La música del mundo (22 page)

Read La música del mundo Online

Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
6.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

amor y paz universales… salvación, Zoé, la salvación… Otón era un obsesivo; no era imposible, pensaba Jaime, que las obsesiones espaciales que le habían llevado a estar siete años en un hospital, después de una sucesión de crisis espantosas y varios intentos de suicidio, se hubieran convertido ahora en una obsesión por la espiritualidad de los Teósofos, o incluso por Zoé, por la suave, elusiva, indolente y complaciente Zoé… Zoé, toda buenas intenciones, siempre poco brillante, tenaz para la amistad como un herrero con una lámina de oro, estaba sin embargo bastante asustada con él… Otón había empezado a ir a la Biblioteca de la Sociedad Teosófica a fines de julio, en mitad del verano, y a menudo la joven secretaria-factótum y el extraordinario lector cincuentón eran, en medio de un Países de calina y de sueño, a lo largo de interminables tardes opiáceas, los únicos ocupantes de las salas ardientes, Otón rebuscando en viejos volúmenes polvorientos y Zoé pasando fichas a limpio o volviendo a archivar lo ya archivado para no dormirse… los dos en distintos ángulos de la misma habitación, los dos bajando la vista cuando se descubrían el uno mirando al otro… luego habían empezado a hablar, luego se habían hecho amigos; Zoé, opio, ardiente, sueño, había empezado a sentirse interesada por él, y se las había arreglado para transmitirle, suavemente, el mensaje… ahora Otón le escribía prácticamente todos los días unas cartas muy largas y líricas, en absoluto torpes, y apenas hablaban… era como si él de pronto le hubiera cogido miedo, suave, larga, oscura serpiente Zoé, y hubiera decidido esconderse detrás de muchas palabras, y muchas frases y pensamientos incandescentes entrelazados, y entonces, a medida que el epistolario iba creciendo y se hacía cada vez más apasionado e íntimo (por mucho que fueran una pasión y una intimidad más bien propias del alma o del intelecto, y de que Zoé apareciera en ellas como una especie de Beatriz inaccesible, un ave delicadísima a la que uno casi no habla por no asustarla) ella había empezado a su vez a tenerle miedo —o quizá a sentirse ofendida de esa manera que sólo pueden estarlo las mujeres… de acuerdo con las instrucciones veladas de Otón, Jaime la llamó a mitad de la semana para que fueran juntos a Otradna el domingo, pero Zoé le informó, con tono ligeramente cortante (como si él mismo fuera, no Jaime, su viejo amigo, sino el propio Otón) de que ese fin de semana se iba a la isla de Lamberto con unos amigos para hacer pesca submarina y que lo lamentaba sinceramente; Jaime había sugerido que Otón contaba con ella para su misteriosa «celebración» del domingo, que estaría esperando a que fuera, y ella había soltado una de sus carcajadas frágiles y falsamente apologéticas, le había dicho que Otón no había
hablado
con ella de nada, y Jaime no había sabido qué más decir… en el caso de que debiera decir algo más… más tarde (esa misma tarde) pensó que el tono ligeramente cortante de Zoé no era del todo injustificado… ya que él había aceptado en cierto modo ser el mensajero de Otón, y en consecuencia su
valet
, su ministro… no se puede controlar la vida desde lejos, usar la belleza de las visiones como excusa, ser remoto y perfecto, había dicho Zoé; lo había dicho sin palabras, lo había dicho con pulpos, con corales, con aletas de bucear, con playas de cocoteros…

