaya a ser que sólo sea una carencia en tus vecinos.
Una mujer viuda tenía una gallina que le ponía un huevo todos los días.
Pensó que si le daba más cebada pondría dos huevos, y aumentó su ración.
Pero la gallina engordó y ya no pudo poner ni una vez al día.
Si sin control ni sabiduría forzas lo que ya te está sirviendo para que te dé más, sólo obtendrás que perderás lo que ya tienes.
Tenía una mujer un marido borracho. Para librarle de este vicio imaginó la siguiente treta.
Esperando el momento en que su marido se quedaba insensible como un muerto a causa de la embriaguez, cargó con él sobre sus espaldas, lo llevó al cementerio y allí lo dejó. Cuando juzgó que ya se le había pasado la mona, volvió y llamó a la puerta del cementerio.
—¿Quién llama ahí? —dijo el borracho—.
—Soy yo, que traigo la comida a los muertos —contestó la mujer—.
—No me traigas comida; prefiero que me traigas de beber —replicó el borracho—.
Y la mujer, golpeándose el pecho, exclamó:
—¡Qué desdichada soy! Ni siquiera mi treta ha hecho sobre ti el menor efecto, marido mío, pues no sólo no te has corregido, sino que te has agravado, convirtiéndose tu vicio en una segunda naturaleza.
No dejes que una conducta equivocada domine tu vida.
Pon tu razón sobre la equivocación.
Una vieja enferma de la vista llamó con la promesa de pagarle, a un médico. Este se presentó en su casa, y cada vez que le aplicaba el ungüento no dejaba, mientras la vieja tenía los ojos cerrados, de robarle los muebles poco a poco.