Alistair Blunt suspiró.
—Es cierto. La gente siempre dice...
—Puso cara de circunstancias —prosiguió Jane—. Le conozco bien. Mitad amable, mitad incrédulo. No engañaría a un niño. Mi tío dijo en tono poco convincente: «¡Oh..., claro!» La terrible mujer continuó: «Fui muy amiga de su esposa, ¿sabe?»
—Acostumbran decir eso —la voz de Alistair Blunt tuvo un dejo de tristeza—. Todas terminan pidiendo una suscripción para un sitio u otro. Aquella vez me salió barato. Solo le di cinco libras para una misión en la India o algo parecido.
—¿Es cierto que conoció a su esposa?
—Al interesarse por las misiones me hizo suponer que, de ser cierto, debió de ser en la India. Estuvimos allí hará unos diez años, pero, naturalmente, no debió de ser muy grande su amistad, pues si no, yo la hubiera conocido. Acaso se vieran en alguna ocasión.
Jane Olivera intervino:
—Yo no creo que conociera a tía Rebeca. Opino que fue un pretexto para hablar contigo.
El magnate de la Banca dijo, tolerante:
—Es posible.
Jane continuó:
—Quiero decir que me pareció una forma de trabar amistad contigo, tío.
—Solo quería una limosna.
El detective preguntó:
—¿No hizo nada para continuarla?
Blunt negó con la cabeza.
—No volví a pensar en ella. Incluso había olvidado su nombre hasta que Jane lo leyó en el periódico.
La joven habló sin gran convencimiento:
—Bien; yo
creí
que mister Poirot debía saberlo.
—Gracias,
mademoiselle
—dijo el detective con amabilidad—. No debo entretenerle más, mister Blunt. Usted es un hombre muy ocupado.
—Iré con usted —Jane habló presurosa.
Por debajo de su bigote, Hércules Poirot sonrió.
Al llegar a la planta baja la muchacha se detuvo y le dijo:
—Entre usted aquí.
Y entraron en una habitación pequeña a un lado del vestíbulo.
La muchacha se enfrentó a él.
—¿Qué quiso significar al decirme por teléfono que esperaba mi llamada?
Poirot sonrió.
—Solo esto,
mademoiselle
. Esperaba que usted me llamara..., y llamó.
—¿Es que usted sabía que iba a llamarle a causa de miss Sainsbury Seale?
Poirot movió la cabeza.
—Eso fue solo el pretexto. Hubiese encontrado otro cualquiera de ser necesario, ya que usted tenía interés por verme.
—¿Por qué tenía que llamarle?
—¿Por qué me ha dado a mí esta información en vez de dársela a Scotland Yard? Eso hubiese sido lo más natural.
—Muy bien, señor Sabelotodo. ¿Qué es exactamente lo que usted sabe?
—Sé que le interesa hablar conmigo desde que supo que el otro día estuve en el hotel Hol-born Palace.
Se puso tan pálida que le asustó. Nunca hubiese creído que su color tostado pudiera cambiar tanto. Continuó despacio, pero con firmeza:
—Me ha hecho venir hoy aquí porque deseaba sonsacarme... Sí, sonsacarme acerca de mister Howard Raikes.
—¿Quién es? —preguntó Jane Olivera.
—No necesita sonsacarme,
mademoiselle
. Le diré lo que sé o, mejor dicho, lo que he adivinado. El primer día que vine aquí con el inspector Japp se asustó al vernos. Creyó que le había sucedido algo a su tío, ¿por qué?
—Pues... porque es de esos hombres a quienes pueden sucederles ciertas cosas. El otro día recibió una bomba por correo..., después del empréstito checoslovaco, y recibe montones de cartas amenazadoras.
Poirot prosiguió:
—El inspector Japp le dijo que un dentista llamado Morley se había suicidado. Debe recordar cuál fue su respuesta; dijo:
«Pero ¡eso es absurdo!»
—¿Eso dije? —Jane se mordió los labios—. Fue bastante tonto por mi parte. ¿No cree?
—Fue un curioso comentario,
mademoiselle
, y revelaba que conocía la existencia de mister Morley y que esperaba que ocurriera algo..., no precisamente a él, sino en su casa.
—Le gusta contarse las historias usted mismo, ¿no?
Poirot no le hizo caso.
—Usted esperaba, mejor dicho, temía que ocurriera algo en casa de mister Morley, y que ese algo le hubiese sucedido a su tío. Mas en ese caso
usted debe saber algo que nosotros ignoramos
. Recordé a todas las personas que estuvieron en casa de Morley aquel día y di en seguida con la persona que puede tener relación con usted, y es el joven americano, Howard Raikes.
—Es como una novela por entregas, ¿verdad? ¿Cuál es el apasionante episodio siguiente?
—Fui a ver a mister Howard Raikes. Es un hombre peligroso... y atractivo...
Poirot hizo una significativa pausa.
