Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
—¿Estarás bien? —me preguntó.
—He tenido un día realmente intenso, mamá —respondí—. Creo que quiero que termine.
—Siento que hayas tenido que oír lo que ha dicho Hickory. No creo que hubiera ninguna forma de tomárselo bien.
Sofoqué una mueca.
—Parece que tú sí te lo has tomado bien —dije—. Si alguien me dijera que tienen planes para matarme, no creo que me lo hubiera tomado con tanta calma.
—Digamos que no me sorprendió del todo lo que dijo Hickory —contestó Jane. La miré, sorprendida—. Eres una condición del tratado, recuerda. Y eres la principal experiencia de los obin de lo que es vivir.
—Ellos viven.
—No —dijo Jane—. Ellos
existen.
Incluso con sus implantes de conciencia apenas saben qué hacer consigo mismos, Zoë. Todo es demasiado nuevo para ellos. Su raza no tiene experiencia con la vida. No te observan porque les resulte entretenido. Te observan porque les estás enseñando a ser. Les estás enseñando a vivir.
—Nunca lo había visto de ese modo.
—Lo sé. No tienes por qué hacerlo. Vivir para ti es algo natural. Más natural que para algunos de nosotros.
—Han pasado un año sin verme —dije—. Todos menos Hickory y Dickory. Si les he estado enseñando a vivir, me pregunto qué han estado haciendo todo este tiempo.
—Te han echado de menos —dijo mamá, y me besó de nuevo la coronilla—. Y ya ahora sabes por qué harán cualquier cosa por tenerte de vuelta. Y por mantenerte a salvo.
No supe qué replicar a eso. Mamá me dio un último abrazo rápido y se dirigió a la puerta para unirse a papá y los obin.
—No sé cuánto vamos a tardar —dijo—. Intenta volver a acostarte.
—Estoy demasiado excitada para volver a dormir.
—Si duermes un poco, probablemente estarás menos excitada cuando te despiertes.
—Créeme, mamá. Va a hacer falta algo muy grande para que supere esta excitación.
¿Y a que no sabéis una cosa? Ocurrió algo grande.
La Unión Colonial apareció.
* * *
La lanzadera aterrizó y asomó un hombrecito verde. Y yo pensé: «Esto me resulta familiar.» Era incluso el mismo hombrecito verde: el general Rybicki.
Pero había diferencias. La primera vez que vi al general Rybicki, estaba en mi patio delantero, y estábamos sólo él y yo. Esta vez su lanzadera aterrizó en la zona de hierba delante de la puerta de Croatoan, y una gran porción de la colonia se había congregado para verlo llegar. Era nuestro primer visitante desde que llegamos a Roanoke, y su aparición dio pie a pensar que tal vez finalmente se acabaría nuestro exilio.
El general Rybicki se plantó delante de la lanzadera y miró a la gente. Saludó.
Ellos aplaudieron, salvajemente. Durante diez minutos. Era como si la gente nunca hubiera visto a nadie saludar antes.
Por fin, el general habló.
—Colonos de Roanoke —dijo—. Les traigo buenas noticias. Sus días de ocultarse han terminado.
Otra salva de aplausos lo interrumpió. Cuando se calmaron, el general continuó.
—Mientras les hablo, mi nave en órbita está instalando su satélite de comunicaciones. Pronto podrán enviar mensajes a amigos y seres queridos en sus planetas de origen. Y a partir de ahora, todo el equipo electrónico y de comunicaciones que no podían utilizar les será devuelto.
Esto provocó un enorme aullido por parte de los sectores adolescentes de la multitud.
—Sabemos que les hemos pedido mucho —dijo Rybicki—. Estoy aquí para decirles que su sacrificio no ha sido en vano. Creemos que muy pronto el enemigo que les ha amenazado será contenido... y no sólo contenido, sino derrotado. No podríamos haber hecho esto sin ustedes. Así que, en nombre de toda la Unión Colonial, les doy las gracias.
