Julian no se presentó ni habló de la canción que iba a interpretar, como solía hacer cuando actuaba, sino que se limitó a hacer un gesto a sus compañeros y a atacar una versión propia de
No rompas más
(
mi pobre corazón
). La decisión era arriesgada, pero fue un cálculo brillante. Había elegido un tema archiconocido y un poco cursi, lo había transformado para que sonara serio e incluso profundo, y había conseguido una versión completamente nueva, que resultaba rompedora e irónica. Su mensaje era: «Esperabais que viniéramos a interpretar formalmente el tema que habéis elegido como cabecera de vuestro programa, o tal vez algo del próximo álbum, pero preferimos no tomarnos demasiado en serio». El público rió, aplaudió y cantó con ellos, y cuando la canción terminó, les dedicó una impresionante ovación.
Brooke aplaudió con los demás y disfrutó oyendo los comentarios a su alrededor, sobre el talento de Julian y las ganas que tenían todos de seguir escuchándolo toda la noche. El entusiasmo del público no la sorprendía en absoluto. ¿Cómo no iban a entusiasmarse? Pero nunca se cansaba de oír los comentarios elogiosos. Cuando Julian se acercó al micrófono y miró al público con una sonrisa enorme y adorable, Brooke sintió que toda la sala le devolvía la sonrisa.
—Hola, gente —dijo, haciendo una exagerada reverencia con el sombrero de vaquero—. Gracias por recibir con tanto afecto a este chico del norte en vuestra ciudad.
Hubo aplausos y gritos de entusiasmo entre el público. Brooke vio que Tim Riggins levantaba el botellín de cerveza para brindar por Julian y tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un gritito de emoción. Derek Jeter puso las dos manos en pantalla alrededor de la boca y gritó:
—¡Yuju!
Las dos o tres mujeres que había en el grupo de guionistas, con las que Brooke había estado probando margaritas unos minutos antes, se acercaron al escenario para animar a la banda con aullidos de admiración. Julian las recompensó con otra de sus sonrisas ganadoras.
—Creo que hablo por todos nosotros cuando digo lo orgulloso y honrado que me siento de que hayáis elegido mi canción para que sea vuestra canción. —Sus palabras fueron recibidas con más aullidos y exclamaciones de entusiasmo—. Estoy ansioso por cantarla esta noche para todos vosotros. Pero espero que me perdonéis, si antes de cantar
Por lo perdido
, le dedico un tema a mi mujer, a mi querida Brooke. Ha sido un gran apoyo para mí en los últimos tiempos, un apoyo enorme, creedme, y hace mucho tiempo que no le doy las gracias. Rookie, ésta va por ti.
Al oír su apodo, Brooke se sonrojó y por una fracción de segundo incluso se molestó de que Julian la hubiera llamado así en público. Pero antes de que pudiera pararse a pensarlo, oyó los primeros compases de
Crazy love
, de Van Morrison, el primer tema que habían bailado juntos el día de su boda, y en un instante la embargó la emoción. Julian la miraba directamente a los ojos, mientras la canción avanzaba y crecía en intensidad, y sólo al llegar al estribillo, cuando echó atrás la cabeza para cantar con toda su alma, Brooke salió de su ensoñación privada y se dio cuenta de que toda la sala la estaba mirando. Bueno, no toda. Los hombres bebían tranquilamente sus cervezas y miraban sobre todo a los músicos de la banda, cada uno con su instrumento. Pero las mujeres no le quitaban los ojos de encima a Brooke y sus miradas eran de envidia y admiración. Era una sensación inédita. En otras actuaciones de Julian ya había sido testigo de la adoración que inspiraba su marido, pero nunca hasta ese momento había sentido los focos de la atención del público concentrados sobre ella misma. Sonrió, se movió un poco al son de la música y siguió mirando a Julian mientras él le dedicaba su canción, y de alguna manera, pese a tener cientos de testigos, le pareció que aquel momento era uno de los más íntimos que habían compartido jamás y uno de los mejores que podía recordar.
Cuando por fin Julian empezó a cantar
Por lo perdido
, Brooke estaba convencida de que toda la sala se había enamorado de él. La energía era palpable e intensa; pero hacia la mitad de la canción, el estremecimiento de entusiasmo fue aún mayor. La gente empezó a moverse, a girar la cabeza y a susurrar. Unos cuantos estiraron el cuello para ver mejor y uno incluso señaló con el dedo. Estaba pasando algo, pero Brooke no veía bien qué era, hasta que…
«¡Un momento! ¿Será realmente ella? ¿Será de verdad… Layla Lawson?»
¡Claro que sí era ella! Aunque Brooke no habría podido imaginar qué estaba haciendo Layla Lawson en la fiesta de presentación de la nueva temporada de «Friday Night Lights», era indudable que ahí estaba… ¡y estaba guapísima! A juzgar por el vestido corsé de diseño floral y las botas vaqueras que llevaba, Brooke no habría podido decir si iba vestida o no según el código de etiqueta recomendado para la fiesta, pero no había duda de que la chica estaba muy en forma, era muy famosa y parecía muy feliz. Toda la sala se concentró en ella y la siguió con la mirada mientras saludaba a Samara con un fuerte abrazo y pasaba a través del público, hasta situarse cerca del lugar que ocupaba Brooke, al pie del escenario.
