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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (23 page)

BOOK: La historia de Zoe
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—Mata a estos estúpidos bichos y sácanos ya de aquí —dijo, en voz baja y rápida, sin mirarme aún—. Sé que sabes cómo hacerlo y sé que tienes suficiente gente.

—Magdy —repetí—. Escúchame con atención y no me interrumpas. Estos seres quieren matarte. Están dispuestos a dejar marchar a Enzo, pero quieren quedarse contigo porque le disparaste a uno de ellos. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

—Mátalos —dijo Magdy.

—No.

fuiste a por estos tipos, Magdy.

los cazaste.

les disparaste. Voy a tratar de impedir que te maten. Pero no voy a matarlos, porque tú te interpusiste en su camino. No a menos que tenga que hacerlo. ¿Me comprendes?

—Van a matarnos a todos —dijo Magdy—. A ti, a mí y a Enzo.

—No lo creo. Pero si no cierras el pico y escuchas lo que intento decirte, vas a conseguir que sea así.

—Dispara... —empezó a decir Magdy.

—Por el amor de Dios, Magdy —dijo de pronto Enzo, a su lado—. • Una persona en todo el planeta está arriesgando su cuello por ti y lo único que se te ocurre es discutir con ella. Eres un mierda desagradecido. Ahora, por favor, cierra la boca y escúchala. Me gustaría salir vivo de aquí.

No sé quién se sorprendió más por ese estallido de Enzo, si Magdy o yo.

—Vale —dijo Magdy, después de un momento.

—Estos seres quieren matarte porque le disparaste a uno de ellos —dije—. Voy a intentar convencerlos para que te dejen marchar. Pero vas a tener que confiar en mí y seguir mis indicaciones y no discutir
ni contraatacar.
Por última vez: ¿me comprendes?

—Sí —dijo Magdy.

—Muy bien. Piensan que soy tu líder. Así que tengo que hacerles creer que estoy enfadada contigo por lo que has hecho. Voy a tener que castigarte delante de ellos. Así que ya sabes: esto va a doler. Mucho.

—Tú sólo dis... —empezó a decir él.

—Magdy.

—Sí, vale, lo que sea. Hagámoslo.

—Muy bien. Lo siento.

Entonces le di una patada en las costillas. Con fuerza.

Él se desplomó con un gemido y cayó de plano en el suelo. Fuera lo que fuese lo que estaba esperando, no era eso.

Después de que estuviera boqueando en el suelo durante un minuto, lo agarré por el pelo. Él se agarró a mi mano y trató de zafarse.

—No te resistas —dije, y le di un rápido puñetazo en las costillas para recalcar mi argumento.

Él lo recibió y se quedó inmóvil. Le eché atrás la cabeza y le grité por dispararle al hombre lobo, señalando su rifle y luego al hombre lobo herido varias veces para dejarlo claro. Los hombres lobo parecieron comprender lo que sucedía y parlotearon entre sí al respecto.

—Discúlpate —le dije a Magdy, todavía sujetando su cabeza.

Magdy se volvió hacia el hombre lobo herido.

—Lo siento —dijo—. Si hubiera sabido que disparar significaría que Zoë iba a darme una paliza, no lo habría hecho nunca.

—Gracias —dije, y luego le solté el pelo y lo abofeteé con fuerza.

Magdy cayó de nuevo. Miré al hombre lobo para ver si esto era suficiente. Parecía que no.

Me alcé sobre Magdy.

—¿Cómo lo llevas? —pregunté.

—Creo que voy a vomitar.

—Bien —dije—. Creo que eso funcionaría. ¿Necesitas ayuda?

—No hace falta —dijo, y vomitó sobre el suelo.

Esto provocó trinos impresionados por parte de los hombres lobo.

—Muy bien —dije—. Última parte, Magdy. Ahora tienes que confiar en mí de verdad.

—Por favor, deja de hacerme daño.

—Casi hemos terminado. Levántate, por favor.

—Creo que no puedo.

