Confiaba en que la información que les entregara Turmaline fuese útil. Opinaba, igual que Darby y en contra de Rowen, que sus adversarios seguían activos.
Y había algo más.
Aquello que había sentido al realizar el rito de traslación en la playa. Si bien no había logrado introducirse en las mentes de Daniel y Yilane, había percibido algo en el entorno de todos. No había querido comentarlo con nadie, pero su sensación no se correspondía con la simple presencia de una asesina profesional como Turmaline. Tampoco había sido un aviso de que Svenkov era un traidor. Lo que había sentido en aquel momento era mucho más importante y extraño. Le producía escalofríos solo recordarlo. Había decidido que interrogaría al cadáver sobre eso.
Oyó ruidos en la cámara adyacente. Pensó que Yilane podía haber entrado por su cuenta, pero enseguida comprendió que eso era absurdo. Su discípulo no se atrevería a perturbarla en la intimidad de su descanso, cuando más débil se sentía, durante la recolección de cristales. ¿Podía ser Rowen, que no había cesado de acosarla desde que se había enterado de lo que querían hacer?
La puerta se abrió tan bruscamente que Anjali dio un respingo, sus experimentados sentidos vibrando a lo largo de su perfecto cuerpo. Pero se tranquilizó de inmediato al ver quién era.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
La persona que había entrado cerró la puerta sin responder y se acercó.
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13.6
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Casi cuatro horas después, todos se hallaban reunidos en la sala. La sorpresa, el dolor y el llanto habían dado paso a un silencio desconcertado.
—Yil, por favor, ¿podrías contarnos otra vez lo que hiciste? —inquirió Darby.
El joven creyente alzó la vista revelando mejillas húmedas y ojos enrojecidos. Daniel sabía la adoración que Yilane experimentaba por su maestra, y podía comprender su actitud, así como la de Rowen. De hecho, solo Maya y Darby parecían conservar la serenidad.
—Me ordenó que saliera para ejecutar ciertos gestos previos a la recogida de Sales Esenciales según los sagrados ritos del brujo del Decimotercero... Estuve fuera una hora o más, y cuando me pareció que tardaba demasiado en llamarme, entré... y la encontré en la habitación pequeña, en el suelo.
—¿Viste a alguien más cerca del almacén?
—No.
—¿Notaste algo extraño en ella o en algún objeto a su alrededor?
—Nada. Pensé que se había desmayado... Los ritos preparatorios del Decimotercero exigen mucha energía... La urna con el sudor cristalizado estaba volcada y tenía la malla en los tobillos... Creí que había perdido la conciencia. Intenté despertarla...
—¿Dónde estuviste esperando cuando ella te ordenó salir?
—Subí a mi camarote. —Yilane frunció el entrecejo—. No entiendo el sentido de tus preguntas...
Sin responder, Darby se volvió hacia la muchacha.
—¿Y tú, Maya?
—Estaba sola en mi camarote, descansando.
—Igual que yo —intervino Daniel.
Darby asintió.
—Meldon Rowen y yo estábamos juntos, aquí, en la sala principal. Oímos los gritos de Yilane, y Meldon bajó primero... Los demás estabais solos.
—¿Por qué no explicas de una vez lo que piensas, Héctor? —Rowen habló casi por primera vez desde que habían descubierto el cadáver de Anjali, y lo hizo con mucha lentitud, en tono de amenaza. No había llorado aún, y su rostro era una máscara crispada que contemplaba fijamente el lugar donde se encontraba la india: Daniel sabía que eran las señas propias de quien ha mantenido con alguien una relación de «amor».
La habían trasladado a la sala y colocado en un lecho oblicuo. El cuerpo de piel morena, aún con cierta impresión de vida, contrastaba con la blancura del lecho y las dos bandas azules con las que había sido sujetado a este. Su rostro estaba cubierto con otra banda, pero su cabello formaba una almohada negra alrededor. A falta de urnas crematorias, tendrían que esperar a regresar para poder despedirla con los ritos apropiados. Pero antes de someterla al olvido del cilindro de congelación les parecía correcto contemplarla por última vez.
En el silencio que siguió, la voz de Héctor Darby adquirió una sonoridad especial. Se había levantado y situado junto al cadáver, como custodiándolo. Más allá, en la ventana, la nave parecía discurrir sobre una fosa a gran profundidad. Aquel tenebroso decorado se le antojó a Daniel horriblemente simbólico.
—Hay un punto que no debemos olvidar: Anjali Sen se disponía a interrogar el cadáver de Turmaline según las reglas del Decimotercero, para saber quién era su propietario... —Los miró, uno a uno—. ¿Y recordáis cuando realizó la traslación de mentes en la playa? Detectó algo que aún ignoramos...
—A Turmaline y Mitsuko —dijo Rowen.
