Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Ethan le lanzó una sonrisa antes de mirar a Ansel, que aún permanecía encogido; presentaba un aspecto lamentable y no dejaba de apretar los puños.
—Creo que tal vez los he juzgado mal —dijo.
—¿Y cómo te propones ayudarles sin perderlo todo? —preguntó Shay, frotándose la mandíbula lastimada.
Cuando los demás Buscadores me miraron di un respingo, pero la que contestó fue Adne.
—Conmigo.
—¿Qué? —Monroe emergió de sus tristes ensoñaciones y le lanzó una mirada alarmada.
—Mediante una extracción furtiva justo antes del amanecer, así aún dispondremos de unas horas para prepararnos. Será un equipo pequeño, yo abriré una puerta interior.
—No. —Monroe se puso pálido.
—Para ocupar un puesto, todos los Tejedores deben ser capaces de abrir una puerta interior con éxito —dijo—. He aprobado todos los exámenes. Tú tienes mis trabajos. Puedo hacerlo.
—¿Qué es esto? —Shay frunció el ceño.
—Chica lista —dijo Ethan, y le lanzó una sonrisa a Adne.
—No —repitió Monroe y se acercó a su hija—. Las puertas interiores sólo son para las emergencias, no para el uso de un grupo de ataque.
—¿Qué es una puerta interior? —pregunté.
—Un portal que se abre en un lugar que el Tejedor no ha visto —dijo Adne con los ojos brillantes—. Has de crear la puerta basándote en tu propia imagen mental del lugar al que pretendes llegar, sobre el que sólo dispones de una información muy escasa.
»En este caso —añadió, dirigiéndose a Monroe—, supondrá una sorpresa absoluta, y eso es lo que necesitamos.
—Va en contra del protocolo —dijo Monroe—. No lo permitiré.
—El protocolo es una idiotez —dijo Adne—. Puedo introducir y extraer a un equipo. Es la única solución. Podríamos haber salvado a Stuart y a Kyle —añadió, lanzándole una mirada furiosa a su padre.
Monroe apretó las mandíbulas, pero no dijo nada.
—Supone un riesgo considerable, chica —dijo Connor, y le apoyó una mano en el hombro—. ¿Estás segura de que saldrá bien?
Ella hizo un gesto afirmativo, pero Monroe negó con la cabeza.
—Os prohíbo que sigáis hablando de este asunto. Es imposible. La primera prioridad de un equipo es proteger al Tejedor.
Adne soltó una carcajada altanera.
—Hace unos segundos estabas dispuesto a arriesgarlo todo. No se trata del protocolo, se trata de mí. No insistas, Monroe. Te ofrezco la única estrategia posible y tú lo sabes.
Monroe le clavó la mirada.
—Por favor, puedo hacerlo —añadió en voz baja—. Déjame ayudarles.
—Tiene razón —afirmó Ethan, mirando a Monroe—. Es el único modo en el que esto quizá funcione. Sin embargo, es probable que sea un desastre total.
—Tendría que ser un equipo muy reducido —dijo Connor, mirando a Adne.
—¿Cómo de reducido? —preguntó Shay—. Sin contar a los presentes, claro está.
—Tú no irás —dijo Connor en tono cortante—. Eres el Vástago. Si mueres, todos morimos.
Monroe lanzó un profundo suspiro.
—El Vástago no irá. Puedes abrir una puerta cerca de Edén, Adne, pero no dentro de la discoteca.
—Pero puede que eso no sea suficiente —objetó ella.
—Abrir una puerta en el interior de la discoteca sería un suicidio. Nos arriesgaríamos a perder el portal y el Tejedor —dijo—. Además, acabamos de descubrir dónde se encuentra esa prisión. Entrarías a ciegas. No correré ese riesgo. Abre la puerta al otro lado de la calle donde los tienen prisioneros, o en un callejón. Atacaremos desde allí, llevaremos a cabo la extracción y volveremos a salir.
—¿Quiénes irán? —preguntó Shay. No parecía contento, pero la indignación había desaparecido de su mirada.