fueron a Otradna los dos inseparables, Jaime y Block… Otón, que esperaba que Jaime le trajera a su Zoé, erguida y blanca como un cisne en una bandeja de plata, pareció desconcertado al verle aparecer con un desconocido… le encontraron en la pradera que había al otro lado del sanatorio, en el lado del mar, sentado en una silla de mimbre frente a una mesa blanca cuyas patas se hundían desigualmente en la hierba, y en la que flotaban una copa con zumo de naranja y gruesos fajos cubiertos de papel pautado cubiertos con una caligrafía delicada, multicolor, casi ilegible… cuando vio a Jaime hizo una seña muy alegre, al descubrir a Block no ocultó su extrañeza y su desilusión, luego movieron sillas de hierro sobre la hierba, se sentaron en círculo (aunque no alrededor de la mesa) y Jaime le explicó que Zoé no podía venir; a pesar de todo, Otón insistió que la esperaran; Jaime le dijo que era imposible que viniera porque estaba en la isla de Lamberto (aunque no dio más detalles, y Otón tampoco insistió en saber qué diablos podría hacer un teósofo en la isla de Lamberto), Otón insistió en que de cualquier modo debían esperarla, y la esperaron durante casi dos horas, charlando de cosas intrascendentes, bebiendo zumo de naranja, oliendo el mar, escuchando el sonar de las olas, hasta que por fin Otón tuvo que darse por vencido

—Zoé no viene, dijo con un suspiro… tendremos que marcharnos sin ella

—¿marcharnos? dijo Jaime… ¿a dónde vas a llevarnos?

—yo nunca te había hablado de la pradera, dijo Otón, mirando al mar con los ojos semicerrados… a Zoé sí le había hablado de la pradera… pero es que es algo, añadió volviéndose a ellos, es algo demasiado extraño, no todo el mundo comprendería…

—la pradera, le ayudó Jaime

—la pradera, o bien la Praderabruckner de la Amada Inmortal, si deseamos hablar con propiedad… para eso habéis venido, Jaime… voy a cerrar la pradera para siempre… esto es un rito, no puede hacerse en privado… es una gran despedida, añadió, sus ojos se perdían en la altura de las nubes, seguían el vuelo de una gaviota nítida, blanca y moteada de gris… hasta ahora, nadie había entrado nunca en la pradera… era mi misterio, mi lugar secreto… mi
hortus conclusus
… la historia del hombre seguía esperando… sí, quizá sea un símbolo que Block haya venido, alguien inesperado,., alguien que llega… se trata del advenimiento del nuevo hombre… ese que oye, ese que escucha… vosotros seréis los primeros seres del Mundo del Espacio que entraréis en la Praderabruckner de la Amada Inmortal… después de eso la música terminará,
será posible salir de la pradera
, dejar que sus ciclamomos y centáureas y sus crisantemos salvajes se desarrollen a su placer… salir de la pradera, quiero decir, la curación, dijo mirándoles a uno y a otro… la curación… ¿habéis sentido alguna vez la necesidad de ser curados? ¿de dejar de estar enfermos? ¿de dejar de estar locos?… es fácil decir: al fin y al cabo, todos estamos, en menor o en mayor medida… y más fácil todavía: ¿quién puede decidir quién está loco? o ¿quién está más enfermo, entonces…? porque sólo el enfermo conoce la angustia, no el filósofo… el filósofo sólo conoce una angustia filosófica, pero el enfermo desea curarse… es decir, desea que algo suceda, una transformación… por eso el médico y el paciente forman la pareja más patética: el enfermo pide que algo suceda, y él médico se ve impotente…

—tu enfermedad, comenzó Jaime titubeando… y la pradera…

—son la misma cosa, dijo Otón, casi con orgullo… aunque todavía no he decidido cuál es la causa y cuál el efecto, aunque quizá la pradera sea tan sólo un síntoma… las enfermedades espaciales son relativamente raras… agorafobia, claustrofobia, éstas son muy conocidas… para mí, toda la música se convierte de pronto en Espacio… no quiero enojaros con un nombre en latín

—más que una enfermedad, parece un tipo de percepción sutil, dijo Block, que quería ser amable

