La señal de la cruz (35 page)

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Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La señal de la cruz
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—¿Tu teoría la clave? —se rió Boyd—. Esto sí que es bueno.

—¡
Professore
! ¡Está siendo descortés! De no ser por Jonathon, estaríamos todos muertos.

Payne se volvió hacia María y le agradeció el apoyo, le alegró ver que al menos una persona lo tomaba en serio.

—Admito que no sé mucho sobre el Jerusalén del siglo primero, pero si no recuerdo mal, estáis buscando un acontecimiento de la vida de Cristo que asombró a todos.

—Permíteme que te interrumpa —dijo bruscamente Boyd—. Hemos examinado todos los milagros que hizo Cristo, pero creemos que no eran lo bastante milagrosos como para convertir a las masas. Además, Tiberio quería que ese acontecimiento fuese escenificado en Jerusalén, y los milagros de Cristo tuvieran lugar en otros lados.

—Doc, si no me equivoco, Tiberio habla de representar un único evento, un acto tan mágico y sobresaliente que la gente no pudiese ignorarlo.

—Más o menos eso es lo que dice, sí.

—Pero sólo habla de uno, no de dos ni tres.

Boyd asintió:

—Así es. El manuscrito se refiere a un único acto que futuras generaciones recordarían durante toda la eternidad. Algo mágico y místico en el corazón de Jerusalén.

De repente, Payne se sintió más confiado que nunca:

—Entonces sólo hay un acontecimiento así en la vida de Jesús… Un acto, creedme, del que la gente sigue hablando.

50

H
enri Toulon solía llegar tarde al trabajo y regresar temprano a casa. Nick Dial no se sorprendió cuando llamó a la Interpol y no pudo a encontrarlo. No eran los mejores amigos del mundo. Las diferencias venían porque, supuestamente, Dial obtuvo el cargo que Toulon codiciaba, y también porque Toulon era un tipo al que le encantaba estar peleado con todo el mundo. Aun así, Dial tenía que tragarse toda esa mierda porque Toulon hacía su trabajo mejor que nadie.

Después de dejar un mensaje, Dial se concentró en el tablón que había colgado en su despacho en Boston. Miró las tres fotografías de los crímenes para tratar de encontrar una posible conexión. Un sacerdote de Finlandia que habia sido secuestrado en Italia pero asesinado en Dinamarca. Un príncipe de Nepal secuestrado en Tailandia pero asesinado en Libia. Un jugador de béisbol de Brasil que había sido raptado en Nueva York y crucificado en Boston. ¿Cuál era el hilo que los unía?

Jansen, Narayan y Pope eran tipos sanos, todos ellos menores de cuarenta años. Ninguno estaba casado ni tenía hijos ni pareja. De hecho, todos evitaban las relaciones. Jansen había hecho voto de celibato, Narayan prefería a las prostitutas y Pope sufría trastornos de personalidad. Por otro lado, la lista de diferencias entre ellos era el doble de larga. Distintas religiones, distintos orígenes étnicos y provenían de puntos del globo terráqueo muy alejados entre sí. Hablaban diferentes idiomas, tenían diferentes trabajos y ninguna conexión excepto, claro, la forma en que murieron.

Para Dial estaba claro que la investigación no debía cen trarse en la identidad de las víctimas, sino en cómo se habían producido los asesinatos.

Mientras sorbía su café, se concentró en las escenas donde se habían cometido los crímenes. Solía trabajar con un solo mapa, porque sus casos solían limitarse a una área determinada. Pero en este caso estaba obligado a tener delante el mundo entero, porque las víctimas habían muerto en lugares muy aislados.

Para ordenar las pistas, utilizaba unas chinchetas de diferentes colores. Marcó las ciudades natales de los tres hombres con chinchetas de color blanco. Puso una en Lokka, Finlandia, otra en Katmandú, Nepal y la otra en Sao Paulo, Brasil. Después marcó los lugares donde se habían producido los secuestros con chinchetas de color azul: Roma, Bangkok y Nueva York. Finalmente, marcó el sitio de los asesinatos con unas de color rojo, una elección muy apropiada considerando la cantidad de sangre que se encontró en esos sitios.

Nueve chinchetas en total, distribuidas por la superficie del mapa. Tres en Europa, dos en Asia, dos en Norteamérica, una en América del Sur y una en África. Los únicos continentes no incluidos eran Australia y la Antártida, algo que a Dial ya le parecía bien. No sentía la necesidad de ir a investigar al desierto de Australia ni a una isla de hielo localizada en el Polo Sur.

Un timbrazo del teléfono hizo que volviera de nuevo a la realidad. Se apresuró a coger el auricular.

—Soy Dial.

—Yo no —bromeó Henri Toulon.

Dial no estaba para bromas, así que fue directo al grano:

—Ayer por la noche cuando llegué a Boston, encontré un dato interesante sobre la última víctima… Aún no estaba muerto.