—Sólo los voluntarios —dijo Monroe—. No es una orden de la Flecha, es algo personal. No regresaremos a la Academia; el ataque ocurrirá una hora antes del amanecer. Todos los que participen han de descansar un poco o hacer lo que tengan que hacer antes de volver a reunimos.
—Yo iré —dijo Ethan.
No pude reprimir un bufido incrédulo.
—Puede que no me caigas bien, lobo —dijo con una sonrisa fría—, pero casi mato a tu hermano y lo lamento. Y esos cabrones mataron al mío. Me gustaría intentarlo… y cabrearlos arrebatándoles a sus prisioneros.
Monroe lo miró con el ceño fruncido, pero Ethan se encogió de hombros.
—Tú lo has dicho, Monroe. Esto es algo personal.
—De acuerdo, Ethan. Tú irás, y yo también.
—¿Dos personas? —Shay lo miró, boquiabierto—. ¿Sólo irán dos personas?
—No. —Monroe le lanzó una sonrisa y después me miró—. Nos acompañará una Vigilante alfa. Con eso será suficiente para llevar a cabo una extracción furtiva.
—No te lleves a Cala —dijo Shay—. Querrán matarla. Es demasiado peligroso.
Me puse de pie de un brinco y le mostré los colmillos.
—¿Recuerdas quién soy? ¡No necesito tu protección!
Cuando me miró, mi indignación se evaporó. Era una mirada llena de temor… y de cariño.
—Lo sé.
—La necesitamos para que nos ayude a encontrar a su manada —dijo Monroe—. Ella tiene que acompañarnos.
Shay parecía abatido, pero asintió.
—Yo también iré —dijo Connor de pronto—. Si resulta que será la última fiesta, no pienso perdérmela.
—Entonces está decidido —dijo Monroe—. ¿Silas?
—¿Qué? —El Escriba estaba concentrado en sus notas.
—¿Puedo confiar en que no informes a Anika… al menos no por ahora? —preguntó Monroe.
Silas siguió escribiendo, pero asintió.
—Te propongo un trato —dijo—: averigua cómo lograron atrapar a Grant y no informaré a la Flecha. Ahora mismo, el informe que puedo redactar es escueto en el mejor de los casos.
—Gracias —dijo Monroe—. Hablemos de la logística, Ethan. ¿Puedes prepararle algo de comer a este muchacho, Isaac? Connor…
—Estoy en ello —dijo Connor, se dirigió a la puerta y nos echó un vistazo por encima del hombro a Adne, a Shay y a mí—. Vamos, chicos, no podré cargar con todo yo solo.
Miré a Ansel, pero él mantenía la vista clavada en las manos y se estremecía. Ahora era mejor dejarlo tranquilo. Quería ayudarle, pero si estaba a punto de entrar en batalla, debía centrarme. Se me hizo un nudo en el estómago; sólo veía que estaba destrozado, y también el cuerpo ensangrentado de mi madre tumbado en el altar. Tragué bilis y me puse de pie para seguir a Connor. Adne ya abandonaba la cocina.
—¿Cargar con qué? —Shay se puso de pie.
—Con las armas. —Connor sonrió y atravesó la puerta.
—¿Las armas? —repitió Shay y observó a Connor, que atravesaba la sala de entrenamiento con paso garboso.
—Seguidlo. —Adne lanzó un suspiro de resignación—. Los chicos y sus juguetes. Es hora de que actúe como un adulto.
—¿De qué hablas? —pregunté, caminando junto a ella—. Ya tiene sus espadas, ¿no?
—Sólo dos —dijo Adne.
—¿Y dos no son suficientes? —farfulló Shay mientras seguíamos a Connor.
Al otro lado de la sala había una puerta estrecha. Connor la abrió y todos entramos. La habitación carecía de ventanas y estaba completamente oscura. Un extraño zumbido me hizo sacudir la cabeza.
