Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Tuve que hacerlo. Iban a matarlo.
—Mataron a mamá —susurró.
—Lo sé, An —dije y las palabras se me atragantaron—. Pero durante la ceremonia iban a obligarme a matar a Shay.
—¿Cuántas veces piensas contármelo? —preguntó en voz baja—. Eso no repara el daño que sufrimos. No sabes lo que hicieron. No estabas allí.
Ansel se arañaba las muñecas. Me incliné hacia él y vi las marcas rojas. Le aferré la mano y tiré de ella.
—¡Deja de hacer eso!
—¿Por qué habría de dejar de hacerlo? —Soltó otra carcajada.
—Puede que no haya estado allí, pero veo cuánto daño te han hecho.
Ansel se estremeció y se llevó las manos al estómago, como si estuviera a punto de vomitar.
—Es como si aún sintiera cómo me lo arrancaron. No puedo dejar de recordarlo —susurró—. No puedo vivir así.
—Tu vida no se ha acabado, Ansel. Aún eres tú mismo, y yo te quiero. —Le cogí la mano—. No te hagas daño, por favor.
No podía decirle que haber dejado de ser un lobo no tenía importancia. Hubiera sido una mentira. Yo sabía lo que significaba.
—Encontraremos un modo de dejar que sufras.
—Los únicos que pueden curarme son los Buscadores —dijo—. Y ya han dicho que no lo harán. Y los Guardas…
—Lo que te hicieron es espantoso, pero no puedes tirar la toalla. Te lo ruego: has de ser fuerte para mí. Y para Bryn.
—Incluso si Bryn no está muerta, estará mejor sin mí —dijo, frunciendo el ceño.
—Eso no es verdad.
—Se merece a alguien que pueda estar con ella. Si estuviera conmigo, no podría ser ella misma. Necesita a un Vigilante.
—No, no es cierto —dije.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no siempre fue así —murmuré.
—¿De qué estás hablando, Cala? —Me miró; nunca lo había visto enfadarse de ese modo. «Siente que ha perdido todo lo que importa.»
—Porque he descubierto que no es la primera vez que los Buscadores y los Vigilantes se enamoran los unos de los otros. —Le apreté la mano—. No es necesario que seas un lobo para ser merecedor del amor.
Él me miró con expresión incrédula.
—Es verdad. Ocurrió hace tiempo —proseguí—. Éramos aliados… y a veces algo más.
—Hace tiempo. —Su mirada se volvió inexpresiva y noté que volvía a perder la esperanza.
—Pero también lo sé porque amaba a Shay —añadí en tono tembloroso—. Incluso antes de convertirlo en lobo.
Ansel me miró. Durante un instante cambió de expresión y volvía a contemplar a mi hermano.
—Lo sabía. —Casi sonrió.
—Lo sé.
—Supongo que eso tiene algún valor. —Suspiró—. Te dije que escapé para estar con Bryn. Quizá todo esto sea culpa mía. —Una leve sonrisa le agitó los labios, pero después arrugó la frente.
—¿Alguna vez quisiste a Ren? Creí que a lo mejor, sí. Era obvio que algo os unía. ¿Sólo se debía a que ambos sois alfas?
Un escalofrío me recorrió la espalda, acompañado de un sentimiento aterrador.
—Yo…
Surgieron imágenes, recordé la risa de Ren, su cara, sus manos. Sólo había comprendido que amaba a Shay cuando creí que lo perdería. Ahora el que estaba en peligro era Ren. ¿Acaso mi necesidad de salvarlo significaba que lo amaba? Y entonces fue como si estuviera presente, hablándome en susurros. «Sólo se trata del amor». Casi percibía su aliento en mi piel.
Cuando no contesté, Ansel sacudió la cabeza.
—Olvídalo —dijo y se tumbó en la cama—. ¿Confías en los Buscadores? —preguntó luego.
—¿En los Buscadores?
—Sí.
