La vida perra de Juanita Narboni (11 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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Me despertaste, maldita. ¿Es que nunca aprenderás a cenar una puerta sin dar un portazo? Veré la hora... Encenderé la luz, ¡qué remedio! Las cinco menos veinte de la madrugada. Amaneciendo, como quien dice. ¿Te parecen bonitas estas horas para una mujer decente? No tienes vergüenza. Puta. ¡No me digas que vas a entrar ahora en mi cuarto! ¡Claro que se puede! ¿No lo estás oyendo? ¿No me oyes cómo grito? Grito por no llorar, se te caiga el massaj. ¡Se puede, se puede, se puede! ¿Qué habrás estado haciendo tú a estas horas? No me beses, me das asco. Hueles a pecado mortal de necesidad. ¡Eso es, siéntate encima de mi cama! Sabes muy bien que siempre me molestó que se sentaran encima de mi cama. Tienes ahí una butaquita preciosa, pues no, tiene que ser en mi cama. Claro que te perdono, maldita. ¿Qué otra cosa podría hacer? Ya la estás viendo, mamá, como si no hubiera pasado nada. No, no quiero que me cuentes nada. Pero bueno, no importa, suelta por esa boca de una vez... No admito porquerías. ¿Es que quieres soltar por esa boca de una vez o pretendes martirizarme teniéndome despierta todo lo que queda de noche? ¿Es que no me oyes? Ya está cantando el muezzin en la mezquita, está saliendo el sol, marrana, que eres una marrana, más piedad tiene un moro en el cuerpo que tú. Él se levanta a estas horas para rezar, y tú te acuestas a estas horas harta de haber pecado. Si hay un Dios que quiera entender, que entienda. Sí, hija, sí, tu novio o lo que sea es de muy buena familia valenciana, militar, ya lo sé. Aunque a ti te hubiera dado igual que vendiera horchata, porque tú en viendo unos pantalones... Con todo y con eso yo no me lo creo. Ése es un pinta que va a lo suyo, que ni siquiera ha tenido la delicadeza de venir por casa, de dar la cara..., para ser militar, no es muy valiente el niño, claro que en el fondo la guana y la mal educada eres tú; cuando salías con Oreste, de vez en cuando me invitabas. Dejemos eso, laisse tomber, Juani. Soy toda oídos. Ya, claro, te invitaron. Idiota, te invitaron por él, no por ti. Entonces me lo creo. Mira lo que te digo, me lo estoy creyendo. Ellos han invitado siempre a gente bien. Es un decir, porque de vez en cuando esa casa parecía un número de revista... Mamá siempre dijo que aquella cocina era una mezcla de La Gota de Leche y de los puentes del Sena
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. ¡Por supuesto que a mamá y a mí nos han invitado! Pero en ocasiones muy especiales: el cumpleaños de mamá Claudia, o las bodas de oro de Claudia y Héctor. Cosas serias. Cuando las niñas no estaban en casa o aparecían fugazmente, repartiendo besos, como en el teatro, para cambiarse de vestido. Bueno, sigue... ¿cómo no? Su Ilustrísima
