Authors: Irving Wallace
El doctor Fass lanzó una mirada al pequeño círculo que le escuchaba y sus ojos parpadearon.
—…si se comprueba que su cojera fue causada por una enfermedad orgánica, y que la señorita Cook sanó sin ayuda de la ciencia, entonces estamos hablando de algo completamente distinto. Y ya que hablamos de eso, me gustaría hacer referencia a un informe quirúrgico del siglo XVI, hecho por el estimable doctor Ambroise Paré, después de haber tratado la enfermedad de cierto paciente: «
Je le pansay; Dieu le guérit»
… «Yo lo vendé; Dios lo curó.» —El doctor Fass hizo un gesto de disculpa—. Excúsenme, por favor; debo regresar al lado de mis colegas. Podrán ustedes interrogar a la paciente dentro de uno o dos días. Naturalmente, ustedes querrán que la paciente esté aquí bajo observación por lo menos durante dos semanas.
Mientras el médico empujaba la puerta para entrar al cuarto de Lori acompañado por la enfermera, Randall se abrió paso entre el grupo para asomarse por la puerta que había quedado abierta unos segundos. Apenas alcanzo a echar un brevísimo vistazo a lo que sucedía ahí dentro.
Lori Cook, tan pequeña, con su aspecto de muchacho, estaba sentada en la orilla de la cama y tenía su bata de hospital levantada más arriba de las rodillas. Un médico le examinaba la pantorrilla derecha, mientras otros dos observaban con interés. Lori Cook parecía ignorar a los doctores que la atendían. Contemplaba el techo, esbozando apenas una sonrisa secreta. Parecía realmente beatificada.
Luego, la puerta del cuarto se cerró, obstruyendo la vista de Randall.
Absorto en sus pensamientos, mientras se alejaba de la puerta, Randall notó que el grupo se había dispersado, y que Wheeler, que iba caminando por el pasillo con otras dos personas, le hacía señas con la cabeza.
Randall alcanzó a Wheeler, que estaba platicando con Gayda, el editor italiano, y con monseñor Riccardi, el teólogo católico… y se sentó junto a ellos en uno de los sillones de piel que había en la sala para las visitas diurnas.
—¿Qué piensa usted de todo esto, monseñor Riccardi? —le preguntó Wheeler—. Ustedes, los católicos, tienen mucha más experiencia en estos asuntos.
Riccardi alisó el frente de su sotana y dijo:
—Es demasiado pronto para decir algo, señor Wheeler. La Iglesia actúa cautelosamente en estos asuntos. Siempre nos pronunciamos en contra de la credulidad inmediata.
—¡Pero, se trata obviamente de un milagro! —exclamó Wheeler.
—A primera vista, la curación de la señorita Cook es asombrosa, muy asombrosa —acordó monseñor Riccardi—. Sin embargo, debemos abstenernos de emitir un juicio prematuro. Desde que Nuestro Señor realizó unos cuarenta milagros evidentes, ha habido nuevas señales visibles a Sus fieles, aun en nuestros tiempos. Esto lo sabemos con certeza. Pero debemos preguntarnos cuál es precisamente la naturaleza de un milagro verdadero. Nosotros sostenemos que es un suceso extraordinario, visible en sí mismo y no meramente en cuanto a su efecto. Es un evento inexplicable en términos de lo que son las fuerzas naturales; aquello que sólo pudo haber ocurrido a través de la intervención especial de Dios. Es a través de los milagros constantes que Dios se manifiesta según Su voluntad. No obstante, no todas las curaciones que aparentemente se acreditan a la fe pueden ser atribuidas a la intervención de Dios. Tengan presente que de cada cinco mil curaciones registradas por el santuario de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia encuentra que quizás el uno por ciento son verdaderamente milagrosas.
—Porque muchas de ellas sólo son producto de la imaginación —dijo Gayda pedantemente—. La imaginación y los poderes de la sugestión pueden dar grandes resultados. Existe, por ejemplo, el falso embarazo. La Reina María, que gobernó a Inglaterra hasta 1558, ansiaba tanto tener un hijo, que dos veces tuvo falsos embarazos, aunque los síntomas eran aparentemente reales. Recuerden ustedes la demostración que hizo en París un neurólogo francés en los años treinta. Le dijo a un paciente, que tenía los ojos vendados, que le acababa de acercar una llama al brazo y que se lo había quemado. En seguida apareció una ampolla en el brazo del paciente, aunque todo era falso; un engaño. No le había acercado ninguna llama, sino que sólo se lo había sugerido. Y recuerden también a aquellos que fueron estigmatizados por llagas sangrantes como las que Cristo padeció… ¿Cuántos de esos casos ha habido, monseñor Riccardi?
—Históricamente, existen 322 casos comprobados de personas que sangraron de las manos y el costado, tal como a Cristo le sucedió en la Cruz. El primero fue San Francisco de Asís, en 1224, y el más renombrado de los últimos casos fue el caso de Teresa Neumann, en 1926.
Gayda quitó la vista de Riccardi para mirar a Wheeler.