—Claro que puedes —dije, y le retorcí el brazo para motivarle.

Magdy tomó aire y se incorporó. Le empujé hacia mi hombre lobo, que nos miraba a los dos, con curiosidad. Señalé a Magdy, y luego a la herida del hombre loco. Luego señalé a la criatura, hice un movimiento cortante sobre el costado de Magdy y luego señalé el cuchillo del hombre lobo.

El hombre lobo me miró otra vez ladeando la cabeza, como diciendo «quiero estar seguro de que nos entendemos».

—Lo justo es justo —dije.

—¿Vas a dejar que me apuñale? —preguntó Magdy, elevando dramáticamente la voz al final de la frase.

—Tú le disparaste.

—Podría matarme.

—Tú podrías haberlo matado a él.

—Te odio —dijo Magdy—. Te odio, te odio, te odio.

—Cállate —dije, y luego asentí al hombre lobo—. Confía en mí —le dije a Magdy.

El hombre lobo desenvainó su cuchillo y luego miró a sus compañeros, que parloteaban en voz alta y empezaban a cantar la misma canción de antes. Yo tenía razón. La diferencia ahora era que mi hombre lobo ejecutaría el acto violento que hubiera que hacer.

Mi hombre lobo permaneció allí de pie un momento, absorbiendo el canto de sus compañeros. Entonces, sin advertencia, acuchilló tan rápidamente a Magdy que sólo lo vi retroceder, no avanzar. Magdy jadeó de dolor. Lo solté y cayó al suelo, agarrándose el costado. Me planté ante él y le agarré las manos.

—Déjame ver —dije.

Magdy agitó las manos y gimió de antemano, esperando un torrente de sangre.

Solo había una finísima línea roja en su costado. El hombre lobo había cortado a Magdy sólo lo suficiente para hacerle saber que podía haberle hecho un corte mucho peor.

—Lo sabía —dije.

—¿Sabías qué? —gimió Magdy.

—Que estaba tratando con un Cro-Magnon.

—La verdad es que no te comprendo.

—Quédate en el suelo —dije—. No te levantes hasta que yo te lo diga.

—No voy a moverme. De verdad.

Me incorporé y me volví hacia el hombre lobo, que había vuelto a guardar el cuchillo en su cinturón. Señaló a Magdy, y luego me señaló a mí, y luego señaló a la colonia.

—Gracias —dije, y asentí, con la esperanza de que entendiera la idea.

Cuando volví a mirarlo, vi que observaba de nuevo mi elefante de jade. Me pregunté si habría visto una joya antes, o si era simplemente porque los elefantes se parecían a los fantis. Aquellos hombres lobo seguían a las manadas de fantis; debían de ser su fuente principal de alimento. Eran su vida.

Me quité el collar y se lo ofrecí a mi hombre lobo. Él lo cogió y lo acarició, haciéndolo girar y brillar a la tenue luz de la noche. Lo miró con aprecio. Luego me lo tendió.

—No —dije. Alcé una mano, y luego señalé el colgante y a él—. Es para ti. Te lo regalo.

El hombre lobo se quedó allí un momento y luego murmuró un trino, que causó que sus compañeros se congregaran a su alrededor. Alzó el colgante para que lo admiraran.

—Trae —dije, un momento después, le indiqué que me devolviera el collar.

Lo hizo, y yo (muy despacio, para no sorprenderlo), se lo coloqué alrededor del cuello y lo abroché. El colgante le tocó el pecho. El volvió a acariciarlo.

—Toma —dije—. Me lo regaló alguien muy importante, para que recordara a la gente que me amaba. Te lo doy, para que recuerdes que te doy las gracias por devolverme a gente a la que amo. Gracias.

El hombre lobo volvió a ladear la cabeza.

—Sé que no tienes ni idea de lo que estoy diciendo —dije—. Gracias de todas formas.

El hombre lobo se echó mano al costado y desenvainó su cuchillo. Lo colocó de plano sobre su mano y me lo ofreció.