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es un miembro más de la familia. Mira, me alegro que te haya preguntado por mí, a saber lo que tú le contestarías, a lo peor le dijiste que estoy chiflada, te conozco, tienes una lengua... Claro. Eso no me lo dices. Vamos a ver... ¿qué le contestaste a Su Ilustrísima? ¿Sabía lo de mamá? ¡Claro que lo sabía! Ya. No era el momento oportuno para hablar de esas cosas. En plena juerga. Tienes razón, mamá, ya lo sé, ça ne fait pas chic. ¿Te dio el pésame? Tienes razón, mandó una tarjeta. ¿Dónde tendré yo ahora la cabeza? Es que esta mujer me pone nerviosísima. Bueno está, lo comprendo, no hablemos de eso ahora, sigue, sigue, tant pis pour toi ma chére, no puedo mirarte a la cara, me avergüenzo, no parece sino que la pecadora soy yo, y no soporto ese perfume tuyo. Papá S. I. siempre intentando poner orden y moral en esas reuniones, gracias a su presencia se han evitado siempre muchos males. Todos estaban allí, como si los estuviera viendo: las hijas casadas, las malcasadas, las separadas y las solteras. Los hermanos y los maridos han sido siempre en esa casa un cero a la izquierda, qué me vas a decir a mí. Si lo sé todo, no parece sino que me estuvieras descubriendo el mundo a estas alturas, que el día que fuimos, antes de que se malograra la descansada de mamá, Azucena le gritó delante de todos al marido, a ese hombre tan prudente que nunca se mete en nada, que, como decía mamá, que en Gloria esté, no abría esa boca por no ofender: «Calla, calla, maldito, la vas a meter por donde no debes» y nos quedamos todas de piedra cuando la oímos decirle aquello, con aquella voz que es una mezcla de tabaco y ginebra. Claro, hijita, ya me lo imagino, imaginación no me falta. Toda la casa llena de oficiales, «Rosalie»
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, sólo faltaban los tambores. No he visto en mi vida mujeres que más les hayan gustado los uniformes, y lo que tienen dentro los uniformes, que no soy tonta, estúpida. Esas cosas se piensan, pero nunca se dicen. Mal rayo me parta, no te puedo ver. Si tú supieras el daño que me haces, ¿por qué me cuentas todas esas cosas? ¿Qué me importa a mí todo eso? Mi mundo es mío. Sigue, sigue, no puedo evitarlo, me tienes hechizada, clavada me tienes en esta cama oyéndote, ¿tendrá poder ese demonio de familia que pone en jaque a toda una ciudad? ¡Me tienes harta, pena! No me cuentes más, pero sigue, por lo que más quieras... Fascinados. Se quedaban fascinados. ¿Qué entienden ellos? Unas mujeres inglesas de pasaporte, andaluzas de sangre y pasadas por Tánger, lo comprendo, de caerse muerta. ¿Me lo vas a decir a mí? Lo que pasa es que una no es tan valiente. ¡Y la suerte que han tenido siempre! Que hasta el dolor en esa casa ha sido siempre una alegría. Estás perdiendo el tiempo, cariño, si yo fuera tú actuaría de otro modo. No sabes nada de nada, al final quedarás marcada: puta. Y estás a un paso —si fueras inteligente— de terminar en señora. Pero no sabes, no sabes, en el pecado llevas tu penitencia. Yo a veces pienso... mejor no pensarlo, me faltan oportunidades. ¡Qué locura, la de locuras que se me están ocurriendo..., pero no me atrevo! Si al menos tuvieras la humildad de pedirme consejo, pero como crees que soy tonta, tú te lo pierdes. Yo, por supuesto, ya sé que me lo he perdido, pero tú, al fin y al cabo, tú estás más dotada que yo, pero te falta algo... Te quedarás en puta y esa cruz no te la quita nadie. Sigue, hija, sigue, que a mí las historias de esa casa me traen de cabeza, para lo que disfruta una... Por lo menos que el placer sea de oídas...

