—Con la mía me basta —replicó la muchacha recostándose en uno de los colchones. Aunque Maya no solía quejarse, Daniel sabía que no se encontraba en buena forma. Su maltrecha rodilla la obligaba a cojear, y le provocaba repentinos y fuertes dolores.
—Si al menos supiéramos dónde buscar... —Rowen lanzó el aliento retenido—. Sea lo que sea la
Llave,
si está oculta en estas ruinas, no daremos con ella jamás. ¿Qué opinas, Daniel?
Daniel parpadeó, como si despertara de un sueño.
—Me preguntaba el motivo de estos salones tan grandes... ¿Qué había aquí? ¿Por qué fueron construidos y por quién? ¿Qué hacían en ellos?
Por un instante los tres parecieron buscar las respuestas en el cúmulo de sombras que los rodeaban. Se hallaban en un ínfimo cuadrado de luz, con ecos de lejanos chirridos arañando el aire: a Daniel le recordaban los graznidos de gaviotas en las cavernas.
—Si esto es la Ciudad donde Dios sueña —dijo al fin Rowen—, todas tus preguntas tienen una sola respuesta...
Decidieron posponer el resto de la exploración de los niveles inferiores y regresaron a la planta de paredes azules. Darby y Yilane parecían haber quedado inmóviles en las posturas en que Daniel recordaba haberlos visto por última vez. El resplandor de las pantallas tatuaba sus rostros.
—Nosotros hemos hallado más o menos lo mismo que vosotros —dijo Darby cuando Rowen le hizo un resumen de la exploración—: muchos escombros de datos, la mayoría inútiles; ruinas de conocimientos desordenados... —Resopló—. Esto nos llevará días.
—Katsura Kushiro murió sin verlo acabado —repuso Rowen—. No pretendas hacerlo en unas cuantas horas. Además, lo único que nos interesa es la
Llave,
Héctor. Si hay alguna pista sobre dónde pueda encontrarse...
—Ya la hemos encontrado, Meldon.
—¿Qué?
—La
Llave.
Ya sabemos dónde está. —Darby tocó el hombro de Yilane y le indicó algo. Los manos del creyente se movieron frente a la pantalla y los datos que lo sitiaban desaparecieron, sustituidos por el esquema, borroso pero identificable, de un objeto cilíndrico dividido en líneas y niveles con una zona superior cónica. Era fácil reconocer el diagrama del interior de aquella «montaña» hueca. Pero todos los ojos estaban dirigidos hacia las palabras en fondo azul, escritas en idioma universal, al pie de la imagen:
La Llave del Abismo
—Es lo único que sabemos —dijo Darby—. Este lugar es la
Llave del Abismo.
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13.8
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La exploración de los niveles inferiores se hizo más ardua, porque se hallaban en peor estado. La oscuridad les obligó a ir con precaución y usar linternas colgadas del pecho, y, aunque el creciente frío no perjudicaba a los cuerpos diseñados por desnudos que estuviesen, empezaba a resultar molesto. En esos niveles, además, el ruido de maquinaria en ciertas zonas superaba el umbral de lo soportable.
Moviéndose entre diversas piezas, sumidas en la eternidad de la herrumbre o el destrozo, lograron identificar contenedores a baja temperatura, largas filas de anaqueles para tubos de ensayo, vitrinas convertidas en quebradizo hielo y un sinfín de útiles de viejo laboratorio.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Maya.
—Me recuerda la morada del viejo brujo del Decimotercero... —explicó Rowen—. Aquí se fabricaban seres humanos, estoy seguro... Conozco bien los equipos de mis empresas de genética. Los instrumentos tienen cierta similitud con los usados en los centros modernos, aunque revelan una remotísima antigüedad...
En el nivel inferior los techos estaban enhebrados de viejas tuberías, de alguna de las cuales se desprendía un chorro de agua a presión. Las linternas revelaron un pasillo lateral con el suelo inundado. Una de las paredes del extremo final mostraba varias compuertas con cierre hermético y mirillas, y frente a ellas, sobre una estantería, una colección de hornacinas dispuestas en hilera, así como media docena de lechos funerarios apoyados en la pared. Sus correas solo sujetaban huesos.
—Las hornacinas tienen símbolos en antiguo japonés —anunció Maya, palpando la superficie de una de ellas.
—Los lechos también. —Rowen se volvió para examinar las compuertas—. Estos son viejos crematorios... La mayoría de los cuerpos fueron incinerados, pero los últimos quedaron en los lechos...
La muchacha giró hacia el sonido de la voz de Rowen.
—Eran los hombres de Kushiro —afirmó.
—¿Qué pudo ocurrirles? —preguntó Daniel.
—Lo que encontraron en este lugar significó el fin de sus vidas —dijo Rowen.
Un estremecimiento recorrió a Daniel Kean mientras su linterna alumbraba como un sol que se desvanece la superficie de los huesos y las polvorientas cajas de metal.
