Authors: Irving Wallace
—¿No quiere ella esperar? —preguntó Randall.
—No podría decirlo. Acaso alguien de Berlín o de Hamburgo le ofrezca las chucherías que desea. Ya veremos. Todo lo que le estoy explicando, Steven, es que una vez que me decidí a ser el impresor de la Biblia más importante de la historia (más importante, por diferentes razones, que la Biblia de 42 líneas), de ninguna manera voy a arriesgar la oportunidad. Y claro está que por un poco de publicidad o de atenciones especiales no voy a revelar, antes de tiempo, el contenido a ningún Cedric Plummer, por mucho que me ofrezca. ¿Me cree usted?
—Le creo.
—Espero que haya tenido usted esa maldita grabadora apagada durante mi paréntesis personal.
Randall asintió.
—Estaba apagada.
—Usted y yo nos entenderemos —gruñó Hennig—. Vamos. Le voy a enseñar nuestro taller clave, uno de los tres que tenemos en la zona. Éste es en el que, bajo todas las medidas de seguridad, estamos imprimiendo nuestra Biblia. Está inmediatamente después del Museo Gutenberg, una manzana más allá de la Liebfrauenplazt am Dom. Todavía tenemos algo de tiempo antes de almorzar.
Salieron en silencio de la oficina de Hennig. Una vez fuera, Randall inspeccionó automáticamente la calle para ver si Cedric Plummer estaba todavía por allí esperando abordar al impresor. No se veía a nadie parecido al periodista inglés. Ambos empezaron a caminar y Hennig, a pesar de sus cortas piernas, tomó un paso acelerado; al cabo de dos manzanas, Randall empezó a sudar.
Frente al patio de un ultramoderno edificio de tres pisos, Hennig acortó el paso y echó una mirada a su reloj de pulsera, montado en caja de oro.
—Tenemos tiempo para una breve visita. Venga conmigo.
—¿Qué es esto? —quiso saber Randall.
—Ach
, disculpe. Yo paso tanto tiempo aquí… Es nuestro Museo Gutenberg. Puede usted poner nuevamente en marcha su grabadora. Le daré información para su trabajo.
En el patio abierto, frente a un gran anuncio cubierto de vidrio, había un busto de bronce sobre un pedestal. Era una imagen bastante sombría de un Gutenberg poco feliz, adornado con un grueso bigote y una barba recortada.
Hennig señaló con su mano regordeta y desdeñosa hacia el busto.
—No tiene importancia. Es sólo para turistas. Nadie tiene la más remota idea de cómo fue él en realidad. No ha llegado hasta nosotros ningún retrato contemporáneo de Gutenberg. Lo más aproximado es un grabado (que está en París) hecho dieciséis años después de su muerte. Muestra a un tipo enojado con un ondeante bigote y una barba áspera y bifurcada, como las que solían llevar los sabios chinos. Sabemos que él siempre se sintió frustrado y que era endemoniadamente rudo. Una vez, puesto que esta ciudad le debía algún dinero, Gutenberg maltrató de propia mano a un empleado del Ayuntamiento y lo hizo meter en la cárcel. Existen pruebas de ello. Pero por lo demás, es poco lo que sabemos.
Se acercaron a la entrada, abrieron una de las puertas de vidrio e ingresaron a la planta baja del museo. Hennig saludó al encargado de los boletos de entrada y recibió el respetuoso saludo de un guardián que llevaba una casaca azul con distintivos rojos en las mangas.
—Pertenezco al consejo de administración del museo —explicó—, y soy uno de los patrocinadores. Yo colecciono biblias raras. ¿Sabía usted eso? Poseo uno de los ejemplares existentes de la Biblia de 42 líneas. Supongo que podría venderla por más de un millón de dólares y dar a Helga lo que quiera para que fuera mía. Pero yo no haría eso. Mire esto…
Condujo a Randall frente a un gran mapa del mundo que estaba sobre la pared. Debajo había un tablero con siete botones marcado «1450», «1470», «1500», 1600», «1700», «1800», «
Heute»
.