Más aplausos y tonterías. El general parecía estar disfrutando la situación.
—Ahora debo hablar con sus líderes coloniales para discutir cómo reintegrarlos en la Unión Colonial. Puede que algunos detalles tarden algún tiempo, así que les pido que sean pacientes. Pero hasta entonces, déjenme decirles esto: ¡Bienvenidos a la civilización!
Ahora la multitud se volvió realmente loca. Puse los ojos en blanco y miré a
Babar,
que había ido conmigo.
—Esto es lo que pasa cuando te pasas un año entero en ninguna parte —dije—. Cualquier cosa aburrida parece diversión.
Babar
alzó la cabeza y sacó la lengua: supe que estaba de acuerdo conmigo.
—Vamos, pues —dije.
Y atravesamos la multitud hasta llegar al general, a quien se suponía que debía de escoltar hasta mi padre.
El general Rybicki vio a
Babar
antes de verme a mí.
—¡Eh! —dijo, y se agachó para recibir su ración de lametones pegajosos, cosa que
Babar
realizó diligente y entusiásticamente. Era un buen perro pero no acertaba mucho al calibrar a la gente—. Me acuerdo de ti —le dijo a
Babar,
acariciándolo. Alzó la cabeza y me vio—. También me acuerdo de ti.
—Hola, general —dije, amablemente.
La multitud se congregaba a nuestro alrededor, pero se dispersó rápidamente porque la gente echó a correr a los cuatro rincones de la colonia para transmitir la noticia.
—Pareces más alta —dijo él.
—Ha pasado un año —respondí—. Y soy una chica que está creciendo. A pesar de haber estado a oscuras todo este tiempo.
El general pareció no pillarlo.
—Tu madre dijo que me escoltarías hasta ellos. Me sorprende un poco que no vinieran ellos mismos.
—Han tenido un par de días muy atareados —contesté—. En realidad, han sido intensos para todos.
—Así que la vida colonial es más excitante de lo que creías.
—Algo así —dije, y me puse en marcha—. Sé que mi padre está muy interesado en hablar con usted, general. No lo hagamos esperar.
* * *
Sostuve en mi mano la PDA. Había algo raro en ella.
Gretchen lo advirtió también.
—Me siento rara —dijo—. Ha pasado tanto tiempo... es como si hubiera olvidado cómo hacerlo.
—Parecías recordarlo bastante bien cuando usábamos las del centro de información —dije, recordándole cómo habíamos pasado buena parte del año anterior.
—Es distinto. No digo que haya olvidado cómo usarla. Lo que digo es que he olvidado cómo era llevar siempre una. Son dos cosas distintas.
—Siempre puedes devolverla.
—No he dicho eso —dijo Gretchen rápidamente. Entonces sonrió—. Con todo, es curioso: en el último año la gente ha conseguido apañárselas sin ellas. Todas las representaciones musicales y las obras de teatro y todo lo demás. —Miró su PDA—. Me pregunto si todas esas cosas ahora desaparecerán.
—Creo que ahora forman parte de nosotros —dije—. Como habitantes de Roanoke, quiero decir.
—Tal vez. Es una bonita idea. Ya veremos si se cumple.
—Podríamos practicar una nueva canción. Hickory dice que Dickory lleva tiempo queriendo intentar algo nuevo.
—Qué curioso —dijo Gretchen—. Uno de tus guardaespaldas se ha convertido en un amigo musical.
—También es roanokeño.
—Supongo que sí. También eso es curioso.
Mi PDA parpadeó; algo pasó también con la de Gretchen. Ella miró la suya.
—Es un mensaje de Magdy —dijo—. No puede ser bueno.
Abrió el mensaje.
—Sí —dijo, y mostró la imagen.
Magdy había enviado un breve vídeo donde nos hacía un calvo.
—Algunas personas vuelven a las andadas tarde o temprano —dije.
