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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (14 page)

BOOK: Las esferas de sueños
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—Esta vez acabaremos lo que empezamos —dijo dirigiéndose a Arilyn con una voz que sonaba como rocas que se despeñaran.

—Ten cuidado con las garras —advirtió la semielfa a Danilo.

—Ten cuidado tú con el enano —replicó Dan, y se lanzó contra Arilyn, con lo que ambos bajaron tambaleándose los últimos escalones.

Justo a tiempo; como Dan sospechaba, el tren ya había eliminado al enano. Ni siquiera había acabado de hablar cuando el monstruo cogió dos objetos del cubículo: un pequeño escudo y una pierna del enano aún con la bota. Esta última la arrojó a sus atacantes.

La truculenta arma arrojadiza giró por encima de sus cabezas mientras ellos caían y se estrelló contra los escalones de madera con tanta fuerza que los astilló.

Arilyn rodó sobre sí misma y se levantó. Inmediatamente, lanzó un ataque alto y furioso, blandiendo la espada a una velocidad endiablada en un asalto triple. La hoja de luna repiqueteó contra el escudo de madera con el que el tren paraba hábilmente los golpes. El monstruo retrocedió un paso sin ninguna torpeza, se inclinó hacia delante y trazó un arco con un largo brazo, con la intención de herirla con sus garras. Pero Arilyn lo esquivó y respondió con una veloz estocada. La hoja de luna se hundió profundamente en el antebrazo del tren.

Con asombrosa presteza, la criatura giró sobre uno de sus enormes pies y liberó el brazo de la espada, al mismo tiempo que tiraba de Arilyn por el aire. Antes de que la semielfa pudiera volver a asentar los pies en el suelo, el tren le propinó un brutal porrazo con el escudo.

La menuda mujer trastabilló hacia atrás. Danilo corrió en su ayuda con las manos vacías, excepto por un fragmento cuadrado de brillante seda verde que arrojó al tren. El monstruo fue a apartarlo de un manotazo, lanzando un gruñido de desdén por el

lastimoso proyectil.

No obstante, Danilo ya había iniciado el hechizo. La seda se quedó quieta en el aire, justo lejos del alcance de las garras, y comenzó a expandirse en un tenue globo que rápidamente rodeó al tren.

La criatura retrocedió hacia la puerta abierta, blandiendo furiosamente el escudo y las zarpas en un frenético intento por liberarse de su prisión. A lo largo de la línea inferior de la mandíbula, relucían aceitosas gotas negras. Un momento antes de que el globo mágico acabara de cerrarse en torno a él, en la estancia flotó una insinuación de su pestilente arma.

Una rancia miasma en forma de volutas llenó el interior del globo. El tren redobló sus esfuerzos para tratar de escapar de la fuerza de su propia pestilencia. No obstante, al darse cuenta de que era imposible, sus ojos amarillos saltaron del joven mago a la semielfa. Arilyn se aproximó con la espada lista y horizontal.

El tren cambió de táctica; dejó caer el escudo, dio la espalda a sus atacantes y se puso a cuatro patas. Por efecto del repentino movimiento, el globo se inclinó hacia delante. Entonces, corriendo sobre manos y pies se lanzó contra la puerta abierta. El dintel de madera crujió y tembló cuando el tren, con el globo incluido, lo atravesó.

Danilo se lanzó a la calle con Arilyn a la zaga. Mientras se abrían paso entre la muchedumbre de la mañana, la semielfa lo adelantó. Lo cierto era que tenían casi vía libre, pues el tren en su huida les iba abriendo camino. Los viandantes se apartaban gritando ante el insólito espectáculo; los caballos se asustaban y se encabritaban, corveteando y lanzando relinchos de pánico. Un carro cargado con repollos se volcó y derramó su contenido sobre los adoquines. Danilo apartó uno de un puntapié y siguió corriendo.

—El globo no durará mucho —dijo sin aliento por el esfuerzo de mantener el paso de la semielfa, más ágil que él.

Apenas había acabado de pronunciar estas palabras cuando el globo verde se disipó como una pompa de jabón. El tren, ya libre, se metió en un callejón, seguido muy de cerca. El cazador se había convertido en presa.

De repente, se paró y se encorvó; trataba de levantar algo con sus fuertes brazos.

—Ni hablar de eso —murmuró Arilyn, y corrió directamente hacia el tren.

Antes de que Danilo pudiera adivinar sus intenciones, la semielfa saltó hacia el monstruo sin detenerse siquiera para desenvainar la espada. Aterrizó de modo que quedó a pocos centímetros de las fauces del tren, encima de lo que trataba de levantar.

El joven vislumbró un destello de acero en las manos de Arilyn y vio la veloz cuchillada dirigida contra el corazón de la bestia.

Con un último esfuerzo, el tren logró alzar lo que pretendía. El cerrojo y las bisagras cedieron con un chirrido metálico, y la tapa de la alcantarilla saltó. El tren se irguió bruscamente, lanzando a Arilyn al aire por encima de sus fornidos hombros.

