La noche de Tlatelolco (24 page)

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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

BOOK: La noche de Tlatelolco
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• Guillermo Haro, astrónomo, carta de Armenia, 22 de julio de 1970.

Dos literas de concreto de una de las primeras celdas de la crujía C están atascadas de cascaras de limón; dos literas de concreto con grandes cerros de limones muertos. El olor es fuertísimo; hostiga el olor de la huelga de hambre que desde hace cuarenta días realizan 87 presos políticos. De los 87 que empezaron sólo quedan 65 en las crujías M, N, y C… 15 presos han sufrido convulsiones, muchos están en la enfermería; a los tres días de huelga encontraron a Eli de Gortari desmayado en su celda —el doctor le prohibió continuar: Eli es diabético —, pero lo peor no fue la huelga de hambre sino el atraco del que fueron objeto los 115 presos políticos en Lecumberri por parte de los reos de delito común el 1o. de enero de 1970. Los 68 presos de la Crujía C (donde está el mayor número de estudiantes) padecieron dos horas de asalto por parte de los reos de delito común que armados con varillas, tubos, botellas y objetos punzocortantes los golpearon, además de dejarlos ya no digamos sin una cobija, sin un libro. Lo mismo sucedió con los 50 presos políticos de la M donde el atraco duró 45 minutos. Rafael Jacobo García, preso político, padre de ocho hijos, trató de cerrar las rejas de la Crujía N y mientras lo lograba recibió navajazos, golpes, hasta puñaladas en el cuerpo, en la cara y sobre todo en las manos y en los brazos además de una fractura en el cráneo y otra en el maxilar. Rafael Jacobo es un hombre fuerte, un campesino, miembro de la
CCI
. A su lado, Isaías Rojas trató de defenderlo de la turba de presos comunes que se agolpaban contra los barrotes y también resultó herido, cortado de la cara y de las manos. Los presos políticos malheridos, golpeados, aterrados, debilitados por la huelga de hambre que comenzó el día 10 de diciembre (es decir que llevaban 24 días a base de agua de limón y azúcar) se refugiaron en la crujía N. Los reos de delito común se llevaron los limones, no dejaron un gramo de azúcar, rompieron, azotándolos, los botellones de agua electropura. ¿A quién le va a interesar un limón? ¿A quién si no a hombres que han recibido la orden de romper la huelga de hambre? Además el saqueo ya se había completado: los manuscritos del doctor Eli de Gortari, los del eminente escritor José Revueltas, los libros de «los intelectuales de la M», las cobijas, las ropas, los radios, los relojes, las máquinas de escribir, la correspondencia, las fotos familiares, los documentos personales, las parrillas, los colchones, los catres, almohadas, trastes, pocillos, todo fue violentamente arrebatado: sillas, estantes comprados allí mismo en Lecumberri porque se fabrican, en el departamento de carpintería, todo aquello juntado con tanto trabajo durante un año y meses de cárcel, todo lo que había «entrado» después de tanto solicitar permisos; el pobre patrimonio de cada preso fue reducido a la nada en un cuarto de hora. Allí dentro de las celdas mismas (la de De Gortari, por ejemplo) los reos hicieron una pira con los libros. Era como volver a entrar a la cárcel, volver a empezar con la cadena de obstáculos materiales, los objetos de la vida cotidiana que se han acumulado a través de meses: primero el catre, después la colchoneta, la cobija, los trastes, la parrilla… Pero incluso, esto, la pérdida de las posesiones de cada quien, no importa al lado de la pérdida de la vida, de la amenaza de muerte. ¿Quién les garantiza a nuestros presos por sus ideas políticas, a nuestros jóvenes estudiantes que están terminando su carrera allí mismo en Lecumberri, que el día de mañana no habrá otro acto de vandalismo provocado por las autoridades? En la noche del lo. de enero de 1970 muchos de los presos por delitos del orden común estuvieron rondando hasta la madrugada por las crujías en grupos de 20 o 30 con sus varillas, sus palos de escoba, sus tubos; el «orden», la «seguridad» quedó en manos de los drogadictos de la F, de los hampones, de los asesinos que, dueños y señores de los pasillos y galeras, no se retiraron del redondel (pasillo que rodea al Polígono y a donde desembocan todas las crujías) sino hasta las nueve de la noche del día siguiente cuando los de «afuera», los familiares angustiados por la vida de esposos, padres e hijos presionaron para que la noticia se colara mal que bien en los periódicos.