—Desgraciadamente —contestó Gretchen. Tecleó en su PDA—. Listo. He tomado nota para darle una patada en el culo la próxima vez que lo vea —señaló mi PDA—. ¿Te lo ha enviado a ti también?
—Sí —dije—. Creo que me abstendré de abrirlo.
—Cobarde —dijo Gretchen—. Bueno, entonces, ¿cuál va a ser tu primer acto oficial con tu PDA?
—Voy a enviar un mensaje a dos que yo me sé para decirles que quiero verlos a solas.
* * *
—Pedimos disculpas por llegar tarde —me dijo Hickory, mientras Dickory y él entraban en mi dormitorio—. El mayor Perry y el general Rybicki nos dieron estatus prioritario sobre un paquete de datos para que pudiéramos comunicarnos con nuestro gobierno. Tardamos algún tiempo en preparar los datos.
—¿Qué habéis enviado? —pregunté.
—Todo.
—
Todo —
dije—. Todo lo que vosotros dos y yo hicimos este último año.
—Sí —respondió Hickory—. Un resumen de los hechos, y un informe más amplio en cuanto podamos. Nuestra gente estará desesperada por saber qué te ha sucedido desde la última vez que supieron de nosotros. Necesitan saber que estás bien e ilesa.
—Esto incluye lo que pasó anoche —dije—. Todo. Incluyendo la parte donde, oh, mencionasteis de pasada vuestros planes para asesinar a mis padres.
—Sí —dijo Hickory—. Lamentamos haberte inquietado, Zoë. No queríamos hacerlo. Pero no nos ofreciste ninguna alternativa cuando nos dijiste que le dijéramos la verdad a tus padres.
—¿Y qué hay de mí?
—Siempre te hemos dicho la verdad.
—Sí, pero no toda, ¿no? Le dijisteis a papá que teníais información sobre el Cónclave que no habíais mencionado antes. Y tampoco me lo habíais dicho a mí. Me ocultáis cosas, Hickory. Dickory y tú, los dos.
—Nunca lo preguntaste —dijo Hickory.
—Oh, no me vengas con esas chorradas. No estamos jugando con las palabras, Hickory. Nos mantuvisteis a oscuras. Me mantuvisteis a oscuras. Y cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de cómo actuáis sin decirle lo que sabéis. Todas esas razas alienígenas que nos hicisteis estudiar a Gretchen y a mí en el centro de información... Nos entrenasteis para combatir contra ellas y casi ninguna pertenece al Cónclave. En realidad, sabíais que si el Cónclave nos encontraba primero, intentarían todo lo posible para no luchar contra nosotros.
—Sí —dijo Hickory.
—¿No creéis que tendría que haberlo sabido? —pregunté—. ¿No creéis que me habría importado? ¿A todos nosotros? ¿A la colonia entera?
—Lo sentimos, Zoë" —dijo Hickory—. Teníamos órdenes de nuestro gobierno para no revelar a tus padres información que no supieran ya, hasta que llegara el momento en que fuera absolutamente necesario. Eso sólo habría sido si el Cónclave hubiera aparecido en el cielo. Hasta entonces, se nos requirió que tuviéramos cuidado. Si te hubiéramos hablado de ello, habrías informado a tus padres, naturalmente. Y por eso decidimos que no te mencionaríamos esas cosas, a menos que nos preguntaras por ellas de manera explícita.
—¿Y por qué iba yo a hacer eso?
—En efecto —dijo Hickory—. Lamentamos nuestro comportamiento, pero no teníamos otra alternativa.
—Escuchadme, los dos —dije, y entonces me detuve—. Estáis grabando esto, ¿no?
—Sí —respondió Hickory—. Siempre grabamos, a menos que nos digas lo contrario. ¿Te gustaría que dejáramos de grabar?