—¿Qué? ¿Quieres decir que sigue con vida? Pero yo entendí que…

—No, Henri, ahora sí está muerto, aunque no lo estaba mientras aterrizaba en el aeropuerto de Boston. De hecho, según los registros telefónicos del número de emergencias, la policía no lo supo hasta que yo llegué a América.

Toulon permaneció callado durante unos momentos, asimilando la información:

—Pero ¿cómo pudo pasar algo así? Nosotros recibimos un fax ayer sobre el asesinato.

—Ahí es adonde quiero llegar. Estábamos enterados del caso incluso antes de que hubiera un caso. Parece que tenemos otro bromista.

Toulon masculló unas cuantas palabrotas en francés, después gritó a uno de sus ayudantes en alemán, dando así una pequeña muestra de por qué era tan valioso para el departamento. Hablaba doce idiomas, lo que le permitía comunicarse con casi todos los empleados de la Interpol, con testigos de múltiples nacionalidades y con funcionarios de la
NCB
de todo el mundo.

—Lamento que hayas oído esto —dijo Toulon—. Tenía el fax aquí, en mi escritorio, pero un cabrón del segundo turno ha tocado todas mis cosas y ahora el fax no aparece. Ya te lo he dicho, Nick, si quieres que sea eficiente, necesito una oficina para mí solo.

—No estoy de humor, Henri. Sólo dime lo del fax.

—Lo mandaron de la comisaría de policía de Boston, tal vez diez minutos antes de que te llamara al móvil. Decía que otra víctima había sido encontrada en el estadio de béisbol de Boston, y necesitaban que fuese alguien de nuestra oficina para confirmar la conexión con los otros casos.

—¿Tienes el nombre, el número o la dirección de la comisaría de policía?

—Tenía todo eso Nick, en el propio fax. Venía en la hoja.

Dial gruñó silenciosamente. Esa era la mejor pista que tenían y alguien de la oficina la había perdido.

—¿Nick? —dijo Toulon—. Hans está revisando el aparato de fax. Almacena al menos cincuenta documentos en memoria, de manera que hay una probabilidad alta de que podamos imprimir otra copia. También revisaré nuestros registros telefónicos para ver de dónde venía el fax. Así podrás investigar ese sospechoso aviso antes de irte de Boston.

Dial suspiró. Tal vez no iba a ser el desastre total que él creía.

—Consigúeme la información tan pronto como puedas. Esta puede ser la oportunidad que estábamos esperando.

A Frankie Cione, Payne y Jones le encantaban. No sabía si era por su calma extrema cuando estaban bajo presión, sus bienintencionadas bromas o por el hecho de que ambos eran altos. Fuese por la razón que fuese, Frankie sabía que eran especiales. Le habían encargado cosas para que se sintiera importante, algo que sus amigos o colegas raras veces hacían. Y además sabía que a ellos les gustaba él por sí mismo, y no sólo por lo que pudiera hacer por ellos.

Después de que Payne y Jones dejasen Milán, Frankie estuvo pensando en formas de continuar ayudándolos. Tardó todo un día en caer en la cuenta, pero luego vio que habían dejado en sus manos algunas pruebas: las fotografías de la zona donde se estrelló el helicóptero o los datos del coche alquilado. Claro que Frankie no tenía ni idea de adonde podían llevar esos datos, pero la ilusión por ayudarlos fuera como fuese, era suficiente para intentarlo.

Franceso Cione, investigador privado. Ningún caso es demasiado grande, aunque yo sea bastante pequeño
.

Frankie se reía de sí mismo y sabía que las fotografías de Orvieto le ayudarían a dar el primer paso. Payne y Jones habían dejado su oficina antes de tener oportunidad de ampliarlas todas.

La primera fotografía que examinó fue una que Jones había escaneado en su ordenador. Frankie se tomó su tiempo, analizando cada centímetro de la película, ampliando la fotografía ocho veces y mirándola desde cuatro ángulos diferentes, antes de decidir si pasaba a la siguiente. Después de minimizar el archivo de la pantalla, ojeó el resto de las fotografías y se entretuvo con las dos últimas del carrete.

A primera vista no había razón aparente que justificase haberlas tomado, aunque Frankie pensó que si Donald Barnes era tan obeso como Payne y Jones contaban, algo tuvo que motivarlo como para cruzar la meseta y sacar esas otras fotografías sobre el accidente. Y como a ese tamaño no veía nada, esperaba que un aumento le dijera algo más.

Moviendo el mouse, Frankie podía desplazar la imagen en cualquier dirección, lo que le permitía enfocar ciertas áreas del choque que Payne y Jones nunca vieron.

El primer tramo de la fotografía no era más que una sombra creada por una espiral de humo combinada con los rayos del sol de verano. El segundo era una roca, parcialmente cubierta de moho verde, mientras que el tercero era una parte del rotor que Boyd había destrozado con su caja de herramientas. El cuarto tramo era un poco más difícil de descifrar, tanto que tuvo que ampliarlo cinco veces más. Después optimizó los píxeles de la imagen, pero sin arriesgarse a dar un veredicto. Después de hacer todo esto, todavía le quedaban unas cuantas dudas respecto a lo que estaba viendo, pues la imagen era un tanto terrorífica.