Jane dijo, pensativa:
—Sí, ¿verdad? —sonrió—. ¡Está bien, usted gana!—inclinóse hacia adelante—.Voy a decirle varias cosas, mister Poirot. A usted no pueden engañarle. Prefiero decírselo antes que lo descubra. Quiero a Howard Raikes. Estoy loca por él. Mi madre me trajo aquí para separarme de él. Bueno, y en parte porque tiene la esperanza de que tío Alistair se encariñe lo bastante conmigo para nombrarme su heredera aunque soy parienta muy lejana. La madre de mi madre es hermana de Rebeca Harnold. Por tanto, es tío abuelo político mío. Como no tiene parientes, mi madre dice que por qué no podemos ser sus herederas. Ya ve que soy franca con usted, mister Poirot. Ya sabe la clase de personas que somos. En la actualidad tenemos mucho dinero..., una ridiculez, según Howard; pero no pertenecemos a la esfera de Alistair Blunt.
Hizo una pausa. Asióse con fuerza al brazo del sillón antes de continuar.
—¿Cómo podré hacérselo comprender? Howard aborrece y quiere destruir todo lo que yo aprendí a querer. Y de cuando en cuando pienso como él. Aprecio a tío Alistair, pero me crispa los nervios. Es un tragón..., tan inglés, tan precavido y conservador... Siento algunas veces que es de los que debieran desaparecer, que bloquean el progreso..., que sin ellos podrían hacerse
las cosas
.
—¿Se ha convertido a las ideas de Howard Raikes?
—Sí... y no. Howard es... más impetuoso que los suyos. Existen personas, ya sabe, que..., que están de acuerdo con él en algunos puntos. Quisieran intentar... ciertas cosas... si tío Alistair y los suyos estuvieran de acuerdo. Pero ¡nunca lo hacen! Se sientan y, moviendo la cabeza, dicen: «No resultaría económicamente.» «Tenemos que considerar nuestra responsabilidad.» «Mirad la Historia.» Pero yo opino que no se debe copiar de la Historia. Eso es mirar atrás, y se debe mirar siempre adelante.
—Es una perspectiva atractiva —dijo amablemente el detective.
—¡Usted también dice eso! —Jane le miró con desagrado.
—¡Quizá porque soy viejo! Los viejos
tienen sueños...
, solo sueños, ya ve usted.
Hizo una pausa y luego preguntó:
—¿Por qué mister Howard Raikes pidió hora al dentista de la calle Reina Carlota?
—Porque yo quería que se entrevistase con tío Alistair y no sabía cómo arreglarlo. Estaba tan resentido contra mi tío, tan lleno de..., sí, de odio, que pensé que si pudiera verle..., ver la persona tan amable y modesta que es, cambiaría de parecer... No pude arreglarlo para que se viesen aquí, porque mi madre... lo habría estropeado todo.
—Pero después de este arreglo usted estaba asustada.
Los ojos de Jane se agrandaron y oscurecieron.
—Sí..., porque..., porque Howard se extralimita a veces... A él...
Poirot concluyó la frase:
—Le gusta acabar pronto. Exterminar...
Jane Olivera exclamó:
—¡No digo eso!
Ya había transcurrido cerca de un mes desde el fallecimiento de mister Morley y todavía no se tenían noticias de miss Sainsbury Seale.
Japp se iba impacientando.
—¡Maldita sea, esa mujer tiene que estar en alguna parte!
—Indudablemente,
mon cher
—dijo Poirot.
—Lo mismo si está viva que si está muerta. Si ha muerto, ¿dónde está su cadáver? Supongamos que se hubiera suicidado...
—¿Otro suicidio?
—Dejemos eso. Usted sigue manteniendo que Morley fue asesinado. Yo digo que se suicidó.
—¿Ha averiguado la procedencia del revólver?
—No. Es una marca extranjera.
—Eso es muy sugestivo. ¿No le parece?
—Sí, pero no en el sentido que usted alude. Morley estuvo en el extranjero. Hizo varios cruceros en compañía de su hermana y pudo comprarlo entonces. Todos los ingleses viajan. Mucha gente al hallarse lejos de su patria gusta de tener una pistola con que defenderse —hizo una pausa y prosiguió—: No me desvíe de la cuestión. Estaba diciendo que en el supuesto..., es tan solo una suposición..., de que esa condenada se hubiese suicidado; si, por ejemplo, se hubiese ahogado, el cuerpo hubiera aparecido en la playa. Y de haber sido asesinada, lo mismo.
—Eso si no le ataron un peso antes de arrojarla al Támesis.
—Sí, desde un sótano de Limehouse, supongo. Está usted hablando como un aficionado a novelas escritas por damiselas.
—Lo sé. Lo sé. ¡Me pongo colorado cuando digo estas cosas!
—E imagino que el crimen fue cometido por una banda internacional.
Poirot suspiró y dijo:
—Me dijeron no hace mucho que, efectivamente, suceden esas cosas.
—¿Quién se lo contó?
—Reginald Barnés; vive en la calle Castlegardens, en Ealing.
—Sí, puede ser que él lo sepa —dijo Japp sin gran convencimiento—. Estuvo en contacto con extranjeros cuando estaba en el Ministerio de la Gobernación.