—No. La verdad es que quiero que todos oigáis esto. Primero, os prohíbo que dañéis a mis padres en ningún sentido. Jamás.
—El mayor Perry ya nos ha informado que entregaría la colonia antes de que la destruyeran —dijo Hickory—. Por tanto, ya no hay ningún motivo para hacerle daño a él ni a la teniente Perry.
—No importa. ¿Quién sabe si habrá otro momento en que decidáis que será necesario intentar deshaceros de John y Jane?
—Parece improbable.
—No me importa que sea más probable que me salgan alas —repliqué—. No creí que fuera posible que pudierais pensar en
matar a mis padres,
Hickory. Me equivoqué en eso. No voy a volver a equivocarme. Así que juradlo. Jurad que nunca le haréis daño a mis padres.
Hickory le habló brevemente a Dickory en su idioma.
—Lo juramos —dijo Hickory.
—Juradlo por todos los obin.
—No podemos. Eso no es algo que podamos prometer. No está dentro de nuestro poder. Pero ni Dickory ni yo pretenderemos dañar a tus padres. Y los defenderemos contra aquellos que intenten hacerles daño. Incluso otros obin. Eso te lo juramos, Zoë.
Fue la última parte lo que me hizo creer a Hickory. Yo no les había pedido que defendieran a John y Jane, sólo que no les hicieran daño. Hickory había ampliado el juramento. Lo habían hecho los dos.
—Gracias —dije. Sentí como si de pronto me viniera abajo; hasta ese segundo no me había dado cuenta de lo tensa que estaba allí sentada, hablando de aquello—. Gracias a ambos. Necesitaba oírlo, de verdad.
—No hay de qué, Zoë —dijo Hickory—. ¿Hay algo más que quieras pedirnos?
—Tenéis archivos sobre el Cónclave.
—Sí. Ya se los hemos dado a la teniente Sagan para que los analice.
Eso tenía sentido. Jane era oficial de inteligencia cuando sirvió en las Fuerzas Especiales.
—Yo también quiero verlos —dije—. Todo lo que tenéis.
—Te los proporcionaremos. Pero hay un montón de información, y no toda es fácil de comprender. La teniente Sagan está mucho más cualificada para trabajar con esa información.
—No estoy diciendo que me la deis a mí y no a ella. Únicamente que quiero verla también.
—Si así lo quieres —dijo Hickory.
—Y todo lo demás sobre el Cónclave que podáis recibir de vuestro gobierno —añadí—. Y quiero decir
todo,
Hickory. Nada de chorradas de «no preguntaste explícitamente» a partir de ahora. Eso se acabó. ¿Me comprendes?
—Sí. Comprende tú que la información que recibamos podría ser incompleta en sí misma. No nos lo cuentan todo.
—Lo sé —dije—. Pero sigue pareciendo que sabéis más que nosotros. Y quiero comprender a qué nos enfrentamos. O nos enfrentábamos, al menos.
—¿Por qué dices «enfrentábamos»? —preguntó Hickory.
—El general Rybicki le dijo hoy a la multitud que el Cónclave estaba a punto de ser derrotado —dije—. ¿Por qué? ¿Os consta otra cosa?
—No. Pero no creemos que sólo porque el general Rybicki diga algo en público delante de una gran multitud signifique que esté diciendo la verdad. Ni tampoco que Roanoke esté por completo fuera de peligro.
—Pero eso no tiene ningún sentido —dije. Le mostré mi PDA a Hickory—. Nos dijeron que podemos volver a utilizarlas. Que podemos usar de nuevo todos nuestros aparatos electrónicos. Habíamos dejado de usarlos porque podían revelar dónde estamos. Si se nos permite usarlos de nuevo, es que no tenemos de qué preocuparnos.
—Eso es una interpretación de los datos —dijo Hickory.
—¿Hay otra?
—El general no dijo que el Cónclave hubiera sido derrotado, sino que creía que iba a ser derrotado. ¿Es correcto?