La legión olvidada (63 page)

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Authors: Ben Kane

Tags: #Histórica

BOOK: La legión olvidada
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Darius daba gritos de ánimo por encima del hombro.

—¡Rápido! ¡Tenemos que cerrar la brecha!

Los soldados, con el rostro morado de correr con armadura completa y cargar con los pesados escudos, redoblaron sus esfuerzos. Ya habían cubierto la mitad del recorrido.

—¡Extendeos! ¡Cien hombres a lo ancho! ¡Cinco de fondo!

Ordenadamente, la cohorte cambió de forma. Algunos de los que corrían aflojaron el paso y otros aumentaron la velocidad. Era una de las muchas técnicas que habían practicado innumerables veces hacía toda una vida, cuando los legionarios luchaban por Roma.

Momentos después, las primeras filas alcanzaron los extremos del flanco derecho. Enzarzados en un combate desesperado, la mayoría de los sogdianos todavía no había visto el peligro. Su jefe estaba al frente de la refriega e intentaba encontrar una ruta para cruzar el río.

Entonces la trampa se cerró.

Los hombres de Darius bloqueaban por completo la salida de los «cuernos del toro». Romulus sonrió al recordar la lección de Cotta. Tarquinius utilizaba la táctica empleada por Aníbal en Cannas, donde más de cincuenta mil romanos habían perdido la vida.

Brennus y él, jadeando, hicieron señas a los soldados más cercanos.

Con una ancha sonrisa, levantaron las armas para saludar.

Los sogdianos eran hombres muertos. En el combate cuerpo a cuerpo no había nadie en el mundo más peligroso que los legionarios. Todos los romanos lo sabían.

Después de la humillación de Carrhae, era emocionante.

—¡Cerrad filas! —Los oficiales jóvenes empujaban a los soldados para que se juntasen—. ¡Adelante! ¡A paso ligero!

Levantaron los escudos y cerraron los huecos hasta que sólo quedó espacio para las hojas afiladas de los
gladii
. Las largas lanzas eran demasiado pesadas para correr con ellas. Por encima de los escudos se veían las líneas de rostros duros protegidos por cascos de bronce. Romulus y sus compañeros avanzaron con rapidez hacia un enemigo que empezaba a darse cuenta de que no tenía salida.

Gritos de terror saludaron a la Legión Olvidada.

En el centro romano brillaban los ojos de Tarquinius.

Varios sogdianos volvieron grupas y cargaron contra los soldados de Darius. Una descarga de jabalinas lanzada a la carrera acabó con el intento de escapar y, al poco rato, ya no quedaba espacio para que los caballos se moviesen, excepto para dar vueltas sobre sí mismos. La cohorte se acercó más y las espadas buscaban carne sogdiana.

Fue una tarea dura y sangrienta. Cuando los soldados de Darius en las filas delanteras se cansaron, se limitaron a cerrar totalmente la pared de escudos. El enemigo, atrapado entre el agolpamiento de cuerpos y las lanzas de los otros tres lados, no podía hacer nada. Pero los sogdianos no se rendían fácilmente. Todavía con ganas de luchar, muchos desmontaron y se abrieron camino a pie para atacar a los legionarios.

Romulus luchaba con Brennus a un lado y Félix al otro, cada uno protegía al que tenía a su izquierda. La espada que el joven soldado empuñaba parecía tener vida, pues guerrero tras guerrero caían bajo sus mandobles. Sus líneas se movían hacia delante sin tregua y comprimían todavía más a los sogdianos. Blandían los
gladii
de lado a lado, cada golpe era un corte profundo que cubría los brazos de sangre. Era imposible fallar. Por todas partes se oían gritos que apenas dejaban oír las órdenes de los oficiales y las trompetas. Daba igual. El movimiento repetitivo era hipnótico y su resultado completamente mortífero.

Pero los sogdianos no estaban completamente vencidos. Al final, su líder consiguió reunir a cincuenta guerreros con cota de malla en el espacio que habían dejado sus propias bajas. Volvieron los caballos hacia el sur, hacia los hombres de Darius. Atacar a los legionarios que no iban armados con lanzas largas era su única posibilidad de escapar.

Romulus abrió los ojos como platos cuando vio los desesperados caballos que se les acercaban. El impacto iba a ser impresionante.

—¡Formación cerrada! —gritó Darius'—. ¡Filas de retaguardia, juntaos!

Chocaron los escudos y los hombres se prepararon. Pero ninguno se retiró. Aquello no sería más que un pequeño revés; el resultado de la batalla ya era sabido.

Y entonces el enemigo se lanzó sobre ellos. Los caballos chocaron contra la pared de escudos de los romanos y la partieron por la mitad. Romulus cayó a un lado y se golpeó la cabeza al caer. Medio atontado, cayó sobre Félix. Estuvo tumbado un momento sin saber dónde estaba. Entonces se dio cuenta de que el pequeño galo movía el hombro y le gritaba.

—¡Brennus! —Félix tenía los ojos desorbitados—. ¡Es Brennus!

