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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (45 page)

BOOK: La lista de los doce
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Formaron un estrecho semicírculo alrededor de la plataforma elevada de la consola, todos mirando a popa, disparando con sus Uzi y M-16 al IG-88.

Bajo su protección, el líder de los israelíes, un hombre que no podía ser otro que Simon Zemir, subió a la plataforma de acero y fue directo a la consola, abrió un maletín y sacó una unidad CincLock-VII.

—Putos israelíes arteros —dijo Madre—. ¿Queda tecnología estadounidense que no hayan robado?

—Probablemente no —concluyó Schofield—, pero hoy son nuestros mejores amigos. Velaremos por ellos mientras ellos velan por Zemir.

17.41

Tras el silo del misil donde se encontraba, Schofield observó que la unidad móvil de Zemir se iluminaba cual ordenador portátil y este se quedaba mirando la pantalla táctil mientras flexionaba los dedos para calentarlos de cara a la secuencia de desactivación que estaba a punto de efectuar.

Va a desactivar el sistema misilístico
, pensó Schofield.

Excelente. Después de todo, podremos salir de aquí sin demasiadas dificultades
.

Pero entonces, Schofield vio horrorizado que tres figuras descendían por una cuerda de las vigas de la bodega por detrás de la plataforma de la consola de Zemir.

Ninguno de los Sayaret Tzanhim los vio. Estaban demasiado ocupados disparando a Damon Larkham y a sus cazarrecompensas del IG-88.

—No —susurró Schofield—. No, no, no…

Las tres figuras descendieron por las cuerdas a gran velocidad. Eran Zamanov y sus Skorpion. Habían descendido por una escotilla situada cerca de la proa.

Schofield salió de su escondite e intentó gritar fútilmente por encima de los disparos.

—¡Por detrás!

Como era de esperar, los israelíes respondieron al instante.

Disparándole. Incluso Zemir, que estaba a punto de comenzar la secuencia de desactivación, alzó la vista.

Schofield se tiró tras el silo, rodó por el suelo, se asomó de nuevo…

… Y en ese preciso instante vio a los tres Skorpion aterrizar sin problemas sobre la plataforma elevada a pocos metros tras Zemir.

Y Schofield solo pudo mirar, impotente, cómo Zamanov sacaba silenciosamente su espada cosaca y cortaba la cabeza de Zemir con un brutal movimiento horizontal.

Y, en ese instante, Shane Schofield se convirtió en la última persona viva de la lista de objetivos. Y en el único hombre sobre la faz de la Tierra capaz de desactivar el sistema de seguridad misilístico CincLock-VII.

La cabeza de Zemir cayó al suelo. Ni siquiera había podido iniciar la secuencia de desactivación.

A Schofield casi se le desencaja la mandíbula.

—Esto no puede estar pasando.

Uno de los Sayaret Tzanhim miró a su espalda y vio que el cuerpo sin cabeza de Zemir se caía de la plataforma al suelo derramando sangre. Vio que Zamanov metía la cabeza de Zemir en una mochila y regresaba a la tirolina retráctil…

¡Blam!

Los otros dos Skorpion dispararon al soldado israelí en la cara, justo cuando dos israelíes más fueron abatidos por los disparos del IG-88 procedentes de la otra dirección.

Fuego cruzado desde ambas direcciones, fuerzas gemelas de cazarrecompensas profesionales, fue dirigido al equipo de soldados israelí.

Y, cuando los últimos Sayaret Tzanhim vieron el cuerpo inerte de Zemir y a los Skorpion huyendo por encima de él, la confusión se apoderó de ellos y rompieron la formación.

Estaban diezmados.

El IG-88 los superaba con creces. En cuestión de segundos, todos los soldados israelíes estaban muertos.

17.42

El IG-88 tomó el control de la barricada. Damon Larkham se acercó a ella con grandes zancadas, como si se tratara de un general conquistador accediendo a una barrera enemiga. Señaló el techo, a Zamanov y a sus Skorpion, que huían por las tirolinas con la cabeza de Zemir en su poder.

Los tres Skorpion llegaron al techo junto a una ancha escotilla de carga.

Los dos acompañantes de Zamanov subieron primero y salieron a la cubierta de proa, golpeada por la lluvia. Se agacharon para coger la cabeza de Zemir que Zamanov les estaba pasando.