—Como comprenderás, George, todo eso se debe a la sugestión. Esos seres creyeron en la Pasión y sufrieron igual que Cristo. Del mismo modo, Lori Cook deseaba tanto sanar y tenía una fe tan grande en nuestra nueva Biblia, que mediante el poder de la sugestión sanó.
Wheeler extendió las manos y dijo:
—Pero eso es un milagro; simple y sencillamente un milagro.
Monseñor Riccardi se levantó, asintiendo con la cabeza y dirigiéndose a Wheeler.
—Puede ser. Observaremos este caso muy de cerca. Esto pudiera ser sólo el comienzo. Una vez que Santiago difunda su nuevo evangelio al mundo entero, la creencia en la Pasión podría extenderse y, con fe y convicción, Nuestro Señor responderá y abundarán los milagros en todas partes. Rezaremos para que así sea.
Mientras Riccardi y el editor italiano salían de la sala, Wheeler detuvo a Randall.
—Lo logramos, Steven —dijo lleno de júbilo—. Puedo adivinarlo; lo siento muy en el fondo. Esos teólogos saben que ha sido un milagro; el primer milagro divino que puede acreditarse a nuestro Nuevo Testamento Internacional. Aun cuando los protestantes no consideran los milagros igual que los católicos, no podrán ignorar evidencias como ésta. Tienen que impresionarse con los poderes de nuestra nueva Biblia. Y ya se imagina usted cómo los católicos van a exigir un
imprimatur
para la obra. Una vez que nos den luz verde, quiero que esté listo con este asunto, Steven. Después de que se haga el anuncio de la Biblia, podrá usted difundir la historia de Lori Cook. ¿Acaso se le ocurre mejor endoso, mayor respaldo que este milagro? No se trata de una publicidad forzada, Steven. Será simplemente labor misionera. Piense en todo el bien que podemos hacer.
«El bien que podemos hacer vendiendo a diez dólares cada ejemplar», quiso añadir Randall. Sin embargo, prefirió callar.
Porque en verdad
estaba
impresionado.
Algo le había ocurrido a una muchacha que él conocía; una chica que había estado lisiada y que ahora estaba curada.
Él no tenía ninguna respuesta para todo esto. Aparentemente, la ciencia tampoco. Entonces, ¿por qué no llamarlo lo que realmente era?… un milagro.
Cinco horas después, sentado en una silla de bejuco frente a Ángela Monti y jugueteando con una cuchara sobre el mantel azul moteado, en un café al aire libre, Randall había estado relatando sus experiencias en el hospital.
Se habían reunido para almorzar en De Pool, un café-restaurante que quedaba a la mitad del camino entre el «Hotel Victoria», donde Ángela había estado trabajando con sus apuntes de investigación toda la mañana, y el «Krasnapolsky», donde Randall había estado febrilmente ocupado después de abandonar el hospital junto con Wheeler.
Ángela escuchó y aceptó el relato de la curación milagrosa de Lori Cook sin dar muestras de sorpresa o de duda.
—No porque yo sea muy buena católica, aunque tengo fe en la religión —estaba explicando Ángela—, sino porque yo sospecho que en un mundo tan aparentemente racional hay muchos misterios que no pueden ser comprendidos por nuestras limitadas capacidades mentales. En el orden de las cosas y los seres vivientes del universo nosotros, los humanos, probablemente estamos clasificados apenas un poco más arriba que las hormigas.
Luego, tomando la mano de Steven encima de la mesa, Ángela quiso saber qué había hecho él, minuto a minuto de la mañana, después de abandonar el hospital. Antes de que Randall pudiera contarle, un camarero se había presentado a la mesa para preguntar qué comerían.
Randall tomó el menú, una lustrosa cartulina en la cual aparecían fotografías en color de cuatro especialidades para el almuerzo; cada platillo aparecía sobre un plato de cartón oblongo, muy parecido a las comidas norteamericanas congeladas.
—Conoces el lugar —dijo Randall—, y ahora me conoces a mí. ¿Qué sugieres?
Ángela parecía estar complacida.
—Ya que tenemos tanto trabajo, sugiero que comamos poco. De hecho, los platos son ligeros aquí —señaló una fotografía en el menú y se dirigió al camarero:
—Comeremos el
Hongaarse goulash
.
Una vez que el camarero se había retirado, Ángela se volvió a Randall:
—Ahora explícame, ¿qué hiciste el resto de la mañana, Steven?
—Déjame ver… Antes de salir del hospital te llamé por teléfono, ¿verdad? Como te dije, cualquier cosa que pudieras escribir basándote en tu memoria, en tu Diario, en tus apuntes, en los papeles de tu padre acerca de la excavación y el hallazgo, nos serviría y nos conduciría a otras cuestiones nuevas.
—Ya tengo algo escrito, para que tú lo veas.
