La verdad de la señorita Harriet (19 page)

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Authors: Jane Harris

Tags: #Intriga

BOOK: La verdad de la señorita Harriet
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Cuentas aparte, siempre había mucho que hacer en el número 11, porque, pese a tener a Christina contratada como doncella, esta no parecía tener una gran iniciativa o inclinación en ese sentido. Annie sabía que debía desembarazarse de ella, pero nunca lograba armarse de valor para hacerlo. Sin embargo, la gota que colmó el vaso llegó a finales de octubre, cuando Christina no volvió de su salida de la tarde hasta el día siguiente. Una vez más, lo hizo como una cuba, y lejos de dar una excusa creíble para justificar su tardanza, se quedó dormida en una silla de la cocina. Al final Annie la despidió, con gran indignación de la joven, que se fue enfurecida (aunque volveríamos a tener noticias de ella). Jessie, la chica que la reemplazó, no podría haber sido más diferente: si Christina era frívola y rubia, esa nueva chica era insulsa y poco agraciada. Por desgracia, tampoco carecía de defectos, como descubriríamos a su debido tiempo.

En cuanto al asunto de la caricatura, seguí hojeando cada nuevo ejemplar de
The Thistle
hasta que la serie de Findlay tocó a su fin en noviembre, pero nunca apareció ninguna viñeta subida de tono de Ned y su hermano. Hoy día, cuando se trata de tales asuntos, resulta imposible no pensar en Oscar Wilde (un escritor maravilloso pero un terrible exhibicionista). Por supuesto, todo esto sucedió varios años antes de los juicios de Wilde, pero habían estallado otros grandes escándalos, y Kenneth Gillespie no podía haberse hecho muchas ilusiones acerca de los sucesos que se habrían desencadenado si se hubiera publicado un boceto revelador.

Abajo en el río, el amigo veneciano de Kenneth seguía en su puesto de siempre, en la popa de la góndola, guiándola con cara adusta, mientras su compatriota, que era algo mayor que él, se reía y cantaba inclinado sobre su pértiga. Por fortuna, como consecuencia inmediata del asunto de Findlay, Kenneth redujo sus actividades ilícitas. Evitó el parque, del que hasta entonces había sido un asiduo, y empezó a comer en la tienda o en algún establecimiento cercano como el Assafrey. Por las noches se quedaba en la casa de su madre o iba al número 11 a ver a sus sobrinas. Según Annie, tenía un nuevo aire melancólico. Al parecer se acusaba a sí mismo de que Ned no hubiera ganado a Lavery. Aunque la caricatura de Findlay nunca había visto la luz, Kenneth estaba convencido de que el Comité de Selección debía de haber oído los rumores.

Unos quince días después de que la figura de espantapájaros del señor Crawhall hubiera aparecido en
The Thistle
, yo iba por Great Western Road para acudir a alguna cita cuando caí en la cuenta de que estaba a punto de pasar por delante de Wool and Hosiery. Hacía varias semanas que no veía al hermano de Ned y me intrigaba bastante saber cómo le había afectado el hecho de salvarse por los pelos, de modo que decidí atisbar en el interior de la tienda con la esperanza de verlo. Tenía previsto fingir que miraba el escaparate por casualidad al pasar. Con tal fin, apreté el paso y, acercándome a la cristalera, fijé la mirada, primero, en una pirámide de carretes de hilo, y a continuación en una regadera. Me sobresalté cuando alcé la vista y me encontré contemplando muy de cerca la cara de Kenneth, que se hallaba justo detrás del escaparate como soñando despierto mientras miraba hacia la calle. Hubo un momento embarazoso, nítidamente dividido por un cristal. Luego el hermano de Ned retrocedió como un gato asustado y, recobrándose, asintió con brusquedad. Antes tal vez habría entrado para darle los «buenos días», pero un encuentro así ahora resultaría violento. De modo que me limité a saludarlo con la mano y seguir andando. Cuando me alejaba, vi a Kenneth apartarse del escaparate y dirigirse con rigidez hacia el mostrador. Tenía un aire desgraciado.