—¡Ay! —gritó Connor—. Maldita sea. Creo que Silas ha vuelto a dejar sus manuales en el suelo. ¿Dónde está el condenado interruptor?
—Aquí —dijo Adne y un momento después la tenue luz de una bombilla iluminó la habitación.
Solté un grito ahogado, y Shay un silbido. Del suelo al techo, las cuatro paredes de la habitación estaban cubiertas de armas; espadas curvas cuyos largos variaban entre treinta centímetros y el metro ochenta; puñales de hojas curvas y aserradas; hachas de uno y dos filos; mazas y porras; picas y lanzas. Todas brillaban, incluso bajo la luz tenue.
La Magia Antigua palpitaba en la habitación, una emanación que surgía de las armas hechizadas que la llenaban, y su poder hacía vibrar el aire. Mi asombro dio paso a una sensación desagradable. Contemplar las armas hizo que recordara que los Buscadores se pasaban la vida perfeccionando maneras de matar Vigilantes, y así era como lo hacían. Me empezó a doler el hombro, como si los músculos recordaran el daño causado por esas armas.
—Será posible… —dijo Connor, y apartó varios libros tirados en el suelo con el pie—. Si Silas siente tanto amor por sus libros, ¿por qué los deja tirados por ahí?
—¿Silas se entrena aquí? —Yo aún mantenía la vista clavada en las armas, pero la idea de que el Escriba las utilizara resultaba extraña—. Creí que los Escribas no combatían.
—Así es, pero todos los buscadores aprenden a luchar. Todos nos turnamos en ocupar un puesto de avanzada —murmuró Connor—. Incluso los inútiles.
—No es inútil, sólo es olvidadizo. —Adne atravesó la habitación y subió a una escalera que daba acceso a las armas de más arriba colgadas de la pared—. ¿Cuál quieres?
—Coge el
gladius
francés —dijo Connor—. Y también un par de
kataras
.
—Eres tan previsible… —dijo Adne, descolgando las armas de sus ganchos. La primera parecía una espada corta normal, pero las dagas de hoja ancha y corta que cogió después me resultaban desconocidas.
—Sé lo que me gusta. —Connor sonrió, y agarró al vuelo la espada que ella dejó caer.
—¿Cuántas armas llevas? —preguntó Shay cuando Adne le alcanzó las dos siguientes dagas de hoja ancha.
—Depende —contestó Connor—. Creo que seis es lo ideal. Quizá siete.
—Ethan y Connor creen que su hombría es equivalente a la cantidad de acero que llevan bajo la ropa. —Adne soltó una risita—. Me parece que supone una compensación.
—¡Eh, un momento! —exclamó Connor.
—Una vez hicieron un concurso para ver quién era capaz de cargar con más armas al mismo tiempo —dijo Adne.
—¿Quién ganó? —pregunté.
—Yo —dijo Connor—. Cargué con veintidós.
—¿De veras? —Shay arqueó las cejas y empezó a ojear los tamaños y las formas de las armas colgadas de la pared.
—Estupendo. —Adne puso los ojos en blanco—. Al parecer, tienes un nuevo rival.
Connor sacudió la cabeza.
—No te lo recomiendo, Shay. Cuando cargas con más de quince, las armas empiezan a pincharte de manera desagradable cada vez que te mueves.
—Lo tendré presente. —Shay sonrió.
—Además —dijo Ethan, apoyándose en la puerta—, Connor hizo trampa. Los puñales no son armas de verdad.
—Uno clavado en un ojo o bajo la garganta es perfectamente capaz de matar —dijo Connor.
—Pero es un cuchillo para nenas, y tú lo sabes.
—Sé que no estás menospreciando a las chicas. —Adne le lanzó una mirada furiosa—. Porque eso podría resultar peligroso para tu salud.
—Claro que no —expresó Ethan—. Sólo menosprecio a Connor.
—Estás enfadado porque perdiste. —Connor alzó la hoja de la espada y la examinó bajo la luz—. Hay que afilarla.