—y ¿acaso no es siempre la enfermedad algo sutil? dijo Otón con una sonrisa… su microbio es sutil, su invisibilidad, su poder misterioso sobre nosotros, el terror que nos produce… además, añadió de buen humor, todo es una enfermedad… el hombre es una enfermedad extraña, pero ¿cómo aprender a dejar de ser hombres?… la Vida es una enfermedad de las estrellas… la estrella intenta destruirnos, en prevención de que nosotros, más tarde, podamos destruir a la estrella… pero en realidad, nosotros somos la esencia de la estrella, su destilación, y sólo gracias a la estrella podremos nosotros transformarnos, salir de la Vida, para transformar, más tarde, a la propia estrella…

las tres copas, inmóviles y vacías, escuchaban en silencio; Otón las miró, luego las llenó de nuevo… era el zumo del fondo de la jarra, el más espeso

—pero volviendo a una escala planetaria, murmuró Jaime sonriendo «gracias»

—pero volviendo a una escala planetaria, dijo Otón mientras le tendía su copa, el hecho de que yo cierre mi pradera puede significar… no sólo que estoy «curado», en el sentido que dan a esta palabra los bondadosos especialistas de Otradna, sino, quién sabe…

—el final de una época, apuntó Block, cogiendo la copa que le tendía Otón

—el final de una época, sonrió Otón… sí, el final de una época del mundo

soplaba la brisa, las nubes se movían hacia el sur… Otón observaba con atención el movimiento de las nubes, el volumen de la brisa; no tardarían mucho en darse cuenta de la importancia que tenían todos aquellos fenómenos naturales en la «celebración» que había planeado… se estaba nublando, lo cual quería decir que «se estropeaba» el día, pero Otón parecía pensar que todo iba bien… se levantaron los tres; dejaron la jarra y las tres copas medio llenas de zumo de naranja sobre la mesa y se repartieron los montones de papel pautado; así echaron a andar en dirección al edificio del sanatorio… todos sus toldos azules y anaranjados se movían a impulsos de la brisa; parecía más una quinta de recreo, un hotel de Balbec, que una clínica… en el
green
que había frente a la fachada había hombres y mujeres jugando al
badminton
; otros leían el periódico sentados en sillas de mimbre, o tomaban el sol en bañador; una enfermera con cofia almidonada empujaba un carrito de mesa en mesa, recogiendo vasos vacíos y platos de papel…

cuando llegaron a la habitación, en el tercer piso, Otón les dio las gracias por tercera o cuarta vez, y les dijo que dejaran las partituras sobre una gran tabla de pino sostenida por dos caballetes que había frente a la ventana…

—necesitamos unas cuantas cosas para ir a la pradera, les explicó mientras se lavaba las manos meticulosamente, en la luz azul del cuarto de baño, hablando a través de la puerta entreabierta…

Jaime y Block curioseaban por la habitación con moderado interés, como se supone que uno debe hacer cuando entra en el cubículo de otro

—¿quién es la de la foto? preguntó Jaime

—¿la de la foto? dijo Otón alarmado… estaba secándose las manos, pero soltó la toalla y salió a mirar

Jaime señalaba a una foto clavada en la pared

—ah, dijo Otón sonriendo… es Teodora

la foto representaba una rata blanca, diminutas garras rosadas, ojos como bolitas brillantes color rojo burdeos

—Teodora, dijo Jaime

Otón había vuelto a entrar en el baño, se secaba las manos de nuevo…

—los primeros meses que estuve aquí, en Otradna, tenía una jaula con una ratita blanca… gracias a ella, creo, pude sobrevivir sin caer en la desesperación… se llamaba Teodora… esa foto la tomó uno de mis sobrinos, luego me la mandó por correo… Teodora… os aseguro que fue Teodora la que me salvó la vida, literalmente, dijo, apagando la luz y saliendo del baño… es extraño decir esto, puede parecer un puro desvarío, pero observar la vida de Teodora, su sencillez de animal, su limpieza, sus apetitos justos, su adaptación perfecta a sus propias necesidades, me ponía en contacto con un reino posible más allá de las palabras y las complicaciones del pensamiento… un reino en que mi piel es mi abrigo, mi comida es adecuada para mi estómago, nunca excesiva, mis horas de sueño nunca enturbiadas por desvelos ni pesadillas… no sé si sabéis lo que os quiero decir… era tranquilizador… Teodora no era alegre ni triste, no conocía la impaciencia ni el cansancio… tenía la energía justa, sólo su curiosidad era insaciable… buscaba, se pasaba el día buscando, oliendo… pero ¿qué buscaba? buscaba comida… y aunque tenía toda la necesaria seguía buscando más y más… pero lo hacía por hobby… le gustaba oler y buscar, oler y buscar… era su
hobby
… perdonad un momento…