Según testigos, el que abrió la crujía de los drogadictos, la F, y los azuzó para que fueran a asaltar a los «políticos», fue el subdirector del penal: Bernardo Palacios Reyes.


La Garrapata
, no. 40, E.P., 16 de febrero de 1970.

La única oposición real al gobierno se encuentra perseguida o «aquí en la cárcel»[…] El país ha cambiado de la democracia liberal de hace treinta años a formas de gobierno cada vez más opresivas. El abogado del Tribunal de la Haya, F. Jacoby, declaró al llegar a Francia que las garantías individuales estaban seriamente amenazadas en México y calificó al gobierno de prefascísta.

• Documento elaborado por los presos políticos y leído por Gilberto Guevara Niebla, el domingo 18 de enero de 1970, dos días antes de levantar la huelga de hambre, al cumplir 1000 horas de huelga de hambre, del 10 de diciembre de 1969 al 20 de enero de 1970, a las cuatro de la tarde.

…Y me lleno de furia y pienso cómo se puede vivir sin ser furioso. Cómo se le puede entrar a la política mexicana y retenerte y modularte y repartir sonrisitas y quedar bien con todo el mundo y lograr puestecitos o puestezotes. No estoy de acuerdo con las declaraciones periodísticas de mis amigos; que el hombre de ciencia debe intervenir en la política. Sé lo que quieren decir. Piensan que intervenir en la política es ocupar puestos, ser influyente, tener éxito. Eso no es política, eso es estiércol, es ser mercader en el más vil sentido. A que no le entran a la política de oposición, a la política que no da puestos seguros, a la que pone en peligro tu vida y tu libertad. Claro que no se le puede pedir a un hombre, a otro hombre, que se sacrifique. Pero tampoco que nos vengan a señalar como deber sacrosanto y necesario el participar en «nuestra» política priísta. No hay en ello nada noble, nada desinteresado, nada honesto. Y si uno le entra por pura conveniencia personal, por lo menos ser discreto, ser un honrado bandolero, no tratar de hacer comulgar a los demás con ruedas de molino. Nuestro deber como científicos es simplemente tratar de hacer buenos científicos, ayudar a los jóvenes, formar cuadros competentes, hacer verdadera política aunque esto implique —y lo implica— estar peleado a muerte con los «políticos» burócratas. Claro que el no cortejar a los «políticos», el no estar bien con ellos, dificulta la tarea. Pero en el fondo lo mismo da…

No es cierto que puedas ser un buen político cuando dejas de ser un buen médico. No es cierto que es preferible ser presidente de Chalchicomula que un mediocre ginecólogo. Si no puedes hacer bien una cosa que durante años has aparentado amar, no podrás hacer ninguna otra cosa mejor que la primera. Lo contrario es mentira, es la prueba más contundente de tu fracaso íntimo, de tu verdadera mediocridad. Pero, claro, existe el sagrado derecho de ser tan mediocre o tan pendejo como se quiera o como se pueda y esto independientemente de todos los éxitos o las glorias aparentes.

• Guillermo Haro, astrónomo, carta de Armenia, 28 de julio de 1970.

Yo siento que vivo ya una vida de segunda mano.

• Paula Iturbe de Ciolek, madre de un estudiante muerto.

Y ahora, ¿qué voy a hacer yo de todo este tiempo que será mi vida?

