La historia de Zoe (34 page)

Read La historia de Zoe Online

Authors: John Scalzi

BOOK: La historia de Zoe
7.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Wert me gruñó. Me pareció muy grosero por su parte.

—Ya he dicho que he hecho comprobar la información —intervino el general Gau—. No hay ninguna duda de su veracidad. Eso no se discute. Lo que sí se discute es cómo elegirá el asesino ser descubierto. Repito: el asesino está en esta sala, ahora mismo, entre nosotros. Si se presenta ahora y comparte información sobre los otros conspiradores, será tratado de forma generosa y el asunto será llevado con discreción. La oferta está servida. Suplico, como viejo amigo, que la aceptes. Ahora da un paso al frente.

Nadie en la sala se movió. El general Gau miró a cada uno de sus consejeros, directamente a los ojos, durante varios segundos. Ninguno de ellos dio un paso adelante.

—Muy bien —dijo el general Gau—. Entonces lo haremos por las malas.

—¿Qué hará ahora, general? —preguntó Sorvalh.

—Es simple —dijo Gau—. Os llamaré uno a uno. Os inclinaréis ante mí
y
me juraréis fidelidad como líder del Cónclave. A los que sé que sois fieles, os ofreceré mi agradecimiento. Al traidor, le descubriré delante de todos aquellos con los que ha trabajado durante tanto tiempo y le haré arrestar. El castigo será severo. Y será público.

Y terminará con su muerte.

—Esto no es propio de ti, general —dijo Sorvalh—. Creaste el Cónclave con la idea de que no hubiera dictadores, ninguna exigencia de fidelidad personal. Sólo fidelidad al Cónclave. A sus ideales.

—El Cónclave está a punto de desmoronarse, Hafte —dijo Gau—.

Y sabes tan bien como yo que Nerbros Eser y los suyos dirigirán el Cónclave como un feudo personal. Uno entre vosotros ha decidido ya que la dictadura de Eser es preferible a un Cónclave donde cada raza tiene un voto. Para mí está claro que debo pedir la fidelidad que una vez os confié. Lamento haber llegado a esto. Pero es así.

—¿Y si no juramos alianza? —dijo Sorvalh.

—Entonces serás arrestado como traidor. Junto al que sé que es el asesino.

—Te equivocas al hacer esto —dijo Sorvalh—. Va contra tu propia visión del Cónclave pedir fidelidad. Quiero que sepas que lo creo con toda mi alma.

—Advertido —dio Gau.

—Muy bien —dijo Sorvalh, y dio un paso hacia la plataforma y se arrodilló—. General Tarsem Gau, te ofrezco mi fidelidad como líder del Cónclave.

Gau me miró. Ésa era mi entrada. Negué con la cabeza, dejando claro a todos los presentes en la sala que estaba esperando mi verificación.

—Gracias, Hafte —dijo Gau—. Puedes retirarte. Wert Ninung, por favor, un paso adelante.

Ninung así lo hizo. Y los siguientes seis consejeros. Quedaban tres.

Yo estaba empezando a ponerme muy nerviosa. Gau y yo ya habíamos acordado no llevar la patraña tan lejos como para acusar a alguien que no fuera culpable. Pero si llegábamos al final sin un traidor, entonces ambos tendríamos mucho de qué responder.

—Lernin Il —dijo el general Gau—. Por favor, un paso adelante.

Il asintió, avanzó rápidamente y cuando llegó a mi altura me empujó con saña al suelo y se abalanzó sobre el cuchillo de piedra que Gau había dejado en la mesa. Yo caí al suelo con tanta fuerza que mi cráneo rebotó en él. Oí gritos y aullidos de alarma de los otros consejeros. Rodé y alcé la cabeza mientras Il levantaba el cuchillo y se disponía a clavárselo al general.