En adelante, cuando coincidíamos, nos mostrábamos muy educados, pero él era incapaz de mirarme a los ojos y solía bajar la vista hacia el suelo. Parecía destrozado, y creo que Annie tenía razón al creer que se estaba castigando a sí mismo por el papel que se atribuía en el fracaso de Ned.

Desgraciadamente, cuando el verano dio paso al otoño, y pese a los repetidos ruegos de Annie de que tuviera cuidado, Kenneth volvió a las andadas. Al parecer, movido por una melancolía peligrosa, empezó a entregarse una vez más al sexo con el gondolero, en lugares aún más atrevidos: por la noche, en un quiosco de música vacío; al atardecer, detrás de un mausoleo de la necrópolis; y una vez (según la fidedigna fuente que era Annie) a plena luz del día, encima de un vagón medio vacío del tranvía. Ned y el resto de la familia siguieron sin enterarse de sus hazañas, aunque parecía que era cuestión de tiempo que lo pillaran.

Pero en noviembre ocurrió algo que nos cogió a todos por sorpresa.

Después de un verano exitoso, la Exposición Internacional llegó a su fin el día 10; los artistas recogieron sus obras y se marcharon de la ciudad; empezaron a derribar muchos de los edificios y las embarcaciones de recreo dejaron de ir y venir por el río Kelvin. Al cabo de unos días, Mabel asomó la cabeza por la puerta de la habitación de Kenneth para llamarlo a desayunar, y se encontró la cama vacía y una nota en la almohada. En algún momento de la noche había metido algo de ropa en una maleta y había salido con sigilo de la casa. En la nota, dirigida a su madre, decía que había decidido irse de Glasgow. No mencionaba su destino pero le rogaba a Elspeth que no se preocupara por él, y prometía ponerse en contacto en cuanto se «instalara».

Los días que siguieron, Ned robó tiempo a sus retratos para intentar persuadir a la policía de que investigara la desaparición de su hermano, pero aquella no consideró que el asunto mereciera ser investigado. Al fin y al cabo Kenneth había dejado una nota; tenía más de veintiún años y, al parecer, se había ido por su propia voluntad. Sin la ayuda de la policía, Ned llevó a cabo una investigación por su cuenta: puso un anuncio en los periódicos, al norte y al sur de la frontera, e interrogó a los conocidos de Kenneth, si bien nadie fue capaz de ayudarlo.

Como es lógico, a Ned le dolió que su hermano hubiera decidido irse sin informarlo, y se vio muy importunado con su partida, ya que no tuvo más remedio que trabajar en la tienda dos días, hasta que encontró a alguien que lo sustituyera. La reacción del artista a esa última crisis fue admirablemente juiciosa. Por el bien de su madre, hizo frente a las circunstancias, y nos aseguró a todos que sin duda Kenneth había querido comenzar una nueva vida; lo siguiente que sabríamos de él sería que se había hecho famoso en algún ámbito importante. Al no estar al tanto del secreto de Kenneth, Gillespie tenía una visión simple de la situación: a sus ojos, su hermano solo había huido de la ciudad para escapar de la monotonía de una vida como dependiente de una tienda.

En su fuero interno, Annie tenía sus sospechas acerca de adónde había ido su cuñado. Tal vez no era una coincidencia que se hubiera esfumado pocos días después de la clausura de la exposición. Los gondoleros se habían quedado sin empleo y seguramente habían regresado a su país natal.

—Creo que se ha ido a Venecia con Carmine —me confió de repente una tarde apacible a los pocos días de su partida, mientras pagábamos un penique en la puerta del jardín botánico—. Eso o él lo ha seguido hasta allí.

—¿De veras? Kenneth no me parece una persona aventurera. Viajar a Italia solo, por ejemplo. No habla italiano, ¿verdad?

