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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

La selva (22 page)

BOOK: La selva
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Cabrillo examinó lo que quedaba del artilugio siguiéndolo con la mirada hasta donde los engranajes y ejes se conectaban, y determinó que se trataba de una bomba de gran envergadura. Pudo distinguir lo que una vez fue un fuelle, muy probablemente de cuero, que habría formado la cámara de vacío. Era sofisticado para su época y, a juzgar por el tamaño, muy potente. Aquello suscitaba la cuestión de para qué se utilizaba. A pesar de que era grande, no podría haber afectado al nivel del río, ni siquiera durante los meses de sequía.

Tenía que ser para otra cosa. Se acercó hasta el lado derecho de la plataforma poniendo cuidado por si acaso la mampostería era inestable, y echó una ojeada por encima del borde. Lo único que vio fue agua blanca discurriendo con violencia, como si hubiera reventado un dique. Luego vio que justo por debajo de él estaba la entrada a una cueva excavada en la pared del precipicio bajo el complejo religioso. Habría sido accesible a través del edificio de la noria antes de que se desplomara.

—Me apuesto algo a que la construyeron aquí por la cueva —dijo para sí. Debía de tener algún significado religioso. Sus conocimientos acerca de la fe budista eran limitados, pero sabía que algunas cuevas y cavernas se consideraban sagradas.

No se podía llegar hasta la boca de la cueva sin un sofisticado equipo de escalada y más cuerda de la que ellos llevaban consigo, pero se preguntó si Soleil lo habría intentado. ¿Era ese el motivo de que no la hubieran encontrado? ¿Se había resbalado tratando de alcanzar la entrada de la caverna y su cuerpo había sido arrastrado por la corriente?

—Oye, Juan. Ven un momento.

—Linda le hizo señas con una mano al tiempo que le llamaba. Smith y ella estaban mirando hacia el río justo encima de donde la noria descansaba sobre la corriente—. ¿Ves algo ahí abajo, enredado en la rueda? Juan miró por encima de la plataforma. Era difícil distinguir ningún detalle, ya que de una orilla a otra el agua estaba cubierta de espuma producida por los rápidos, pero parecía que había algo enganchado en la parte de la rueda que quedaba corriente arriba. Lo primero que se le vino a la cabeza fue que podría tratarse de ramas arrastradas por el río.

La estructura metálica sería una trampa para ese tipo de restos flotantes. Entonces ató cabos y, al hacerlo, la imagen cobró sentido. Se trataba de un cuerpo enredado entre los radios de la noria.

—¡Joder! ¡Es ella! Se despojó de la mochila sin perder un momento y buscó dentro un rollo de cuerda de seis metros que había guardado. Mientras se la ataba a la espalda del chaleco, Linda aseguró el otro extremo alrededor de pilar de piedra de la antigua bomba. El metal estaba demasiado dentado como para fiarse.

—¿No debería ocupar mi lugar MacD? —preguntó Linda. La fuerza física de Lawless era mayor que la suya, pero Cabrillo no quería que su cuerda la asegurasen dos personas a las que apenas conocía. Negó con la cabeza.

—John y tú podéis apañároslas. Corrió hasta el borde de la plataforma, justo encima de donde estaba atrapado el cuerpo de Soleil. Deseó poder quitarse la bota del pie de carne y hueso para mantenerla seca, pero las rocas y el metal eran afilados como cuchillas.

—¿Listos?

—Sí —respondieron los dos al unísono. Cabrillo se colocó boca abajo y se deslizó con cuidado por encima del precipicio. Linda y Smith aguantaron su peso y le bajaron poco a poco. Las gotas de agua que le salpicaban estaban frías como el hielo. Juan se retorció un poco cuando la cuerda se desenrolló, y enseguida quedó estabilizado. Soltaron más soga y Juan tocó la noria con la punta del pie.

