Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—¡Has de hacer algo, Cala! —gritó Bryn, tirando de las cadenas—. Efron les ordenó a los Bane que la mataran si alguien intentaba un rescate.
Me giré y me centré en el otro lobo.
Ethan ya había entrado en acción. Soltó un grito, arrojó la ballesta a un lado y arremetió contra el lobo, sorprendiéndolo. El humano y el Vigilante golpearon contra el suelo. Ethan soltó una maldición cuando los dientes del lobo se clavaron en su hombro. Me lancé a través de la habitación. El lobo se dispuso a atacar, centrado en Ethan. Le clavé los dientes en el lomo, la sangre brotó y oí el crujido al morder el hueso. El Vigilante chilló y se giró para atacarme. Rodé por el suelo para alejarme de sus mandíbulas. Ese segundo de distracción fue lo único que Ethan necesitó: desenvainó su puñal, se deslizó por debajo del lobo y se lo clavó en la garganta. El lobo se estremeció y quedó inmóvil. Cuando Ethan desprendió su cuerpo flácido del puñal con el pie, el lobo cayó al suelo.
Sabine se había llevado la mano a la garganta y miraba fijamente a Ethan, que se acercó a ella y le rozó el brazo.
—¿Estás herida? —preguntó, deslizando la mirada por el cuerpo de Sabine; luego la desvió y se ruborizó al notar que sólo lo cubrían unos jirones.
—No —susurró ella, observándolo—. ¿Quién eres?
—Soy Ethan —dijo, carraspeando y sin saber adónde mirar—. Estoy aquí para ayudarte.
—Eres un Buscador —dijo ella, tomando aire.
Él asintió y por fin la miró a los ojos.
—Pero estoy de tu parte.
Casi me atraganté, y no debido a la sangre que me llenaba la boca sino a la sorpresa; jamás creí que Ethan pronunciara esas palabras.
—Creí que moriría. —Las lágrimas mojaban las mejillas de Sabine—. Estaba segura de ello. Él dijo que si lo abandonaba, nunca saldría con vida.
—¿Quién dijo eso? —Ethan le rozó la mejilla con la mano. Comprobé que sus dedos temblaban.
Quien contestó fue Bryn.
—Efron.
—¿Efron Bane? —De repente Ethan retiró la mano y se volvió hacia Bryn—. El Guarda.
Bryn asintió.
—Le… le agradaba tener cerca a Sabine. Creo que se tomó la elección de ella como algo personal.
—¿Cerca? ¿A qué te refieres? —Ethan frunció el entrecejo. Sabine lo miró a los ojos y era como si intercambiaran algo.
—Maldito cabrón —Exclamó Ethan, apretando el puño.
Sabine desvió la mirada y otra lágrima se deslizó por su mejilla.
Me convertí en humana y me acerqué a Sabine.
—¿Qué elección?
—Dijo que podía prestar un nuevo juramento de lealtad —musitó y derramó más lágrimas—. Que podía regresar a la manada de Emile si te denunciaba a ti y a tus compañeros de manada.
Una elección. Los Guardas o yo. Me estremecí.
—Me negué a hacerlo —continuó Sabine, haciendo una mueca antes de secarse las lágrimas—. No sé por qué te marchaste, Cala, pero después de lo que le hicieron a Ansel… Sabía que le harían lo mismo a Mason y a Bryn. Yo no podía participar en algo así.
—Efron la trató con mucha dureza —dijo Bryn—. Los espectros acudían todos los días y sólo se metían con ella. A mí me torturaron mucho menos. Cuatro, quizá cinco veces. Salí más o menos indemne.
—No diría eso. —Sabine le lanzó una débil sonrisa—. Una vez ya es bastante terrible.
—Lamento muchísimo lo que has pasado. —Me arrodillé al lado de Bryn. Ella me abrazó tan estrechamente que no pude respirar.
—Me alegro de que estés viva —dijo.
