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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (31 page)

BOOK: Las esferas de sueños
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Una sensación de frustración se adueñó de él. Un deber más, una demora más, y esa vez no podía achacar la culpa a la hoja de luna de Arilyn.


Molestia
no es la palabra que yo hubiera elegido —repuso—. No obstante, será como dices.

Danilo envió a Arilyn un mensajero para cancelar los planes de esa noche, pero la semielfa regresó junto con el mensajero e insistió en acompañar a Danilo al distrito de los muelles. El joven se mostraba extrañamente preocupado y se negó a revelarle muchos detalles de la misión que tenía entre manos.

Le aseguró que sería un asunto sencillo. Únicamente tenía que establecer el primer contacto, y luego dos agentes arpistas se encargarían de todo. Arilyn estaba segura de que Dan no le mentía, aunque percibía que no se lo contaba todo.

Todas sus preguntas hallaron respuesta en el mismo instante en que una joven abrió la puerta de su alcoba. Esa mujer no era la amante de lord Rhammas, sino su hija.

Arilyn miró alternativamente a Danilo y a la muchacha. El parecido era notable.

Aunque el pelo de la mujer era de una tonalidad cobriza pálida muy poco usual, su rostro mostraba las mismas facciones bien formadas y huesos cincelados. Asimismo, poseía una figura esbelta y elegante, que a Arilyn le recordó la de una bailarina o, según pensó sobresaltada, la de una elfa dorada. Seguramente, la muchacha había tenido un antepasado elfo no más de dos o tres generaciones atrás. Aunque Arilyn nunca había percibido indicios de la lejana herencia elfa de Danilo, en el espejo que era el rostro de su hermana los vio claramente.

El parecido no acababa ahí. La vacilante sonrisa de la joven dejaba traslucir una

familiar picardía, y en la rápida y penetrante mirada con la que observaba a ambos visitantes había una evidente inteligencia. Arilyn habría apostado a que no se le escapaba casi nada.

Fuese lo que fuese lo que viera en ellos, la moza de taberna se tranquilizó. Dio un paso hacia atrás y los invitó a entrar en su pobre alcoba, ejecutando un amplio ademán que era a la vez sincero y de burla contra sí misma.

—Qué amable habéis sido al venir, lord Thann.

Danilo la reconoció con sorpresa.

—Lilly, no esperaba verte a ti.

—Ya me lo imagino. —Lilly miró a la semielfa y le dirigió una leve sonrisa de comprensión. Con esa sonrisa le confirmaba lo que sus ojos veían y lamentaba que los hombres fuesen tan ciegos—. Gracias por venir, compañera. Has sido muy amable al acompañar a lord Thann. Estas calles son peligrosas.

—Estás a salvo —le aseguró Arilyn, y miró a Danilo para que expusiera el plan.

Al noble le había llamado la atención un pequeño objeto dejado sobre el lecho.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó.

Lilly se estremeció.

—Sí, supongo que sí. Es una debilidad mía, me temo.

—Y muy peligrosa —le advirtió Dan.

El tono severo que empleó hizo que se pareciera más a Khelben Arunsun de lo que Arilyn habría creído posible. La semielfa dudó si comentárselo o no, pero decidió guardarse para sí la observación en espera de un momento más oportuno; siempre era conveniente tener una o dos armas secretas.

Tras advertir brevemente a la joven de los peligros que entrañaba tomarse la magia a la ligera, rápidamente le expuso el plan de huida. Dos arpistas, Héctor y Cynthia, se presentarían en la taberna hacia el final del último turno. Héctor conduciría un pequeño carro cubierto hasta el callejón, y Cynthia subiría subrepticiamente a la alcoba de Lilly. Entonces, se intercambiarían la ropa, y Cynthia ocuparía su lugar. A continuación, Héctor la llevaría hasta la puerta norte y la dejaría en manos de un discreto jefe de caravana, que le ofrecería pasaje hasta una aldea cuyos habitantes se dedicaban al cultivo de manzanos. Desde allí, viajaría al oeste, hasta Suzail, junto con el cargamento de la sidra nueva. En cada escala que hiciera se le proporcionaría alojamiento y dinero. En Suzail, recibiría una suma sustanciosa, que le permitiría comenzar una nueva vida; la que ella eligiera.

Lilly escuchó a Danilo con los ojos empañados por las lágrimas.

—Pondría la mano en el fuego de que debo estaros agradecida a vos, no a vuestro padre —dijo suavemente. Guardó un largo instante de silencio y agregó—: Es mucho más de lo que podría haber esperado. No obstante, no me alegro de irme de aquí.

—Siempre es duro abandonar el hogar y la familia —convino Danilo.

Arilyn sintió una súbita oleada de simpatía hacia la muchacha al darse cuenta del involuntario dolor que acababa de infligirle Danilo con esas palabras.

Lilly ya no pudo contener las lágrimas. Rápidamente, se las secó con el dorso de la mano y esbozó una temblorosa sonrisa.

—Cuánta razón tenéis —dijo.

