Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
Danilo tenía en la punta de la lengua la pregunta, pero pensó que si se la formulaba probablemente Regnet se lo contaría. Arilyn y él habían acudido a esa fiesta sólo con el propósito de conseguir información, aunque no precisamente el tipo de rumores obscenos que era capaz de inspirar Simón Ilzimmer.
—¡Deberías avergonzarte de extender tales rumores! Me temo que pasas demasiado tiempo con Myrna —señaló Danilo.
Su amigo lanzó un suspiro muy sentido.
—En eso estamos totalmente de acuerdo. Hablando de la dama, creo que me busca entre la multitud. Si me disculpas, saldré corriendo a la calle.
—Desde luego. Me ofrecería para detenerla, pero los lazos de la amistad no llegan tan lejos.
Regnet resopló con bondadoso desdén.
—No te preocupes. Yo tampoco lo haría por ti. Adiós, cobarde.
Dan se rió entre dientes y se volvió para observar la escena. En realidad, no se sentía de humor para celebraciones, pero ésa sería una de las últimas oportunidades para investigar si alguno de su clase mostraba signos de una hostilidad tan profunda como para inspirar el asesinato de Oth. La flor y nata de Aguas Profundas se reunía en el baile de disfraces, una de las últimas grandes fiestas que se celebraban antes de que muchos nobles partieran rumbo a sus fincas del campo o villas en el sur. Era uno de los más fastuosos eventos de la temporada y uno de los favoritos de Danilo.
Al menos, hasta ese año. Por lo general, disfrutaba con la pompa y los ridículos excesos, pero ese año los disfraces tenían un sabor decididamente silvano. Además de los habituales piratas, orcos, druidas de las Moonshaes, drows y otros seres similares, un número insólito de asistentes se habían disfrazado de elfos del bosque.
Incluso Myrna Cassalanter había elegido ese tema, aunque solamente porque le
servía de excusa para exhibir generosamente su piel cremosa, que era su principal encanto. Casi cada centímetro de su piel había sido decorado con los dibujos de remolinos pardos y verdes, que era como algunos artistas se imaginaban los tatuajes de los elfos salvajes. Tal vez Myrna había ido demasiado lejos en su idea de los cazadores de la floresta, pues había tejido plumas de pavo en su brillante melena rojiza y llevaba al cuello un collar con cuentas de porcelana que representaban colmillos de dragón.
Rodeado por tantas imitaciones de elfos del bosque, Danilo no podía dejar de rumiar sobre cuestiones que le resultaban dolorosas. La respuesta de Arilyn, totalmente inesperada, no le servía de nada. Tras echar un vistazo a Myrna, se había excusado y había abandonado el salón. Danilo la encontró en el guardarropa, apretándose los costados y desternillándose silenciosamente de risa.
—Supongo que no se parece al original —observó Dan.
Arilyn se limpió las lágrimas de los ojos y reprimió una risita.
—Ni de lejos. —La semielfa frunció el entrecejo y jugueteó con las transparentes capas de la falda—. Claro está que quién soy yo para hablar. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un hada de metro ochenta de estatura?
En opinión de Danilo, la respuesta a esa pregunta era: «No tan a menudo como me gustaría». El y Arilyn habían decidido ir cada uno por su lado la mayor parte de la velada, pues seguramente los otros nobles se sentirían más inclinados al chismorreo si no iba acompañado de la semielfa. Puesto que el oído de Arilyn era más fino que el de cualquier humano, ella obtendría información de otro modo.
Aparte de la reclamación de Haedrak, la mayoría de los chismorreos que oyó Danilo se referían a la anfitriona de la fiesta. El joven observó cómo Galinda Raventree se deslizaba por la pista de baile reuniendo con destreza a invitados compatibles y, con igual destreza, separando a quienes podían enzarzarse en una discusión. Esa mujer era una maravilla. En varias ocasiones, Danilo había comentado a los compañeros Señores que sería una magnífica diplomática.
¿Sus compañeros Señores? Danilo hizo una mueca al darse cuenta de que todavía no había devuelto el casco de Señor a lord Piergeiron. Había estado demasiado ocupado con otras cosas. Le alegraría dejar atrás la ciudad y sus exigencias para comenzar a vivir su vida de la manera que realmente quería.
Esos pensamientos le llevaron a acordarse de Lilly y de lo que le diría a lord Rhammas sobre sus deberes paternos hacia todos sus hijos, sin importar que fuesen legítimos o ilegítimos.
Entregó la copa vacía a un camarero y fue en busca de su padre. No fue difícil dar con él; sólo tuvo que seguir el olor del tabaco de pipa hasta la habitación en la que lord Rhammas y aproximadamente una docena de nobles jugaban a la guerra armados con gruesas tarjetas de pergamino pintado.
Aunque a Danilo nunca le habían gustado los juegos de cartas, la cortesía exigía que esperara y observara hasta que Rhammas se cansara del juego. Finalmente, el lord arrojó sobre la mesa una mano perdedora y anunció que necesitaba un poco de aire fresco.