—Oprime usted el botón de un año cualquiera —dijo Hennig— y el mapa le muestra cuánto se imprimía en aquel año en todo el mundo. —Luego oprimió el botón marcado «1450» y una sola luz brilló en el mapa—. Sólo Maguncia, ¿ve usted? —Entonces oprimió el marcado «1470» y aparecieron varias luces—. Estaba desarrollándose la imprenta —dijo con satisfacción—. Ahora oprimiré el botón de «
Heute
» (o sea el de hoy, la actualidad) y verá —el mapa dio la impresión de ser un árbol de Navidad sobrecargado de luces—. Una de las cosas que más retrasaron el desarrollo de la imprenta fue que durante mucho tiempo eran pocos los que sabían leer en todo el mundo. Pero con el Renacimiento, la necesidad se volvió la madre de la invención. Una vez que la impresión se hizo posible, ya no hubo quien detuviera la producción de libros. Primero, Biblias. Después, diccionarios e historias. A precios más baratos que los manuscritos hechos por los copistas, los calígrafos y los iluminadores. Eso fue seguramente lo que impulsó a Gutenberg a crear el tipo movible de metal; producir a menor precio que los copistas y ganar algún dinero. Pero desde que puso en marcha su imprenta, siempre estuvo endeudado.
Hennig miró en torno suyo.
—Hay otras cosas exhibidas en esta planta baja. Y abajo está una réplica del antiguo taller de Gutenberg y de su prensa de mano, pero no sabemos qué tan exactos son. No sobrevivió ninguna descripción del taller ni de la prensa de Gutenberg. Sugiero que lo pasemos por alto, Steven; no podemos perder tiempo. Vamos arriba rápidamente. En el primer piso hay algo que usted debe ver. Deje encendida su grabadora.
Subieron la amplia escalera. Arriba, Hennig habló en alemán a un guardián.
—Muy bien —dijo Hennig a Randall—. Una de las chicas que hacen de guías tiene un grupo de turistas ahí dentro. Quiero que vea.
Randall siguió al impresor hacia una bóveda oscura, pero espaciosa. Había cuatro ventanas iluminadas sobre una pared. A través de ellas, Randall pudo ver un muestrario de biblias manuscritas, arduamente elaboradas por monjes antes de 1450. Hennig bajó la voz y dijo:
—Dos escribas necesitaban más de veinticuatro meses para copiar y producir cuatro de estas biblias. Uno de los primeros impresores después de Gutenberg, tardó sólo dos meses en sacar veinticuatro mil ejemplares de un libro de Erasmo.
Hennig le precedió más adentro de la bóveda. Delante de ellos, Randall pudo ver a una dama joven y regordeta que estaba junto a una vitrina dando una charla ilustrativa a ocho o diez visitantes. Acercándose al grupo, Randall consiguió leer lo que decía el letrero que estaba encima del escaparate: «DIE GUTENBERG BIBEL MAINZ 1452-1455». Una brillante lámpara iluminaba la Biblia de Gutenberg, que se encontraba abierta en la vitrina.
La joven guía había terminado su disertación en alemán, e inmediatamente miró de frente a Randall y la repitió monótonamente en inglés:
—Los monjes tardaban treinta o cuarenta años en preparar una Biblia especial profusamente ilustrada, como la que han visto en la vitrina iluminada, a mi derecha. En tres años, Johannes Gutenberg produjo con su prensa de mano doscientas diez biblias; ciento ochenta en papel hecho a mano. En todo el mundo sólo hay cuarenta y siete ejemplares completos o porciones de esta Biblia: en Nueva York, Londres, Viena, París, Washington, Oxford, Harvard, Yale. La Biblia de Gutenberg, que ustedes ven aquí, es la segunda impresa en papel vitela y vale un millón de marcos; o sea, doscientos cincuenta mil dólares. Una Biblia completa en vitela valdría cuatro millones de marcos o un millón de dólares. Esta Biblia de Gutenberg tiene cuarenta y dos líneas por columna y dos columnas en casi todas las páginas. Gutenberg comenzó primero con una Biblia de treinta y seis líneas que no acabó inmediatamente. Pero ésta si la terminó, y en 1460 produjo el primer diccionario impreso del mundo, en latín, el
Catholicon
de Balbus.