• Carlota Sánchez de González, madre del estudiante muerto por un policía por pintar una barda, el sábado 16 de noviembre de 1968.

Todo esto en la noche, en la madrugada, Tlatelolco, madres queriendo saber, sin entender la pesadilla, sin querer aceptar nada, buscando como animales brutalmente heridos a la cría: «Señor, ¿dónde está mi hijo? ¿A dónde se los han llevado?». Y finalmente suplicando: «Por favor señor, se lo rogamos dénos siquiera una seña, un indicio, díganos algo…».

• Isabel Sperry de Barraza, maestra de primaria.

A un muchacho le ganaron los nervios. Ya estaba grande. Desde que lo subieron en la pánel venía llorando: «Mi mamá… quién le va a avisar y quién sabe qué y quién sabe cuánto». Un soldado le hizo plática: «No te preocupes, tú sales…». «No, no voy a salir… Me van a matar y mi mamá se va a morir…». No, que quién sabe qué, que quién sabe cuánto. Hasta que se aburrió el soldado: «¡Ah usted tan grandote y tan chillón! ¿Para qué anda metiéndose entonces en estos relajos si anda luego de chillón?».

• Ignacio Galván, estudiante de la Academia de San Carlos y del taller de cerámica de la Ciudadela.

El ritmo de vida disminuye extraordinariamente. Son los días interminables de Macondo. Y nuestro espacio, nuestro mundo, nuestro cosmos, se vuelve microcosmos. Toda la escala de nuestra perspectiva empequeñece. La celda que me parecía minúscula, estrecha, crece y crece. El torreón, a escasos diez pasos de ni cama es un lugar de reunión, un observatorio; desde arriba se ven las casas y hasta los automóviles. Y los atardeceres. Vamos al torreón. Hay quienes incursionan por el jardín que ganamos hace un año, las pequeñas grandes conquistas. Todo a escala. Cuando llegué me contaron que uno de los triunfos fundamentales había consistido en no pasar lista a las siete de la mañana y a las ocho de la noche. Gran conquista en verdad, para nuestro pequeño mundo. Después los policías fueron desalojados del torreón y la crujía circular nos dio un horizonte de libertad de doce metros de diámetro.

La celda al principio aplasta. Yo desperté al segundo día de recluido con una sensación horrible de asfixia. Los muros sucios, malolientes estaban tan cerca de mí que se metían en mi cerebro, me aplastaban la conciencia como para hacerme entender que la reclusión física implica necesariamente la reclusión mental. Entendí que mi único mundo, mi cosmos estaba dentro de mí.

• Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros.

Se espera a los padres, al amigo o a la novia, a la esposa o a los hijos, es parte de la lucha contra los muros que impiden una comunicación personal y la satisfacción de necesidades afectivas y materiales. Pero también se espera la revista, los periódicos y las noticias de nuestro medio social y político; es la lucha contra los muros que quisieran apartarnos del mundo que inspira nuestras inquietudes y por las que llegamos aquí; también se espera la audiencia, la sentencia; el absurdo que aguarda a cada quien como consecuencia natural de un sistema igualmente absurdo. Los padres son los que más resienten esta clase de espera y la llegada de una injusta sentencia como la coronación y respuesta a su solidaridad y esfuerzo, a su lucha por lograr la libertad del hijo, los hace envejecer terriblemente. En realidad, ellos también han estado presos.