Y está amaneciendo, mi vida, que ya entra la luz por las rendijas de las persianas y los pájaros trinan que es un gusto, ¿no te das cuenta? No, tú no te das cuenta de nada. ¿Qué sabes tú de las horas que pasan? Sigue, hija, sigue, suelta por esa boca. Un buzo. Invitaron a un buzo. No me extraña, ellos son capaces de invitar a un buzo, a un bombero y hasta a un chato de la peñera. Todo lo que me digas lo encuentro natural. Eso, eso, Clotilde intentó ponerse el traje de buzo y se cayó por las escaleras con escafandra y todo. Bueno, basta ya. Se me caen los párpados, dentro de un rato tengo a Hamruch llamando a la puerta. ¿No comprendes que a mí me espera una jornada de trabajo? No, no lo comprendes, te caiga encima lo peor. Por supuesto, el buzo guapísimo y ex republicano, mejor que no sigas, si tú supieras el daño que me haces. Si en estos momentos se presentara en esta casa un buzo guapo y ex republicano, mi vida cambiaría radicalmente. Otro gallo me cantara. Pero esas cosas no ocunen en la vida de una... Le vrai bonheur c'est le bonheur des autres, se me quedó grabada esa frase para siempre, y es la pura verdad. Te estás entusiasmando, cariño, se te suben los colores, pero no sigas porque no puedo creer que en esa casa estuvieras hasta las cinco de la madrugada. Su Ilustrísima se retiró a las once, me parece muy bien, es lo menos que podía hacer. ¿Pero qué ocurrió en esa casa hasta el amanecer? Porque esto parece una novela policíaca. Ocurrieron cosas. ¡Pero qué poquísima vergüenza tienes! Me tienes en candelero. ¿Qué cosas? Me imagino lo peor. ¿No te das cuenta? Una no sale a la calle más que para lo preciso, y sale a la calle avergonzada, ¿qué otra cosa puedo pensar? ¡Explícate, por lo que más quieras! Me importa un comino que esté amaneciendo, ya me da igual todo, lo que quiero es saber... siempre me dejas con la miel en los labios. Ño seas mala pipa, sigue, sigue, sigue, mi reina. Bueno, fumaré. Toso un horror, pero fumaré, lo acepto, gracias, «Navy Cut», no te privas de nada, prenda. Bien se ve que estás mañica de un mañico enamorada
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, bueno, valenciano, es igual.

Lo cierto es que se te nota. Claro, ya me lo imaginaba yo, ¿cómo podía faltar Miss Tweenie? Ni que decir tiene que en la cocina tendrían a María Luisa la negra, y a la Momi, si es el complemento. ¿Qué se puede esperar de esa inglesa bonacha amiga íntima de la querida de ese general que ahora no me acuerdo cómo se llama, dos mujeres que cuando se enteraron que había una concentración militar en el Llano Amarillo alquilaron un viejo Ford y se presentaron allí pensando que era una verbena militar y era nada menos que el 18 de Julio
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. Basta ya. No sigas. Se me queda atragantado el humo, si es que yo no sirvo para estas cosas, comprendo que no me inviten a ninguna parte. No, gracias. Nido de espías, eso es lo que ha sido siempre esa casa. Estoy cansada, me gustaría dormir un poco, como por supuesto tú piensas quedarte todo el santo día en la cama... Dentro de nada tengo aquí a la memloca de Hamruch llamando a la puerta. Sigue, anda, sigue... Bueno, bueno, te dejo que me beses. ¿Qué te pasa? ¡Qué rarita estás! ¿Lloras? ¡Elena, por favor, qué es esto! No me asustes, ya sabes que no soporto que nadie llore delante mía. Y menos tú. Ya sé, tengo muy mala lengua, es mi genio. ¿Perdonarte? La que no tiene perdón de Dios soy yo. Por mi carácter. Peno que ladra no muerde, mujer. Haces bien, pero que muy bien, en sacarle a la vida el partido que tiene. ¡Dichosa tú! ¿Quién te va a quitar a ti lo bailado? Ya lo sé, a mí me gustaría ser como tú, pero de otra forma. Ser como tú, pero no haciendo las cosas como tú las haces, de un modo tan disparatado. ¿Papá, que te perdone papá? ¿A qué viene eso? Papá nunca se enteró de nada. Nunca sabrá lo desgraciadas que hemos sido, porque, que quieras que no, mamá también fue muy desgraciada, la pobrecita. Cada una a su manera. Vamos, vamos, Elena, ¿qué te entró? ¡Capará por mí, nunca te he visto llorar así! ¿quieres decirme a qué viene ese llanto? Supongo que no habrás dado un mal paso, ya sabes a qué me refiero. No quiero preguntártelo, pero, perdona que te lo diga, sospecho lo peor.