A Romulus le dio un vuelco el corazón, se puso en pie e intentó interpretar el significado de la vorágine de espadas brillantes, hombres luchando y caballos sudorosos a su alrededor. Poco a poco se dio cuenta de que las filas de la retaguardia no se habían deshecho tras la carga de los sogdianos. El increíble esfuerzo había situado al grupo de guerreros enemigos dentro de las filas de la cohorte y creado una masa confusa de animales y hombres. Ya no se distinguían las líneas de los legionarios ni las de la batalla. Era simplemente cuestión de golpear al enemigo más cercano.

—¡Ahí! —gritó Félix, señalando desesperado.

Romulus enseguida vio a lo que se refería. A Brennus también lo había tirado un caballo y, en lo que tardó en levantarse, le rodearon los sogdianos que seguían intentando huir hacia la libertad. Diez jinetes como mínimo rodeaban al galo intentando alcanzarle
con
las largas espadas de caballería. Vio que Brennus luchaba con más lentitud de lo habitual.

—¡Venga! —gritó Romulus. Vio la profunda herida que su amigo tenía en el brazo derecho. En el brazo que empuñaba la espada—. ¡No tenemos mucho tiempo!

Félix asintió con la cabeza y juntos se lanzaron contra los guerreros. Enseguida tiraron a dos de la silla. Se deshicieron de ellos con varias
estocadas
suaves del
gladius
. Los caballos se dieron la vuelta, salieron desbocados y se abrieron camino entre el tumulto. Romulus agarró una lanza de un sogdiano muerto y se la clavó profundamente en el costado al jinete que tenía más cerca. La sujetó con fuerza y la arrancó mientras la víctima gritaba, caía al suelo y Romulus lo perdía de vista. El joven soldado la utilizó para matar a otro guerrero antes de que un sogdiano corpulento entablase combate con él. Entre mandobles, Romulus miraba desesperado a Brennus. El galo aguantaba. Pero no podría hacerlo mucho tiempo. Tenía más heridas en el brazo y en el rostro; sin embargo, no estaba asustado.

Con rapidez, Romulus cortó el tendón del corvejón del caballo de su adversario y, cuando el caballo cayó al suelo coceando, le dio un golpe de espada al jinete en el brazo izquierdo. ¿Era esto lo que había entristecido a Tarquinius durante la retirada de Carrhae, que Brennus muriese solo a pesar de estar rodeado por sus compañeros? El miedo le oprimió la garganta. Aquél no podía ser el momento. No para Brennus. No entonces.

Félix había mutilado a otro sogdiano y a otros tres los habían matado los legionarios que tenían a ambos lados. Sólo quedaban el jefe y el guardaespaldas. El líder, como vio que Romulus y Félix aguantaban, gritó una orden al guerrero y le hizo una indicación de cabeza. Parecía que él quería matar a Brennus.

Cuando el caballo entrenado del sogdiano retrocedió y golpeó con las patas delanteras, el galo grandullón sonrió, seguro de que estaba fuera de su alcance. Pero estaba lo suficientemente cerca para que un casco le tocase la parte delantera del casco. Brennus se arrodilló de inmediato con los ojos vidriosos. Con una sonrisa cruel, el jefe se preparó para arrojar la lanza. A cámara lenta, Romulus vio lo que estaba a punto de suceder. Pero el guardaespaldas estaba entre ellos. Sin pensarlo, se tiró hacia delante y rodó entre las patas de la montura del sogdiano. Esperaba que Félix se diese cuenta de lo que iba a hacer y entretuviese al guerrero. Romulus se levantó con rapidez y sacó la daga.

De un modo increíble, Brennus había conseguido esquivar una lanza pero reaccionaba con mucha lentitud. La siguiente sería la última. Romulus no se detuvo. Llevó el brazo derecho hacia atrás, se inclinó hacia delante y lanzó el puñal a la pequeña zona de piel expuesta entre la cota de malla y el casco del sogdiano. Era un lanzamiento imposible, cuyo objetivo era un jinete sobre un caballo en movimiento, en medio de una batalla.

Pero el puñal voló con toda la fuerza y la habilidad de Romulus. Voló con su cariño por Brennus. Y se clavó en el cuello del jefe. Muerto en el acto, el guerrero barbudo cayó de la silla.

Romulus respiró hondo. El corazón le latía con fuerza, pero Brennus seguía vivo.

—¿Romulus? —musitó Brennus. Sonrió y se desplomó, inconsciente antes incluso de llegar al suelo.

El joven soldado salió disparado para estar al lado de su amigo, dispuesto a defenderlo de cualquier atacante. Afortunadamente, la lucha seguía y, uno a uno, acabaron con los asaltantes que quedaban. Enseguida se les unió Félix, que había dejado al guardaespaldas cerca, en un sangriento montículo.

—Buen lanzamiento —dijo el pequeño galo con expresión de respeto—. Creo que le has salvado la vida.

Romulus tragó saliva al imaginarse lo que podría haber sucedido de haber fallado. Pero no había fallado. Se rió aliviado. Después de todo, aquél era un buen día.

