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Authors: Fernando Vallejo

La puta de Babilonia (37 page)

BOOK: La puta de Babilonia
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En esos veintiséis años, diez meses y diecisiete días en que representó la farsa de la santidad visitó ciento treinta países, doscientas sesenta y nueve ciudades italianas y doscientas setenta y cuatro de las trescientas veintiocho parroquias de la diócesis de Roma, recorriendo en total un millón trescientos mil kilómetros, el equivalente a más de tres viajes de la tierra a la luna. Promulgó trece encíclicas, trece exhortaciones apostólicas, cuarenta y una cartas papales, diez constituciones apostólicas y diecinueve motu proprios; convocó ocho consistorios y quince sínodos; escribió más de cien documentos, cartas o constituciones; recibió a más de catorce millones de fieles en ochocientas setenta y siete audiencias semanales a las que hay que sumar quinientas ochenta y cuatro visitas oficiales de Jefes de Estado y ochenta y dos de primeros ministros; pronunció dos mil cuatrocientos discursos o sermones o como los quieran llamar; nombró ciento cincuenta y siete nuevos cardenales. En sus nueve viajes apostólicos al África visitó treinta y dos países. Dignas de recordar son sus visitas al epicentro del sida: el Congo, Zaire y Sudáfrica, donde anduvo satanizando el condón y diciéndoles a los niños negros sin porvenir ni padres que "bienvenidos al banquete de la vida". En su obtusa testa de santurrón no le cabía el que la immissio penis in vaginam es la fuente de todos los infortunios del mundo. Devoto de la Virgen María, varias veces fue a sus santuarios de Knock en Irlanda, Fátima en Portugal, Lourdes en Francia y la Basílica de Guadalupe en México a supervisar los inagotables chorros de dinero que de ellos fluye hacia las incolmables arcas de la Puta. El 15 de mayo de 1995 ofició una misa en Manila ante la más grande concentración de bípedos gregarios que registre la Historia: entre cuatro y ocho millones. El 27 de octubre de 1986 reunió en Asís a ciento veinte representantes de todas las sectas cristianas y de las demás religiones para pasarse un día entero con ellos orando y ayunando, quitándole así el récord de ayuno al ex presidente de México el gran bandido Carlos Salinas de Gortari que ayunó desde el desayuno hasta la comida de medio día en protesta por lo poco que le dejaron robar.

Wojtyla fue el primer papa en visitar una sinagoga, la de Roma, el 13 de abril de 1986. Y en marzo del 2000 fue a visitar el monumento nacional israelí del holocausto, el Yad Vashem, y a hacer historia en Jerusalén tocando con su mano bendecidora el Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado de los judíos, a los que les pidió perdón por las atrocidades cometidas contra ellos por la Puta desde que mataron a Cristo. Tras la muerte de la cotorra mentirosa la Asociación Judía Antidifamación (Anti Defamation League) emitió un comunicado declarando que Juan Pablo II había revolucionado las relaciones entre católicos y judíos, y que a él se le debía "más cambio para bien en sus veintiséis años de pontificado que en los casi dos mil años que lo precedieron". ¿Qué quiere decir esta estúpida declaración? ¿Que la visita a una sinagoga y el hecho de tocar un muro y de pronunciar unas palabras melosas borran dos mil años de persecución, tortura, deportaciones y asesinatos cometidos en nombre de Cristo contra los judíos? Si así fuera, ¿por qué no reinstalamos entonces el Tercer Reich que sólo los persiguió diez años? En mayo de 1999 fue a Rumania invitado por el patriarca Teoctist de la Puta Ortodoxa Rumana, convirtiéndose en el primer papa que visitara un país predominantemente ortodoxo desde el gran cisma de 1054. Se diría que el impúdico Wojtyla se había propuesto batir en desvergüenza a todos sus predecesores para arrasar por partida múltiple en los récords Guinness. Su gran sueño era visitar a Rusia en busca de nuevos súbditos pero no lo logró. Llegó hasta devolverles el icono de Nuestra Señora de Kazán a ver si lo invitaban. "El asunto de la visita del papa a Rusia —contestó Vsevolod Chaplin en nombre de la Puta Ortodoxa Rusa— está relacionado con los problemas entre las dos Iglesias, hoy imposibles de resolver, y no tiene nada que ver, como creen los periodistas, con el simple hecho de devolver uno de entre los muchos objetos sagrados que se robaron y sacaron ilegalmente de Rusia".