—Solo un poco, gracias a Carmine. Pero si se han ido juntos… ¡Sibyl! ¡Espera!

La niña se había adelantado corriendo a tal velocidad que ya estaba casi fuera del alcance del oído, más allá del palacio Kibble. Rose, que la había seguido tambaleándose, volvió sobre sus pasos, pero hubo que llamar varias veces a la traviesa Sibyl antes de que se parara de mala gana y empezara a dar patadas desconsolada en el borde de la hierba. Aún no había sido informada de que su querido tío Kenneth se había ido de la ciudad. Ned seguía esperando que su hermano se lo pensara mejor y volviera a casa, y nadie quería disgustar a Sibyl innecesariamente dándole la mala noticia.

Annie suspiró mientras guardaba el monedero.

—No debe de tener dinero —dije.

Ella negó con la cabeza.

—Pero supongo que se las arreglará. Es difícil que sea más desgraciado de lo que era aquí. Tal vez Carmine le consiga un empleo en una góndola.

Me imaginé a Kenneth yendo y viniendo por los canales venecianos impulsando una pértiga y casi me eché a reír, por lo incongruente de la imagen. No puede decirse que me alegrara de que el hermano de Ned se hubiera ido de Glasgow de forma tan misteriosa. Sin embargo, tal vez había cierto alivio por mi parte y (sospecho) también por parte de Annie. Al menos podíamos consolarnos mutuamente, y la idea de que con toda probabilidad Kenneth estuviera a salvo en algún lugar con su amigo el gondolero, lejos de Glasgow, nos permitía mostrarnos optimistas acerca de su bienestar.

El resto de la familia había reaccionado ante su marcha de formas distintas. Mabel sin duda era capaz de ser histriónica, pero de vez en cuando nos cogía a todos por sorpresa restando importancia a una situación que habría afectado a cualquier otro mortal.

—Ya es adulto —me dijo una tarde—. Puede cuidar bien de sí mismo. Quizá se ha ido detrás de alguna muchacha.

Tal vez esa reacción controlada se debiera, en parte, a un cambio en sus propias circunstancias: Walter Peden y ella se habían embarcado hacía poco en un flirteo insólito. El romance solo estaba en las primeras fases, pero en lugar de andar con cara mustia por la casa o molestar a Ned a cada rato en su estudio, como llevaba haciendo todo el año, ese otoño Mabel había empezado a salir con Walter y varios amigos de la Escuela de Bellas Artes, donde él impartía una clase vespertina. Se trataba de un grupo mixto de pintores pobres y de profesores de artes y oficios que solía divertirse con poco dinero, cenando en la habitación de alguno y comprando entradas de seis peniques para el Gaiety; una multitud bohemia e indulgente que acogió incluso a la irritable Mabel; sin duda su belleza le abrió las puertas de ese círculo de estetas. Peden se había propuesto distraerla, por lo que ella se mostró menos proclive a preocuparse por Kenneth.

Desgraciadamente, no podía decirse lo mismo de Elspeth, quien, a medida que pasaban las semanas y no tenían noticias de su hijo, estaba cada vez más deprimida. Como es natural, no sabía nada de su vida secreta, y Annie y yo no podíamos tranquilizarla revelándole lo que sospechábamos; de hecho, imagino que la madre de Ned habría recibido la noticia de la homosexualidad de Kenneth con mucha más alarma que su desaparición. ¡Pobre Elspeth! Por mucho que intentamos tranquilizarla, se lo tomó fatal.