Danilo se dio cuenta de que la semielfa ya no asía el cuchillo.

El súbito movimiento le había impedido hacer diana. El tren giró el cuerpo y se arrancó el cuchillo de un hombro, lo arrojó desdeñosamente a un lado y agitó su larga lengua negra en el aire, como si quisiera captar el olor de la semielfa.

—Mía —retumbó en ominosa promesa, tras lo cual desapareció por la alcantarilla.

Arilyn se había levantado y se disponía ya a descender la escalerilla antes de que Danilo se hubiera recuperado de la impresión que le había producido su temerario ataque. Mascullando una pintoresca imprecación, se dirigió hacia ella.

—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó.

Ella lo miró como si se hubiera vuelto tan verde como el tren.

—Pues seguirlo.

Danilo contempló sus elegantes botas de gamuza y gruñó. Acababa de estrenarlas y ya podía despedirse de ellas. No obstante, sabía que nada podía hacer por evitarlo; Arilyn iría tanto si la acompañaba como si no.

El joven había oído hablar mucho de las cloacas de Aguas Profundas. En parte, necesidad pública y, en parte, vía de comunicación clandestina, formaban una intrincada red bajo la ciudad. Ésa era la primera vez que bajaba, y mucho de lo que vio le sorprendió. Mientras que algunos túneles se habían construido con piedras perfectamente talladas y empotradas, y merecían ser corredores de un castillo o de una fortaleza enana, otros simplemente se habían excavado en la roca. Tras innumerables vueltas y revueltas, perdió por completo el sentido de la orientación. Además, había varios niveles. Más de una vez, en el suelo de piedra, se abrían rejillas de hierro. Los guijarros que golpeaban con los pies al pasar caían a bastante distancia y, a veces, aterrizaban con un sofocado entrechocar de piedras o sonido de salpicadura. Las altas marcas del agua en los muros indicaban que esos túneles se inundaban. Después de vadear el lodo que les llegaba a los tobillos durante lo que le parecieron horas, Danilo se dio cuenta de que era hora de que los túneles se limpiaran, aunque rezó para que a los misteriosos poderes que regían tales asuntos no se les ocurriera hacerlo justo entonces.

—A riesgo de parecer ignorante —dijo Dan con voz apagada por la mano con la que se tapaba la nariz—, ¿podrías explicarme cómo sigues el rastro del tren? ¡Supongo que no por el olor! ¿Qué estamos buscando?

Arilyn se detuvo en una encrucijada de túneles tratando de decidir por dónde seguir.

—Te lo diré cuando lo averigüe.

—¡Espléndido! —exclamó él, escandalizado—. Francamente, querida, debo informarte de que la atmósfera romántica se ha perdido de manera definitiva.

La semielfa asintió con aire ausente y se aproximó a estudiar unas marcas en el muro.

—Por aquí —dijo.

Danilo suspiró y la siguió.

—¿Qué estamos siguiendo?

—Señales de tren. El que nos atacó es el líder del clan y deja marcas para guiar a los demás. —Le lanzó una sombría mirada por encima del hombro y prosiguió—: Se reunieron aquí antes y se separaron para ejecutar diversas tareas.

—Muy considerado de su parte conducirte hasta estas marcas. ¿Y si es una trampa?

—Es posible —admitió ella, pero continuó avanzando al mismo ritmo. Dan sacudió la cabeza y la siguió.

Caminaron trabajosamente hasta el final del túnel y treparon por una escalerilla que conducía a la superficie. No emergieron en un callejón, sino que salieron a un pasaje estrecho y oscuro, que ascendía en vertical.

—Un pozo para las basuras —dijo Arilyn con los dientes apretados, disgustada.

Dio unos golpecitos a las marcas recientes de garras en la piedra y declaró—: Subamos.

El pozo era largo y la ascensión lenta, pues la piedra era lisa y entre los bloques apenas quedaban hendiduras. Ambos buscaban cuidadosamente asideros o lugares en los que apoyar los pies, ya que con frecuencia lo que parecía una pequeña repisa de piedra resultaba una acumulación de polvo endurecido. A partir de los olores y las sustancias que recubrían la piedra, Danilo empezó a adivinar adónde se dirigían.

—La buena noticia —habló entre dientes mientras se aupaba hasta el siguiente asidero seguro— es que no es una letrina.

—Eso ya lo sabía —replicó Arilyn—. ¿Y la mala noticia?

—A no ser que esté muy equivocado, estamos en la torre de un mago —declaró en tono sombrío—. Será mejor que yo vaya delante.

Arilyn asintió y le dejó pasar. A los pocos minutos, Dan captó un débil y tenue resplandor azulado por encima de ellos. La señal los incitó a seguir, pues era una prueba de una batalla mágica probablemente perdida. Danilo redobló sus esfuerzos con la esperanza de llegar junto al desconocido mago mientras aún quedara algo que salvar.

Finalmente, llegó al repecho. Se asomó con precaución por el borde, atento a un posible ataque de un tren victorioso o un hechicero enfurecido.