El cuchillo estaba allí, fácil de alcanzar, por un motivo. Gau ya había dicho que pretendía descubrir al traidor; había dicho que sabía sin ninguna duda quién era y que su castigo incluía la muerte. El traidor estaría ya convencido de que no tendría nada que perder intentando el asesinato allí mismo. Pero los consejeros de Gau normalmente no llevaban armas encima: eran burócratas y no llevaban nada más peligroso que un utensilio de escritura. Pero un bonito y afilado cuchillo de piedra dejado por descuido allí delante sería el arma adecuada para animar a un futuro asesino desesperado a correr el riesgo. Este era también uno de los motivos por el que los guardias del general (y Hickory y Dickory) estaban situados en el perímetro de la sala en vez de cerca del general: el asesino debía tener la impresión que podía descargar una puñalada o dos antes de que los guardias lo alcanzaran.

El general, naturalmente, no era estúpido. Llevaba puesta una armadura que protegía casi todas las partes de su cuerpo susceptibles de ser apuñaladas. Pero su cabeza y su cuello seguían siendo vulnerables. El general consideraba que el riesgo merecía la pena, pero cuando lo vi moverse para protegerse, llegué a la conclusión de que la parte más débil de nuestro plan era aquella donde el general presumiblemente evitaba morir apuñalado.

Il descargaba ya el cuchillo. Ninguno de los guardias del general, ni Hickory ni Dickory iban a llegar a tiempo. Hickory y Dickory me habían entrenado para desarmar a un oponente; el problema era que yo estaba en el suelo y no en disposición de bloquear la puñalada. Y de todas formas los ghlagh eran una raza del Cónclave: yo no había estudiado ninguno de sus puntos flacos.

Pero entonces se me ocurrió algo, mientras yacía allí de espaldas, mirando a Il: puede que no supiera mucho sobre los ghlagh, pero sí sabía qué aspecto tiene una rodilla.

Me apoyé en el suelo, empujé y descargué con fuerza el talón de mi bota contra la parte de la rodilla de Lernin Il más cercana. Cedió con un giro terrible y me pareció sentir yo misma cómo se quebraba algo en su pierna, cosa que me repugnó. U chilló de dolor y se agarró la pierna, soltando el cuchillo. Me aparté lo más rápido que pude. El general Gau se levantó de su sillón y terminó de derribar a Il.

Hickory y Dickory aparecieron de pronto junto a mí, sacándome a rastras del estrado. Gau le gritó algo a sus guardias, que corrían hacia el general.

—¡Sus ayudantes! —dijo Gau—. ¡Detened a sus ayudantes!

Me volví a mirar hacia la barra y vi a tres ghlagh que corrían hacia su equipo. La gente de Il estaba claramente conchabada para el asesinato y trataban ahora de avisar a los conspiradores de que habían sido descubiertos. Los hombres de Gau se detuvieron, dieron media vuelta y saltaron por encima de la barra para detener a los ayudantes de Il. Éstos soltaron su equipo, pero no antes de que al menos uno de ellos consiguiera transmitir un mensaje. Lo supimos porque por todo el cuartel general del Cónclave empezaron a sonar alarmas.

La estación espacial estaba siendo atacada.

* * *

Un minuto después de que Il llevara a cabo su torpe ataque contra el general Gau, un crucero de batalla impo llamado
Farre
disparó seis misiles contra la porción de la estación espacial del Cónclave donde estaban las oficinas de Gau. El capitán del
Farre
era un impo llamado Ealt Ruml, que resultó que había llegado a un acuerdo con Nesbros Eser y Lernin Il para tomar el mando de una nueva flota del Cónclave después de que Gau hubiera sido asesinado. Ruml llevaría entonces a toda la flota a la Estación Fénix, la destruiría y empezaría a trabajar en la lista de mundos humanos. A cambio, todo lo que Ruml tenía que hacer era estar preparado para un pequeño bombardeo a las oficinas y naves insignia de Gau cuando se lo indicaran, como parte de un intento de golpe orquestado que contaría con el asesinato de Gau como principal acontecimiento y la destrucción de algunas naves de batalla claves de razas leales a Gau.