Aun sí, sin duda la persona más afectada por la partida de Kenneth fue su sobrina. Llegó un momento en que hubo que informar a Sibyl de la verdad: Kenneth se había ido y nadie sabía cuándo volvería. Ella se quedó profundamente desconsolada con la noticia y pasó gran parte de noviembre enfurruñada. Las jaquecas y el dolor de estómago de pronto se volvieron más frecuentes, y, casi incapaz de conciliar el sueño, dormía poco y se despertaba a menudo en mitad de la noche. Esos síntomas siempre parecían empeorar cuando se metía en algún lío a raíz de sus distintos actos de destrucción deliberados y maliciosos. Siguieron apareciendo dibujos infames por las paredes del piso, pero también adquirió nuevos y preocupantes hábitos. Por ejemplo, le dio por cambiar de sitio los objetos en una habitación a escondidas, como una pequeña poltergeist viviente, lo que, si bien no era con exactitud un comportamiento peligroso, resultaba molesto y frustrante. Más amenazante, sin embargo, era la fascinación que Sibyl había adquirido por las cerillas, y las cajas de Bryant & May del salón y la cocina a menudo desaparecían para aparecer en alguno de sus bolsillos. Encontraron el bordado Berlín de Mabel chamuscado, y lo mismo sucedió con el caballito balancín de madera de Rose.

Incluso la madre de Ned acabó perdiendo la paciencia con la niña. El último día de noviembre el montón de boletines informativos
Let God Arise
de su iglesia apareció reducido a cenizas en la chimenea del salón. Elspeth se quedó horrorizada ante la idea de que Sibyl pudiera haber cometido un acto tan anticristiano. Al comprender que esta vez la niña había ido demasiado lejos, Annie se puso dura y la encerró en su habitación, un castigo que le provocó una rabieta terrible e inconsolable.

A media tarde, Annie y yo estábamos cosiendo en el salón cuando la nueva doncella, Jessie, subió corriendo las escaleras desde el lavadero y se detuvo en el umbral, jadeando y resoplando, con lo que parecía ser un saco o un trapo mojado y medio quemado, que dijo que había encontrado en el montón de ceniza del fondo del jardín. Al principio no logramos comprender por qué estaba tan excitada, ya que siempre había muchos escombros entre las cenizas. Sin embargo, cuando Jessie desdobló la tela para que la examináramos, vimos que uno de los lados estaba cubierto de óleo, y me di cuenta, horrorizada, de que no era un trapo sucio sino uno de los lienzos de Ned. Este había sido cortado limpiamente del bastidor, y a continuación rajado con un cuchillo o una navaja, y chamuscado hasta el punto de que era casi irreconocible. Aun así, Annie lo reconoció de inmediato, porque era un viejo retrato a pequeña escala de ella contra un fondo azul, un cuadro que solía estar en el estudio, apoyado contra la pared, entre otras muchas obras por vender. Ahora estaba destrozado.

«Me ha parecido que era uno de los cuadros —dijo Jessie—. No sabía si el señor Gillespie lo había tirado.»

Por aquel entonces era impensable que Ned destruyera un lienzo; como mucho lo habría utilizado de nuevo pintando encima. No se sabía cuánto tiempo llevaba el retrato de Annie entre el montón de cenizas sin que nadie lo viera, tal vez varios días. Ned no se había percatado de su desaparición, por lo que no debía de considerarlo muy valioso. Hay que reconocer que no era un cuadro reciente y no tenía valor comercial. Aun así, la violencia de lo ocurrido, y la amenaza en potencia de que pudiera correr semejante suerte algún cuadro más vendible, nos conmovió sobremanera. Annie nos dijo que cuando se lo enseñó a Ned por la noche, se quedó destrozado. Incapaz de tirarlo al fuego, salió con él al jardín trasero y lo enterró de nuevo en el montón de cenizas. Al parecer, se quedó mirando las cenizas durante casi diez minutos antes de volver a entrar.

Nuestros peores temores se vieron confirmados esa misma noche cuando Ned y Annie registraron la habitación de Sibyl. Debajo de la cama encontraron una de las cuchillas de afeitar Kropp de Ned, y un bastidor, con restos del lienzo pintado de azul —la prueba incontrovertible— todavía pegados. Al parecer Sibyl estuvo presente durante la búsqueda y tuvo un ataque de histeria cuando Ned se agachó para mirar debajo de la cama.

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