Sucedió antes de que nadie (incluido Julian) tuviera tiempo de asimilarlo. Unos segundos antes de que terminara la canción y el público estallara en aplausos, Layla subió la escalerilla que había a un lado del escenario, se dirigió confiadamente a Julian y le dio un abrazo. Después, con una sonrisa, le dio un beso en la mejilla, lo enganchó por un brazo con las dos manos y se volvió hacia el público. Parecía como si colgara literalmente de su brazo y lo miraba con una sonrisa de un blanco centelleante y una mirada de absoluta adoración. Hasta ese momento, Julian se había quedado helado de incredulidad, pero algo en su interior debió de hacer clic, porque al cabo de unos segundos empezó a mirarla con idéntico arrobo.
Layla se acercó al micrófono, como si le perteneciera, y exclamó:
—¿A que está para comérselo? ¡Un aplauso para Julian Alter!
El público enloqueció. Todos los fotógrafos que los habían ignorado a la entrada se volvieron locos. Dándose codazos para conseguir el mejor ángulo, empezaron a tomar una foto tras otra; por los destellos de los flashes, se hubiera dicho que era la noche de los Oscar. El frenesí acabó casi tan rápidamente como había empezado, cuando Layla se inclinó para susurrarle algo al oído a Julian y bajó del escenario. Brooke supuso que se quedaría para tomar una copa, pero la estrella se encaminó directamente a la salida.
Diez minutos después, Julian volvía a estar a su lado, todo sudor y sonrisas, con el halo habitual que solía tener después de las actuaciones, exacerbado por la emoción. Le dio un beso a Brooke, la miró como diciéndole «no veo la hora de comentar todo esto contigo» y le apretó con fuerza la mano, para recorrer con ella la sala, recibiendo felicitaciones y palmadas en la espalda con una sonrisa sincera.
No estuvieron solos ni un segundo hasta casi la una de la madrugada, cuando Samara y Leo les dieron las buenas noches y se dirigieron a sus habitaciones de hotel (en el caso de Leo, en compañía de alguien que había conocido en la fiesta, por supuesto). En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Julian miró a Brooke y le dijo:
—¿Puedes creer que Layla Lawson subiera al escenario conmigo?
—Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, no lo creería. Todavía no estoy muy segura de que haya pasado.
Brooke se quitó las botas y se derrumbó en la cama.
—¡Layla Lawson! ¡Es increíble! ¿Qué demonios hacía en esa fiesta?
—Ni idea, pero te diré que esa chica sabe actuar. ¿Te has fijado cómo se movía a tu lado, cómo se balanceaba y movía las caderas? Era electrizante. Actúa desde el instante en que tiene un micrófono en las manos. No puede evitarlo.
Alguien llamó a la puerta.
Julian miró a Brooke, que se encogió de hombros. Fue a abrirla, y Leo entró en tromba, sin esperar a que lo invitaran. Brooke estuvo a punto de reírse al verlo, porque llevaba la camisa desabotonada hasta el ombligo y tenía una mancha de algo sospechosamente parecido a pintalabios por la parte interior del cuello.
—Oye —le dijo a Julian, sin pararse a saludar, ni disculparse por la interrupción—, ya sé que esto es muy de último minuto, pero Samara acaba de decirme que te tiene programadas una serie de cosas para mañana, en Los Ángeles. Esa escena de Layla ha sido una puta genialidad; la gente todavía está alucinando. Salimos para el aeropuerto a las nueve, ¿de acuerdo?
—¿Mañana? —consiguió articular Julian, que parecía tan sorprendido como Brooke.
—A las nueve en punto, en el vestíbulo. Ya hemos reservado los billetes. Probablemente estarás de vuelta en Nueva York dentro de tres o cuatro días. ¡Has estado genial esta noche! Hasta mañana.
—Bueno —dijo Brooke, cuando la puerta se cerró de un golpe detrás de Leo.
—Bueno, supongo que mañana salgo para Los Ángeles.
—Muy bien —dijo Brooke, porque no sabía qué otra cosa decir.
Iba a tener que cancelar la cena programada para la noche siguiente con unos compañeros de universidad de Julian, que estaban de paso por la ciudad. Y Julian tampoco podría asistir a la gala de beneficencia del museo a la que Nola los había invitado y de cuyo comité de organización formaba parte su amiga, aunque las entradas les habían costado un ojo de la cara.
Llamaron otra vez a la puerta.
—¿Ahora qué? —gruñó Brooke.
Esta vez era Samara, y estaba más animada de lo que Brooke la había visto nunca. También ella entró en la habitación sin saludar y, sin levantar la mirada de su libreta encuadernada en piel, dijo:
—Bueno, parece que la operación Lawson ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Todo el mundo se ha fijado, absolutamente todo el mundo.