—Lo lamento muchísimo —repetí, espantada. Puede que hubiera sido una cautiva, pero había estado a salvo, me trataron bien y no sufrí los tormentos a los que habían sometido a mis compañeros de manada día tras día, desde que escapé de Vail.
—No te culpes —dijo Bryn—. No fuiste tú. Fueron ellos.
—Lo sé, pero…
Ella me interrumpió y exclamó en tono ahogado:
—No sé qué le hicieron a Ansel después de torturarlo, Cal. Creo que quizás esté…
—No. —Le aferré los hombros y la obligué a mirarme a los ojos—. Sé lo que le hicieron, Bryn. Es atroz, pero no está muerto. Está a salvo. Nos encontró a mí y a Shay.
—¿Está a salvo? —le temblaba la voz, y me miró con los ojos muy abiertos, ansiando creerme pero no confiando en mis palabras.
—Te juro que lo verás en cuanto regresemos a Denver.
Connor entró abruptamente en la celda con las espadas chorreando sangre. Mason y Nev lo seguían y sus morros estaban tan rojos como las armas de Connor.
—¿Todo bajo control? —preguntó.
—Sí —contestó Ethan—. ¿Puedes quitarle eso? —añadió, indicando las muñecas encadenadas de Bryn y ocupándose de los miembros encadenados de Sabine—. Yo me encargo de esto.
Mason y Connor se acercaron a Bryn. Mason se convirtió en humano, se mordió la muñeca y le ofreció su sangre mientras Connor la liberaba de las cadenas. Ethan se apartó para que Nev pudiera arrodillarse junto a Sabine.
—¿Resistirás? —susurró Nev y le tendió el brazo.
—A duras penas —dijo ella y le clavó los dientes en el brazo.
Ethan observaba cómo el rostro pálido de Sabine volvía a cobrar vida, y cuando ella alzó la cabeza y sonrió, oí cómo suspiraba profundamente.
—¿Cómo te encuentras ahora? —murmuró.
—Estaré bien —dijo ella; era la primera vez que la oía hablar en ese tono tímido. Alzó la mirada hacia Ethan—. Me salvaste la vida.
Entonces fue él quien desvió la mirada.
—Yo… bueno —tartamudeó y se frotó la nuca.
Liberada de las cadenas, Sabine se inclinó hacia delante y le rodeó el cuello con los brazos.
—Gracias —dijo—. Muchas gracias.
Ethan se puso tenso, pero se relajó cuando ella no se apartó y apoyó la mejilla contra sus cabellos.
—Jazmín —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Sabine y lo contempló.
—No hay de qué —dijo Ethan, carraspeando.
—Hasta con un Buscador… —Nev soltó una risita—. Sólo tú, Sabine, lo juro.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, mirando a Nev con el entrecejo fruncido. Nev se limitó a sonreír.
—No te preocupes —dijo Ethan rápidamente, carraspeó y le lanzó una mirada fría a Nev. Se desprendió del abrazo de Sabine, que volvió a sonreír, pero sólo para él; Ethan parecía un tanto atónito.
Nev soltó otra risita y sacudió la cabeza.
—¿Qué te resulta tan gracioso? —preguntó Sabine cuando él le ayudó a ponerse de pie.
Antes de que Nev pudiera responderle, Monroe apareció en la puerta.
—¿A quiénes hemos encontrado?
—A dos más —dije señalando a las chicas—. Bryn y Sabine.
—¿No hay rastros de los demás? —preguntó, con expresión un tanto desencantada.
Negué con la cabeza y sabía que ambos compartíamos la misma desesperación. No habíamos encontrado a Ren y me pregunté si lo encontraríamos.
—Si se encuentra bien, tenemos que ponernos en marcha —dijo Monroe—. Aún hemos de buscar a los demás.
—¿Podemos permitirnos otra emboscada? —preguntó Connor—. Es evidente que los Guardas nos estaban esperando; puede que este primer grupo sólo sea el comienzo. La próxima batalla a la que nos enfrentemos quizá sea mucho, mucho peor que éste.