Aunque no accedió expresamente a la tácita petición de su hijo de hablar con él, lo siguió y salieron juntos al jardín. Ninguno de los dos habló hasta estar razonablemente seguros de que nadie escuchaba a escondidas.
—Todo se ha hecho como acordamos, padre.
Rhammas hizo un gesto de asentimiento.
—Perfecto. Así pues, asunto arreglado.
—En cierto modo, sí. Pero tengo curiosidad: ¿por qué Lilly no ha aparecido hasta ahora? ¿Conocías su existencia?
Rhammas lo fulminó con la mirada.
—He dicho que eso está cerrado. Tenemos otros asuntos más importantes de los que ocuparnos.
¿Más importantes que una hija recién descubierta? Aunque Danilo no lo dijo en voz alta, por la chispa de furia que se encendió en los ojos de su padre, supo que su rostro debía de revelar el desafío. Puesto que su opinión ya estaba clara, no tenía nada que perder si hablaba.
—No se me ocurre nada más importante —dijo suavemente.
—Entonces, supongo que no te has enterado del asalto a la caravana aérea del consorcio.
Esa era la primera vez que Rhammas Thann mencionaba un asunto de negocios en presencia de su hijo. El sobresalto que ello le produjo rápidamente desapareció ante las implicaciones de la noticia. Una sensación de frío temor se fue apoderando del irritado joven.
—Esa caravana era una empresa conjunta de varias familias nobles —le explicó Rhammas, totalmente ajeno a la reacción de perplejidad de Danilo—. Transportaba una carga muy valiosa: piedras preciosas, espadas, pequeñas estatuas, etcétera. La caravana debía volar hasta Luna Plateada y regresar con más.
Danilo se imaginaba ya todo tipo de funestas posibilidades. Lo que más le importaba era la seguridad personal de Bronwyn. La mujer le había comunicado en una nota que viajaría con la caravana organizada por las familias Ilzimmer y Gundwynd, en la que tanto Elaith Craulnober como Mizzen Doar, el mercader de cristales, habían adquirido también un pasaje.
—Volar —repitió.
Rhammas interpretó esa palabra como una pregunta.
—Grifos, pegasos y aves gigantescas. Una idea brillante, aunque todos avisamos a lord Gundwynd de que si algo salía mal, se arriesgaba a perder una fortuna. Esas bestias eran al menos tan valiosas como la carga que transportaban.
—¿Eran?
Esa vez la pregunta era intencionada. Si alguno de esos fieros animales se había perdido en la lucha, el ataque debía de haber sido devastador.
Pero su padre o no oyó la pregunta o prefirió eludir un tema tan desagradable.
—Debo decir que me sorprende tu laconismo. Mejor. Está bien para variar.
Danilo recibió esas palabras, que podían ser un cumplido o una ofensa, con un encogimiento de hombros. Si Bronwyn viajaba en esa caravana, y Elaith también, uno de ellos o ambos podrían haber muerto.
—¿Hay supervivientes?
—¡Oh!, lord Gundwynd está perfectamente. Es viejo pero aguanta; no podrías matarlo ni con un hacha para la carne. También se han salvado sus mercenarios y la mayor parte de los mercaderes. Se han perdido algunos vigilantes y cargadores, y la carga, por supuesto. En resumen: mal negocio.
Fue un discurso insólitamente largo. Lord Rhammas alzó la pipa en un inconfundible gesto con el que ponía fin a la conversación. Dio una calada a la pipa, frunció el entrecejo y, a continuación, inspeccionó la pipa. Tras murmurar algo ininteligible se marchó en busca de fuego.
Danilo escrutó la multitud en busca de una posible fuente de información. Cerca de él, la chismosa Myrna Cassalanter estaba muy ocupada con los negocios de su familia. La mujer hablaba en voz baja y apresuradamente con dos mujeres jóvenes que formaban una pareja incongruente, puesto que una iba disfrazada de pastora, incluido el cayado, y la otra se cubría con pieles y llevaba una máscara de lobo en un palo.
Protectora y asesino de ovejas escuchaban con idéntica expresión de escandalizado deleite, lanzando de vez en cuando miradas de soslayo a su anfitriona. Era evidente contra quién dirigía Myrna su lengua viperina. De todos modos, Danilo se acercó; por irritante que encontrara a Myrna, necesitaba información.
—Pues resulta que nuestra Galinda tiene deudas —explicaba la chismosa—, y para mantener las apariencias ha hecho reemplazar las gemas con piedras falsas.
—A mí sus joyas me parecen las de siempre —objetó una de las muchachas con la mirada fija en la esmeralda que le caía a Galinda en el hueco del cuello.
—¿Y qué esperabas? Son piedras falsas artísticamente trabajadas, si es que la falsificación puede considerarse un arte. —Myrna hizo una pausa para dar más énfasis a sus próximas palabras—. Que yo sepa, la familia Ilzimmer sí lo considera un arte.
Alzó la mirada hacia Dan y por su rostro pasó una fugaz expresión de malicioso placer.
—¡Lord Thann! Supongo que habrás oído las noticias acerca de la caravana aérea, sin duda. Después de todo, tu familia había invertido en su éxito. —Myrna puso el acento en la última palabra.