Bajo los escombros del pie del acantilado, yacía el cuerpo aplastado de un soldado italiano. Su cabeza debía de haberse roto con el impacto inicial de la avalancha, mientras que el resto de su cuerpo parecía destrozado por la caída desde una altura de ciento veinte metros. Sus extremidades estaban al revés y sus entrañas brotaban de su abdomen como salchichas cocidas. A su alrededor, la sangre lo cubría todo.

—¡
Mamma mia
! —se dijo Frankie—. ¡Ésta es la causa por la que asesinaron al gordo! No porque hablase con mis amigos. ¡Lo mataron porque tomó fotografías de ese cuerpo!

Y tenía razón. Aunque no tenía nada que ver con lo que Frankie iba a descubrir a continuación. Una prueba que ayudaría a Payne y a Jones a poner las cosas en orden.

51

E
l silencio que inundaba la sala le recordó a Payne sus días con los
MANIAC
. Todos tenían la mirada fija en él, esperando que hablara. Finalmente, María no pudo más y le dijo:

—Suéltalo ya. Nos estamos muriendo de curiosidad.

Payne hizo una mueca ante las palabras pronunciadas por ella.

—Es irónico que hables de morir, porque eso tiene que ver con mi teoría.

Y justo entonces Payne empezó a hablar sobre la crucifixión. La crucifixión. Ése era el acontecimiento utilizado por Tiberio para engañar a las masas. Tenía que serlo. Nada más tenía sentido. Sobre todo considerando todo el material gráfico en las Catacumbas.

Payne creía que aquellas imágenes del arco no tenían como objeto burlarse de la muerte de Cristo. Habían sido talladas para honrar aquel momento especial de la historia romana. Y la única manera de que la muerte de Cristo se convirtiese en un evento importante para los romanos era que no fuese real. Tuvo que haber sido una táctica, un acontecimiento ideado por Tiberio para dar un empujón a la nueva religión, y que el imperio consiguiera un diluvio de donaciones.

«Por el bien de Roma, debemos comenzar de inmediato, usando al nazareno como nuestro instrumento, aquel a quien he elegido como el Mesías judío».

Boyd consideró la teoría:

—¿Por qué estas tan seguro de que Tiberio fingió la crucifixión?

—¿Por qué? Porque si Jesús no era el hijo de Dios, ¿cómo puedes explicar la resurrección? O simularon su crucifixión para hacer creer que volvía de entre los muertos, o simplemente no lo hicieron, y Jesús es realmente el Mesías. Quiero decir, sólo hay dos posibilidades, ¿no?

Payne pensaba que, sin ayuda de Roma, no había ninguna posibilidad de que un mortal burlara su propia muerte y regresara triunfante a la sociedad. No después de todo lo que le hicieron, o lo que al parecer le hicieron. Si Jesús no era el Salvador, la única cosa que podía haberlo salvado era la compasión del imperio. Y ese imperio no se caracterizaba precisamente por su compasión.

—¿No es por hacer de abogado del diablo —dijo María— pero no hubiese sido imposible fingir una crucifixión en el Jerusalén del siglo primero? No disponían de los efectos especiales con que cuenta un mago moderno.

Aquí intervino Jones:

—Eh, estás hablando con un experto en la materia. Jon lleva estudiando trucos de magia desde que yo lo conozco.

Y era verdad. A Payne le había intrigado la magia desde que su abuelo le sacó una moneda de la oreja cuando todavía llevaba pantalones cortos. Los trucos. Los secretos. Los intérpretes. La historia. Era un especialista. Respondió:

—El primer truco de magia documentado tuvo lugar en Egipto tres mil años antes del Imperio romano. Los trucos variaban desde lo más simple (juegos con pelotas y copas, que aún prevalecen) hasta lo más complejo. Alrededor del año dos mil setecientos antes de Cristo, un mago egipcio llamado Dedi hizo una representación en la que decapitaba a dos pájaros y a un buey para luego reponerles sus respectivas cabezas.

Ulster preguntó:

—¿En serio? ¿Cómo lo hizo?

Payne ignoró su pregunta:

—Es decir que con suficiente preparación, los romanos podían averiguar alguna manera de hacerlo. De hecho, probable mente fuera más fácil que la propia actuación de Dedi porque allí los espectadores esperaban un truco, mientras que la gente de Jerusalén esperaba una crucifixión. Creo que nadie estaba esperando un juego de manos ni una sustitución en el último minuto, puesto que no habían ido a ver un espectáculo.

María hizo una mueca:

—Eso ya lo has dicho. Pero ¿cómo lo hubieras hecho tú?

Payne lo pensó un momento:

—Es sólo una hipótesis, pero puedes fingir una crucifixión dragando a la víctima. Parecería como si hubiera muerto en la cruz, ¿verdad? Y la muchedumbre habría sido testigo de ello. Después escondes a la víctima hasta que se despierte, y ya has creado la ilusión de una resurrección.

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