La lista de los doce (44 page)

Read La lista de los doce Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

BOOK: La lista de los doce
6.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al igual que Schofield, dispusieron tirolinas desde su helicóptero para descender a la cubierta de proa del navío.

Y, al igual que Schofield, fueron atacados.

A diferencia de Schofield, sin embargo, no contaban con la ventaja de la oscuridad y la lluvia. Eran las 11.30 de la mañana. Pleno día.

Los dos francotiradores que los aguardaban en el interior del puente de mando del Ambrose abrieron fuego antes de que los hombres de Libro llegaran al final de sus cables.

Dos marines cayeron al instante. Muertos.

Libro aterrizó en la cubierta con un golpe sordo y comenzó a disparar.

San Francisco

Costa Oeste (EE. UU).

Lo mismo ocurrió en la Costa Oeste.

El equipo de Fairfax irrumpió en el superpetrolero Jewel, entre los disparos procedentes de la torre de control. Pero los hombres de Trent iban preparados.

Su propio francotirador de élite abatió a los tiradores enemigos con dos disparos desde la puerta abierta de su Super Stallion.

Los marines abordaron el barco, aterrizando en el techo de la torre de control. David Fairfax iba con ellos.

Encontraron la ubicación de los francotiradores en el puente: dos de ellos habían estado disparando a través de las ventanas de alta visibilidad del puente de mando del superpetrolero.

Los dos eran de color y llevaban ropa militar africana.

—Pero ¿qué demonios? —dijo Andrew Trent cuando vio la insignia de su hombro.

Los francotiradores llevaban la insignia del ejército de Eritrea.

Canal de la Mancha

Los rayos iluminaban el cielo, las olas chapaleaban contra el costado del superpetrolero, los truenos rugían, las balas impactaban en la cubierta de proa.

Madre y Knight abatieron a los dos francotiradores dispuestos en el puente del Talbot con una ráfaga de disparos.

—¡Debería haberlo sabido! —gritó Schofield mientras corrían hacia una puerta situada en la base de la torre de control—. ¡Killian no iba a dejar sus barcos desprotegidos!

—¿Quiénes son? ¿Quiénes los están protegiendo? —vociferó Madre.

De camino a la torre, encontraron una escotilla de acceso en la cubierta. Knight y Schofield la abrieron…

… Y se toparon con el ensordecedor rugido de disparos automáticos y la imagen de una escalera vertical que descendía hasta desaparecer en la enorme bodega del barco.

Pero lo que realmente llamó la atención de Schofield y Knight, sin embargo, fue lo que vieron en la base de la escalera. El origen de los disparos.

Para su total sorpresa, vieron a un equipo de soldados vestidos de negro que blandían Uzi y M-16 con precisión clínica y disparaban sin piedad a un enemigo oculto.

Schofield cerró la escotilla de nuevo.

—Creo que hemos interrumpido una batalla —aventuró.

—¿Qué has visto? —gritó Madre.

—No somos los primeros en llegar al petrolero —dijo Schofield.

—¿Qué? ¿Quién hay ahí abajo?

Schofield miró a Knight.

—No muchas unidades de élite usan Uzi en los tiempos que corren —dijo Knight—. Zemir. Yo diría que es la unidad de reconocimiento Sayaret Tzanhim.

—Coincido —dijo Schofield.

—¡Alguien puede decirme qué está pasando! —bramó Madre bajo la lluvia.

—Creo —gritó Schofield—, que este barco ha sido tomado por el otro único hombre en el mundo que puede desactivar el sistema de seguridad CincLock. Es el tipo de la Fuerza Aérea israelí de la lista, Zemir, con un equipo de los mejores soldados israelíes, los Sayaret Tzanhim, protegiéndolo.

—Con el día que llevamos, yo ya me creo cualquier cosa —dijo Madre—. ¿Adónde ahora?

Schofield miró su reloj.

17.35 horas.

11.35 en Nueva York.

—Dejemos que los israelíes hagan el trabajo sucio —propuso Schofield—. Encantado de que Zemir sea el héroe aquí y desactive los misiles. Respecto a nosotros: entremos en la torre. Quiero echar un vistazo a esos francotiradores. Ver contra quién peleamos antes de bajar al caos para ayudar a Zemir.

Llegaron a la puerta situada en la base de la torre y la abrieron justo cuando…

¡Bam!

… Fueron asaltados por la cegadora luz blanca de un helicóptero.

Schofield se volvió junto a la puerta mientras la lluvia le golpeaba el rostro.

—Oh, no, tiene que ser una broma… —dijo.

En aquel lugar, aterrizando en la cubierta de proa del superpetrolero, a unos cien metros de allí, escudriñando el área con sus luces, se hallaba un Alouette robado.

