La última noche en Los Ángeles (19 page)

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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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—Por favor, no lo hagas.

—¿Que no haga qué? ¿Que no te pregunte cuándo vuelves a casa?

—Por favor, no me estropees este momento. Estoy loco de felicidad; esto es probablemente lo más grande que me ha pasado, después del contrato del año pasado para grabar el álbum. Puede que incluso sea más grande. ¿De verdad son tan importantes seis o siete días, en el panorama general de toda mi carrera?

Seis o siete días para volver a casa, quizá no. Pero ¿y si se iba de gira? La sola idea le producía pánico a Brooke. ¿Cómo se las iban a arreglar? ¿Podrían? Pero en ese mismo instante, recordó una noche en Sheepshead Bay, varios años antes, cuando sólo se presentaron cuatro personas y Julian apenas podía contener las lágrimas. Recordó todas las horas que habían pasado sin verse por culpa de sus agitadas jornadas de trabajo, y lo mucho que se habían preocupado por la falta de dinero y de tiempo, y por las incertidumbres que volvían a aflorar cada vez que uno de los dos se sentía particularmente negativo. Todos los sacrificios habían sido para eso, para llegar a aquel momento.

El antiguo Julian habría preguntado por Kaylie. Cuando el mes anterior ella le había hablado de la llamada histérica de la niña y le había contado que había estado investigando alternativas sanas a la comida rápida para enviárselas por mail a su joven paciente, Julian la había abrazado y le había dicho que se sentía orgulloso de ella. La semana anterior, Brooke le había enviado un mensaje a Kaylie para ver cómo iba todo, y se había preocupado al no recibir respuesta. Insistió al día siguiente y, un día después, recibió un mensaje de Kaylie, donde la niña le contaba que había empezado una especie de dieta de limpieza que había encontrado en una revista y que estaba segura de haber dado por fin con la solución que andaba buscando. Brooke estuvo a punto de atravesar la pantalla del ordenador.

¡Esas malditas dietas de limpieza! Ya eran un riesgo para la salud de la población adulta, pero para las adolescentes, que aún estaban creciendo y que se dejaban convencer por los testimonios de personajes famosos y las promesas de resultados rápidos y milagrosos, eran un completo desastre. Brooke había llamado de inmediato a Kaylie para leerle la cartilla (se sabía de memoria la parrafada, porque las limpiezas, los ayunos y las dietas líquidas eran métodos muy extendidos en Huntley), y se había sentido aliviada al descubrir que, a diferencia de la mayoría de sus compañeras de colegio, Kaylie parecía dispuesta a escuchar lo que tenía que decirle. Se prometió llamarla una vez por semana durante el verano, y confiaba en poder ayudarla de verdad, si volvía a tener sesiones regulares con ella cuando empezaran otra vez las clases.

Pero Julian no le preguntó por Kaylie, ni por su trabajo en el hospital, ni por Randy y ni siquiera por
Walter
, y Brooke se contuvo para no decir nada. Decidió no recordarle a Julian que no había dormido más que unas pocas noches en casa en las últimas semanas, y que aun entonces había pasado casi todo el día al teléfono o en el estudio, en conversaciones aparentemente interminables con Leo o Samara. Y, lo más difícil de todo, se obligó a no preguntarle por las fechas de la gira, ni por el tiempo que pensaba pasar fuera.

Casi sofocada por el esfuerzo de no mencionar nada de aquello, dijo simplemente:

—No, Julian, lo único que importa es que todo esto salga bien. Es una noticia fantástica.

—Gracias, nena. Te llamaré más tarde, cuando sepa más detalles, ¿de acuerdo? Te quiero, Rookie —dijo, con más ternura de la que le había oído en los últimos tiempos.

Julian había empezado a llamarla Rook al principio de su relación y, con el tiempo, Rook se había convertido en Rookie. Sus amigos y su familia también habían empezado a usar el apodo después de oírselo a Julian, y aunque a menudo ella fingía enfado o irritación, en el fondo sentía una gratitud inexplicable hacia Julian por haberle dado aquel nombre cariñoso. Trató de concentrarse en eso y no en el hecho de que él se había despedido sin preguntarle siquiera qué tal estaba.

La esteticista aplicó la primera capa de esmalte y a Brooke le pareció que el color era demasiado chillón. Pensó en decir algo, pero decidió que no merecía la pena. Su madre tenía las uñas de los pies pintadas de blanco rosado, un color que resultaba a la vez elegante y natural.

—Parece que Julian tenía buenas noticias, ¿no? —dijo la señora Greene, mientras se apoyaba la revista boca abajo sobre el regazo.

—¡Y que lo digas! —respondió Brooke, confiando en que su voz sonara más entusiasta de lo que ella se sentía—. Sony lo manda de gira, como una especie de preparación antes de que salga el álbum. Van a ensayar en Los Ángeles esta semana y después harán de teloneros de Maroon 5, por lo que tendrán oportunidad de actuar delante del público antes de iniciar su propia gira. Es un gran voto de confianza por parte de la discográfica.

—Pero entonces pasará todavía menos tiempo en casa.