—Creo que sí —respondí. «Pero menos de lo que quisiera».
—¿Qué harás ahora? —preguntó—. ¿Qué harás si mañana vuelves a reunirte con la manada?
—Entonces ayudaremos a Shay —dije; aún seguía pensando en Ren.
—¿A hacer qué?
—A salvar el mundo.
—¿Y nada más? —Ansel rio, y esta vez la risa sonaba auténtica.
—Sí. —Sonreí—. Nada más.
Durante varios minutos ambos callamos.
En medio del silencio de la habitación, los latidos de mí corazón eran ensordecedores.
—Creo que deberíamos intentarlo, Ansel.
—¿Intentar que?
—Convertirte en lobo —dije—. Los Guardas siempre mienten. Puede que también hayan mentido sobre esto.
—¿De verdad lo crees? —dijo, tragando saliva.
No sé qué creía, pero ansiaba desesperadamente que hubieran mentido sobre esto.
—Siempre mienten —musité.
—De acuerdo —dijo, y se volvió hacia mí, temblando.
Cuando me convertí en lobo, Ansel dio un respingo. Me resultaba imposible imaginar lo duro que sería observar mi transformación, sin esfuerzo, con toda naturalidad. Cuando a él habían quitado ese poder.
Ansel se incorporó y me observó. Lentamente, bajé el morro hacia su antebrazo y agité las orejas. Le eché un vistazo y él asintió. Le clavé los dientes, Ansel jadeó y percibí el olor acre de su miedo.
Me convertí en humana y le levanté el mentón para mirarlo a los ojos.
—
Bellator silvae servi
. Guerrero del bosque, yo, el alfa, te convoco para que me ayudes ahora que lo necesito.
Mientras esperaba, sólo oía el sonido de nuestra respiración superficial y temerosa. Cerré los ojos, esperando que la oleada de energía pasara de mí a Ansel, que vinculara al alfa y a su compañero de manada. Volví a hablar; esta vez me temblaba la voz.
—
Bellator silvae servi
. Guerrero del bosque, yo, alfa, te convoco para que me ayudes ahora que lo necesito.
Nada. La magia no se entretejía entre ambos.
Cuando abrí los ojos, vi que Ansel sacudía la cabeza. Tenía los ojos cerrados y una lágrima se deslizaba por su mejilla.
—
Bellator silv…
—Basta —graznó Ansel y sus ojos enrojecidos me miraron—. Déjalo.
No sabía qué decir. Era verdad: le habían quitado su capacidad de convertirse en lobo y yo no podía remediarlo. En ese instante aborrecí a los Guardas más que nunca.
—Deja que te dé sangre —sollocé y me di cuenta de que yo también lloraba—. Aún estás sangrando.
—No. —Ansel se quitó la camisa y se vendó la herida del brazo—. No la quiero.
—Ansel… —le tendí la mano.
—¡No la quiero! —Su mirada colérica me paralizó.
Se deslizó hacia abajo en la cama, pero su rostro inexpresivo resultaba más aterrador que su ira.
—Debes irte —dijo, clavando la mirada en el cielorraso—. Has de dormir antes de la misión.
—No te dejaré solo.
Ansel metió una mano en el bolsillo y sacó el trozo arrugado de papel.
—¿Qué es eso? —pregunté, tratando de descubrir qué era.
—Déjame en paz. —Durante un momento contempló el trozo mugriento antes de apretarlo contra su pecho—. Es de Bryn, ¿vale? Logré conservarlo después de que los Guardias nos separaran.
—Oh. —Debía de haberle escrito una poesía. Me dolía el corazón y los ojos me ardían. Y Bryn, ¿tendría algún objeto de Ansel? Mi hermano y mi mejor amiga, cuyo amor quise ocultar de la vista de los Guardas. Quizás hubiera sido mejor que escaparan juntos. ¿Acaso su huida podría haber causado algo peor que lo que estaba ocurriendo ahora?