Cuando le bajaron otro poco, apoyó su peso sobre el viejo artilugio y la cuerda no tardó en quedar floja. Ahora que estaba más cerca podía ver que el cuerpo era delgado, pero estaba boca abajo, de modo que no pudo hacer una identificación en toda regla. Se puso de rodillas e introdujo un brazo en las gélidas aguas. La corriente casi le hizo perder el equilibrio, pero logró sujetarse y volvió a meter el brazo.

Agarró el cuello de la camisa y tiró con todas sus fuerzas. Al principio el cuerpo no cedió. Estaba demasiado enganchado y la corriente era demasiado fuerte. Cambió de posición para afianzarse mejor y lo intentó de nuevo. Esta vez sintió que se movía. El cuerpo de Soleil se retorció alrededor del soporte en el que había quedado atrapada desde que cayó al río y estuvo a punto de arrastrar a Cabrillo con ella.

Juan logró resistir, pero la fuerza del agua era brutal. Luchó por remolcar el cadáver sobre la rueda. La ropa mojada que tenía agarrada se le estaba escurriendo y comenzaba a perder la sensibilidad en la mano.

Se dio cuenta de que Soleil llevaba una cartera colgada al hombro y se apresuró a soltar la camisa para aferrar la correa. En ese momento el cuerpo se soltó de la cartera y desapareció arrastrado por el río. Sucedió tan rápido que Cabrillo no pudo hacer nada para evitarlo. De pronto la tenía y al segundo siguiente, ya no estaba. Juan maldijo su propia estupidez. Debería haberla desenganchado antes de intentar moverla. Levantó la vista hacia sus compañeros.

—¿Era ella? —preguntó Smith por encima del rugido del río.

—Sí —respondió Juan—. El color del pelo y la constitución encajaban. Aunque no le he visto la cara. Lo siento. Se colgó al hombro la correa de la cartera de cuero y dejó que Linda y Smith le izaran. En cuanto pudo alcanzar la plataforma de piedra con las manos, utilizó la fuerza de sus brazos y hombros para encaramarse a ella. Quedó tendido resollando durante un momento, más por causa de la decepción que del agotamiento. Linda le tendió una mano para ayudarle a ponerse en pie. Justo entonces oyeron el inconfundible zumbido de un helicóptero que se aproximaba a gran velocidad.

11

Los tres reaccionaron al unísono. Cabrillo le lanzó la bolsa de Soleil a Smith, ya que era lo más parecido a un dueño legal, y juntos corrieron hacia las escaleras que llevaban fuera del templo. Estaba claro que su teoría de que Soleil y el tipo que la acompañaba habían sido atacados por rebeldes o traficantes de drogas era errónea. El helicóptero tenía que pertenecer al ejército, lo que significaba que eran refuerzos para una patrulla que no debía de andar muy lejos de allí. Soleil debió de tropezarse con ellos o con un grupo que los delató a la milicia.

En cualquier caso, los dos senderistas tuvieron mala suerte, lo mismo que ahora les pasaba a Cabrillo y a su gente. Atravesaron corriendo el templo principal, cruzaron a toda prisa el piso donde se encontraban las celdas y subieron atropelladamente hasta la entrada.

—Tenemos compañía —informó MacD de forma innecesaria. El helicóptero se aproximaba a baja altura, por lo que a través de las copas Cabrillo pudo reconocer que se trataba de un viejo Mil Mi-8 ruso. Podía transportar más de dos docenas de soldados de combate.

—Vale, solo tenemos una posibilidad —dijo—. Tenemos que cruzar el río e internarnos en la selva antes de que el piloto pueda encontrar un lugar donde aterrizar.

—¿Por qué no nos escondemos en este lado y cruzamos más tarde? —preguntó Smith. Cabrillo no malgastó saliva explicándole que sin duda los guardias se apostarían en el puente de cuerdas, y que no le apetecía nada caminar durante días, e incluso semanas, para encontrar otro modo de cruzar.

—Linda, tú primero, luego Smith, MacD y yo. ¿Entendido? Mientras el aparato sobrevolaba la zona, los cuatro corrieron desde la entrada del templo procurando mantenerse a cubierto en la medida de lo posible.