—Acabaremos lo que hemos empezado —dijo Monroe—. Y nuestro grupo es dos veces mayor.
Connor abrió la boca para protestar, pero Monroe sacudió la cabeza.
—Acabaremos este asunto —exclamó, le dio la espalda a Connor antes de que éste pudiera replicar y se alejó por el pasillo.
Cuando salimos de la celda, Bryn me cogió la mano y se apoyó en mí.
—Te he echado de menos, Cal —dijo—. Creí que no volvería a verte.
—Yo también te eché de menos —dije, aunque me parecía que no merecía su afecto. Había pasado las de Caín mientras esperaba mi regreso. Tanto ella como todos los demás.
—Será mejor que me mantenga alerta —dijo y me sonrió antes de convertirse en un lobo de pelaje color bronce. Se unió a los otros lobos que trotaban a su lado uno junto al otro, acariciándose con el hocico y meneando la cola.
Con expresión desconcertada, Ethan y Connor observaron cómo los jóvenes lobos volvían a establecer los vínculos de su manada. Supuse que trataban de comprender el modo en el que sus enemigos acérrimos se demostraban afecto y lealtad, incluso cuán juguetones eran; unos rasgos que los Buscadores relacionaban con los de su propia especie, pero no con los Vigilantes. El único que no parecía sorprendido ante la conducta de los lobos era Monroe. Marchaba en cabeza, impulsado por un único propósito.
Atravesamos la habitación en dirección al pabellón del norte. El estrado se elevaba ante nosotros y el olor a sangre, tanto fresca como antigua, se volvió más intenso; el olor penetrante me envolvió como una oleada de dolor. A medida que nos acercábamos al estrado tropecé y sentí arcadas. El suelo y las paredes parecían haber asimilado la violencia perpetrada en este lugar. Bajé la cabeza y quise taparme los oídos. Creí oír los gritos de mi madre. Connor me cogió del brazo, evitando que cayera.
—Mantente firme —murmuró.
Asentí y procuré no ver las manchas en el espantoso estrado.
Monroe abrió la cerradura de la puerta que daba al pabellón de celdas. La entreabrió y, al igual que antes, percibí un movimiento furtivo entre las sombras.
—Espera. —Lo cogí del brazo.
—¿Qué pasa, Cala? —preguntó, mirándome.
Eché un vistazo al punto en el que creí notar el movimiento. Entonces vi que era una gárgola.
Estaba inmóvil. Parecía una estatua posada contra el friso de piedra que bordeaba el cielorraso, pero mi instinto me informaba de lo contrario.
—Ethan —musité, señalando a la criatura—. Dispárale. Ahora mismo.
—Es una estatua. —Frunció el entrecejo—. Muy siniestra, pero no puedo malgastar flechas.
—Dispárale y punto.
Me contempló durante un momento y después apuntó la ballesta. La flecha dio en el blanco y Ethan maldijo cuando no rebotó contra el monstruo de piedra tallada sino que se clavó en su carne. La gárgola soltó un alarido, la piedra había cobrado vida.
—¡Qué diablos…! —Connor brincó hacia atrás cuando la criatura se zambulló del friso y voló hacia nosotros.
Me cubrí los oídos, creí que los horrendos alaridos me perforarían los tímpanos. Bryn gruñó y se lanzó contra la criatura, que, desconcertada por su osadía, retrocedió soltando un rugido de indignación. Los dientes de Bryn se clavaron en una de sus alas y la criatura cayó al suelo; de la herida manaba sangre grisácea y lechosa. Sabine aterrizó en el pecho de la gárgola y la aprisionó contra el estrado. Bryn volvió al ataque; esta vez agitó la cabeza cuando sus dientes se clavaron en la garganta de la gárgola y oí el crujido de los huesos cuando le rompió el cuello.
—Nos ha estado vigilando todo el tiempo —dije.
—¿Hay otras más? —preguntó Connor y se giró, escrudiñando el cielorraso.