—No —negó Darby—. Eso es lo que pensé al principio, pero una deducción muy simple me llevó a creer lo contrario. Sencillamente, Turmaline y Mitsuko aún no estaban allí cuando Anjali percibió a Daniel y Yilane. Era Svenkov quien les comunicaba dónde nos hallábamos unos y otros. Cuando Anjali los detectó y corrimos hacia la cala, Svenkov se retrasó para comunicar la nueva dirección a Turmaline, y esta decidió dar un rodeo y tendernos una trampa en la cala. Pero en aquel momento aún no estaban allí, ni con Daniel ni con nosotros... Anja percibió algo distinto... Y ese «algo» puede tener relación con lo que Brent creyó percibir en Sentosa. —Darby les había hecho un resumen de lo que Daniel ya conocía. Todos estaban pendientes de las palabras del hombre biológico—. Por tanto, los dos percibieron una presencia en nuestro entorno, y los dos han muerto de un fallo del corazón. Me parecen demasiadas coincidencias.
De súbito, Rowen se volvió hacia Yilane. Sus ojos verdes relampagueaban.
—Tú encontraste ambos cuerpos: el de Brent y el de Anja... ¿Otra coincidencia?
—¿Eso me convierte en culpable? —La voz de Yilane sonó desesperada.
Darby intentó apaciguarlo, pero Rowen ya estaba lanzando.
—¡Maya, Daniel y tú estabais solos en la zona de camarotes! ¡Si hay un enemigo en nuestro bando, puede ser cualquiera de vosotros tres!
—Cualquiera de nosotros
cinco —
corrigió Maya—. No olvides que puede haber dos enemigos en lugar de uno.
—¿Qué?
—La Verdad es un mercenario contratado por el Amo. El hecho de que sea uno de nosotros no impide que el Amo también esté aquí.
Aquellas palabras hicieron que todos se mirasen entre sí. A Daniel no le parecía imposible que tal cosa fuera cierta. Si había un traidor, ¿por qué no dos? Se alzaron varias voces a la vez, pero el imperioso tono de Rowen pareció poner las cosas en su sitio.
—¿Acaso crees que quien haya contratado a la Verdad iba a arriesgar su vida por llegar hasta aquí?
—Sí —dijo Darby de repente—.
Cualquiera
hubiese arriesgado algo más que su propia vida por llegar hasta aquí...
Todos lo miraron. El hombre biológico contemplaba, pálido, a través del cristal, el increíble lugar al que se aproximaban.
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13.7
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La montaña, alzada sobre el fondo de la fosa y revelada por los reflectores, parecía una formación demasiado regular para ser natural. Daniel advirtió en su cima una base plana con una ligera depresión en el centro.
El miedo y la tensión se reflejaban en los rostros. La muchacha era la única que no se había acercado al cristal y permanecía en silencio, de pie en el mismo sitio, con los ojos cerrados.
—La Ciudad de Dios... —decía Darby como para sí mismo—. En el sitio exacto que la Biblia profetizaba... —Se dirigió a las pantallas para observar los controles—. Hemos llegado —murmuró.
Conforme se aproximaban, la nave se le antojó a Daniel muy pequeña en comparación con aquella mole. El aparato inició una serie de precisas evoluciones que lo situaron en la cúspide. Luego se oyó un zumbido y las imágenes de todas las pantallas de la sala empezaron a parpadear al tiempo que la sensación de descenso se hacía patente. Con un estremecimiento final que despertó ecos en la estructura, el movimiento se interrumpió. Los esquemas tridimensionales de las pantallas no dejaban lugar a dudas.
—Se ha posado en la cima automáticamente —dijo Darby.
Durante un largo instante ninguno de ellos se movió. En la pausa se escucharon silbidos remotos, como el sonido de un cuchillo deslizando su filo sobre una superficie de metal. Después llegó el silencio.
—El cilindro inferior. —Rowen señaló las pantallas—. Se ha abierto.
Por el cristal de la nave se filtraba ahora tan solo oscuridad: los reflectores externos se habían apagado.
Fin del trayecto,
pensó Daniel. Le pareció que había hecho un largo viaje, el más largo e importante de toda su vida, desde el Gran Tren hasta allí.
Entonces Darby se volvió hacia ellos.
—Creo que las circunstancias nos obligan a unirnos de nuevo. Luego resolveremos el asunto de la dolorosa muerte de Anja. Ahora se impone colaborar. Tendremos que ir armados. Propongo que adoptemos la precaución elemental de no separarnos...
Repartieron las armas que habían podido encontrar después de que Turmaline les obligara a arrojarlas al agua, y bajaron por la escalera hasta el cilindro inferior. Rowen fue el primero en cruzar la escotilla. Lo siguieron, por ese orden, Darby, Maya, Daniel y Yilane. Al salir del cilindro se encontraron en una oscura plataforma de superficie herrumbrosa con una rampa que descendía desapareciendo en la oscuridad. La plataforma, iluminada por débiles luces amarillas, parecía vacía. Un olor rancio lo llenaba todo, pero el aire era respirable.
—La estructura está preparada para soportar una gran presión, como la Zona Hundida —comentó Darby mientras descendían por la rampa. Su anchura permitía a cada uno ir junto a los demás sin estorbarlos—. De hecho, debemos estar a más de mil metros bajo el mar.