Obviamente pretendía insinuar algo desagradable, aunque Danilo no lo comprendió y esbozó una insulsa sonrisa.
—De hecho, justamente quería preguntarte sobre ese asunto —repuso—. ¿Qué más sabes aparte de lo que todos comentan?
Myrna ladeó su rutilante cabeza y lo miró de manera estimativa, como lo haría un tratante de caballos con un jamelgo de tiro para decidir si podría revenderlo.
—He oído que este año el vino especiado de la fiesta de invierno será extraordinario. Diez botellas serían un intercambio razonable.
Las compañeras de Myrna torcieron el gesto ante esa descarada operación comercial en un evento social. Ambas se retiraron con una gélida inclinación de cabeza y se marcharon para extender chismes propios.
—Qué extraño que busques respuestas en mí —ronroneó Myrna. Era evidente que se lo estaba pasando en grande—. Hay otros que podrían informarte por mucho menos, o por nada. No es que me queje, ¿eh?
Danilo no estaba de humor para discutir.
—Si me contestas sencilla y rápidamente, añadiré una botella extra.
La mujer hizo un mohín.
—¡Oh!, muy bien. Los rumores más extendidos sugieren que el robo se planeó desde dentro. Los bandidos iban demasiado bien armados, con mucha astucia, y tendieron la emboscada justo donde la caravana había hecho un alto para descansar de camino al norte. El principal sospechoso es Elaith Craulnober, por supuesto. Después de todo, viajó con la caravana hasta Luna Plateada, pero no regresó con ella. No obstante, muchos lo vieron tomar parte en la batalla. Poco después, desapareció a lomos de uno de los pegasos de Gundwynd.
La noticia era inquietante, aunque no totalmente inesperada. Estuviera o no implicado en el asalto, el elfo sería sospechoso.
—¿Y Bronwyn?
—¿Quién?
—La joven que regenta El Curioso Pasado. Has estado en su tienda al menos una docena de veces. Más bien baja, pelo castaño largo, ojos grandes.
—¡Oh, ésa! —dijo la noble en tono indiferente, casi desdeñoso.
—¿Sabes cómo le fue? —insistió Dan.
Myrna se encogió de hombros, como si le fastidiara que le hiciera preguntas para las que no tenía respuesta, incluso si se trataba de una humilde tendera.
—Pregunta al elfo. Él estaba allí —replicó Myrna, señalando hacia la otra punta del salón.
Los ojos de Danilo se abrieron desmesuradamente al posarse en una esbelta figura vestida de color púrpura y plateado. Elaith había elegido un complejo vestido de una época muy remota que solían llevar tanto elfos como humanos en las antiguas cortes de Tethyr. O bien el elfo estaba siendo inusualmente diplomático, o su disfraz era el equivalente de una capa verde en el bosque: un intento de confundirse con el entorno, pues muchos de los invitados llevaban el púrpura de Tethyr en honor a Haedrak.
Danilo se abrió paso hasta el elfo, vadeando la multitud.
—Me han dicho que habéis tenido un viaje muy movido —fue su saludo.
El elfo esbozó una fugaz sonrisa burlona.
—Dejémonos de cumplidos y vayamos al meollo del asunto. Cuando dejé a Bronwyn gozaba de una salud excelente y de una pésima compañía. Es una joven de recursos; de recursos inesperados —añadió con atribulado énfasis.
Danilo comenzó a ver por dónde andaban las cosas y asimismo se sintió más que un poco culpable por haber accedido a someter a Elaith a vigilancia y seguimiento.
—Siempre me alegra tener noticias de Bronwyn. Es una vieja amiga —dijo con prudencia.
—Y una nueva arpista. Ahórrame tus sofismas. Estoy siendo vigilado por arpistas y por otros. No es nada nuevo. No sé ni me importa si tuviste algo que ver con la misión de Bronwyn. Sea como sea, estoy seguro de que te interesará saber cómo acabó todo.
—Bueno, ahora que lo mencionas...
—Tanto Bronwyn como yo perdimos tesoros en el asalto, del cual te aseguro que no fui responsable.
Danilo no esperaba tanta franqueza.
—Tanto pensar en diestras fintas, en un hábil intercambio de golpes y en paradas, y resulta que me has desarmado sin haber tenido oportunidad de desenvainar.
El elfo arqueó una de sus plateadas cejas.
—¿De veras? ¿Aceptas sin más mi palabra?
—¿Por qué no?
—Muchas personas te desaconsejarían ser tan crédulo. Y con razón.
Danilo se encogió de hombros. Aunque Elaith tenía razón, sus instintos le decían que el elfo no mentía. Tenía muchas ganas de oír lo que Bronwyn le diría sobre el encuentro, pero desde el día en que Elaith había pronunciado el compromiso de amistad no tenía ninguna razón para dudar de su palabra. De hecho, Elaith había sido asombrosamente sincero, y en algunos aspectos, incluso más que Danilo. Por si no fuera poco haberlo hecho seguir y vigilar, estaba a punto de abandonar la responsabilidad que conllevaba el compromiso de amistad.