Cuando el sol empezó a ponerse en el cielo, la batalla había terminado. Un pequeño número de guerreros consiguió huir y cruzar el río. Pero la gran mayoría nunca volvería a atacar Margiana. Los cuerpos de los sogdianos se amontonaban entre caballos muertos. Las astas de lanza y las jabalinas sobresalían de la carne sangrante de animales y hombres. Innumerables bocas colgaban flojas, ojos secos miraban fijamente, intestinos asomaban de vientres abiertos. Nubes de moscas cubrían los cuerpos y la tierra era un barrizal, roja en muchos lugares. Los buitres y las águilas empezaban a congregarse en el cielo.

Cuando el frenesí de la batalla se desvaneció, Romulus se sintió muy atribulado por el número de hombres que había matado. Al fin y al cabo, él no tenía nada en contra de los sogdianos. Pero no podía hacer nada. Hasta que él y sus amigos fuesen totalmente libres, eran soldados del ejército parto y debían luchar contra sus enemigos. Todo se resumía en el consejo que Brennus le había dado hacía algunos años. «Mata o te matarán.»

No habló mientras los legionarios se volvían a reunir en la orilla del río. A Brennus y a los demás heridos les curaron las heridas mientras otros soldados iban río abajo a lavarse la sangre y saciar su terrible sed. El combate cuerpo a cuerpo resultaba extenuante.

Pacorus estaba contentísimo. Mientras sus guardias recogían el botín de los muertos, él, desde la silla de su semental, miraba feliz la carnicería.

—¿Muchas bajas?

—Treinta o cuarenta muertos —contestó Tarquinius—. Unas cuantas docenas de heridos, pero la mayoría sobrevivirá.

—¡Una victoria extraordinaria! —exclamó el parto, recuperada su arrogancia—. Orodes estará muy satisfecho con mis tácticas.

El etrusco se rió entre dientes.

—Otras tribus se enterarán de esta batalla. —Pacorus gesticulaba con las manos emocionado—. Se lo pensarán dos veces antes de amenazar Partia.

Hubo una pausa antes de que Tarquinius hablase.

—El rey de Escitia es un hombre de gran determinación. Las noticias de nuestro éxito no detendrán su plan de invasión para el año próximo.

La sonrisa de Pacorus se desvaneció.

—¿Lo has visto?

—Y poco después le seguirá un ataque de los indios.

—¿Con elefantes?

—Sí.

El comandante se quedó lívido.

—Normalmente ahuyentamos a esos monstruos con descargas de flechas. —Su voz se fue apagando—. Sólo unas pocas docenas de los guardias partos eran arqueros.

Tarquinius miraba hacia el este y esperaba.

—¿Tienes un plan, adivino? —El tono era de súplica.

—Por supuesto. —Los ojos oscuros de Tarquinius aguantaron su mirada—. Pero habrá que pagar un precio.

Hubo un silencio mientras Pacorus miraba otra vez los montones de cuerpos de sogdianos. Sin el arúspice, no tendría ninguna posibilidad contra nuevas olas de invasores.

—Dime —le contestó con pesar.

Por la noche, cientos de legionarios que celebraban la victoria se apiñaron en la plaza de armas, en la puerta septentrional del campamento. En cuanto se hubieron construido las murallas y las zanjas defensivas, Pacorus recompensó a sus hombres con un copioso flujo de licor de la zona. En cuanto los soldados victoriosos se libraron de la tensión de la batalla, el alcohol desapareció con rapidez. En el descampado asaron ovejas enteras en espetones para llenar los estómagos vacíos. Los desconcertados guardias miraban, contentos porque los prisioneros habían luchado con valentía por Partia.

Sonoras carcajadas, conversaciones a voz en grito y canciones competían por ahogarse unas a otras. Soldados borrachos caían al suelo sin que nadie se diese cuenta mientras sus compañeros luchaban entre sí o jugaban a los dados. Era la primera vez en meses que los romanos tenían alguna razón para alegrarse, e iban a aprovecharla al máximo.

Los hombres de la Legión Olvidada no sabían qué les deparaba el futuro. Probablemente la muerte, pero esa noche no les importaba.

El cirujano había cosido la herida de Brennus, que llevaba un grueso vendaje en el antebrazo derecho. Pasarían semanas antes de que volviese a luchar, pero eso no significaba que no pudiese disfrutar de la noche con unas copas de licor. A su lado, Romulus bebía contento el trago que le había tocado y recordaba la noche en la taberna de Publius. Y a Julia. Ninguno de los dos había bebido mucho cuando Tarquinius se sumó a la bulliciosa reunión; les hizo una seña y se encaminó hacia la puerta oriental. Le siguieron con curiosidad. Nadie cuestionaba al arúspice tras la sorprendente victoria de ese día. Todo el mundo sabía que se había conseguido gracias a Tarquinius.

Los tres amigos caminaron en silencio por la orilla del río hasta que estuvieron bastante lejos del campamento y del jolgorio. Una suave brisa refrescaba el sudor del rostro y rizaba las aguas que fluían. Era una noche preciosa, con el cielo despejado y titilante. A lo lejos, hacia el este, ahora que la calima había desaparecido, se veía una cordillera de picos nevados.

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