La sala estaba vacía y silenciosa. Danilo se impulsó sobre el repecho y se dejó caer al suelo; luego, se inclinó hacia el pozo para ayudar a salir a Arilyn. Una vez que estuvieron ambos fuera, se dispuso a inspeccionar la torre.

Era un estudio de forma octogonal, muy bien equipado. Los estantes que cubrían cuatro de las paredes estaban ocupados por ordenadas hileras de ampollas, cajas y botes.

Varias mesas de pequeño tamaño agrupadas se habían volcado en el curso de la lucha, y lo que había sobre ellas se había esparcido por el suelo de piedra pulida. En el aire, flotaba un débil olor acre, como el dejado por un centenar de rayos de luz. Era una prueba más de que se había lanzado magia defensiva. No obstante, no había ni rastro de los tren ni del mago que había combatido contra ellos.

Pero Arilyn tenía una vista más aguda. Se aproximó a unos restos y los apartó con el pie.

—Mira —dijo señalando algo.

El joven se acercó y tragó saliva. Una mano humana yacía en el suelo con la palma hacia arriba y los dedos curvados como en un último gesto de súplica.

—Es un signo —explicó la semielfa con voz serena—. Los tren devoran a sus víctimas, a no ser que quien los contrate quiera que dejen una advertencia o un mensaje.

En ese caso, dejan una mano o un pie.

—La mano lleva un anillo —se fijó Dan.

Arilyn dio la vuelta al truculento objeto con una bota. La mano estaba tan pálida como un hueso blanqueado y mostraba algunas pecas. De las articulaciones inferiores de los dedos sobresalían unos pocos pelos rojos, que contrastaban vividamente con la palidez general. El anillo era de oro con un cuarzo de color rosa en el que se había grabado una pequeña llama saltarina, rodeada por un círculo formado por siete estrellas.

—El símbolo de Mystra, lo cual indica que era un mago —comentó Arilyn.

Danilo se agachó para observar más de cerca el anillo, puesto que le resultaba familiar. Cautelosamente, localizó el cierre y abrió el compartimento secreto. Tal como esperaba, en el interior de la tapa había grabado un alto y picudo sombrero de mago. El compartimento secreto estaba vacío.

—Recuerdo lo que me contaste anoche de la conversación que escuchaste —dijo poniéndose en pie—. Parece que Maskar Wands tenía mucha razón al afirmar que las esferas de sueños son juguetes muy peligrosos.

En respuesta a la inquisitiva mirada de Arilyn, el joven señaló la mano cercenada.

—Es la mano, o para hablar más correctamente debería decir que era la mano, de Oth Eltorchul.

5

Arilyn sintió una premonición semejante a un escalofrío en invierno o la sombra de un fantasma.

—¿Crees que a Oth Eltorchul lo han asesinado por las esferas de sueños?

—La verdad, no apostaría por una cosa ni por la otra. Lo conocía bastante bien. Es perfectamente posible que provocara la ira de un antiguo estudiante o de un colega mago; aunque lo que dices es probable, sí.

—Todos los que participaron en la reunión que oí anoche se oponían a la venta de las esferas. Tal vez uno de ellos contrató a los tren. Debemos descubrir quiénes estaban presentes y tendremos por dónde empezar.

—¡Eh!, espera un momento —protestó Dan—. ¿Empezar? ¿Tienes intención de perseguir al asesino?

—¿Tú no?

—Bueno, no entiendo cómo eso puede ayudar al pueblo elfo.

La semielfa se encogió de hombros.

—Quizás en nada. No obstante, de un modo u otro, creo que no tengo elección.

Danilo le lanzó una penetrante mirada.

—Esto no me va a gustar, ¿verdad?

—No. —Arilyn empezó a caminar entre los escombros—. No le encuentro ningún sentido. En un principio, supuse que el ataque de los tren en el Baile de la Gema iba dirigido contra Elaith. Pero él llegó después, y el mismo tren me atacó en mi casa. Es posible que ese segundo ataque fuese una venganza, pues maté a un par de tren del clan y herí al líder. Claro está que también es posible que fuese yo, y no Elaith, el blanco original. —La joven lanzó una profunda espiración y prosiguió—: Y hay otra posibilidad: como tú mismo has señalado, las marcas que nos han conducido hasta aquí eran demasiado evidentes.

Danilo parecía perplejo, por lo que Arilyn siguió, aunque de mala gana.

—Es bien sabido que algunos asesinos colaboran ocasionalmente con los tren. Los tren ponen la fuerza bruta, además de proporcionar un modo de deshacerse del cadáver.

Ya conoces mi reputación. Tal vez algunos se pregunten si se ha tratado de una casualidad que yo haya sido la primera en llegar al escenario de un ataque de tren.

Supongo que la familia Eltorchul querrá una respuesta a eso.

El rostro del humano se ensombreció.

—¡Esos rumores son agua pasada! Hace años que no oigo que nadie se refiera a ti llamándote asesina.

—Nadie te lo diría a la cara, pero no imagines ni por un momento que los de tu clase están dispuestos a aceptarme entre ellos.

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