Una mujer decente no vuelve a su casa a estas horas. No quiero imaginármelo. No, mejor será que no te pregunte nada, a la hora de la comida hablaremos. ¿Qué mal es éste? ¡Bonita hora para arrepentimientos! ¿Es que no te das cuenta de la hora que es? Me caigo de sueño, mi vida. Anda, mi reina, descansa, rezaré por ti. ¿Qué habrás estado haciendo, maldita, para que estés tan acongojada? ¿Qué hago con ella, mamá? ¿Qué hubieras hecho tú en mi caso? Claro, amor, claro que la perdono. Pasar por alto... si tú supieras la cantidad de cosas que tengo pasadas por alto desde que nací; mejor no hablar. A esta pobre mía le ha pasado algo gordo. Mi bueno, ¿por qué no descansas? A la hora de la comida hablaremos, te lo prometo. Me vas a dar la comida, pero bueno está, no hay mal que por bien no venga... Que se lleve el mal todo. Dios aprieta pero no ahoga. ¡Hala, a dormir! Va faire dodo, ma chére. Eso, eso... Se me cierran los párpados. Mamá, la descansada, siempre lo decía: «Mucho cuidadito con los hombres.» ¿Lo ves? A mí esas cosas no me pasan. Yo tengo preocupaciones de otro género, por ejemplo: ¿qué pondré de comer a mediodía? Hamruch no me ayuda nada, y maldita la gana que tengo de ir al zoco. ¡Tengo un cansancio! Bonsoir, chérie... Que descanses, ya haa...bla...ree...mos.

Pasa, pasa, mujer, no te quedes ahí parada. Me dormí, eso es todo. No te quites el jaique, vas a ir por pan, tráete también unos tejeringos. No, no entres en el cuarto de baño, el señor se está afeitando. ¿Adonde irá ese preto tan temprano? ¡Papá!, ¿quieres que Hamruch te traiga los periódicos? ¡Qué fino es el pobre, ni contesta! Nada, nada. Espera que busque el monedero. ¿En dónde lo dejé? Aquí está el bastardo. Ten, ten, no tardes, por lo que más quieras. Yo voy a encender el fuego. No des un portazo, la señorita está durmiendo. ¿Dónde habré puesto los mixtos? Menos mal que hace una buena mañana, va a hacer calor. Abriré un poco la ventana, que se vaya este olor. ¿Qué le habrá pasado a esa negra? Nunca la vi llorar de ese modo, ni siquiera cuando lo de mamá. Ya nos enteraremos. Alguna vez se tenía que llevar un desengaño, la vida, hija, no es un caminito de rosas, que me lo pregunten a mí. Papá, ¿eres tú? Estoy encendiendo el fuego, apenas queda carbón de hulla, tendremos que llamar hoy para que nos lo traigan. ¿Quieres té o café? Té, como siempre. ¿Tienes prisa? ¿Vas a salir? Bueno, hijo, no te pongas así —se levantó con el pie izquierdo el malogrado—. Esto es, vete vistiendo mientras yo preparo el desayuno. ¿Adonde habrá ido por los tejeringos esa memloca? A la churrería del Zoco Grande, seguro. ¡Ay qué alegría de sol! Voy al cuarto de baño, me estoy meando viva. Me adecentaré un poco, no me gusta que papá me vea tan descuidada, no quiero parecerme a ésa que está durmiendo, que sale de su habitación casi desnuda y cuando quiere pedirle dinero a papá se le acerca como una mujer de la vida, y el muy cochino le toca el culo. ¡Vivir para ver, Juanita! Pues lo siento, papaíto, no tengo más remedio que pedirte dinero y, por supuesto, no consentiré que me pongas tus asquerosas manos encima. Yo no soy ésa. Esperaré a que hayas desayunado, maldito. No puedo mirarme al espejo sin cenar los ojos. ¡Qué cara pongo! ¡Santo Dios! Mamá, la bendita, siempre se reía. No puedo mirarme en un espejo, y esta mañana estoy de lo peor, claro que no he pegado un ojo. Hamruch, ¿eres tú? Cabrona, te llevaste la llave que estaba colgada detrás de la puerta. Cuando quieres, eres inteligente, puñetera. ¡Qué error más grande! Creemos que ellos son como animalitos. También son hijos de Dios, lástima que sean herejes. ¿Qué guós me entró a mí esta mañana? Ideas de conversión, estoy peor que Makintosh. Tengo que llamar a Bella, la tengo abandonada, mi reina, con lo bien que se portó cuando lo de mamá. Ea, ya está. ¡Qué pan más malo te han dado, mujer! ¿No te pidieron la cartilla? ¿Adonde iría a parar aquel pan de Viena de antaño?