Teniendo en cuenta que la selva era frondosa, no les resultó demasiado difícil. Solo les quedaban poco más de noventa metros por cubrir, pero el problema lo tendrían una vez llegaran al puente. Allí no había forma de ocultarse. El sonido de los rotores cambió cuando el piloto quedó suspendido en el aire. Juan sabía que eso significaba que los hombres se estaban descolgando de cuerdas y que en cuestión de segundos estarían en tierra. Iban a salvarse por los pelos.

Linda llegó al puente y continuó sin detenerse ni aminorar la marcha. Sus pies recorrieron el cable principal, sujetándose a la cuerda guía con una mano mientras que con la otra aferraba su REC7. Smith dejó que le sacara un par de pasos de ventaja antes de subirse a la destartalada estructura. Su peso añadido hacía que el puente se balanceara.

También crujió de forma siniestra, y varias de las cuerdas de apoyo se soltaron. Cabrillo y MacD corrieron codo con codo sabiendo que a menos de noventa metros por detrás de ellos el Mi-8 había desembarcado a sus pasajeros y empezaba a elevarse libre de carga; su enorme rotor desplazaba el aire caliente y fétido. Una ráfaga de disparos acribilló el camino obligándolos a tirarse cuerpo a tierra. Juan se dio la vuelta y abrió fuego por sorpresa cubriendo a MacD para que pudiera cruzar el puente.

Se arrastró detrás de una roca, y siempre que veía movimiento en la selva a su espalda, disparaba. Arrojaron una granada desde detrás de un arbusto. Juan se hizo un ovillo cuando el explosivo mal lanzado detonó.

La metralla hizo saltar la tierra a su alrededor, pero él resultó ileso. Lawless había llegado a la mitad. En el otro extremo Linda alcanzó tierra firme y enseguida rodeó uno de los pilares de apoyo y se unió al tiroteo. Desde la posición de Cabrillo, los fogonazos del cañón del arma parecían estrellas parpadeantes. Cambió el cargador medio vacío por uno nuevo, disparó una larga ráfaga y salió pitando de su escondite. Sintió que tenía una diana gigante pegada a la espalda y que sus largas piernas estaban cubiertas de plomo.

Correr parecía una tarea más ardua que cuando llegaron a aquel cenagal nada más dejar la lancha. Cabrillo se colgó el fusil a la espalda en cuanto puso el pie en el puente, que se bamboleó y sacudió como si por él pasara la corriente eléctrica. MacD avanzaba delante de él tan rápido como podía, en tanto que Smith llegaba al otro lado. Al igual que Linda se puso a cubierto detrás de un pilar y abrió fuego. Las balas pasaban silbando a su alrededor mientras trataba de correr sin perder el equilibrio. No recordaba que la soga trenzada fuera tan delgada.

A algo más de treinta metros, el agua era una blanca y espumosa pesadilla. Continuó la marcha a la espera de recibir un balazo en la espalda de un momento a otro, mientras el cable se balanceaba como una vieja hamaca. Tenía la vista clavada en sus pies, de modo que fue un milagro que la alzara cuando lo hizo. Los proyectiles, obviamente de los soldados birmanos, alcanzaron el cable un poco más adelante de donde se encontraba MacD. La soga se deshilachó a la velocidad del rayo en numerosas fibras de cáñamo y, en cuanto los dos extremos se partieron, las guías soportaron el peso añadido.

—¡Abajo! —gritó Cabrillo por encima del estruendo de la batalla y se arrojó sobre el cable principal que no dejaba de sacudirse. MacD se tiró al suelo, aferrándose a la gruesa cuerda con un brazo y una pierna. Las guías no habían sido diseñadas para soportar la carga del cable principal, ni siquiera cuando la estructura acababa de construirse.

Aguantaron los segundos que tardó Cabrillo en darse la vuelta para colocarse de cara al templo. Dispuso solo de un segundo para ver que un par de soldados vestidos de camuflaje habían empezado a cruzar el puente, con sus AK apoyados contra el vientre. Primero se rompió una guía, haciendo que el puente entero girara de forma vertiginosa.