Caminaban sumidos en sus terrores privados. Hasta la muchacha parecía llena de asombro, como percibiendo la grandeza de lo que le rodeaba. Solo el silencio no era vasto: lo restringían remotos chirridos a los que resultaba difícil acostumbrarse.
Tras dar una vuelta completa a la rampa y situarse por debajo de la plataforma, Rowen comentó:
—No es una montaña... Estamos en su interior... Está hueca por dentro.
La rampa daba paso a otra plataforma. Al llegar a ella se detuvieron.
Las paredes de aquel nuevo recinto eran redondeadas y de un uniforme color azul cobalto, pero se hallaban cubiertas de llamaradas de óxido y sombras. En el espacioso círculo central había mesas con pantallas de
scriptoria
y asientos plegables. Junto a las paredes se distinguían oquedades albergadas en piedra oscura.
—Los
scriptoria
y muebles son casi nuevos —indicó Rowen.
—Sin duda pertenecían al equipo de Kushiro —dijo Darby.
Yilane se había adelantado y en aquel momento se arrodilló junto a la pared.
—Los puntos de conexión han sido obtenidos por creencia. Han unido los
scriptoria
a máquinas de inconcebible antigüedad...
—Máquinas primitivas —sentenció Darby—. Como la nave que nos ha traído. El equipo de Kushiro logró restaurarlas y conectarse a ellas. Quizá extrajeron datos. —Miró a Yilane—. Me pregunto... Me pregunto si podrías ayudarme, Yil... —El joven creyente, que permanecía como perplejo, levantó la vista hacia Darby—. Creo que conoces tan bien como Brent la tecnología de los
scriptoria...
Estos parecen modelos bastantes simples. ¿Podrías rastrear la información que contienen?
Yilane los miró a todos, como buscando una aprobación general.
—Podría intentarlo —dijo.
Ocupó un asiento frente a una de las pantallas y depositó la mano en su superficie. De inmediato comenzaron a aparecer ramificaciones tridimensionales que rodearon su cabeza como fantasmas de insectos.
—Funciona... Creo que puedo hacerlo.
Darby se inclinó sobre su hombro. Al poco rato quedó claro que el proceso de descifrado tardaría horas, incluso días, pero el hombre biológico parecía muy animado.
—Creo que haré una parada aquí —dijo volviéndose hacia los demás—. Necesito estudiar esto junto a Yil, intentar hacer algún resumen... Estoy seguro de que aquí se ocultan las claves que hemos venido a buscar... Meldon, vosotros podéis seguir explorando el resto de... esta cosa.
—No debemos separarnos, Héctor —objetó Rowen—. Tú mismo lo dijiste.
—Lo sé, pero este hallazgo cambia el esquema. Si no nos repartimos las tareas, quizá no logremos nada. Tenemos los transmisores de Anja, el tuyo, el de Turmaline y el de Svenkov. Los probaremos para saber si funcionan y estaremos en comunicación directa todo el rato. —Rowen parecía titubear, pero la actitud de Darby era inflexible—. Meldon, esta es la razón primordial de nuestra búsqueda. He aceptado muchos riesgos hasta llegar aquí y nadie me impedirá aceptar uno más...
Abrieron los transmisores y los probaron. Cuando se aseguraron de que funcionaban, Darby los despidió con un seco ademán, y se reunió con Yilane frente a las pantallas mientras Daniel, Rowen y Maya Müller continuaban por la rampa.
El descenso fue trabajoso. El diámetro de los siguientes niveles aumentaba, y como consecuencia, el tramo de rampa que se veían obligados a recorrer era cada vez más largo. Pero un hallazgo que se les antojó sorprendente fue comprobar que, en contra de lo esperado, los nuevos niveles ya no parecían ser más amplios.
—No es una pirámide —dijo Rowen tras inspeccionar el quinto nivel—. Adopta esa forma desde fuera a causa de los detritus acumulados durante eones... Bien puede ser un cilindro con una zona superior cónica.
Bajaron otros dos niveles más antes de hacer un alto. Los nuevos escenarios distaban de asemejarse al de la primera sala: por todas partes solo había ruinas, penumbra, colosales espacios vacíos y siluetas de lo que podrían haber sido máquinas.
En el nivel donde se detuvieron los escasos trechos de luz revelaban algunos objetos en buen estado dispersos por la plataforma, como mantas o colchones. Rowen opinaba que habían sido usados por el equipo de Kushiro. El aire era fresco y húmedo, incluso ligeramente frío, y una capa de vaho recubría los alientos de los tres exploradores, pero el diseño les evitaba la incomodidad. Rowen comprobó una vez más el estado de Darby por el transmisor, luego se adentró en aquella sala seguido de Daniel y Maya.
—Es una ciudad —dijo—. Quizá ya estaba bajo el mar, o quizá se sumergió en la época de los cataclismos... Necesitaríamos más de una vida para recorrer esto...