—No, pero Cala tiene razón. Debe de haber seguido nuestros pasos desde que llegamos —dijo Monroe—. Puede que hayamos hecho sonar la alarma.
Todos nos quedamos quietos, asimilando el significado de sus palabras. En medio del silencio oímos un ruido lejano, parecido a un repiqueteo. El arañazo de uñas en el hierro forjado, pasos descendiendo los peldaños… Se acercaban rápidamente y el repiqueteo se convirtió en un estruendo al tiempo que nuestros enemigos bajaban del nivel superior de la discoteca.
—Vienen a por nosotros —dijo Monroe y echó un vistazo a la puerta que nos conduciría fuera de la prisión y escaleras arriba.
—¿Conocéis otra salida? —preguntó Connor, mirando a los lobos. Mis compañeros de manda intercambiaron miradas. Sabine soltó un aullido antes de convertirse en humana.
—Ninguno de nosotros ha visto otra salida —contestó—. Entramos por esa puerta. Lo siento.
Miró a Ethan mientras pedía disculpas.
—Entonces estamos atrapados aquí abajo —dijo él con la vista clavada en Sabine, como si sopesara cómo quería pasar sus últimos momentos en este mundo.
—El resto de la manada debe de estar en este pabellón —dijo Monroe—. Si logramos liberarlos, podremos presentar batalla. Quizá salir de aquí.
—Pero no todos —dijo Connor.
—No tenemos elección —repuso Monroe.
—Tiene razón. —Ethan cargó más flechas en la ballesta—. Ha llegado la hora de la última batalla. Siempre supe que algún día llegaría.
—No —dijo Sabine—. No pienso morir aquí abajo. Me niego a darle esa satisfacción a Efron.
Se convirtió en lobo y aulló. El resto de mis compañeros de manda alzaron el morro y se unieron a su grito de guerra. Desde los niveles superiores oí los aullidos de los Vigilantes que se aproximaban, entonando su propio desafío.
Los aullidos de los lobos parecieron reanimar a los abatidos Buscadores.
—¡Puedo atascar la cerradura! —Connor corría a través de la habitación—. Si de verdad es la única entrada, ganaremos un poco de tiempo.
—Buena idea —dijo Monroe—. Ethan, ayuda a Connor y a los lobos. Tratad de mantenerlos a raya. Ven conmigo, Cala.
Seguí a Monroe al interior del pabellón y al mirar hacia atrás vi que mis compañeros de manada rodeaban a Connor y a Ethan, atareados en atascar la cerradura de la puerta oriental de la prisión. Inspiré lentamente y tirité. Bajo el acre hedor metálico del pabellón sentí el aroma a humo de madera.
—¿Qué ocurre? —preguntó Monroe.
—Él está aquí —susurré.
Entonces resonó un aullido procedente de otra zona de la prisión. Se me erizó el vello de la nuca. Había reconocido el grito de Mason pidiendo auxilio. Un momento después oí el aullido de Nev. Monroe me miró. Oí garras rascando las losas y después ladridos y gruñidos.
—Vigilantes —dije—. Se han abierto paso.
—Encuéntralo. Dile que vamos a por él. Yo se lo diré a los demás. Asegúrate de mantener la lucha alejada de este lugar y regresaré a por ti y a por el resto de la manda. Lo prometo.
Asentí, tragándome el temor.
Monroe desenvainó sus espadas y echó a correr hacia la Cámara.
El rastro me condujo hasta la puerta de la izquierda. «Que no esté con llave, por favor.»
Hice girar el pomo y la puerta se abrió. La celda era más amplia que las otras. Los tubos fluorescentes del techo iluminaban las paredes de metal brillante. Percibí su olor antes de verlo. Sentí un dolor en el pecho al aspirar el cálido aroma de la madera de sándalo y el áspero del cuero. Sin pensar, salté hacia delante y corrí hacia una figura acurrucada en el rincón opuesto de la celda.