Recibió en audiencia privada en el Vaticano al terrorista Yasser Arafat cuatro veces; una al criminal nazi Kurt Waldheim, presidente de Austria; y otra a Fidel Castro, a quien le retribuyó su visita viajando un año después a Cuba a legitimar con su presencia allá la continuidad del tirano. ¿A dónde no fue, dónde no habló, con qué tirano o granuja con poder no se entrevistó? Un poco más y alcanza a abrazar al genocida de Saddam Hussein, al que ya le tenía puesto el ojo. A Angelo Sodano, amigo de Pinochet y alcahueta de sus crímenes durante los once años que fue Nuncio Apostólico en Chile, lo nombró Secretario de Estado, el más alto puesto de la burocracia vaticana después del suyo. Al tartufo cazador de herencias y estafador de viudas José María Escrivá de Balaguer, fundador de la secta franquista del Opus Dei y más perverso y tenebroso él solo que toda la Compañía de Jesús junta, lo canonizó. A su nuncio en Argentina Pio Laghi, en pago por su apoyo a la guerra sucia en ese país donde solía jugar tenis con el dictador criminal Jorge Rafael Videla, lo nombró pronuncio en Estados Unidos, jefe de la Congregación para la Educación Católica, luego lo hizo cardenal y finalmente cardenal protodiácono. En Nicaragua satanizó lo que llamaba "la Iglesia popular" y en El Salvador condenó al cardenal Oscar Romero, cuyas denuncias de los escuadrones de la muerte de su país le habrían de costar la vida: un francotirador lo mató de un tiro en el corazón mientras celebraba una misa en el hospital de La Divina Providencia y en el preciso momento de la eucaristía. El rosario de las bellaquerías de Wojtyla no tiene cuento.

Al final, para seguirse haciendo ver, le dio por pedir perdón y se disculpó por un centenar de los incontables crímenes cometidos por la Puta en los mil seiscientos años que disfrutó de un omnímodo poder. Y así el 31 de octubre de 1992 pidió perdón por la persecución en 1633 a Galileo; el 9 de agosto de 1993, por la participación de la Puta en el comercio de esclavos en África; en mayo de 1995 y en la República Checa, por los que quemó la Puta en la hoguera y por las guerras de religión que desencadenó tras la Reforma protestante; el 10 de julio de 1995 y en una carta a "todas las mujeres", por las injusticias cometidas contra ellas en nombre de Cristo, por la violación de sus derechos y por la misoginia empecinada de la Puta; el 16 de marzo de 1998, por el silencio cómplice del catolicismo ante el holocausto; el 18 de diciembre de 1999 en Praga, por la ejecución de Jan Hus en la hoguera en 1415: que "independientemente de las convicciones teológicas que defendió Hus no se puede negar por más tiempo su integridad personal ni su empeño por elevarle el nivel moral a su nación", dijo el desvergonzado. El 12 de marzo de 2000, durante una de las misas del perdón que se inventó, lloró "por los pecados de los católicos cometidos a lo largo de los siglos contra los grupos étnicos, por la violación de sus derechos y el desprecio a sus culturas y tradiciones religiosas". El 4 de mayo de 2001 le pidió perdón al patriarca de Constantinopla por los pecados de los cruzados cuando devastaron a esa ciudad cristiana en 1204. El 22 de noviembre de 2001 y por internet, pidió perdón por los abusos de los misioneros contra los pueblos aborígenes del Pacífico Sur. Y un largo etcétera. Pero lo que más me gusta de toda esta bellaquería de nuevo cuño es la visita del impúdico el 6 de mayo de 2001 a la mezquita de los Omeyas en Damasco a la que entró a orar y a perorar y donde dijo en su perorata: "Por todas las veces que los musulmanes y los cristianos se han ofendido pidámosle perdón al Altísimo y perdonémonos mutuamente". Y acto seguido el cara dura besó el Corán. Por un beso de éstos al Corán en la España de los Reyes Católicos o en la Roma de San Pío V lo habrían quemado vivo en la hoguera por apóstata. Son los signos de los tiempos. ¿Y qué papa habrá de pedir perdón en el futuro por la homofobia de Wojtyla y por la infinidad de niños que nacieron para ser abandonados o con sida por su obtusa oposición a las píldoras interruptoras del embarazo y al condón en un mundo superpoblado? ¿O por los infinitos crímenes de la Puta carnívora y bimilenaria contra nuestro otro prójimo, los animales?