Cuando Gau reveló a sus consejeros que sabía que uno de ellos era el traidor, uno de los ayudantes de Il envió a Ruml un mensaje codificado, informándole de que todo estaba a punto de irse al garete. Ruml a su vez envió mensajes codificados a los otros tres cruceros de combate que estaban cerca de la estación del Cónclave, cada uno capitaneado por alguien a quien Ruml había convertido a la causa. Las cuatro naves empezaron a preparar sus sistemas de armas y a seleccionar objetivos: Ruml apuntó a las oficinas de Gau mientras que los otros traidores lo hicieron a la nave insignia de Gau, la
Estrella Tranquila,
y otras naves.

Si todo salía según lo planeado, Ruml y sus conspiradores habrían neutralizado a las naves que vinieran en ayuda de Gau: no es que importara, porque Ruml habría abierto al espacio las oficinas de Gau, lanzando a todos los que estaban allí (incluyéndome a mí en ese momento) hacia el frío espacio sin aire. Minutos más tarde, cuando el ayudante de Il envió una nota de confirmación justo antes de que le quitaran el equipo de las zarpas, Ruml lanzó sus misiles y se preparó para otra ronda.

E, imagino, se quedó de una pieza cuando el
Farre
recibió casi simultáneamente el impacto de tres misiles en el costado, disparados desde la
Estrella Tranquila.
La
Estrella
y otras seis naves de confianza habían sido puestas en alerta por Gau para que vigilaran a cualquier nave que empezara a preparar sus sistemas de armas. La
Estrella
había divisado al
Farre
y enfiló en silencio la nave y preparó sus propias defensas.

Gau había prohibido cualquier acción hasta que los misiles volaran, pero en el instante en que el
Farre
disparó, la
Estrella
hizo lo mismo, y entonces preparó las defensas antimisiles contra los dos misiles que la enfilaban, enviados por el crucero arrisiano
Vut-Roy.

La
Estrella
destruyó uno de los misiles y el otro le causó daños ligeros. El F
arre,
que no esperaba un contraataque, sufrió serios daños a causa de los misiles de la
Estrella
y su situación empeoró aún más cuando su motor explotó, destruyendo la mitad de la nave y matando a cientos a bordo, incluyendo a Ealt Ruml y la tripulación del puente. Cinco de los seis misiles disparados por el
Parre
fueron neutralizados por las defensas de la estación espacial; el sexto alcanzó a la estación, abriendo un agujero cerca de las oficinas de Gau. El sistema de puertas estancas de la estación selló el daño en cuestión de minutos: murieron cuarenta y cuatro personas.

Todo esto sucedió en menos de dos minutos, porque la batalla tuvo lugar muy cerca. Al contrario que las batallas de los espectáculos de entretenimiento, las batallas reales entre naves espaciales tienen lugar a lo largo de distancias enormes. En aquella batalla, sin embargo, todas las naves estaban en órbita alrededor de la estación. Algunas de las naves estaban sólo a unos pocos kilómetros de distancia unas de otras. Eso es el equivalente estelar a atacarse con navajas.

O eso me han dicho. Cuento lo que otros me explicaron de la batalla, porque en ese momento Hickory y Dickory me estaban sacando de la sala donde se reunía el consejo del general Gau. Lo último que vi fue a Gau abatiendo a Lernin Il mientras intentaba al mismo tiempo que sus ayudantes no se lo cargaran. Había demasiado ruido para que mi aparato traductor siguiera funcionando, pero sospeché que Gau trataba de decirles que necesitaba a Il. Qué se puede decir. A nadie le gustan los traidores.