Ansel se giró y me dio la espalda.
—Vete.
Me quedé sentada al borde de la cama con la barbilla apoyada en las rodillas. Cuando su respiración sosegada me dijo que se había dormido, me tendí a su lado cuidadosamente para no tocarlo, apoyé la cabeza en una almohada y observé el sueño de mi hermano.
Después de un rato empezó a gemir, como un animal joven que sufre. Gemía y gemía mientras se agitaba y temblaba a mi lado, removiéndose pero sin despertar. Por fin me dormí y entre sueños seguí oyendo los suaves gritos causados por las pesadillas que torturaban a Ansel.
—Cala —susurró Shay, sacudiéndome el hombro con suavidad.
Su voz me arrancó de un sueño atormentado por gritos de dolor y sombras que amenazaban con asfixiarme.
Durante un instante no recordé dónde estaba. Sólo percibía la voz cálida de Shay y el encanto seductor de su aroma. Me incliné hacia delante, ansiando su proximidad.
Cuando le rocé la mandíbula con los dedos parecía desconcertado.
—Me dijeron que te despertara. Ha llegado la hora.
Al darme cuenta de dónde estaba y de lo que estaba por emprender, la dulzura del momento se desvaneció. Me restregué los ojos, me incorporé rápidamente y lo lamenté al percibir que Ansel se movía. No despertó del todo sino que siguió murmurando, sumido en un sueño tan inquieto como el anterior. Me deprimí aún más al recordar que había tratado de ayudarle sin éxito.
—Vamos —dijo Shay—. Los demás nos esperan abajo.
Abandonamos la habitación sin hacer ruido.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Shay al tiempo que bajábamos las escaleras.
—Traté de convertirlo en lobo. —Cuando la pena me golpeó tuve que apoyarme contra la barandilla.
—¿De verdad? Dada tu expresión, supongo que no funcionó.
Hice un gesto afirmativo. Él deslizó el brazo alrededor de mis hombros y sus labios me rozaron la sien.
—Es bueno que lo hayas intentado, Cal. Lo siento.
—Yo también.
—¿Estará bien?
—No lo sé —dije, y eché un vistazo al pasillo oscuro por encima del hombro—. Parece… quebrado.
—Sí —dijo Shay, y se estremeció—. Sólo me he convertido en lobo durante breves momentos, pero ahora que forma parte de mí, no poder hacerlo me parece insoportable.
Asentí, observándolo. ¿Decía la verdad? ¿Realmente estaba tan conectado al lobo que albergaba en su interior? ¿O sólo procuraba mostrarse compasivo con Ansel?
—Debería ir con vosotros —dijo.
—No. Los Buscadores tienen razón. Es demasiado peligroso.
Bajó el brazo y metió las manos en los bolsillos.
—Todavía crees que soy incapaz de luchar.
—Sé que puedes luchar —dije—. Te he visto luchar más de una vez. Eres un guerrero. El problema no es ése.
—Podría ayudaros —dijo, mirándome de soslayo—. Sé que podría ayudaros.
—Esta vez no es tu capacidad de luchar lo que importa. —Sacudí la cabeza—. Nos enfrentamos a espectros y hasta que no te hayas hecho con la Cruz, no puedes luchar contra ellos.
—Y tampoco ninguno de vosotros —gruñó, y la luz hizo brillar sus afilados caninos.
—Lo sé. —Sentía una gran opresión en el pecho.
«Una misión suicida.»
Corríamos un riesgo enorme y ni siquiera sabía si el resto de la manada seguía con vida. Si Ren seguía con vida. ¿Y si ya los hubiésemos perdido a todos?