La chica había empezado a repetir su charla en francés, y Randall se distrajo examinando el techo bajo de la bóveda, pintado de azul, y las paredes de color avellana, cuando sintió que Hennig le tiraba impacientemente de la manga.
Randall siguió al impresor alemán fuera de la bóveda y a la luz del primer piso del museo.
—Ha sido interesante —dijo Randall.
—Puras tonterías —gruñó Hennig—. No hay ni un átomo de evidencia real de que Gutenberg o algún otro individuo inventara la imprenta tal y como la conocemos hoy. Fundamentándonos en pruebas circunstanciales, podemos deducir que Gutenberg pudo haber inventado la impresión, basado en el tipo movible. Sucede que yo así lo creo, aunque no podría demostrarlo. Existen treinta documentos o papeles de tiempos de Gutenberg que mencionan que él fue una persona viviente, pero sólo tres de esos papeles indican que tuviera algo que ver con el arte de imprimir. ¿Qué nos dicen esos documentos? —Hennig se detuvo, como si estuviera dirigiendo esa retórica pregunta a la grabadora de Randall, y después lo miró a él—. ¿Está grabando su aparato?
—Por supuesto.
—Bueno, porque esta información puede servirle. Esos papeles nos dicen que Gutenberg venía de una familia patricia y que el apellido de su padre era Gensfleisch. (Entonces era costumbre usar el apellido de la madre.) Gutenberg trabajaba de orfebre y fue demandado, por incumplimiento de palabra de casamiento, por una dama llamada Anna. Entonces se trasladó de Maguncia a Estrasburgo y estuvo allá durante diez años. En ese tiempo mandó construir algo que probablemente era equipo para impresión. Volvió a Maguncia y obtuvo prestados dos mil florines de distintas personas para algún gran proyecto, probablemente la Biblia de 42 líneas. Existe evidencia de que tomó ese dinero prestado para adquirir equipo para imprimir «libros»; pero, ¿habrá sido la famosa Biblia de 42 líneas uno de estos «libros»?
—La guía de turistas que estaba en la bóveda dijo que sí.
—Olvídese de ella y escuche a Karl Hennig. Al margen de la patriótica disertación de esa jovencita, no hay la menor prueba de que Gutenberg desempeñara papel alguno en la impresión de la gran Biblia de 42 líneas, llamada la Biblia de Gutenberg. Lo más probable es que la haya producido el financiero de Gutenberg, Johann Fust, pero con otro impresor llamado Peter Schoeffer. En cuanto a Gutenberg, sabemos que murió en 1467 ó 1468 sólo porque un hombre que le rentaba equipo para impresión envió al arzobispo una solicitud por «ciertas formas, letras, instrumentos, herramientas y otras cosas pertenecientes al taller de imprenta que dejó Johannes Gutenberg después de su muerte y que eran y siguen siendo mías». Eso es todo, Steven. Poco más de lo que se sabía de Jesucristo antes del Nuevo Testamento Internacional.
—Y suponiendo que Gutenberg haya sido el inventor —dijo Randall—, ¿qué fue exactamente lo que inventó?
—Para decirlo de un modo simple, inventó el molde para fundir los tipos. Su molde era de cobre; el mío es de acero, más durable. Él esculpió las letras del alfabeto. Cortó punzones. Puso la cara de las letras en relieve, por encima de las superficies. Calculó que las letras tenían que hacerse al revés para que imprimieran al derecho. Inventó la forma o bandeja que contenía los caracteres. Y, finalmente, inventó el medio para que el tipo fuera llevado hacia atrás para ser entintado y que luego volviera a entrar en la prensa para que la platina de hierro entrara en contacto con las letras para la siguiente impresión. Hizo que la prensa se moviera una y otra vez, produciendo una impresión tras otra. Inventó los tipos movibles. Por él, yo estoy aquí con usted hoy, y nuestro Petronio y nuestro Santiago inundarán el mundo letrado y tal vez harán cambiar a Ja Humanidad.
Al salir del museo a la soleada calle, Hennig recordó a Randall que mantuviera funcionando su grabadora.
