La travesía del Explorador del Amanecer (20 page)

BOOK: La travesía del Explorador del Amanecer
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—Así hablan los hombres de tierra —dijo Drinian—. En estos mares siempre hay un viento oeste predominante hasta fines del verano, y siempre cambia al comenzar el nuevo año. Tendremos suficiente viento para navegar rumbo al oeste; más de lo que quisiéramos, según dicen.

—Eso es verdad, capitán —dijo un viejo marinero, que era galmiano de nacimiento—. En enero y febrero se tiene un tiempo horrible proveniente del este. Y con su permiso, señor, si yo estuviese al mando de este barco, propondría pasar el invierno aquí y emprender el viaje de regreso a casa en marzo.

—¿Qué comerías mientras invernamos aquí? —preguntó Eustaquio.

—Cada día al ponerse el sol —dijo Ramandú—, esta mesa se llenará con un banquete digno de un rey.

—¡Así se habla! —exclamaron varios marineros.

—Sus Majestades, caballeros y damas —dijo Rynelf—. Sólo hay una cosa que quiero decirles. A ninguno de nosotros se le obligó a venir en este viaje. Somos voluntarios. Y hay algunos aquí que están mirando insistentemente esa mesa pensando en el banquete real, y que el día que zarpamos de Cair Paravel hablaban a grandes voces de las aventuras que tendrían, y juraban que no volverían a casa mientras no encontraran el Fin del Mundo. Y en el muelle quedaron algunos que habrían dado todo lo que tenían con tal de venir con nosotros. En ese entonces, se pensaba que era preferible tener el camarote de un grumete a bordo del
Explorador del Amanecer,
a usar un cinturón de caballero. No sé si comprenden mis palabras, pero lo que quiero decir es que tipos que emprenden un viaje como el nuestro, serían tan tontos como..., como aquellos Zonzópodos, si volvemos a casa y decimos que llegamos al principio del Fin del Mundo y no tuvimos el valor de ir más lejos.

Ante estas palabras algunos marineros aplaudieron, en tanto que otros dijeron que les daba lo mismo.

—No va a ser divertido —susurró Edmundo a Caspian—. ¿Qué hacemos si la mitad de nuestros compañeros echa pie atrás?

—Espera —contestó Caspian en un susurro—. Aún tengo una carta que jugar.

—¿No vas a decir nada, Rip? —preguntó Lucía.

—No. ¿Por qué espera su Majestad que lo haga? —repuso Rípichip en una voz que la mayoría pudo oír—. Ya hice mis propios planes. Navegaré a bordo del
Explorador del Amanecer,
mientras sea posible. Cuando él me falle, remaré hacia el este en mi barquilla. Cuando se hunda, nadaré siempre al este con mis cuatro patas, y cuando ya no pueda seguir nadando, si aún no he llegado al país de Aslan, o me he precipitado por el borde del mundo en una inmensa catarata, me hundiré con la nariz hacia la salida del sol y Rípichip quedará a la cabeza de los ratones de Narnia que hablan.

—¡Bravo, bravo! —gritó un marinero—. Yo digo lo mismo, salvo la parte sobre la barquilla, pues no cabría en ella —y añadió en voz más baja—: No me las ganará un ratón.

Al oír esto, Caspian se puso en pie de un salto.

—Amigos —dijo—, creo que no han comprendido bien cuáles son nuestras intenciones. Hablan como si hubiésemos venido a ustedes con nuestro sombrero en la mano, mendigando una tripulación. Bien..., sepan que no es así. Nosotros, junto con nuestros reales hermanos y su pariente y el Señor Rípichip, el buen caballero, y lord Drinian, tenemos una misión en el Fin del Mundo. Tendremos el placer de escoger de entre aquellos de ustedes que estén dispuestos, a los que consideremos dignos de tan grande empresa. No hemos dicho que puedan venir sólo porque lo pidan. Es por eso que pediré a lord Drinian y al capitán Rins que examinen cuidadosamente entre ustedes cuáles son los más rudos en la batalla, los marinos más expertos, los de sangre más pura, los más leales a nuestra persona y los de vida y costumbres más limpias; y que me den una lista con sus nombres.