Oí el ajetreo de los Buscadores en el vestíbulo vacío. Cuando llegamos al pie de las escaleras, Shay me aferró los antebrazos y me giró. Antes de que pudiera reaccionar sus labios presionaban los míos. Me apoyé contra él y abrí la boca, ansiaba su beso. Deslizó las manos por mis brazos y sus dedos se clavaron en mi piel. Percibía su temor y me pregunté si debía apartarme, porque sabía que con cada caricia Shay asimilaba mi propia ansiedad. Me eché a temblar, tanto debido al fuego que ardía en mis venas a medida que el beso se volvía más intenso como a la conciencia repentina de que si las cosas en Vail salían mal, puede que no volviera a besar a Shay. Nunca más.
Dejó de besarme y apoyó la frente contra la mía.
—A lo mejor no deberías ir. Ansel te necesita. Que Monroe encabece la misión de los Buscadores. Lograrán rescatar a los demás sin ti.
—He de ir —dije, apartándolo—. Soy la única capaz de convencer a la manada de que pueden confiar en los Buscadores.
—Si algo te sucediese…
—Aquí están —Adne apareció en el hueco de la escalera, chasqueando la lengua—. No hay tiempo para las despedidas largas. ¿No os habéis enterado? El romanticismo ha muerto. Es hora de partir.
—Lo siento. —Me desprendí de los brazos de Shay porque temía que, de no hacerlo, el miedo me vencería y tendría que abandonar toda esperanza de salvar a mis compañeros de manada.
«Sigues siendo su alfa, Cal. La manada te necesita. Sabes quién eres.»
Me aferré a esa idea mientras atravesaba el espacio vacío hasta donde me esperaban Ethan y Connor.
Cuando me acerqué, Connor asintió con la cabeza.
—Isaac cuidará de tu hermano mientras estás ausente.
—Y yo también —dijo Shay a mis espaldas.
—Gracias —dije, incapaz de mirarlo; temía sufrir un ataque de cobardía causado por mi propio deseo egoísta de permanecer junto a él.
¿En qué me había convertido? ¿Acaso ceder ante mi amor por Shay me había vuelto débil? Era como si las fuerzas me hubiesen abandonado, ya nada reflejaba a la persona que antaño creí ser. Determinación férrea, independencia… esos rasgos que valoraba parecían haberse esfumado en el transcurso de la semana pasada. Sentía un deseo desesperado de volver a encontrarme a mí misma. Tenía que demostrarles a Ansel y a mi manada que no los había abandonado. Si no lograba hacerlo, no lo soportaría.
Monroe entró desde la cocina.
—¿Cuál es la situación?
—Todos presentes, no falta nadie —dijo Connor, envainando un puñal en su bota.
Monroe asintió.
—La puerta que Adne abrirá da a un callejón sin salida junto a la discoteca de Efron. Entraremos a través de una puerta lateral y nos abriremos paso hasta la prisión.
—¿Qué hará Adne una vez que hayáis entrado? —preguntó Shay—. ¿Pensáis dejarla sola junto al portal?
Monroe hizo un gesto afirmativo.
—¿Y si la atacan? —Shay frunció el entrecejo—. Déjame ir con ella. Me quedaré en el portal, por si acaso.
—No es una opción. No debes participar en esta lucha, Shay, bajo ningún concepto. —Monroe apretó las mandíbulas, pero le lanzó una sonrisa sombría a su hija—. Y si atacan el portal, ella podrá defenderse.
Adne dio un respingo.
—Gracias.
—Me parece que me echaré a llorar —dijo Connor, y ocultó la cara en el hombro de Ethan.
—Lárgate —gruñó Ethan y se acomodó la ballesta colgada del hombro—. Tal vez dentro de una hora todos estemos muertos. Quizás en menos de una hora.
—Un motivo más para atesorar cada minuto. —Connor simuló secarse las lágrimas.
—¿Puedo hablar un momento contigo, Adne? —preguntó Monroe.
—No, de ninguna manera. —Negó con la cabeza—. No permitiré que me sueltes un ñoño discursito padre-hija porque tal vez estemos a punto de morir. Sólo deja que cumpla con mi tarea.
—Eso no es… —empezó a decir Monroe, pero Adne le dio la espalda.