Julian y Brooke se limitaron a mirarla sin decir palabra.
—He recibido doscientas llamadas pidiendo entrevistas y fotos. Brooke, estoy pensando en ofrecer un reportaje sobre ti, algo así como «¿Quién es la señora Alter?», así que tenlo en cuenta. Julian, tienes toda la semana que viene ocupada. Todo marcha a pedir de boca, los resultados son estupendos y, lo que es más importante, todos en Sony están encantados.
—¡Vaya! —exclamó Julian.
—Genial —añadió Brooke con voz débil.
—Hay un montón de paparazzi rondando por el vestíbulo del hotel, así que preparaos para cuando os asalten mañana por la mañana. Puedo daros los nombres de algunas personas que os asesorarán sobre temas de privacidad y seguridad, todas muy competentes.
—No creo que haga falta —dijo Brooke.
—Sí, claro, ya me lo diréis, si os parece. Mientras tanto, os sugiero que empecéis a registraros con nombre falso en los hoteles y que tengáis mucho cuidado con lo que escribís en los mensajes de correo electrónico, sea quien sea el destinatario.
—Hum, ¿de verdad es tan…?
Samara interrumpió a Julian cerrando de un golpe la libreta. La reunión quedaba oficialmente clausurada.
—Brooke, Julian —dijo, articulando lentamente los nombres de ambos, con la clase de sonrisa que a Brooke le daba escalofríos—, bienvenidos a la fiesta.
Habría podido ser médico
—¿Quiere que las ponga detrás de las otras persianas, o que quite las viejas antes de ponerlas? —preguntó el instalador, señalando con un gesto el dormitorio de Brooke y de Julian.
No era una decisión particularmente importante, pero Brooke habría preferido no tener que tomarla sola. Julian estaba en algún lugar del noroeste, cerca de la costa del Pacífico (le costaba seguirle la pista), y últimamente no estaba ayudando mucho en las tareas domésticas.
—No sé. ¿Qué suele hacer la gente?
El hombre se encogió de hombros. Su expresión decía: «Me da exactamente igual una cosa o la otra, pero decídase pronto, para que pueda largarme de una vez y disfrutar del sábado». Brooke lo entendía perfectamente.
—Hum, supongo que podría ponerlas detrás de las viejas. De todos modos, me parece que aquéllas son más bonitas.
El instalador gruñó una respuesta y se marchó, con el desleal de
Walter
pisándole los talones. Brooke volvió a la lectura de su libro, pero se sintió aliviada cuando sonó el teléfono.
—Hola, papá. ¿Cómo estás?
Tenía la sensación de que llevaba siglos sin hablar con su padre, y cuando lo hacía, lo único que parecía interesarle a él era Julian.
—¿Brooke? No soy tu padre. Soy Cynthia.
—¡Hola, Cynthia! He visto el número de papá en la pantalla del teléfono. ¿Qué tal estáis? ¿Hay alguna probabilidad de que vengáis a Nueva York?
Cynthia forzó una risita.
—No me parece muy probable que volvamos pronto. La última vez fue… agotadora. Pero ya sabes que siempre sois bienvenidos por aquí.
—Sí, claro. No hace falta que lo digas.
Su respuesta sonó un poco más seca de lo que ella pretendía, pero no dejaba de ser irritante recibir una invitación para visitar a su propio padre en la casa donde había pasado la infancia. Cynthia debió de notarlo, porque en seguida se disculpó, lo que le produjo a Brooke cierto sentimiento de culpa, por haberse mostrado innecesariamente susceptible.
—Yo también lo siento —replicó Brooke con un suspiro—. Todo se ha vuelto un poco loco últimamente.
—¡Y que lo digas! Oye, supongo que me dirás que no es posible, pero tengo que preguntártelo. Es por una buena causa, ¿sabes?
Brooke hizo una inspiración profunda y contuvo la respiración. Ésa era la parte imprevista de compartir la vida con alguien que acababa de hacerse famoso (porque Julian ya era famoso, ¿no?), la parte para la que nadie la había preparado.
—No sé si lo sabías, pero soy copresidenta de la comisión de mujeres del templo Beth Shalom, nuestra sinagoga.
Brooke esperó a que continuara, pero Cynthia guardó silencio.
—Sí, creo que ya lo sabía —respondió, intentando parecer lo menos entusiasta posible.
—Bueno, dentro de unas semanas celebraremos nuestra comida anual de recogida de fondos, a la que invitamos a varios oradores, pero una de las invitadas ha cancelado su participación. Era esa mujer que escribe libros de cocina kósher, ya sabes quién te digo. En realidad, no creo que sus platos sean estrictamente kósher, sino sólo «al estilo kósher». Tiene un libro para la Pascua, otro para el Hanuká, otro de cocina infantil…
—Ajá.
—Bueno, supuestamente tiene que operarse de los juanetes la semana que viene y parece ser que no podrá caminar durante un tiempo, aunque yo creo que en realidad va a hacerse una liposucción…