Hizo una pausa y luego continuó con voz más viva:

—¡Por la Melena de Aslan! —exclamó—. ¿Creen que el privilegio de ver las últimas cosas se compra por nada? Porque todos los que vengan con nosotros legarán a sus descendientes el título de Explorador del Amanecer y cuando desembarquemos en Cair Paravel a nuestro regreso, será dueño de oro o tierra suficiente para ser rico el resto de su vida. Ahora, dispérsense y váyanse por la isla, todos ustedes. En media hora más recibiré los nombres que me va a dar lord Drinian.

Hubo un silencio avergonzado y, luego de hacer sus saludos, la tripulación se marchó, unos por acá y otros por allá, pero la mayoría se fue en pequeños grupos, conversando.

—Y ahora, a buscar a Lord Rup —dijo Caspian.

Pero al volver a la cabecera de la mesa, se encontró con que Rup ya estaba allí. Había llegado, silencioso e inadvertido, en medio de la discusión, y ahora estaba sentado al lado de lord Argoz. La hija de Ramandú se encontraba junto a él, como si acabara de ayudarlo a sentarse; Ramandú, que estaba a sus espaldas, puso ambas manos sobre la cabeza gris de Rup. Aún a plena luz del día, un débil rayo de luz plateada salió de las manos de la estrella. En el rostro demacrado de Lord Rup había una sonrisa. Extendió una mano a Lucía y la otra a Caspian. Por un momento pareció como si fuese a decir algo. Luego su sonrisa se iluminó como si estuviera sintiendo una sensación deliciosa; sus labios exhalaron un largo suspiro de agrado, su cabeza cayó hacia adelante y se durmió.

—Pobrecito Rup —dijo Lucía—. Pero me alegro. Debe haber pasado momentos horribles.

—Ni pensemos siquiera —dijo Eustaquio.

Mientras tanto, el discurso de Caspian, ayudado tal vez por un poco de la magia de la isla, estaba produciendo el efecto deseado. Un buen número de los que parecían ansiosos de
dejar
el viaje, pensaban ahora distinto frente a la idea de que los
dejaran
fuera. Y, como es de esperar, cada vez que un marinero anunciaba que había decidido pedir permiso para navegar, los que aún no lo habían dicho advertían que iban siendo menos, y comenzaban a sentirse incómodos. De modo que poco antes de que se cumpliera la media hora, ya muchos estaban abiertamente “haciendo la pata” a Drinian y a Rins (al menos, así se decía en mi colegio) para obtener un buen informe. Pronto había sólo tres que no querían ir, y esos tres trataban por todos los medios de persuadir a otros para que se quedaran con ellos. Y muy poco después, quedó sólo uno, que al final empezó a sentir miedo de que lo dejaran solo atrás, y cambió de parecer.

Al cumplirse el plazo de la media hora, todos volvieron en tropel a la Mesa de Aslan y permanecieron de pie en un extremo, mientras Drinian y Rins fueron a sentarse junto a Caspian y le presentaron su informe. Caspian aceptó a todos los hombres, menos al que cambió de parecer al último momento. Su nombre era Pocosueldo, y permaneció en la Isla de la Estrella todo el tiempo que los demás estuvieron navegando en busca del Fin del Mundo, deseando ardientemente haber ido con ellos. No era del tipo de hombre que podría entretenerse conversando con Ramandú y su hija (ni tampoco ellos con él). Además llovió mucho, y a pesar de que todas las noches había un gran banquete en la Mesa, no lo disfrutaba demasiado. Decía que le ponía la carne de gallina sentarse allí solo (tanto si llovía, como si no) con esos cuatro lores dormidos en un extremo de la mesa. Y cuando los otros volvieron, se sintió tan ajeno a todo, que desertó en el viaje de regreso a casa, se quedó en las Islas Desiertas y se fue a vivir a Calormania. Allí contaba fantásticas historias sobre sus aventuras en su viaje al Fin del Mundo, hasta que él mismo llegó a creerlas. Así que, en cierto sentido, se puede decir que vivió feliz el resto de sus días. Pero jamás pudo soportar a los ratones.