—¿Y usted no está de acuerdo?
—No me cuido de eso... ¡Oh, claro que suceden cosas así!... Pero, por lo general, no es lo más corriente.
Se hizo un silencio mientras Poirot se retorcía el bigote.
—Hemos recibido algunas informaciones más sin importancia—prosiguió Japp—. Sabemos que regresó de la India en el mismo barco que Amberiotis. Ella, iba en segunda clase y él en primera, así que no veo nada de particular, aunque un camarero del Savoy dice que comieron juntos un par de veces la semana antes de su muerte.
—Pero ¿pudo haber relación entre ellos?
—Sí, pero no lo creo. No puedo imaginarme a una dama misionera mezclada en «asuntos tan entretenidos».
—¿Es que Amberiotis lo estaba?
—Sí. Estaba en contacto directo con algunos de nuestros amigos espías del centro de Europa.
—¿Está usted seguro?
—Sí. ¡Oh, no es que él hiciera directamente ese trabajo! En ese caso no hubiésemos podido acercarnos a él. Su misión consistía en recibir y organizar los informes.
Japp hizo una pausa antes de continuar:
—Mas eso no nos sirve de ayuda en el caso de miss Sainsbury Seale. ¿Por qué iba a mezclarse en este asunto?
—Recuerde que vivió en la India, y allí hubo bastante jaleo el año pasado.
—Amberiotis y la excelente miss Seale..., no puedo imaginarlos como compañeros de un mismo partido.
—¿Sabía que esa señorita fue amiga de la última esposa de Alistair Blunt?
—¿Quién dijo eso? No lo creo. No eran del mismo círculo social.
—Ella misma.
—¿Y a quién se lo contó?
—A mister Alistair Blunt.
—¡Ah, vamos! Ya debe estar acostumbrado a esos trucos. ¿Quiere insinuar que Amberiotis la utilizó para eso? No le hubiese servido de nada. Blunt se hubiese librado de ella con un donativo. No la hubiera invitado a su casa. No es de esa clase de hombres.
Eso era tan evidente que Poirot tuvo que asentir. Después de unos minutos, Japp continuó refiriendo sus suposiciones sobre el caso Sainsbury Seale.
—Un químico perturbado pudo sumergir su cuerpo en un tanque de ácido..., esa es otra de las soluciones que se encuentran en las novelas. Pero yo le doy mi palabra de que son cosas absurdas. Si está muerta, su cadáver debe de estar enterrado en alguna parte.
—Pero ¿dónde?
—Eso es. Ha desaparecido en Londres. Por aquí nadie posee un jardín apropiado... ¡Lo que hay que encontrar es una granja solitaria!
¿Un jardín? En la mente de Poirot apareció el cuidado jardín de Ealing con sus primorosos arriates. ¡Qué fantástico pensar que pudiera estar enterrada
allí
!
No quiso imaginar absurdos.
—Y si no ha muerto —continuó Japp— ¿dónde está? Sus características personales vienen publicándose en la Prensa desde hace un mes, y, pese a todo, seguimos a oscuras respecto a su paradero.
—¿Y nadie la ha visto?
—¡Oh, sí; prácticamente la ha visto
todo el mundo!
No tiene usted idea de la cantidad de señoras de mediana edad vestidas de verde que andan por ahí. La vieron en Yorkshire, en los hoteles de Liverpool, en las casas de huéspedes de Devon y en la playa de Ramsgate. Mis hombres han investigado pacientemente todos los informes, que no nos han conducido a ninguna parte, más que a una serie de señoras respetables de mediana edad.
Poirot hizo chasquear su lengua con simpatía.
—Y con la agravante —prosiguió Japp— de que es una persona normal y real. Quiero decir que algunas veces se tropieza con un fantasma (valga el símil), un ser que aparece en un lugar como miss Spinks... donde nunca hubo una miss Spinks. Pero esta mujer es
auténtica...,
tiene un pasado, un origen. Todos la conocemos desde su niñez. Ha llevado una vida perfectamente razonable..., y de pronto... ya no está..., ha desaparecido.
—Debe de haber una razón —le dijo Poirot.
—No mató a Morley. ¿No es eso lo que insinúa? Amberiotis le vio con vida después de salir ella y hemos seguido todos sus movimientos desde entonces.
—Yo no insinúo que matase a Morley—dijo Poirot impacientemente—. Claro que no, pero...
Japp le atajó:
—Si es usted quien tiene razón en el asunto Morley es posible que le dijese algo, sin ella sospecharlo, que diese una pista al asesino. En ese caso pudo ser eliminada deliberadamente.
—Todo eso supone una organización de mucha más importancia que la muerte de un simple dentista —observó el detective.
—No crea todo lo que cuente Reginald Barnes. Es un tipo muy divertido que por todas partes ve espías y comunistas.
Japp se puso en pie y Poirot le pidió:
—Comuníqueme las noticias que se reciban.
Cuando se hubo marchado Japp, el detective quedó ante su mesa con el entrecejo fruncido.
Tenía la sensación de estar aguardando algo. ¿Qué era?