Te dije que no hicieras ruido. ¡Qué manía tienes de arrastrar las sillas! ¿Es que no puedes alzarlas? La señorita está durmiendo, mezquina. Estás ya muy vieja y estas sillas antiguas son tan pesadas... Hamruch, ¿tomaste el café? Guos, negra, ¿y por qué no lo dices? Echate aceite en el pan, o mantequilla, te juro que no es de jalufo. Con razón, reina, estás sin fuerzas, cuando te da por callar, anda tómate el café, el caua
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Hamruch, después nos meteremos con el cuarto de papá. Yo estoy también rendida y todavía no hemos hecho nada. Anda, mientras tú desayunas yo voy a llamar a Bella. No me quiero sentar, porque como me siente no me levanto. ¡Cómo duerme esa ladrona! Como si tuviera la conciencia tranquila. Uno, uno, nueve, nueve, cero... ¿Está la señora? Señorita Narboni. Gracias. ¿Qué haces, Hamruch? ¡Bella! ¿eres tú, lo bueno? Soy yo, Juanita, ¿cómo estás, mi reina? Bien, por aquí bien. Quería daros las gracias por lo del paquetito..., el paquetito que León le llevó a Sagrario Montero. Como enloquecida está la pobre, me ha escrito una carta, sí, hija, sí, lo están pasando muy mal. Ya te digo, mi bueno, la carta es de llorar. Durmiendo está. Ahora tiene novio, militar. ¡La que nos cayó! ¡Ni le conozco ni lo quiero conocer! Ya sabes cómo es ella, le dolió lo de Oreste. Todo el peso de la casa cae sobre mí. Ahora mismo ni siquiera sé qué poner de comer. ¿Aspic de zanahoria y blanquette? Sí, me encantaría, pero ya conoces a papá, quiere platos fuertes. Gracias, mi bien, sí que iré, charlaremos, ya lo sé, mujer, no te preocupes. No, nadie, por aquí no aparece nadie, no las veo desde el día de San Antonio. Este calor es de tormenta. Claro, hija, no me extraña que se te hayan secado los rosales. Bueno, te dejo, Bella, la memloca de Hamruch me está haciendo señas, algún disparate, no la puedo dejar sola un minuto. Besos, mi bueno, recuerdos a León. Hasta el domingo. Adiós, au revoir, chérie. ¿Qué pasa, Hamruch? Hormigas, hormigas en el azúcar, a bueno está, llena de agua ese cachano, pondremos el azucarero en el centro. ¡Todo son desgracias, Señor! Y está el azúcar como para tirar... Igualito que Bella, aspic de zanahorias y blanquette. ¿Le has echado bicarbonato a las lentejas? Se te olvidó. ¿Cómo no? Duras, duras como piedras. Cuando hayas dejado la ropa en remojo, te vas a llegar a la pescadería y te vas a traer un pargo.

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