Aquella noche todos comieron y bebieron en la gran Mesa entre los pilares, donde, por arte de magia, se renovaba el banquete. Y a la mañana siguiente el
Explorador del Amanecer izó
velas nuevamente, justo cuando los grandes pájaros habían llegado y vuelto a partir.

—Señora —dijo Caspian—, espero volver a hablar contigo cuando haya roto el encantamiento.

Y la hija de Ramandú lo miró y sonrió.

Las maravillas del Último Mar

Muy poco después de abandonar las tierras de Ramandú empezaron a sentir que ya navegaban más allá del mundo. Todo era diferente. Por una parte, se daban cuenta de que cada vez tenían menos necesidad de dormir. No tenían ganas de irse a acostar, ni de comer demasiado, ni siquiera de hablar, a menos que fuera en voz baja; y, por otra parte, estaba la luz. Había demasiada luminosidad. Al salir cada mañana, el sol se veía dos, si no tres veces su tamaño habitual. Y cada mañana (lo que impresionaba a Lucía) las inmensas aves blancas, cantando su canto con voces humanas en un lenguaje que nadie conocía, revoloteaban en el cielo y luego desaparecían a popa, camino a desayunar en la Mesa de Aslan. Poco después, volvían y se perdían en el oriente.

“Qué preciosamente clara es el agua”, se dijo Lucía, inclinándose por la baranda a babor al comienzo de la tarde del segundo día.

Y así era. Lo primero que vio fue un pequeño objeto negro, del tamaño de un zapato, que iba a igual velocidad que el barco. Por un instante pensó que se trataba de algo que flotaba en la superficie, pero de pronto pasó flotando un pedacito de pan añejo que el cocinero acababa de botar desde la cocina. Y parecía que el pedazo de pan fuera a estrellarse contra el objeto negro, pero no lo hizo. Pasó sobre él y Lucía se dio cuenta, entonces, de que el objeto negro no podía estar en la superficie. Luego el objeto negro se hizo de repente mucho más grande, pero, un instante después, recuperó rápidamente su tamaño original.

De inmediato Lucía recordó haber visto ocurrir algo semejante en otro lugar...; si sólo pudiese recordar dónde. Se tomó la cabeza con las manos, arrugó la cara y sacó la lengua, en el esfuerzo por recordar. Finalmente lo logró. ¡Por supuesto! Era similar a lo que se ve desde un tren en un radiante día de sol. Ver la sombra de tu propio carro corriendo por los campos al mismo ritmo del tren, hasta que, de pronto, viene una zanja; de inmediato la misma sombra se mueve a tu lado y se hace más grande, mientras corre por el pasto a la orilla de la zanja. Luego sales de la zanja y, ¡ya está!, otra vez la sombra negra recobra su tamaño normal y continúa corriendo por los campos.

—¡Es nuestra propia sombra, la sombra del
Explorador del Amanecer!
—exclamó Lucía—. Nuestra sombra, que va corriendo por el fondo del mar. La vez que creció fue porque subió por un cerro. Pero, en ese caso, el agua debería estar más clara de lo que pensaba. ¡Madre mía! Debo estar viendo el fondo del mar a brazas y brazas de profundidad.

Tan pronto como dijo esto, comprendió que la gran extensión plateada que había estado viendo (sin darse cuenta) durante algunos momentos era, en realidad, la arena del fondo del mar, y que todos esos trozos más oscuros o más brillantes no eran sombras y luces en la superficie, sino cosas reales en el fondo. En ese momento, por ejemplo, estaban pasando sobre una gran masa de suave verdor violáceo con una ancha franja gris pálido que la cruzaba por el medio; pero ahora que sabía que estaba en el fondo, la veía mucho mejor. Podía ver que algunas partes de la cosa oscura estaban más alto que otras, y que ondeaban lentamente.