Lilly se despidió de Dan con una reverencia, y luego, tendió ambas manos a Arilyn. Era el típico gesto de despedida entre mujeres de la clase trabajadora, una forma de expresar que se tenía en tan alta estima a la otra persona que merecía que se abandonara el trabajo por completo, aunque sólo fuese por unos instantes. Arilyn interpretó el gesto como lo que era: la única reivindicación de solidaridad fraterna que Lilly haría.

Siguiendo un impulso muy poco habitual en ella, la guerrera lo mejoró.

Suavemente apartó las manos que Lilly le ofrecía y estrechó a la mujer de menos edad en un abrazo de hermanas.

—La fuerza de Corellon, la belleza de Hannali y la alegría de Aerali —susurró, pronunciando esa tradicional bendición en el idioma de sus antepasados comunes.

Lilly se apartó y logró sonreír.

—Te deseo lo mismo, compañera, hacía muchos años que no oía esas palabras.

Respeto demasiado su musicalidad como para atreverme a repetirlas como un gato mareado. Idos ya, antes de que Hamish malinterprete la intención de vuestra visita y trate de cobraros una hora de mi compañía.

La muchacha los ahuyentó con gestos, como si fuesen dos pollos que se negaban a moverse.

Obedecieron. Bajaron entre crujidos por la escalera trasera que conducía al callejón. Una vez allí, Danilo abordó el problema con inusual vigor. Quería saber la opinión de Arilyn sobre cuál era el lugar más conveniente para que el carro esperara, dónde creía que podían tenderle una emboscada y si necesitarían o no un par de soldados de la guardia. Ambos debatieron la sencilla operación de rescate con una atención por el detalle más propia de una misión en la corte del rey Azoun.

Cuando todo estuvo hablado, Danilo se sumió en un mutismo muy poco característico en él. Caminaron en silencio. El joven bardo exhibía una expresión tan meditabunda que Arilyn empezó a dudar de que realmente Danilo ignorara la verdadera identidad de Lilly. Al cabo de un rato, la semielfa ya no pudo contener su curiosidad.

—¿Lady Cassandra sabe algo de Lilly?

Danilo la miró con sobresalto.

—¡Desde luego no seré yo quien la ponga al corriente! Si lord Rhammas desea confesarle sus infidelidades, que lo haga él personalmente.

—Es un poco tarde para eso —repuso Arilyn con sequedad.

Ante la mirada de perplejidad de Danilo, sacudió la cabeza, asombrada, y hurgó en su bolsa en busca del diminuto espejo de bronce que llevaba allí. Lo sacó y lo colocó frente al rostro de Danilo.

—Mírate bien y trata de recordar dónde has visto por última vez esas facciones.

Tanto tú como tu hermana tenéis una parte de sangre elfa materna, pero desde luego ambos habéis heredado los ojos de vuestro padre.

Dan se quedó petrificado. Al comprender la verdad, asintió lentamente.

—Pues claro. No sé cómo no me he dado cuenta. Tal vez lo hice; Lilly es una chica muy alegre, y me gustó en cuanto la vi. Era una de las camareras en el Baile de la Gema —le explicó. Súbitamente en sus ojos prendieron chispas de ira—. ¡Camarera en la misma casa de su padre! ¿Cómo es posible que Rhammas tolerara tal insulto hacia una hija?

—Quizá no lo sabía. Tú mismo acabas de enterarte.

—Cierto, cierto. —Sus labios esbozaron una leve sonrisa al reflexionar sobre esa revelación—. Una hermana. Qué maravilla. Supongo que te extraña que reaccione así cuando ya tengo tantos hermanos y hermanas, ¿no?

—Lilly te necesita; los otros, no —señaló Arilyn.

Danilo se mostró sorprendido y después complacido.

—Tienes razón. —Tras una breve reflexión, la miró de soslayo—. ¿Te gustaría pasar el invierno en Suzail? Está cerca de Cormanthyr. Si los sabios no se equivocan, nos espera un invierno muy duro, y supongo que se producirán los habituales intentos de talar las lindes del bosque elfo para hacer leña. Seguramente te tocaría ir de todos modos.

—Cierto.

—En ese caso, está decidido —replicó Danilo alegremente, interpretando la respuesta de su compañera como aquiescencia.

El joven siguió parloteando, haciendo ya planes sobre lo que harían juntos y cómo ayudarían a su nueva hermana a forjarse una vida distinta. Sonaba tan fácil y esperanzador que casi se sentía tentada a creerlo.

Lanzó un vistazo a la hoja de luna temiendo que brillara para advertirla de un peligro o zumbara con silenciosa energía. Pero la espada elfa mantenía su silencio, como si se contentara con reflejar, al fin, los ánimos y las esperanzas de Danilo.

11

Aún no era medianoche y Danilo ya había sido testigo de la muerte de aproximadamente veinte barriles de vino y el subsiguiente nacimiento de uno o dos compromisos matrimoniales, una docena de negocios clandestinos y tres duelos que deberían librarse al amanecer. Es decir, el anual baile de disfraces de Galinda Raventree era, como siempre, un éxito.