Concluyó el aterrizaje.

Y de él se bajaron tres hombres con uniformes de combate rusos y subfusiles automáticos Skorpion…

Dmitri Zamanov y los dos miembros restantes de los Skorpion.

—Mierda, me había olvidado —dijo Knight—. Su cabeza sigue teniendo un precio. Es Zamanov. Corra.

6.6

Torre de control. Escaleras. Puente de mando.

17.36

Schofield oyó la voz de Fairfax por el auricular:

—Espantapájaros. Hemos tomado el puente de mando del petrolero de San Francisco. Hemos encontrado francotiradores enemigos con uniformes del ejército de Eritrea…

Schofield fue directo a los cuerpos de los francotiradores.

Soldados africanos.

Uniforme de combate caqui. Cascos negros.

Y en sus hombros, un emblema, pero no el de Eritrea. Era la insignia de la unidad de élite del ejército de Nigeria: la Guardia presidencial.

Como veteranos de las numerosas guerras civiles africanas, la Guardia presidencial nigeriana estaba integrada por asesinos adiestrados por la CIA que en el pasado habían sido empleados tanto contra los enemigos de su nación como contra sus propios ciudadanos. En las calles de Lagos y Abuya, la Guardia presidencial eran conocida por otro nombre: el Escuadrón de la Muerte. El equipo de protección de Killian.

Dos francotiradores allí arriba. Y más hombres abajo, protegiendo los silos misilísticos: el enemigo oculto contra el que estaban luchando los israelíes en la bodega.

—Señor Fairfax. Dijo que eran eritreos, ¿verdad?

—Así es.

—¿No nigerianos?

—No. Mis marines lo han confirmado. Sin duda se trata de una insignia de Eritrea.

¿Eritrea
?, pensó Schofield…

—Espantapájaros —dijo Madre mientras abría la puerta de un almacén. Había cuatro bolsas de cadáveres en el suelo. Madre abrió una. En su interior, el cuerpo hediondo de un terrorista de Global Jihad.

—Ah, ahora lo entiendo; los chivos expiatorios —reflexionó Schofield.

Pulsó el micrófono por satélite:

—Señor Fairfax, dígale a sus marines que permanezcan alerta. Puede haber más soldados africanos en la bodega principal, protegiendo los silos. Lo siento, David. Esto todavía no ha terminado. Tiene que atravesar esa fila de soldados y acercar su unidad de enlace ascendente por satélite a dieciocho metros de la consola de control de los misiles para que pueda desactivarlos.

—Entendido —dijo la voz de Fairfax—. Vamos allá.

Madre se unió a Knight en las ventanas del puente de mando y se dispusieron a escudriñar la zona exterior en busca de Zamanov.

—¿Lo ve? —dijo Madre.

—No. Ese puto bastardo ruso ha desaparecido —afirmó Knight—. Probablemente haya ido tras Zemir.

De repente oyeron la voz de Rufus por sus auriculares:

—Jefe, Espantapájaros. Tengo un nuevo contacto acercándose a su petrolero. Un barco grande. Parece la Guardia Costera francesa.

—Joder —profirió Schofield mientras se acercaba a las ventanas y veía un enorme barco blanco acercándose a ellos por estribor.

Schofield no podía creerlo.

Además del Escuadrón de la Muerte nigeriano, los soldados de élite israelíes y los cazarrecompensas rusos ya a bordo del superpetrolero, ahora tenían a un grupo de la policía marítima francesa de camino.

—No es la Guardia Costera —corrigió Knight mientras observaba el barco con una especie de prismáticos de visión nocturna.

A través de ellos pudo ver el enorme barco blanco acercándose al superpetrolero, pudo divisar su morro apuntado, las armas en la cubierta de proa, su timonera acristalada y salpicaduras de sangre en sus ventanas.

Hombres armados al timón.

—Es Damon Larkham y la Guardia intercontinental —dijo Knight.

17.38

Siete minutos para el lanzamiento.

—Mierda, más cazarrecompensas —se lamentó Schofield—. Rufus, ¿puede encargarse de ellos?

—Lo siento, capitán. Estoy sin misiles. Los usé todos contra el portaaviones francés.

—De acuerdo, de acuerdo… —dijo Schofield mientras pensaba—. Muy bien, Rufus, siga adelante con el plan. Si no podemos desactivar esos misiles a tiempo, necesitaremos su valiosa ayuda después.

—Recibido.

Schofield se volvió. Seguía pensando, pensando, pensando.

Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. La situación se les estaba yendo de las manos. Misiles que desactivar, los israelíes ya a bordo, soldados nigerianos, más cazarrecompensas…

—¡Céntrate! —gritó en voz alta—. Piensa, Espantapájaros. ¿Qué es lo que tienes que lograr en última instancia?