Pero no todo es esperar o pensar aunque haya mucho de esto. Poco a poco cada uno va comprendiendo que es necesario seguir luchando; que lo que se pretende con el encierro es separarnos no sólo físicamente de una actividad política sino también de
aniquilarnos
. A veces esta conciencia es sólo instintiva; el instinto de conservación que opera en el cuerpo y en el espíritu, y desde la resistencia luchamos contra la movida; hacemos deporte para estar sanos, casi todos lo hacemos —es la lucha contra el atronamiento físico—, cantamos —hay quienes han compuesto canciones muy bonitas—, pintamos, escribimos, leemos; es la lucha contra los que pretenden negarnos la posibilidad de crear. Hay depresiones, crisis naturales y cambios… Todos hemos cambiado mucho; hemos tenido que madurar en circunstancias muy difíciles. Conozco casos realmente sorprendentes de personas que nada tenían que ver con el Movimiento Estudiantil y para quienes era muy difícil explicarse muchos fenómenos de la política, del gobierno y de la sociedad y por ello han aprendido a leer y a escribir… Para los estudiantes que eran miembros de una representación además de la falta de una disciplina, han tenido que enfrentar otro problema: la mistificación, la deificación que llega de fuera. Se necesita mucha imparcialidad para vencer este obstáculo en el proceso de los cambios personales. En fin, puede decirse que se logra trabajar una vez que se han resuelto interrogantes que, aunque algunos con resistencia, tarde o temprano llegamos a plantearnos…

Yo era un joven muy activo fuera, dirigente de mí escuela, al ingresar al penal tenía 21 años y muchas ilusiones…

• Romeo González Medrano, miembro del Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Detenido el 18 de septiembre de 1968, preso en Lecumberri.

La cárcel aísla en el sentido de que se pierde mucho a la gente de fuera. De mis amigos, ya muchos se casaron, se fueron a su tierra —ya todo pasó— han hecho nuevas amistades, tienen nuevos intereses y a todos los siento más lejanos. Claro, cuando vienen a verme iniciamos la conversación basándonos en algún amigo común, pero ya no es lo mismo. «Hace mucho que no lo veo…» «Quién sabe qué se habrá hecho…». La gente se ha perdido de vista. ¿Y Enrique? ¿Cómo le fue a Pedro? ¿Y Clemente? ¿Y Lisandro? Ya nadie sabe… Ya no es lo mismo. Como que todo pasó hace muchísimos años…

• Roberta Avendaño Martínez,
Tita
, delegada de la Facultad de Leyes ante el
CNH
.

Hay días en que «se me revela» —como dice la gente—, se me revela mucho el
Cuec
(Leobardo López Arreche, pero le decían el
Cuec
porque son las iníciales del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, donde trabajaba). Lo veo parado junto a mí, recargado en uno de los muros de la iglesia de Santiago Tlatelolco… El Cuec era un tipo especial, distinto a los demás. Llevaba el pelo largo, la barba larga; tomó muchísimos rollos de película del Movimiento, pero muchísimos. Los ha de tener la Judicial, la Federal de Seguridad, la Procuraduría, qué sé yo… Con la rapidez con que se entusiasmaba, así mismo caía también en el pozo de la angustia. Recuerdo que una vez, en una asamblea, pidió la palabra, y dijo: «¿Saben compañeros, saben cómo vamos a volver a las calles? (Entre la manifestación del 27 de agosto y la del 13 de septiembre hubo muchas detenciones, muchas calumnias en los periódicos, una represión tremenda, una gran desorientación en el seno mismo del
CNH
; además el tono del informe de Díaz Ordaz y sus amenazas —acompañadas por tanques y bayonetas— eran contundentes). Miren compañeros, yo sé cómo vamos a volver a las calles… ¿Saben cómo vamos a contestar los golpes? Con flores, con amor y flores… El 13 de septiembre estaremos de nuevo en la Reforma, con flores, compañeros; si nos reprimen les aventaremos flores, flores a los tanques. El pueblo nos espera en las ventanas de los edificios, entre los capacetes de los automóviles, en el techo de los camiones y de las azoteas, y nosotros saldremos con algo nuevo. Si los soldados tienen fusiles nosotros tenemos amor y muchas flores»… Naturalmente, su moción no se aprobó, pero así era el Cuec, así era él, y a mí me hubiera gustado llevarle flores, amor y flores, el día de su muerte.

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