El sábado 2 de abril de 2005 y tras una enfermedad de meses que puso a cagar fuego al Vaticano y mantuvo en vilo al planeta, por fin murió Wojtyla, el papa de la paridera. Al día siguiente, domingo 3, Joseph Ratzinger le ofició su buena misa de cuerpo presente. Y el viernes 8 el mismo Ratzinger le presidió la misa de difuntos en San Pedro, cocelebrándola con el Colegio de Cardenales en pleno, ciento sesenta y cuatro purpurados, y con los patriarcas y arzobispos de las diversas sectas orientales católicas. Esta misa cocelebrada, que precedió al entierro propiamente tal, congregó a varios millones de ovejas carnívoras en Roma y al más grande número de jefes de Estado que conozca la Historia, superando los del entierro de Winston Churchill, y dos mil millones la vieron por televisión: más que los que vieron el entierro de la entelerida princesa Diana. El entierro de Wojtyla se convertía así en el más suntuoso de que haya disfrutado cadáver de Homo sapiens en proceso de putrefacción. Pantallas digitales gigantes desplegadas en varios puntos de Roma, como el Circo Máximo, transmitían la ceremonia para los millones de peregrinos que se volcaron sobre la ciudad a ver si les alcanzaba a llegar una partícula siquiera del olor del cadáver de quien muriera en olor de santidad y emprendía ahora su último viaje rumbo al agujero negro de Dios. Todo un circo.

Delegaciones oficiales y no oficiales asistieron al entierro: presidentes, vicepresidentes, ex presidentes, primeros ministros, primeras damas, cancilleres, embajadores, líderes de la oposición, grandes duques, emires, príncipes, reyes, reinas, caballeros de la Orden de Malta, delegaciones de catorce países musulmanes y del Estado de Israel, representantes de la Liga Árabe, de la ONU, la OTAN, la UE, la OSCE, la ILO, la FAO, la UNESCO y hasta de la Oficina de Drogas y Crimen de la ONU ¡como si el criminal no estuviera ya empaquetado en su ataúd y hubiera que agarrarlo! Veíamos allí, entre la más alta granujería del planeta, a Bush, a Clinton, a Blair, a Chirac, truhanes archiconocidos que no necesitan presentación; al cazador de osos Juan Carlos Barbón, vergüenza de España; al cazador de zorros Carlos príncipe de Gales, vergüenza de Inglaterra; al rebuznador Fox, vergüenza de México; al presidente de la República Democrática del Congo (¿democrática? ¡vaya!), el criminal Joseph Kabila y su vicepresidente Jean Pierre Bemba, hoy enfrentados a muerte; al segundo lacayo de Castro Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional de Cuba (siendo el primero Felipe Pérez Roque, el hombre de las permanentes rodilleras); al lameculos de ayatola Mohammad Katami, presidente de Irán; al tirano Bashar al Assad, presidente de Siria; al genocida Robert Mugabe, presidente de Zimbawe; al pavo real Hamid Karzai, presidente de Afganistán; a Charles Murigande, Ministro de Relaciones Exteriores del país más genocida del planeta, Ruanda, con ochocientos mil tutsis masacrados en sólo tres meses por los hutus; al presidente de Nigeria Olusegun Obasango, el genocida de Odi y Benue, anabaptista fuera de tiempo y lugar. Y toda esa ralea, la crème de la crème del Homo sapiens mendax, concentrada en unos cuantos metros cuadrados y al alcance todos y entre sí de sus excelsas emanaciones intestinales. Y termino con quien he debido empezar, la mosca carroñera Kofi Annan que en su paso de diez años por la ONU no se perdió boda de puta ni capada de marrano.