La segunda cedió un instante después, y Cabrillo comenzó a caer aferrado a la cuerda que se precipitaba hacia el santuario budista cada vez a mayor velocidad. El viento silbaba en sus oídos a la vez que el mundo se inclinaba y rotaba. Los dos soldados birmanos no habían visto la que se les venía encima. Uno de ellos cayó del arco del puente, agitando brazos y piernas hasta que se estrelló contra las rocas de abajo. El río limpió la mancha carmesí que había dejado sobre la piedra y se llevó el cadáver. El segundo soldado logró agarrarse a las guías cuando se combaron, como balones deshinchados.

Juan se agarró con más fuerza y se preparó para el golpe sabiendo que si se escurría también perdería la vida. El impacto contra la rígida piedra fue igual que si un autobús le hubiera atropellado. Sintió que la clavícula se le rompía como si fuera una ramita y perdió la sensibilidad durante un instante. Su cerebro reaccionó enseguida, sumiéndolo en una agonía que recorrió su sistema nervioso desde el tobillo a la cabeza. Un hilo de sangre manaba de un profundo corte en la sien, y necesitó de todas sus fuerzas para no soltarse y dejar que todo acabara.

El soldado que se había aferrado a la cuerda en el último segundo dio el grito de alarma cuando se resbaló y se precipitó golpeándose varias veces contra la pared del precipicio. Juan no pudo hacer nada. El tipo chocó contra él haciéndole deslizarse por el cable. Cabrillo miró hacia abajo y lo vio pasar al lado de MacD, que había conseguido sujetarse a pesar de que su caída había sido mayor y que el golpe recibido fue más fuerte.

El soldado birmano cayó de cabeza al agua y desapareció. Juan no le vio salir de nuevo a la superficie. Estaba en un callejón sin salida. Con la clavícula fracturada no había forma de que pudiera escalar el cable, y sabía que era imposible sobrevivir a la zambullida en el río. Pensó que tal vez MacD y él podrían balancear la cuerda de un lado a otro del precipicio y lograr aterrizar en la plataforma de la noria, pero eso tampoco funcionaría, ya que estaba demasiado lejos. Levantó la mirada esperando ver los rostros triunfales de los soldados apuntándole con sus armas.

Ya no se oían disparos desde el extremo donde se encontraba Linda y supuso que al romperse la cuerda, Smith y ella habían emprendido una rápida retirada. Los soldados podrían ser recogidos por el helicóptero en cuestión de minutos, así que no tenía sentido que se entretuvieran por una situación sobre la que no tenían el control.

El cable comenzó a menearse con lentitud, y tardó un momento en darse cuenta de que en lugar de dispararles para que cayeran de la cuerda como moscas, los soldados birmanos los estaban subiendo a MacD y a él hasta el borde del cañón, hacia un destino que probablemente haría que caer al río pareciera el menor de dos males. Pero siempre que estuviera vivo y que tuviera a Max Hanley y al resto del equipo como apoyo, Juan jamás se daría por vencido. Veinticuatro horas más tarde deseó haberlo hecho. Los soldados tardaron casi diez minutos en subirlos a MacD y a él.

Para entonces Juan tenía la sensación de que le hubiesen arponeado el hombro con un hierro al rojo vivo, y los brazos y las piernas le ardían como mil demonios de tanto aferrarse al cable. Fue desarmado por un soldado con un cuchillo de combate que cortó la correa del REC7 antes de que estuviera del todo en el suelo. Otro le quitó la FN Five-seveN de la pistolera y le arrebató el cuchillo de su funda, sujeta boca abajo del chaleco de combate. MacD pasó por lo mismo una vez le subieron de las profundidades del precipicio. Cuando el puente se derrumbó iba tan por delante de Juan que sus piernas se habían hundido en el río, siendo arrastradas por la corriente.

BOOK: La selva
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