—Antes de que visite mi taller, quiero que sepa lo que estoy haciendo allí —dijo mientras seguían caminando—. Para la Edición Anticipada para el Púlpito he creado un tipo que yo llamo Nuevo Gutenberg de catorce puntos. Se lo explicaré: al preparar su Biblia original de 36 líneas, Gutenberg trató de imitar en sus grabados las letras que los monjes hacían para las biblias impresas a mano. Usó un tipo de letra gótica que los alemanes llamamos
Textur
, porque parece que va tejida en la página. El tipo de Gutenberg sería raro hoy, aunque es artístico y estéticamente agradable. La letra gótica es demasiado pesada, retorcida; demasiado angulosa. Transmite la dureza germánica, como nuestra lengua, así que yo ideé un tipo que se asemeja a la gótica, pero es más común, más redondo, más claro y más moderno… Ya llegamos al taller. Echemos un vistazo rápido.
Después de traspasar las barreras de seguridad (Randall había recordado llevar consigo su tarjeta roja), ambos penetraron en la enorme y ruidosa sala de las prensas y ascendieron por una escalera metálica en espiral que los condujo a una
mezzanine
que corría a todo lo largo de la pared. Abajo había cuatro prensas y unas cuantas docenas de obreros en overol azul, y arriba se escuchaba el ruido de las máquinas. Karl Hennig comenzó a hablar de nuevo.
—Lo que ve usted aquí son dos máquinas alimentadas por hojas, para impresión directa, y en el otro extremo hay dos rotativas, que son más rápidas. Las páginas que están imprimiendo ahora son para la edición limitada, la del Púlpito. Al salir de aquí, los pliegos se doblan y se encuadernan. Las portadas o cubiertas ya están listas para la encuadernación, así que los pliegos se acomodan, se encuadernan y luego se envían a los almacenes para su distribución. Los libros terminados se embarcan a Nueva York, Londres, París, Munich, Milán, y estarán listos para ser distribuidos cuando usted anuncie públicamente el descubrimiento y la nueva Biblia.
Hennig miró de soslayo hacia abajo y saludó jovialmente a varios trabajadores ya mayores; ellos levantaron la vista y le devolvieron el saludo afablemente. Hennig manifestó su satisfacción.
—Mis operarios veteranos, los más dignos de confianza —dijo orgullosamente—. Las dos prensas que hay aquí debajo están imprimiendo la versión inglesa. Las otras dos imprimen la francesa. En el ala contigua del edificio, están produciendo lo último de las ediciones alemana e italiana.
A Randall se le ocurrió un problema de logística y decidió plantearlo.
—Karl, después de toda la publicidad que haremos en tres o cuatro semanas, habrá millones de personas exigiendo ejemplares del Nuevo Testamento Internacional. Si usted, al igual que otros impresores, va a producir una edición diferente para el público en general, ¿cómo podrán hacérsela llegar en grandes cantidades cuando la demanda sea alta?
—Ach
, claro está, no se lo han dicho —dijo Hennig—. Para la edición popular común deberemos hacer el tipo nuevamente en cuatro idiomas. Pero esto no lo podremos hacer antes de que usted haga su presentación. De otra forma no podríamos garantizar la seguridad. Por eso empezaremos a preparar la edición popular ese mismo día. Ahora bien, si preparáramos la tipografía del modo en que se está haciendo para la edición limitada, como es costumbre, usando máquinas de linotipia y operarios humanos, nos llevarla un mes o dos. Pero no, la edición popular se hará mediante composición electrónica, por el método del tubo de rayos catódicos, que es un fenómeno de velocidad. Con ese método electrónico de rayos catódicos, se puede componer la linotipia para una Biblia completa, Antiguo y Nuevo Testamento, en siete horas y media. Puesto que el Nuevo Testamento representa la cuarta parte del total de la Biblia, este método permite hacer el trabajo en unos noventa minutos… minutos, fíjese bien, y no uno o dos meses. De la noche a la mañana estaremos en las prensas, y por lo menos un mes antes de Navidad podremos tener unos cuantos millones de ejemplares de la edición común, más barata, en los estantes de las librerías. Venga, que voy a enseñarle el resto de mi organización en este taller; la otra mitad, la sección que no está dedicada a la Biblia y que maneja mi trabajo comercial ordinario.