* * *

También me han dicho que la batalla ante la nave espacial habría durado más si poco después de la primera andanada de misiles no hubiera sucedido algo curioso: un crucero obin culminó un salto inquietantemente cerca de la estación espacial del Cónclave, disparando una serie de alarmas de proximidad que acompañaron a las alarmas de ataque ya en proceso. Eso era inaudito, pero lo que realmente llamó la atención de todos fueron las otras naves que aparecieron unos treinta segundos más tarde. La estación tardó unos pocos minutos en identificarlas.

En ese momento, todos los que habían estado combatiendo se dieron cuenta de que ahora tenían algo más importante de lo que preocuparse.

No supe nada de eso en aquel momento. Hickory y Dickory me habían llevado a una sala de conferencias situada a cierta distancia de la cámara donde estaba reunido el consejo, y la estaban asegurando cuando las alarmas se detuvieron de repente.

—Bueno, al fin he utilizado ese entrenamiento —le dije a Hickory.

Estaba todavía cargada de adrenalina por el intento de asesinato y caminaba de un lado a otro de la sala. Hickory no dijo nada y continuó escrutando el pasillo por si había alguna amenaza. Suspiré y esperé hasta que él indicó que era seguro moverse.

Diez minutos más tarde, Hickory le dijo algo a Dickory, que se acercó a la puerta. Hickory salió al pasillo y se perdió de vista. Poco después me pareció oír a Hickory discutiendo con alguien. Hickory regresó, seguido por seis guardias de aspecto muy serio y el general Gau.

—¿Qué ha pasado? —pregunté—. ¿Está usted bien?

—¿Qué tienes que ver con los consu? —inquirió el general Gau, ignorando mi pregunta.

—¿Los consu? Nada. Les pedí a los obin que intentaran contactar con ellos de mi parte, por si podían ayudarme a salvar Roanoke. Eso fue hace unos cuantos días. No he vuelto a tener noticias de los obin desde entonces.

—Creo que tienes una respuesta —dijo Gau—. Están aquí. Y quieren verte.

—¿Hay una nave consu aquí y ahora?

—En realidad, el consu que pregunta por ti está en una nave obin —contestó Gau—. Lo cual no tiene ningún sentido, pero no importa. Había naves consu siguiendo a la nave obin.

—Naves —dije—. ¿Cuántas?

—¿Hasta ahora? Unas seiscientas.

—¿Cómo dice? —pregunté. Volví a tener un subidón de adrenalina.

—Siguen viniendo más —dijo Gau—. Por favor, no te lo tomes a mal, Zoë, pero si has hecho algo para enfurecer a los consu, espero que decidan desquitarse contigo, no con nosotros.

Me volví a mirar a Hickory, incrédula.

—Dijiste que necesitabas ayuda —dijo Hickory.

24

Entré en la cubierta de almacenaje de la otra nave obin.

—Así que ésta es la humana que tiene a toda una raza a sus órdenes —dijo el consu que me esperaba allí. Supuse que era el único lugar de la nave obin donde cabía.

Sonreí a mi pesar.

—Te ríes de mí —dijo el consu. Hablaba un inglés perfecto, con una voz ligera y amable, lo cual era extraño, considerando que parecía un insecto grande y salvajemente furioso.

—Lo siento —dije—. Es que hoy es la segunda vez que me dicen eso.

—Bien —dijo el consu. Se desplegó de un modo que me hizo querer salir corriendo en la dirección opuesta, y desde algún lugar de su cuerpo se desplegaron un brazo extrañamente humano y una mano, que me llamaron—. Acércate y déjame echarte un vistazo.

Di un paso adelante y luego me costó trabajo dar el segundo paso.

—Tú pediste verme, humana —dijo el consu.

Other books

Tandem of Terror by Eric S. Brown
Trail Mates by Bonnie Bryant
Hide and Seek for Love by Barbara Cartland
Great Kisser by David Evanier
The Three Wise Guides by Terri Reid
The Gollywhopper Games by Jody Feldman