—Al menos sabemos que los incineradores funcionan —dijo la muchacha.
Regresaron por donde habían venido y continuaron el descenso. La superficie de la rampa estaba anegada de agua gélida y los zumbidos de motores impedían hablar si no era a gritos. Continuos chorros dispersaban por el aire nubes de vapor. Cuando el nivel del agua llegó hasta las rodillas, Rowen propuso retroceder, pero la muchacha avanzó un poco más. La vieron cojear por el recodo de la rampa hasta perderse en plena oscuridad. Un instante después regresó y se detuvo frente a ellos, la rodilla herida en ligera flexión, chorreando de pies a cabeza bajo la fina red negra que vestía.
—No hay forma de seguir bajando. Las compuertas de acceso a las plantas inferiores están selladas y fundidas... Quizá hubo una inundación y algún control automático las cerró...
—Dispositivos antiguos, pero ingeniosos —convino Rowen.
Maya Müller asintió.
—Están diseñados para retroalimentarse sin control humano, quizá por eso han resistido tanto tiempo.
—Queda por averiguar para qué fueron construidos —dijo Daniel—. Y por quién.
La lluvia constante de los escapes de las tuberías marcó el silencio. De repente Rowen sacudió la cabeza. A Daniel le intrigaba la actitud reservada del empresario desde la muerte de Anjali: como si estuviese forjando pensamientos demasiado complejos para ser expresados. En aquel momento, sin embargo, pareció decidido a compartirlos.
—Deberíamos irnos —murmuró—. Quiero decir, regresar a la nave, a la civilización. Olvidarnos de todo... No es conveniente profundizar en estos conocimientos...
—No puedo creer que seas tú quien dice eso. —Daniel sonrió—. Pensé que tenías curiosidad por saber qué significaba...
La voz de Rowen creó ecos entre las paredes oscuras al interrumpirlo.
—¡Hay que ser precavidos con la curiosidad! En el Decimotercero, tras la destrucción del brujo de tiempos remotos, nadie quiere indagar más en su vida... El texto afirma, simbólicamente, que no desean «pintar una imagen definitiva» de la manera en que ha perecido... Y añade, en el idioma llamado latín:
«Tace ut potes»,
que puede traducirse como: «Calla todo lo posible»...
Daniel lo miraba, incrédulo.
—¿Estás proponiendo que abandonemos la
Llave
sin intentar conocerla?
—¡Ya la conocemos! —Rowen movía los ojos, inquieto, de un lado a otro. Daniel nunca lo había visto tan exaltado—. Es la Casa de Dios, el Último Sitio... ¡Más allá no podemos llegar! ¡Financié este viaje porque quería obtener la
Llave,
y ya la he obtenido! ¡Estoy en ella! Ahora ¿qué nos queda? No debemos pretender entenderlo todo... Anja solía decirlo... El Sagrado Misterio de la Divinidad no puede ser desentrañado... ¿Hablas de «curiosidad»? ¿Qué consecuencias acarreó esa curiosidad a Kushiro y sus hombres? ¿Y a Anjali...?
Ni Maya ni Daniel quisieron interrumpir el silencio entrecortado por sollozos en que Rowen se sumió. Más allá de los motivos de «amor» y recuerdo que sabía que impulsaban a Rowen a decir aquello, Daniel se preguntó si, de alguna manera, el empresario podía tener razón. ¿Acaso debían abandonar, como había hecho Kushiro? ¿Dejar que otros continuaran el trabajo? ¿Y por qué? ¿Qué peligro había en conocer más?
Creer es conocer, y conocer da miedo.
Mientras permanecía pensativo el transmisor sonó.
—Creo que debéis volver —dijo la voz de Darby, muy tensa—. Ya conocemos algo.
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13.9
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En el instante en que Darby se disponía a hablar, las luces se apagaron con un ruido de maquinaria cansada. Reinó la confusión mientras las manos flotaban hacia las linternas, pero los generadores cobraron vida de repente y la sala volvió a iluminarse.
—Es un fallo intermitente del sistema de energía —explicó Darby—. Según hemos visto en los diagramas, la
Llave
está abastecida por cuatro grandes generadores que aprovechan el agua del mar para recargarse sin fin, pero el inmenso tiempo transcurrido ha provocado perturbaciones... Los mecanismos se estropearon y se repararon a sí mismos varias veces. Dos han terminado fallando del todo, aunque Kushiro y su equipo sustituyeron las piezas que pudieron. El sistema de ventilación también es autónomo: recicla el agua para convertirla en aire respirable y extrae los residuos, utilizando la energía sobrante del proceso para mantener la temperatura y disminuir la humedad... En teoría, la
Llave
fue diseñada para perdurar durante muchísimo tiempo...
—¿Quién la diseñó? —preguntó Rowen, ansioso.