Lo acepté.

—Guau —dije, y lo admiré.

Tuve cuidado de no tocar la hoja: ya había visto lo afilada que estaba. Intenté devolvérselo pero él alzó la mano o la zarpa o lo que fuera, reflejando el gesto que yo había hecho. Me lo estaba regalando.

—Gracias —repetí.

Él trinó, y con eso regresó con sus amigos. El que sujetaba el rifle de Magdy lo dejó caer, y entonces, sin mirar atrás, se dirigieron a los árboles más cercanos, los escalaron a una velocidad increíble y desaparecieron casi al instante.

—Joder —dije, después de un momento—. No puedo creerme que funcionara.

—¿Que tú no te lo puedes creer? —dijo Gretchen. Salió de su escondite y se encaminó directamente hacia mí—. ¿Qué demonios te pasa? Venimos hasta aquí y vas y les cantas. Les cantas. Como si estuvieras en una actuación. No vamos a volver a hacer esto otra vez. Jamás.

—Gracias por seguir mi indicación. Y por confiar en mí. Te quiero.

—Yo también te quiero —dijo Gretchen—. Pero eso no quita que esto no se va a volver a repetir.

—Muy bien.

—Aunque casi mereció la pena por ver cómo ponías a Magdy como un pulpo.

—Dios, me sentí fatal.

—¿De verdad? ¿No fue un poco divertido?

—Oh, está bien —dije—. Tal vez un poquito.

—Estoy aquí —dijo Magdy, desde el suelo.

—Deberías darle las gracias a Zoë —dijo Gretchen, y entonces se agachó para besarlo—. Persona estúpida y exasperante. Estoy tan contenta de que sigas vivo. Si vuelves a hacer una cosa así, te mataré yo misma. Y sabes que puedo.

—Lo sé —dijo él, y me señaló—. Y si tú no puedes, lo hará ella. Lo he entendido.

—Bien —dijo Gretchen. Se levantó, y le tendió la mano a Magdy—. Ahora levántate. Nos queda un largo camino de vuelta a casa, y creo que hemos agotado nuestro cupo de suerte para todo el año.

* * *

—¿Qué vas a decirle a tus padres? —me preguntó Enzo, mientras regresábamos a casa.

—¿Esta noche? Nada. Los dos tienen bastante de lo que preocuparse esta noche. No les hace falta que yo llegue y les diga que he estado ahí fuera enfrentándome a cuatro hombres lobo que estaban a punto de matar a dos colonos más, y que los derroté usando únicamente el poder de una canción. Creo que puedo esperar un día o dos para contarles eso. Es una insinuación, por cierto.

—Insinuación comprendida —dijo Enzo—. Aunque vas a decirles algo.

—Sí —contesté—. Tenemos que hacerlo. Si esos hombres lobo siguen a las manadas de fantis, vamos a tener problemas como éste todos los años, y cada vez que vuelvan. Creo que tenemos que hacer saber a la gente que no son asesinos salvajes, pero que será mejor que los dejemos en paz.

—¿Cómo lo supiste? —me preguntó Enzo, un minuto después.

—¿Saber qué?

—Que esos hombres lobo no eran sólo salvajes asesinos. Sujetaste a Magdy y dejaste que ese bicho lo apuñalara. No creías que fuera a matarlo. Te oí. Después de que lo hiciera, dijiste «Lo sabía». ¿Cómo lo supiste?

—No lo sabía. Pero lo imaginaba. Él se había pasado Dios sabe cuánto tiempo impidiendo que sus amigos os mataran a los dos. No creo que lo hiciera sólo porque fuera un tipo simpático.

—Un hombre lobo simpático.