—Así es. Se quedará en Los Ángeles el resto de la semana para ensayar. Tal vez regrese a casa durante unos días y después volverá a marcharse.

—Y a ti ¿qué te parece?

—Es una de las mejores noticias que podían darnos.

La madre de Brooke sonrió, mientras metía los pies recién terminados en las chanclas de papel que proporcionaba el salón de belleza.

—No has contestado a mi pregunta.

El teléfono de Brooke sonó para señalar la recepción de un mensaje.

—¡Salvada por la campana! —dijo ella con una sonrisa.

El mensaje era de Julian y decía: «Se me ha olvidado contarte que quieren que me compre ropa nueva. Dicen que mi look no funciona. ¡Pesadilla total!»

Brooke soltó una carcajada.

—¿Qué dice? —preguntó su madre.

—Puede que haya justicia, después de todo. Supongo que la gente de publicidad, o de marketing, o alguien, ha dicho que el «look» de Julian no funciona. Quieren que se compre otra ropa.

—¿Y qué ropa quieren que se ponga? No imagino a Julian con las chaquetas militares de Michael Jackson, ni con los pantalones de MC Hammer.

Parecía orgullosa de su dominio de la cultura pop.

—¿Estás de broma? Hace cinco años que estoy casada con él y puedo contar con los dedos de la mano las veces que lo he visto con algo que no fueran unos vaqueros y una camiseta blanca. Se va a oponer con todas sus fuerzas. ¡Ya verás qué batalla!

—¡Entonces ayudémoslo! —dijo su madre, mientras le entregaba la tarjeta de crédito a la mujer que le había presentado la factura. Brooke intentó sacar la cartera, pero su madre se lo impidió.

—Es absolutamente imposible que Julian acepte un nuevo «look», créeme. Moriría antes que ir de compras, y siente más apego por sus vaqueros y su camiseta blanca que algunos hombres por sus hijos. No sé si los de Sony saben dónde se meten, pero están locos si creen que van a convencerlo de que vista como Justin Timberlake.

—Brooke, cielo, esto puede ser divertido. Como Julian no va a comprarse nada por sí mismo, ¡vayamos nosotras de compras por él! —Brooke salió a la calle detrás de su madre y la siguió directamente a la escalera del metro—. Le compraremos lo que ya tiene, sólo que mucho mejor y más bonito. ¡Tengo una idea brillante!

Dos trenes y dos paradas más tarde, las dos mujeres salieron a la calle Cincuenta y Nueve y entraron en los almacenes Bloomingdale's por la planta sótano. La madre de Brooke abrió confiadamente la marcha hacia la sección de ropa de hombre.

Al poco tiempo, encontró un par de vaqueros clásicos, con corte para botas y desgastados, que no eran demasiado oscuros, ni demasiado claros, sino que estaban en su punto justo de apariencia usada y no tenían parches extraños, ni cremalleras, ni rotos, ni agujeros, ni bolsillos raros. Brooke tocó la tela, que le pareció asombrosamente ligera y suave, quizá incluso más que la de los adorados Levi's de Julian.

—¡Vaya! —exclamó, mientras se los quitaba a su madre—. Creo que éstos le encantarían. ¿Cómo lo haces?

Su madre sonrió.

—No os vestía nada mal a vosotros, cuando erais pequeños, ¿no crees? Supongo que aún me acuerdo.

Sólo entonces, Brooke reparó en la etiqueta con el precio.

—¿Doscientos cincuenta dólares? Los Levi's de Julian cuestan cuarenta. No puedo comprárselos.

Su madre se los arrebató de las manos.

—¡Oh, sí, claro que puedes! ¡Puedes y se los comprarás! Vas a comprar éstos y otros dos o tres más que vamos a encontrar. Después, iremos a la sección de camisetas y le buscaremos las camisetas blancas de mejor calidad y mejor caída de toda la tienda. Probablemente costarán unos setenta dólares cada una, pero no hay ningún problema. Te ayudaré a cubrir los gastos.

Brooke se quedó mirando a su madre, sin salir de su asombro, pero la señora Greene se limitó a asentir.

—Esto es importante. Lo es por toda clase de razones, pero sobre todo porque me parece fundamental que en este momento estés tú ahí para ayudarlo y apoyarlo.

Un vendedor aburrido acabó por acercárseles. La madre de Brooke le hizo un gesto para que se marchara.

—¿Estás sugiriendo que no lo ayudo lo suficiente? ¿Que no lo apoyo? ¿Te parece que trabajar en dos empleos durante cuatro años no es apoyarlo total y completamente? ¿Qué pueden importar unos cuantos pantalones?

Brooke se daba cuenta de que estaba subiendo el tono de voz y de que cada vez parecía más histérica, pero no podía evitarlo.

—Ven aquí —dijo su madre, tendiéndole los brazos—. Ven, para que te dé un abrazo.