—Deberías cuidar mejor de tus armas —dijo Ethan, ignorando el gesto de Connor y dirigiéndose a Adne—. ¿Así que ésta es la sala de espera de esta noche?
—Por lo visto se está convirtiendo en ella —dijo Adne—. ¿Necesitas más flechas? ¿Y practicar el tiro al blanco mientras esperamos, para tranquilizarte?
—Sabes que sí.
Mientras Adne recogía más armas y Ethan rebuscaba en las cajas, Shay se acercó a mí y metió las manos en los bolsillos.
—Lamento lo que te he dicho antes.
Asentí, pero no lo miré. Aunque fueran producto del cariño, sus palabras me molestaron. No me las merecía, y Ren tampoco. Me dolía el pecho al pensar en Shay y en el alfa Bane. Me pregunté si alguna vez lograría luchar codo con codo.
Shay me miraba con el rabillo del ojo. Sacudió la cabeza y suspiró.
—¿Estás bien? —pregunté, y me tragué el resto de mi enfado.
—Sí —murmuró—. Sólo estoy pensando.
»Así que volverá. —Me miró y volvió a suspirar.
—¿Quién? —pregunté, observando el brillo del acero al tiempo que Connor blandía sus armas.
—Ren —dijo Shay, y cuando ese nombre flotó entre ambos, le presté toda mi atención—. Si esto funciona, quiero decir. Estará aquí, con nosotros.
Desvié la mirada.
«Ren.»
Ren estaría aquí. No podía hacer caso omiso de la oleada de calor que me invadió ante la idea de que estaría a salvo. Y que estaría cerca de mí.
—¿Qué significa? —insistió Shay.
—No lo sé —dije, y me acerqué a las mortíferas armas colgadas de la pared.
—Un momento, Cala. —Shay me cogió la mano.
Cuando me volví hacia él, sus ojos eran como hojas primaverales brillando bajo el rocío.
—No quiero hablar de ello, Shay —murmuré—. Hay cosas más importantes en las que pensar. Como no morir, por ejemplo.
—No hables, sólo escucha —dijo, y me cogió el rostro con las manos—. No me importa que Ren esté aquí. Vale, es mentira. La mera idea de que esté cerca de ti me vuelve loco. No puedo pensar con claridad, y lo único que siento es el lobo que reside en mi interior. Por eso dije que…
Un gruñido escapó de su garganta y vi el brillo lobuno en su mirada, depredador y a la defensiva…
—No importa. Juro que quiero ayudar a la manada y también quiero que no le ocurra nada malo a Ren… bueno, al menos en general. Lo único que me importa somos tú y yo. Desde que estamos solos, las cosas han cambiado entre nosotros. Al menos eso es lo que quisiera creer.
No quería mirarlo. Era como si mi corazón tratara de escapar de esta conversación arrojándose contra mis costillas.
—No estás en Vail —prosiguió—. Las reglas han cambiado. Lucharé para ser quien esté a tu lado.
«¿Habían cambiado?» Ya no sabía quién había establecido las reglas vigentes, o qué lugar ocupaba yo en todo esto.
—Shay… —Traté de apartarme, pero me rodeó la cintura con la mano e impidió que me moviera.
—Dime que esto no es lo que quieres y me iré —dijo, y me rozó la mejilla con los labios.
Se me hizo un nudo en la garganta. Quería decirle que lo amaba. Lo amaba, y de un modo que no había creído posible antes de que él entrara en mi vida. Merecía saberlo. Debería tranquilizarlo diciéndole que sus sentimientos eran correspondidos, pero ya no me fiaba de mí misma. No tras escuchar la historia de Ansel. Había causado la tortura y la muerte de las personas que amaba. Mi madre había sido asesinada. Mi manada aún estaba en peligro, mi hermano estaba mutilado y se aborrecía a sí mismo. Y todo era culpa mía. ¿Cómo podía contestarle? Cada una de mis elecciones suponía la destrucción de todos mis seres queridos. ¿Qué podía ofrecerle a Shay, cuando lo único que provocaba era una carnicería?