Desactivar los misiles. Tengo que desactivar los misiles antes de las 11.45. Todo lo demás es secundario
.

Sus ojos se posaron en un ascensor al otro extremo del puente.

—Bajemos a la bodega —dijo.

17.39 horas.

Bahía de Nueva York

11.39 horas

En la cubierta de proa de su superpetrolero, con la cegadora luz de la mañana, el equipo de marines de Libro intentó ponerse a cubierto.

Libro se arrastró hasta la escotilla de la cubierta y descendió por una escalera muy larga hasta la más completa oscuridad, seguido de su escolta.

Llegó al final de la escalera y miró a su alrededor.

Estaba en la bodega, que tendría unos ciento cincuenta metros de largo. Una docena de silos de misiles cilíndricos se extendían en la oscuridad, como gigantescas columnas sosteniendo el techo.

Y, apostados delante del silo más alejado, protegidos tras una barrera fortificada de carretillas elevadoras y cajas de acero, se hallaba un equipo de soldados africanos fuertemente armados.

Canal de la Mancha

17.39 horas

Las puertas del ascensor se abrieron en la sección posterior de la bodega principal del superpetrolero.

Schofield, Knight y Madre salieron del ascensor con sus armas en ristre.

Era un espacio enorme, del tamaño de tres campos de fútbol colocados uno tras otro. Y, en su mitad delantera, se hallaban los silos de los misiles Camaleón: elevados cilindros de acero reforzado que llegaban hasta la cara interior de la cubierta de proa del superpetrolero. En su interior se encontraban las armas más devastadoras jamás conocidas por el hombre.

Y en esa sección del barco se estaba librando una batalla brutal.

Una docena de soldados nigerianos estaban parapetados bajo los dos silos más alejados, protegiendo la consola de control del misil (una plataforma elevada a tres metros del suelo por puntales de acero y el lugar al que Schofield necesitaba acercarse, al menos dieciocho metros, para poder desactivar los misiles).

Los nigerianos estaban posicionados tras una barricada muy bien construida, disparando con sus ametralladoras y lanzando granadas a los israelíes.

Las balas y las granadas impactaban en los silos, pero no causaron ningún daño porque estos eran muy resistentes.

Entre Schofield y la batalla había todo tipo de materiales de suministro: contenedores, piezas sueltas de misiles; incluso vio dos minisubmarinos amarillos con cabinas acristaladas semiesféricas colgando de cadenas, cerca de las pasarelas dispuestas en el techo.

Schofield reconoció los submarinos: eran ASDS modificados. Con sus cabinas acristaladas y abovedadas, esos minisubmarinos eran empleados a menudo por la Armada estadounidense para inspeccionar visualmente el casco exterior de un portaaviones o de un submarino de misiles balísticos en busca de posibles dispositivos de sabotaje. Dadas las circunstancias, no era de extrañar que un proyecto tan importante como el Kormoran-Camaleón dispusiera de ellos.

17.40

Schofield, Knight y Madre siguieron avanzando, agachados, abriéndose camino entre los materiales de suministro, observando la batalla.

Justo en ese instante los israelíes lanzaron una ofensiva implacable.

Mandaron a algunos hombres a la derecha para desviar el fuego de los soldados nigerianos y atacaron su barricada con tres granadas propulsadas por cohetes por la izquierda.

Las granadas volaron por la bodega… tres columnas de humo elevándose juntas… e impactaron en la barricada nigeriana.

Fue como si una presa se resquebrajara.

Los nigerianos salieron despedidos por el aire. Algunos gritando. Otros en llamas.

Y los israelíes avanzaron, matando a los nigerianos con que se topaban, disparándoles en la cabeza, en el mismo instante en que…

… Una enorme puerta de acero dispuesta a estribor se elevó sobre sus rieles.

La puerta se abrió del todo y una lámina de acero impactó en el suelo desde el exterior de la abertura y, cual tripulación de piratas del siglo XVI abordando un galeón, los hombres del IG-88 inundaron la bodega, cargando desde su barco guardacostas robado, disparando con sus letales Metal Storm.

Schofield se quedó mirando cómo los soldados israelíes, en esos momentos atacados por al menos veinte hombres del IG-88, aseguraban la zona alrededor de la consola de control de los misiles.

Other books

Entangled by Barbara Ellen Brink
Delayed by Daniela Reyes
Cape Disappointment by Earl Emerson
A Camden's Baby Secret by Victoria Pade
Remembering You by Tricia Goyer
Dissension by R.J. Wolf
Hoops by Patricia McLinn