—Nosotros —dijo Darby—. Los seres humanos. Fue un trabajo de enormes exigencias técnicas que requirió varios años. Aunque, visto objetivamente, la construcción de la Zona Hundida de Japón resultara mucho más compleja, la
Llave
tiene el mérito de haber sido pionera... De hecho, gracias a que ya habíamos construido la
Llave,
pudimos enfrentar algo tan colosal como lo de Japón...
—Pero no existen registros históricos de su construcción... ¿Se hizo en secreto?
—Los registros desaparecieron tras la época de los cataclismos, Meldon.
—Quieres decir...
—La
Llave
es anterior al Color.
—¡Antes del Color no existían humanos capaces de hacer algo así!
—Los había, una civilización asombrosa —replicó Darby con calma—. Precisamente construyeron la
Llave
para proteger esa civilización...
—Anticiparon la caída del Color —intervino Yilane, apoyado en la pared azul, con semblante serio—, y la destrucción consecuente de toda la vida terrestre, y decidieron preservar diversas especies vegetales y animales, incluyendo la humana.
Darby asintió y señaló las pantallas.
—Por eso construyeron la
Llave del Abismo.
Sus cálculos afirmaban que cualquier cosa viva situada a nivel del mar perecería sin remedio. Incluso las criaturas de aguas someras serían destruidas. Solo lograría sobrevivir lo que se hallara a gran profundidad. —Se detuvo y movió la cabeza—. Tuvo que ser una época espantosa. Los imagino sabiendo que la humanidad estaba condenada, tal como afirmaban ciertos textos remotos que ellos mismos consideraban sagrados... Y aunque nada podían hacer para impedir la catástrofe, la anticiparon con la suficiente antelación y decidieron intentar salvar la vida en la Tierra. Para eso concibieron la
Llave.
En ella albergaron millones de células humanas y de numerosas clases de animales y plantas. El habitat tenía que poseer ciertas características: el tamaño apropiado, la independencia de cualquier tipo de control voluntario o de combustible perecedero... La idea genial consistió en usar el agua de mar, que ya había dado origen a la vida al principio de los tiempos. Se inventaron máquinas capaces de extraer de ella la energía, el aire, el agua potable y hasta los alimentos en forma de productos básicos. Sus constructores sabían que quienes vivieran en la
Llave
no podrían salir a la superficie hasta muchos años más tarde... Puede que siglos.
—¿Por qué? —preguntó Rowen.
—A causa de las alteraciones que el Color iba a provocar. Habían averiguado que se trataba de un conjunto compacto de átomos de una especie distinta a la que forma la materia normal. La llamaban «materia extraña». Al chocar contra la Tierra, esa materia se difundiría en la atmósfera en forma de radiación. Los efectos a largo plazo eran desconocidos, pero los inmediatos resultaban fácilmente deducibles: si algún organismo vivo salía de la
Llave
incluso años después de la catástrofe, no sobreviviría. Los seres vivos tendrían que residir en este entorno durante varias generaciones antes de que el planeta volviera a ser habitable. Y eso hicieron. Ignoramos el momento preciso en que los primeros humanos lograron por fin abandonar la
Llave
y colonizar la superficie, porque su cronología es un tanto peculiar, pero creemos que pudieron emerger unos doscientos años después de la caída del Color, al cabo de unas seis generaciones. Fue una época especialmente importante y quedó bien documentada. La
Llave
contaba con varias naves similares a la que Kushiro y sus hombres repararon, cuyo recorrido estaba trazado automáticamente. Nuestros antepasados las utilizaron para trasladarse a diversos puntos, uno de ellos a esas cavernas al sur de Dunedin... La leyenda, luego, hizo que los descendientes edificaran un santuario honrando «la Máscara y las Manos»... ¿Comprendéis? —Darby sonrió—. Quizá los primeros hombres que subieron a la superficie no confiaban en los análisis de los
scriptoria
y llevaron durante un tiempo máscaras y trajes especiales, y eso quedó grabado en la memoria colectiva de las tribus...
—Increíble —admitió Rowen.
—Sí, esa es la palabra.
Hubo un extraño silencio.
—Supongo que estos hallazgos indican que la humanidad contemporánea procede de aquí... —añadió Rowen mirando fijamente a Darby.
Darby asintió, como si esa evidencia le pareciera triste.
—Somos los herederos de los supervivientes creados en estos laboratorios. Sospecho que ese es el motivo de que nuestro control actual de la genética sea perfecto. La tecnología del diseño genético, que para nosotros no encierra misterios, fue un verdadero reto científico en la época de nuestros ancestros. Los supervivientes debían recrear la vida a partir de las células guardadas en los laboratorios, y todo el proceso sería supervisado por los que pertenecían a las primeras generaciones, que a su vez iban muriendo y siendo sustituidos por los más jóvenes... ¡Imaginad ese mundo clausurado y programado, destinado solo a preservar las especies!
Se volvió hacia Yilane y le pidió que buscara algo en las pantallas. Yilane obedeció con extraña reluctancia. Mientras tanto, Darby seguía hablando.