Y ahora los líderes religiosos: Bartolomeo I, patriarca de Constantinopla; Cristodulo, arzobispo de Atenas; Anastasio, arzobispo de Tirana, Durres y Albania; Shear Yishuv Cohen, principal rabino de Haifa; Riccardo di Segni, principal rabino de Roma; Alison Elliot, moderador de la Asamblea General de la Puta de Escocia; Jovan, obispo metropolitano de Agreb y Lubliana y de la Puta Ortodoxa Serbia de Italia; Karekine II, jefe de la Puta Apostólica de Armenia; Kirill, obispo metropolitano de Smolensk y Kaliningrad; Lavrentije, obispo de Sabac y Valjevo, de la Puta Ortodoxa Serbia; Mesrob II, patriarca armenio de Istambul y Turquía; Jukka Paarma, arzobispo de Turku y cabeza de la Puta de Finlandia; Seraphim, obispo de Ottawa, de la Puta Ortodoxa de América; Abune Paulos, patriarca de la Puta Ortodoxa de Etiopía; Oded Viener, representante de los principales rabinos de Israel; Finn Wagle, obispo de Nidaros y Primus, de la Puta Luterana de Noruega... Rabinos, pastores, popes, convertidos en lameculos de cadáver de papa, orando, sollozando, llorando y secándose las lágrimas. Y para terminar, Rowan Williams, arzobispo de Canterbury y cabeza de la Puta Anglicana de Inglaterra: por primera vez desde los tiempos del Barba Azul Enrique VIII y su rompimiento con la Puta de Roma, un arzobispo de Canterbury mordía el polvo.

De los dos mil millones de seres humanos que se le sumaron al planeta durante los veintiséis años del pontificado de Wojtyla, un poco menos de la tercera parte de la población actual, todos estos jefes civiles y religiosos son corresponsables con él pues ninguno levantó la voz para oponerse a su prédica insensata e hipócrita. Son sus solapadores. Si hoy el mundo es un planeta atestado de gente en que los polos se están derritiendo por el efecto invernadero, en que los ríos se han convertido en cloacas y el mar en un desaguadero de cloacas; si hoy están las calles y las carreteras embotelladas, los aeropuertos embotellados, el cielo embotellado, los teléfonos y el internet atascados; si ya se están acabando el petróleo y el agua; y si la vieja cría en el campo de los pollos, los cerdos y las vacas ha dado paso a las monstruosas fábricas de carne de hoy en que los animales viven y mueren encerrados en estrechas jaulas sobre el montón de sus propios excrementos y sin ver la luz del sol, a ese paporro inmoral se le debe y a sus cómplices los truhanes del poder que lo alcahuetearon. Nunca los animales fueron tan desventurados como hoy. Pero no olvidemos que detrás del papa y los ayatolas están Cristo y Mahoma que nunca tuvieron una palabra de compasión por ellos y a cuyas dos religiones infames hoy pertenece la mitad de la humanidad. ¡Cómo van a ser ese loco rabioso que ni existió y ese asesino sanguinario los paradigmas para el ser humano, los modelos de lo que debe ser justo y noble! Hay que ser un ciego moral o un retardado mental para pensarlo. Del inconmensurable sufrimiento de los animales Cristo y Mahoma son los primeros culpables.

Acabada la misa de difuntos empezó el desfile de tonsurados católicos y ortodoxos que en una orgía de incensarios y de hisopos de agua bendita iban pasando ante el féretro diciéndole al difunto sus conjuros mágicos. Ayudado por el padre Nello Luongo, un diácono del Seminario Pontificio de Roma, Ratzinger le echó las últimas bocanadas de incienso al féretro, rogó por última vez por el papa muerto y dio por terminada la misa. En las altas bóvedas de la gran basílica cuya construcción financiada con indulgencias le costó la división en dos a la Puta de Occidente, resonó el Oficio de Difuntos de la liturgia bizantina cantado en griego y en árabe, en tanto afuera, en la plaza de San Pedro, las ovejas estúpidas, el rebaño inmoral y carnívoro balaba clamando al cielo: Santo subito! Acto seguido toda la clerigalla travestida cantó al unísono: "Que los ángeles te acompañen al cielo, que los mártires te reciban cuando llegues y te guíen a la Santa Jerusalén". E Ite missa est, indio comido indio ido, adiós turbamulta bellaca. Entonces, por fuera de la curiosidad de las cámaras y la chusma, empezó el entierro propiamente dicho: los Caballeros Pontificios se llevaron el ataúd rumbo a la Puerta de la Muerte que da entrada a las oscuridades subterráneas de San Pedro. Ya sin cámaras que lo vieran, Ratzinger le confió la ceremonia del entierro al cardenal Martínez Somalo, uno de los más distinguidos lacayos del difunto.

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