Disparos de ametralladoras hicieron jirones sus cuerpos.

Los dos Skorpion se convulsionaron violentamente mientras sus torsos estallaban en masas sanguinolentas.

Un subequipo de seis hombres del IG-88 estaba aguardándolos. Damon Larkham se había anticipado a sus movimientos y por eso había enviado un segundo equipo a la cubierta de proa.

La mochila que contenía la cabeza de Zemir cayó a la cubierta y los soldados del IG-88 corrieron hacia ella y la recogieron.

Zamanov, en inferioridad de número y armas, se guareció tras la escotilla, accedió a una pasarela dispuesta en el techo de la bodega y desapareció por entre las sombras.

En la bodega propiamente dicha, Schofield estaba sin habla.

Aquello era increíble.

Quedaban solo tres minutos para que los misiles fueran lanzados, Zemir estaba muerto y los hombres del IG-88 controlaban la consola. Veinte de ellos, ¡armados con Metal Storm!

Necesitaba una distracción. Una buena distracción.

—Llame a Rufus —le pidió a Knight.

—¿Está seguro?

—Es la única manera.

—De acuerdo —accedió Knight—. Es usted un demente, capitán Schofield. —A continuación habló por su micro de cuello—: Rufus. ¿Cómo va el plan B?

—¡Tengo al más cercano! ¡Y es enorme! ¡Estoy a menos de cien metros, con el motor a toda mecha, y apuntando directamente a ustedes! —respondió Rufus.

A menos de cien metros del Talbot, un segundo superpetrolero se abría paso entre la tormenta con Rufus al timón.

Mientras esperaba su turno para descargar en Cherburgo, el enorme buque portacontenedores de ciento diez mil toneladas, el Eindhoven, había estado aguardando en el canal, con los motores al ralentí, cuando Rufus había aterrizado el Sukhoi en su cubierta de proa.

En esos momentos el barco estaba vacío, salvo por Rufus, pues su tripulación de seis personas había decidido (juiciosamente) marcharse en un bote salvavidas después de que Rufus hubiera hecho añicos las ventanas de su puente de mando con dos M-16.

—¿Qué quiere que haga? —gritó Rufus por su radio.

En el Talbot, Schofield evaluó la situación.

El plan Rufus siempre había sido concebido como último recurso: hundir el supuesto superpetrolero si él no lograba desactivar los misiles.

Echó un vistazo a la consola de control y a su barricada y de repente se le heló la sangre.

Damon Larkham estaba mirándolo. Los había visto.

Demonio sonrió.

—Rufus —dijo Schofield—. Estréllese contra nosotros.

6.7

17.42.10

Los hombres de Larkham salieron de la barricada, abriéndose paso entre los silos, disparando sin cesar tras Schofield.

Schofield condujo a Madre y a Knight a un bote salvavidas situado junto a la puerta del compartimento de carga, en el costado derecho de la bodega.

—¡Vamos! —gritó—. ¡Suban!

Todos subieron al bote y se asomaron para devolver los disparos.

Los hombres del IG-88 los estaban rodeando.

Schofield no dejó de disparar. Al igual que Madre y Knight. Estaban intentando contenerlos hasta que llegara Rufus.

Pero el IG-88 seguía avanzando.

—Vamos, Rufus —dijo Schofield en voz alta—. ¿Dónde está…?

Y, entonces, Rufus llegó.

6.8

Fue como el fin del mundo.

Un chirrido del metal desgarrado, acero contra acero.

La colisión de dos superpetroleros en la superficie del canal de la Mancha, envueltos por la aguanieve, fue espectacular.

Dos de los objetos móviles más grandes del planeta, cada uno de más de trescientos metros de eslora y cien mil toneladas de peso, chocaron a gran velocidad.

El petrolero robado de Rufus, el Eindhoven, se empotró de morros contra el costado izquierdo del Talbot, alcanzándolo en una trayectoria perfectamente perpendicular.

El apuntado morro del Eindhoven penetró el costado del Talbot como si de un cuchillo se tratara, cual ariete.

El costado izquierdo del Talbot se combó hacia dentro. El agua comenzó a entrar por el gigantesco boquete que había abierto el Eindhoven.