—Estupendo. Bueno, después del hospital, fui al «Krasnapolsky». Les Cunningham y Helen de Boer (ellos son miembros de mi personal de publicidad y los conocerás pronto) me estaban esperando para darme buenas noticias. El Gobierno holandés nos autorizó a utilizar el auditorio del Palacio Real de los Países Bajos el 12 de julio, para el anuncio del Nuevo Testamento Internacional y su publicación, y también conseguimos el permiso para difundir el evento por televisión al mundo entero a través de Intelsat V, el sistema de comunicaciones por satélite. Después bosquejamos un memorándum confidencial dirigido a los cinco editores, con copias para otras personas que trabajan en el proyecto y a quienes podría interesar el asunto, y las enviamos junto con una nota más sugiriendo que nos reunamos mañana para finalizar los planes… Ángela, ¿que no te lo había dicho ya cuando te llamé nuevamente desde el «Kras» para invitarte a almorzar?
—Me habías dicho algo.
—Odio repetirme. Pero es que están pasando tantas malditas cosas…
—Me gusta que te repitas. Me encanta escuchar tu voz. ¿Qué sucedió después, Steven?
—Pues bien, luego ordené que mi personal subiera al cuarto 204… el cuarto que usamos para las juntas de publicidad; pero el lugar es tan agradable, que pensé que tú y yo podríamos hacer un poco de vida doméstica allí…
Ángela le apretó la mano.
—¿Te acordaste de mí mientras trabajabas? Me halagas mucho, pero tú estás demasiado ocupado para andar tomándote esas libertades.
—Espero que no —dijo Randall—. Es verdad que el tiempo nos apremia… Bueno, de todos modos, celebramos la junta y todo salió bien.
—¿Qué es lo que discuten en una junta de publicidad?
—Les conté todo… claro que Jessica Taylor estaba enterada desde un principio… pero a los demás les relaté que Lori Cook había leído clandestinamente el Evangelio según Santiago, lo que sucedió después y cómo es que ya puede caminar normalmente. El asunto causó gran sensación. Le encomendé a Jessica que escribiera dos artículos… uno en forma de historia escrita en primera persona (que quiero que ella haga por Lori) donde narre su vida, los años en los que tuvo que sobrellevar su deformidad, su incansable búsqueda de un milagro, y lo que sucedió después de haber leído a Santiago y a Petronio; y el otro será una historia acerca de la propia Jessica, en la cual relate su experiencia de anoche con Lori Cook. A Paddy O'Neal le pedí que preparara una gaceta de Prensa acerca de lo ocurrido, enfatizando la cuña con nuestra nueva Biblia. Naturalmente, este material no se dará a conocer hasta que los médicos y los teólogos den su dictamen final. Cuando tengamos la aprobación de ellos, podremos darle rienda suelta a la noticia. Éste será sólo uno de los muchos artículos que publicaremos después de que se haga el anuncio a través del Intelsat.
Ángela movió la cabeza en señal de asombro.
—Yo nunca supe nada acerca de publicidad. Creí que los periodistas de Prensa y televisión obtenían sus noticias de la misma forma como mi padre obtiene las suyas, excavando.
Randall rió.
—No precisamente. Claro que a veces la Prensa busca y encuentra sus propias noticias; pero, en ese sentido, los editores dependen bastante de los publicistas. Es más, la mayoría de las noticias acerca de las guerras, la política, las invenciones, la religión, la educación… lo que sea… se originan a través de los publirrelacionistas que representan a una autoridad militar o a un gobernante o a un grupo religioso o a una escuela No sólo los artistas o los atletas o los comerciantes tienen publicistas. Casi todo el mundo los tiene. Incluso Jesucristo. ¿Acaso no contaba Él con apóstoles y discípulos para que predicaran la Palabra?
—Eso suena casi a cinismo —dijo Ángela.
—Algunas veces lo es, pero generalmente no. Tantas cosas suceden a diario en el mundo que la Prensa no puede enterarse de todo a cada instante. Los medios de comunicación necesitan ayuda, y nosotros se la damos, porque así nos conviene. Y cada uno de nosotros trata de darle a los medios aquello que a nuestro parecer es más importante para el público, comparado con lo que les pueda ofrecer la competencia.
—¿De qué otra cosa hablaron en la junta, Steven?
—Les pasé la información que tú me diste en Milán acerca de tu padre, y les dije que estabas en la ciudad con el propósito de suministrarnos más antecedentes arqueológicos. Les ofrecí que tendrían transcripciones de mis entrevistas grabadas con Aubert, sobre el proceso de autentificación, y con Hennig, acerca de la impresión de la Biblia. También discutimos algunas ideas para escribir otros artículos. Ah, sí; y también se encontraba allí el doctor Florian Knight. ¿Recuerdas que ayer te lo mencioné durante la cena?
—¿Te refieres al amargado joven del Museo Británico?
—Sí. Su novia me prometió en Londres que vendría. Todavía está resentido y colaboró de mala gana. El doctor Jeffries tenía razón. Ese joven es un absoluto genio por lo que toca al dialecto arameo y la crítica de los textos de la Biblia… el tipo de trabajo detectivesco que autentifica más aún el texto. Se dificultaron un poco las preguntas y respuestas, a pesar de que él usa un audífono, pero una vez que comprendió qué era lo que necesitábamos, estuvo fascinante, y todo mi personal tomó apuntes.