Teodora entre las flores del jardín, y Otón vigilándola para que no huyera, vigilando que no fuera atrapada por alguno de los gatos que solían rondar las cocinas; Teodora, husmeando por entre los pétalos y las hojas secas, encontrando aquí una miga seca, allá un grano de maíz, resistiéndose suavemente a la llamada de lo salvaje…

había abierto el armario empotrado y estaba de rodillas en el suelo, medio cuerpo dentro del armario… luego salió con un extraño y abombado maletín de plástico y una carpeta de cocodrilo falso; el maletín estaba cubierto de polvo, y se entretuvo en limpiarlo morosamente con una gamuza, hasta que la cerradura de latón estuvo brillante

—ya lo tenemos todo, dijo entregándole a Jaime la carpeta de cocodrilo… ten cuidado de no doblarla… es todo lo que necesitamos para que podáis comprender lo que sucede en la pradera-bruckner

—ah, pero ¿suceden cosas allí?

—por supuesto

—cosas, dijo Jaime… pero ¿qué clase de cosas?

Otón le miró con una sonrisa

—ay, Jaime, ¿qué no podría suceder allí?

la jarra y las tres copas medio llenas de zumo de naranja seguían en el mismo sitio donde las habían dejado… la pradera descendía suavemente en dirección a la playa…

caminaban entre cañaverales, bajo una luz fantasmal; luego subieron a la luz, entre dunas cubiertas de uña de gato… las sombras de las nubes se movían sobre la extensión de la playa, sombras de las nubes y piscinas de sol, con la suavidad de un sueño… colgaban en lo alto las nubes, sobre el mar, con la grandeza de monumentos del intelecto, monumentos sin edad… y los colores del mar se transformaban, según las sombras y el resol se deslizaran sobre las aguas; verde turquesa, plata, azul, verde, platino, oropimente

la barca estaba atada a un poste, cerca de los oscuros montones de algas que señalaban el límite de la marea; era una vieja barca de pescador, pintada de verde y de rojo, y con un ojo griego pintado cerca de la proa

—muy bien, dijo Otón, ésta es la barca

—¿para qué queremos una barca? preguntó Jaime

la rodearon; estaba caída sobre uno de los costados… Otón dejó la maleta de plástico en el interior y luego comenzó a descalzarse y a enrollarse los pantalones sobre la pantorrilla… ellos hicieron lo mismo, tiraron los zapatos y los calcetines al interior de la barca y luego Otón soltó la soga y los tres comenzaron a empujar la barca en dirección al mar…

—¿dónde vamos? preguntó Jaime una vez más

Otón sonreía… las primeras olas levantaron con suavidad la quilla y pronto la barca pareció perder completamente su peso y convertirse en una cáscara ligera y fácil de manejar… ahora remaban alejándose de la orilla, levantados hacia el cielo por las olas una y otra vez… luego Otón se sentó en la parte de atrás, y después de un par de intentos puso en marcha el motor… ninguno de los tres hablaba; Block y Jaime estaban sentados en el banco central, los pies descalzos hundidos en el agua del fondo de la barca; luego Jaime.se levantó, caminó con cuidado hasta la proa y se sentó allí, mirando al horizonte…

Other books

Magnolia Square by Margaret Pemberton
Tale of Ginger and Pickles by Potter, Beatrix
Veiled Threats by Deborah Donnelly
Disconnected by Daniel, Bethany
Eats, Shoots & Leaves by Lynne Truss
Catnip by J.S. Frankel
Ingo by Helen Dunmore
Homecoming by Cooper West