Y, como un boxeador retrocediendo ante un golpe, todo el superpetrolero se balanceó abruptamente por el choque.

Al principio se inclinó hacia la derecha por el impacto pero, cuando el agua comenzó a entrar en el barco, el superpetrolero lanzamisiles se inclinó drástica y letalmente hacia la izquierda. Momento en el que se combó del todo y comenzó a hundirse.

Rápido.

Lo que estaba ocurriendo en el interior de la bodega del Talbot habría hecho tragar saliva al mismísimo Noé.

Allí, el impacto había sido atronador.

Ni siquiera Schofield había estado preparado para el brutal impacto ni la repentina aparición de la proa del Eindhoven atravesando la pared izquierda de la bodega.

Como resultado de aquello, la bodega había comenzado a balancearse hacia la derecha, tirando al suelo a todos los allí presentes.

Entonces el agua había comenzado a entrar allí por el enorme boquete en proporciones monumentales.

Una ola de agua de tres metros de alto y gran fuerza entró en la bodega, engullendo a varios miembros del IG-88 en cuestión de segundos, levantando las carretillas y los contenedores y las piezas sueltas de los misiles del suelo.

El agua comenzó a crecer con gran rapidez y el bote salvavidas de Schofield se elevó por encima de sus puntales. Schofield soltó inmediatamente el bote de los pescantes y encendió el motor.

En segundos, el suelo de la bodega quedó completamente anegado. Y el agua seguía subiendo a toda velocidad.

Conforme se inundaba, el Talbot se inclinó hacia la izquierda, hacia el mortal boquete, en un ángulo de al menos treinta grados, y Schofield, que avanzaba con su bote salvavidas motorizado por la superficie del agua, vio que la bodega comenzaba a virar.

17.42.30

Vista desde fuera, la imagen resultaba de lo más peculiar.

El Eindhoven seguía incrustado en el Talbot mientras este yacía medio ladeado sobre su costado izquierdo, colgando (literalmente) de la proa del Eindhoven.

Pero el peso del agua que estaba entrando en el interior del Talbot era tal que la proa del Eindhoven también se estaba hundiendo bajo el agua. Así, la cubierta de proa del Talbot y la torre del puente seguían por encima de la línea de flotación, inclinadas en un ángulo de treinta grados, mientras su costado izquierdo sumergía sin tregua la proa del Eindhoven.

A Rufus, que se encontraba a bordo del Eindhoven, no fue necesario decirle qué hacer.

Corrió al Cuervo Negro, que seguía estacionado en la cubierta de proa de su petrolero, subió a la cabina y se elevó al cielo encapotado.

17.43.30

En el interior del Talbot, que se inundaba con gran rapidez, Schofield estaba moviéndose. Lo hacía con mucha ligereza.

Su bote salvavidas motorizado avanzó entre los ahora inclinados silos misilísticos con Madre y Knight a ambos lados disparando a sus enemigos, que estaban flotando en el agua. Era como atravesar un bosque de árboles a medio derribar.

Tras el impacto, Damon Larkham y la mayoría de sus hombres se habían dirigido al lado derecho de la bodega, el lado más elevado, la única parte que no estaba anegada por el agua.

Schofield, sin embargo, corrió hacia la consola de control situada en el extremo delantero de la bodega.

17.43.48

17.43.49

17.43.50

Su bote salvavidas se abrió paso por entre la bodega con sus dos leales tiradores disparando y abatiendo a los enemigos.

El bote salvavidas llegó junto a la plataforma elevada de la consola de control. La consola, revestida por un armazón, también estaba ladeada y se encontraba a menos de treinta centímetros por encima de la línea creciente de flotación.

—¡Cúbranme! —gritó Schofield. Desde su posición en el bote salvavidas podía ver la pantalla iluminada de la consola y unos números rojos descendiendo en centésimas de segundo: la cuenta atrás del lanzamiento.

00.01.10.88

00.01.09.88

00.01.08.88

Las centésimas de segundo digitalizadas descendían a tal velocidad que todos los números parecían ochos.

Schofield sacó su unidad CincLock-VII, la que le había quitado al francés, de una bolsa impermeable que llevaba en su chaleco y una vez más contempló el visualizador de la unidad.

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