—Un lo que sea simpático —dije—. Lo cierto es que los hombres lobo han matado a varios de los nuestros. Tanto los colonos como los hombres lobo hemos demostrado que éramos perfectamente capaces de matarnos unos a otros. Creo que también necesitábamos demostrar que éramos capaces de no hacerlo. Se lo dimos a entender cuando les cantamos en lugar de dispararles. Creo que mi hombre lobo lo entendió. Así que cuando le ofrecí la oportunidad de desquitarse con Magdy, supuse que no le heriría de verdad. Porque creo que quería que supiéramos que era lo suficientemente listo para saber lo que sucedería si lo hacía.

—Con todo, corriste un gran riesgo —dijo Enzo.

—Sí, es verdad. Pero la única alternativa era matarlo a él y a sus amigos, o dejar que nos mataran a todos nosotros. O matarnos todos a todos. Supongo que esperaba poder hacer algo mejor. Además, no me pareció que estuviera corriendo un riesgo demasiado grande. Lo que él estaba haciendo cuando apartaba a los demás de vosotros me recordó a alguien.

—¿A quién?

—A ti.

—Sí, bueno —dijo Enzo—. Creo que oficialmente ésta es la última vez que sigo a Magdy para impedir que se meta en líos. Después de esto, tendrá que buscarse la vida él solo.

—No tengo nada que objetar a esa idea.

—Eso me parecía. Sé que a veces Magdy te pone de los nervios.

—Así es. ¿Pero qué puedo hacer? Es mi amigo.

—Te pertenece —dijo Enzo—. Y yo también.

Lo miré.

—También oíste esa parte.

—Créeme, Zoë, no dejé de escucharte desde que apareciste. Podré recitar todo lo que dijiste durante el resto de mi vida, cosa que ahora tengo gracias a ti.

—Y a Gretchen y a Hickory y Dickory.

—Y también a ellos les daré las gracias. Pero ahora mismo quiero concentrarme en ti. Gracias, Zoë Boutin-Perry. Gracias por salvarme la vida.

—No hay de qué —dije—. Y basta ya. Me estás haciendo sonrojar.

—No lo creo. Y ahora está demasiado oscuro para poder ver.

—Toca mis mejillas.

Él lo hizo.

—No pareces especialmente sonrojada.

—No lo estás haciendo bien.

—He perdido práctica.

—Bueno, arréglalo.

—Muy bien —dijo Enzo, y me besó.

—Se suponía que te hacía sonrojar, no llorar —dijo él cuando nos separamos.

—Lo siento —contesté, traté de componerme—. Es que lo echaba de menos. Esto. A nosotros.

—Es culpa mía —empezó a decir Enzo.

Le puse una mano en los labios.

—No me importa nada de eso. De verdad que no, Enzo. Nada de eso me importa. Sólo quiero no echarte de menos nunca más.

—Zoë —dijo Enzo. Me cogió las manos—. Me has salvado. Soy tuyo. Te pertenezco. Tú misma lo dijiste.

—Es cierto —admití.

—Entonces, tema zanjado.

—De acuerdo —dije, y sonreí.

Nos besamos un poco más, de noche, ante la puerta de la casa de Enzo.

18

La conversación que Hickory mantenía con papá sobre el Cónclave y la Unión Colonial era realmente interesante, hasta el momento en que Hickory dijo que Dickory y él planeaban matar a mis padres. Entonces, bueno, me perdí.

Para ser sincera, había sido un día realmente largo.

Me había despedido de Enzo, me arrastré hasta casa, y apenas pude pensar lo suficiente para ocultar el cuchillo de piedra en mi cómoda y evitar los ataques de
Babar
a mi cara antes de desplomarme en la cama y quedarme frita sin molestarme siquiera en desvestirme del todo. En algún momento, Jane regresó de la enfermería, me besó en la frente y me quitó las botas, pero apenas puedo recordar más que haberle murmurado cuánto me alegraba de que estuviera mejor. Al menos, eso es lo que decía dentro de mi cabeza; no sé si mi boca llegó a formar las palabras. Creo que sí. Estaba muy cansada.

Sin embargo, no mucho más tarde, papá entró y me despertó con suavidad.

—Vamos, cariño —dijo—. Necesito que hagas algo por mí.

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