—Tal como los árboles cuando hay viento —dijo Lucía—, y estoy segura de que eso son. Es un bosque submarino.

Pasaron por sobre él y, de pronto, a la línea gris pálido se unió otra raya gris pálido.

“Si estuviera allá abajo —pensó Lucía—, esa línea perfectamente podría ser como un camino en el bosque, y el lugar donde se junta con la otra podría ser un cruce. ¡Ay, cómo me gustaría estar allá! ¿Qué pasa ahora? Parece que el bosque se termina. ¡Y creo que la franja era en verdad un camino! Todavía la puedo ver atravesando la arena clara. Es de un color diferente y está marcada con algo en los bordes, unas líneas de puntos. Tal vez sean piedras. Y ahora se pone más ancha”.

Pero, verdaderamente, no se estaba ensanchando, sino que se estaba acercando. Lucía se dio cuenta de esto debido a la forma en que la sombra del barco se precipitaba hacia él. El camino, ahora estaba segura de que era un camino, empezó a zigzaguear. No cabían dudas de que subía un cerro empinado. Cuando Lucía ladeó la cabeza y miró hacia atrás, lo que vio era muy parecido a lo que ves cuando bajas la mirada desde la cumbre de un cerro a un camino serpenteante. Podía ver hasta los rayos de luz que caían a través del agua en el valle arbolado; y allá, muy a lo lejos, vio que todas las cosas se fundían en un sombrío verdor. Pero algunos lugares, los más soleados, pensó, eran de color azul ultramarino.

Sin embargo, Lucía no pudo perder mucho tiempo mirando hacia atrás, porque lo que aparecía al frente era sumamente impresionante. Aparentemente el camino había alcanzado la cumbre de la colina y ahora se extendía derecho hacia adelante. En él se movían pequeños puntos de un lado a otro y en ese instante algo maravilloso apareció echando destellos, afortunadamente a plena luz del sol, al menos a toda la luz posible cuando cae a varios metros de profundidad. Era algo nudoso y dentado, de un color nacarado o quizás marfileño. Lucía estaba casi justo encima y, al principio, apenas pudo distinguir de qué se trataba. Pero todo se aclaró cuando vio su sombra. La luz caía por los hombros de Lucía, de manera que la sombra de lacosa se alargaba sobre la arena tras la cosa. Porsu forma
,
ellase dio cuenta claramente de que era la sombra de torres, pináculos, minaretes y cúpulas.

“¡Vaya! Pero si es una ciudad, o un castillo enorme —dijo Lucía para sus adentros—. ¿Por qué lo habrán construido en la cumbre de una montaña tan grande?”

Mucho tiempo después, cuando estaba de vuelta en Inglaterra y comentaba todas estas aventuras con Edmundo, dieron con una razón, que estoy muy seguro es la correcta. En el mar, mientras más profundo se llega, más frío y sombrío se vuelve, y es en aquellas profundidades, en el frío y la oscuridad, donde viven cosas, peligrosos monstruos, como el Calamar, la Serpiente Marina y el Kraken
[2]
. Los valles son los lugares más salvajes y hostiles. Los habitantes del mar piensan de sus valles lo que nosotros de nuestras montañas; y piensan de sus montañas, lo que nosotros de nuestros valles. Es en las alturas (o, como diríamos más bien, “en los bajos”) donde hay paz y cordialidad. Los temerarios cazadores y los valientes caballeros de mar bajan a las profundidades en busca de presas y aventuras, pero vuelven a sus hogares en las montañas al descanso y tranquilidad, a sus costumbres cortesanas y reuniones de consejo, a los deportes, a los bailes y cantos.

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