Quizá por la expresión de simpatía de su madre o por la sensación poco habitual de sentirse abrazada, Brooke empezó a sollozar en el instante en que sintió el contacto de los brazos a su alrededor. No sabía muy bien por qué lloraba. Aparte del anuncio de Julian de que iba a tardar una semana más en volver a casa, no había nada verdaderamente trágico (de hecho, todo era fantástico); pero cuando empezó, no pudo parar. Su madre la estrechó con más fuerza y se puso a acariciarle el pelo, mientras le murmuraba naderías para tranquilizarla, como solía hacer cuando era pequeña.

—Están cambiado muchas cosas —dijo.

—Pero todas son buenas.

—Eso no quiere decir que no asusten. Brooke, cielo, ya sé que no hace falta que te lo diga, pero Julian está a punto de convertirse en un cantante famoso en todo el país. Cuando salga el álbum, vuestras vidas darán un giro de ciento ochenta grados. Todo lo que ha pasado hasta ahora no ha sido más que el prólogo.

—Es por lo que hemos estado luchando durante todos estos años.

—Claro que sí. —La señora Greene le dio primero unas palmaditas a Brooke en el brazo y después le apoyó una mano en la mejilla—. Pero eso no significa que no sea abrumador. Julian ya pasa mucho tiempo fuera de casa, vuestros horarios son un caos y han entrado muchas personas nuevas en escena, que intervienen, dan sus opiniones y se meten en vuestros asuntos. Y lo más probable es que todo vaya a más, tanto lo bueno como lo malo. Te lo digo, porque quiero que estés preparada.

Brooke sonrió y miró los vaqueros.

—¿Crees que la manera de prepararme es comprarle vaqueros más caros que los míos? ¿De verdad lo crees?

Su madre siempre había estado más interesada en la ropa que ella, pero no gastaba el dinero tontamente o en exceso.

—Así es. Es exactamente lo que creo. Vas a vivir muchas cosas durante los próximos meses, sólo por el hecho de que él estará viajando y tú estarás aquí, trabajando. Es probable que él no tenga un gran control sobre su vida, ni tú tampoco. Será muy difícil. Pero te conozco, Rook, y también conozco a Julian. Vais a superar esto, y cuando todo se asiente y vuelva a ser más rutinario, estaréis mejor que nunca. Tendrás que perdonarme por meterme en tu matrimonio (un tema sobre el que no soy ninguna experta, como todo el mundo sabe), pero hasta que pase esta época de locos, harás bien en tratar de participar en todo lo que puedas y de todas las formas posibles. Ayúdalo a encontrar ideas para venderse mejor. Procura despertarte del todo cuando te llame en medio de la noche, por muy cansada que estés; te llamará más a menudo, si sabe que estás ansiosa por escucharlo. Cómprale ropa nueva y cara, cuando te diga que necesita renovar el vestuario y no sepa por dónde empezar. ¿Qué más da lo que cueste? Si ese álbum se vende la mitad de lo que todos están pronosticando, este pequeño despilfarro ni siquiera será un «bip» en la pantalla del radar.

—¡Tenías que haberlo oído cuando me dijo lo mucho que piensa ganar con esta gira! Nunca he sido muy buena en matemáticas, pero creo que estaba hablando de cientos de miles de dólares.

Su madre sonrió.

—Los dos os lo merecéis, ¿lo sabes? Habéis trabajado mucho y durante mucho tiempo. Pasaréis por una época de derroche absurdo, durante la cual compraréis toda clase de lujos que ni siquiera sabíais que existían, y disfrutaréis a fondo de cada minuto. Yo, por mi parte, me ofrezco voluntaria para acompañarte a todas las expediciones para reventar dinero, en calidad de porteadora de las bolsas y de la tarjeta de crédito. Desde ahora hasta entonces, tendrás que aguantar muchas cosas, sin duda. Pero yo sé que tú puedes con eso y con mucho más.

Cuando finalmente salieron de la tienda, una hora y media más tarde, necesitaron las cuatro manos para llevar a casa toda la ropa nueva. Habían elegido juntas cuatro vaqueros clásicos y unos vaqueros negros desteñidos, además de un par de pantalones ceñidos de una pana suficientemente parecida al denim, según la señora Greene, para que Julian le diera su visto bueno. Habían pasado los dedos por varias pilas de camisetas blancas de marca, comparando la suavidad del punto de algodón de una con el algodón egipcio de otra, y debatiendo si una resultaba demasiado traslúcida y otra demasiado cuadrada, antes de seleccionar una docena, de diferentes estilos y géneros. Se separaron al llegar a la planta principal, y la madre de Brooke fue a comprarle a Julian varios productos faciales de Kiehl's, tras asegurarle a su hija que no conocía ningún hombre que no idolatrara su crema de afeitar y su loción para después del afeitado. Brooke tenía sus dudas de que Julian fuera a usar alguna vez algo diferente de la tradicional espuma Gilette en aerosol, que compraba por dos dólares en Duane Reade, pero agradecía el entusiasmo de su madre. Ella se dirigió a la sección de accesorios, donde eligió con mucho cuidado cinco gorros de lana (todos en colores apagados y uno de ellos con una sutil franja negra sobre el fondo negro), después de frotárselos por la mejilla, para asegurarse de que no picaran ni dieran calor.

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