Ese año se había creado mucho revuelo con la llegada de Haedrak. Una ciudad obsesionada con la aristocracia no podía resistirse al atractivo de un hombre joven que aspiraba a un trono real. Durante muchos años, se había creído que la casa real de Tethyr había sido exterminada por completo en las terribles guerras. De vez en cuando, los pocos parientes lejanos que habían sobrevivido reclamaban una corona a la que era muy discutible que tuvieran derecho. Pero Haedrak había llegado a Aguas Profundas provisto de credenciales incuestionables, entre ellas el apoyo de Elminster el Sabio y del bardo Storm Manodeplata. Haedrak había expresado su deseo de unirse con Zarandra, la maga convertida en mercenaria que recientemente había sido aclamada reina de Espolón de Zazes a fin de reunificar todo Tethyr. En Aguas Profundas pretendía conseguir el apoyo de los acaudalados, los aburridos y los aventureros en la llamada Reclamación de Tethyr.

Danilo le auguraba éxito. Era un hombre moreno, delgado, con gesto serio y una barbita oscura, acabada en punta, que le daba más aspecto de escriba que de guerrero.

Pero Aguas Profundas, enamorada como estaba de la realeza, seguramente acudiría en tropel bajo su estandarte. Era divertido ver cómo los nobles casi pasaban unos encima de los otros para que los vieran a la sombra de Haedrak.

No obstante, el espectáculo más entretenido sin discusión era, en su opinión, la participación de Arilyn en un evento tan frívolo. En la tienda de disfraces, habían dado a Arilyn el de Titania, la legendaria soberana del reino de las hadas.

Había sido una feliz idea, pues acentuaba la herencia elfa de Arilyn y convertía a la adusta guerrera en una criatura de increíble belleza. El disfraz era una maravilla de alas translúcidas y fluidas faldas relucientes color plateado, y eso no era todo. El hombre de la tienda había peinado asimismo la melena oscura de la semielfa en racimos de rizos espolvoreados con purpurina plateada. Gracias a los cosméticos, sus ojos, que al natural llamaban la atención por su vivido color azul con motas doradas, se veían enormes, exóticamente sesgados en los ángulos externos y de un extraordinario color azul que contrastaba con la blanca tez. Sobre el rostro le había extendido algún tipo de polvo iridiscente, por lo que relucía como el ópalo a la suave luz de la velas. Danilo se felicitó por su buen tino al enamorarse de aquella maravillosa mujer años atrás, antes de que los pretendientes comenzaran a acosarla.

Arilyn era su segunda fuente de diversión privada en la fiesta. Bastantes de sus congéneres habían tratado de hacer la corte a la reina de las hadas, pero se retiraban con el rabo entre las piernas cuando la semielfa les lanzaba una mirada fija e impasible, más apropiada para un campo de batalla que para un salón de baile. Frente a esa Arilyn tan intimidatoria, incluso los más intrépidos o más borrachos, de pronto, recordaban que tenían asuntos muy urgentes que atender en la otra punta del salón.

Danilo se lo estaba pasando en grande. Aunque suponía que ello ponía de manifiesto un grave defecto de carácter, no se le ocurría ninguna cura inmediata.

Siempre había disfrutado de la compañía de Arilyn —desde los desalentadores inicios de la relación hasta el complicado presente— y ya no podía desacostumbrarse. Después de dirigir una inclinación de cabeza, de fingida simpatía, al último de los pretendientes rechazados, se sacudió una imaginaria pelusilla del volante del puño.

—Pareces muy satisfecho de ti mismo —dijo Regnet Amcathra.

La velada mejoró inmediatamente con la presencia de su viejo amigo.

—¿Y por qué no? —fue la respuesta de Dan—. Ha sido toda una hazaña ganarme el amor de esa dama. Me gusta pensar que ha sido gracias a mis excelentes cualidades personales, normalmente ocultas para todos.

Regnet soltó una risita, pero se puso serio apenas vio a dos hombres disfrazados de centauro que perseguían con estrépito a una ninfa que huía con coquetería.

Danilo observó la insólita escena. La cabeza del centauro correspondía, sin duda, a Simón Ilzimmer, un mago de barba negra y pecho fornido, de aspecto tan taciturno que Danilo no se habría atrevido a apostar si las pezuñas que exhibía eran o no auténticas.

La mitad posterior del centauro no estaba tan motivada por la persecución, aunque seguía animosamente. No obstante, por su falta de agilidad, el tejido se rompió y la criatura se partió en dos. Simón continuó, impertérrito, el acoso de la ninfa. La anónima grupa del centauro —probablemente, un criado o un pariente de menor rango— dio unos tambaleantes pasos hacia la mitad perdida, pero rápidamente abandonó y fue en busca de una buena jarra, sin que pareciera importarle el aspecto que presentara con su disfraz parcial.

Regnet sacudió la cabeza, asqueado.

—Después de presenciar este espectáculo casi me siento inclinado a creer lo que se dice sobre el clan Ilzimmer.

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