La Frontera de Cristal (25 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Cuento

BOOK: La Frontera de Cristal
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Ahora regresaba de noche, era viernes y todas iban a los lugares de recreo, Margarita no podía faltar, era su única concesión a la indisciplina, bueno, al probable relajo, no parecer apretada y salir con las muchachas a las discos los viernes, total allí ella se confundía entre la multitud, a las mujeres les era permitida la fantasía en el atuendo, se veía cada facha, la Rosa Lupe con su manía de hacer mandas y vestirse de carmelita, la Marina que se moría por ver el mar, la muy pendeja, como si una vez zambutidas aquí a ninguna de ellas le tocaría la de buenas, qué esperanzas, la Candelaria que se sentía Frida Kahlo o algo así, vestida de la flor más bella del ejido, y la que ya no salía a bailar, la Dinorah, penando por su hijito que se le ahorcó por falta de famullo que lo cuidara, quién le manda, ser soltera y con escuincle, la muy babosa, y vivir en los andurriales de Buenavista, mejor cruzar el río todos los días, irse a una casa suburbana de El Paso, aunque fuera en barrio negro, pero asimilada, que la sintieran asimilada, no quería ser vista como mexicana, ni como chicana, ella era gringa, vivía en El Paso, le decían Margarita en Chihuahua, pero en Texas era Margie, desde la escuela en El Paso le decían, oye, tú eres blanca, no te dejes llamar Margarita, hazte llamar Margie y pasa por blanca, ni quién se entere: no hables español, no dejes que te traten de mexicana, pocha o chicana.

—¿Cómo te llevas con tu familia?

—Son increíbles. No puedo tener un date sin que mi mamá me atosigue preguntando, ¿es de buena familia, es de buena familia? Me dan ganas de salir con un negro para que les dé la alferecía.

—No seas bruta. Sal con puro güerito. No admitas que eres mexicana.

Se rebeló luchando por ser bastonera de su high school. Les dijo a sus padres que iba a ser parte de la banda musical de la escuela, que iban a tocar en el partido de futbol. Pero cuando la vieron aparecer en pleno otoño con las piernas desnudas y un calzoncito mínimo, enseñando los muslos, qué va, mostrando las nalgas, con las que me siento, decía la abuelita Camelia, ella nunca dijo nalgas, mostrando eso pues, y manejando un bastón como si fuera un falo simbólico, supieron que la habían perdido, se fue de casa, le advirtieron ningún chico decente se va a querer casar contigo, muestras en público las asentaderas, puta, pero ella no tenía tiempo ni cabeza para novios, ella iba nomás los viernes al Excalibur a bailar la quebradita con los hombres que todos eran iguales, todos bailaban con el sombrero blanco puesto, ésos eran los rancheros, ricos o pobres, quién iba a saber, si eran todos idénticos, y los melenudos, los que traían cintas amarradas a la cabeza y chalecos de fleco, pues ésos eran padrotes o pachucos, no los tomaban en serio: todo era sólo un respiro, un atarantamiento para olvidar al abuelo que no la hizo, tullido en su silla de ruedas, a la dulce abuelita Camelia que nunca decía nalgas, a sus padres que por ahí andaban, el padre dependiente de Woolworths, la madre en otra maquila, el hermano preparando burritos en un Taco Bell, y el tío poderoso, riquísimo, el self made man que no cree en la filantropía familiar, mantener a esa runfla de parientes vagos, que trabajen como yo, que hagan su fortuna, ¿qué están mancos o qué?, el dinero sólo sabe si uno lo gana, no si se lo regalan, o como dicen los gringos, los lonches no son gratuitos: ella, Margarita Margie, ella era ambiciosa, disciplinada, ¿y de qué le había servido?, parada allí en la frontera, esperando pasar entre este margallate de la manifestación que todo lo había interrumpido, ansiosa por largarse de México cada noche, aburrida de cruzar pa’Juárez todas las mañanas entre armazones de fierro, cementerios de rascacielos a medio construir por la mala suerte repetida de México: se acabó la lana, llegó la crisis, entambaron al empresario, al funcionario, al mero mero, y ni así se acaba la corrupción, jodido país, chingado país, desesperado país como una rata sobre una noria, haciéndose la ilusión de que camina pero nunca cambia de lugar pero ni modo, allí estaba su chamba y en su chamba ella era buena, ella se conocía de pe a pa el trabajo en serie del ensamblaje, del chassis a la soldadura a la prueba automática al gabinete y la pantalla al warm-up para ver si trabajaban todas las partes y si no hay mortalidad infantil, como dice en guasa el subgerente italiano, al alineamiento para aislar a la televisora del campo magnético del mundo para tener un aparato libre de interferencia, ¿qué tal?, ésa se la soltaba a los compañeros de baile y hasta perdían el paso porque sabía más que ellos y no la querían, la dejaban en paz y les hablaba del test del aparato ante espejos, el gabinete plástico, el empaque en styrofoam y el cajón final, el féretro del televisor listo para el K Mart, dos horas dura todo el proceso, once mil aparatos por día, ¿quihubo?, ah qué vieja más enterada, y si a ella le tocaba cerciorarse de que cada etapa estaba correcta adjudicándole estrellas verdes a los aparatos con problemas y estrellas azules cuando no había problema, ella se merecía una estrellota de oro en la frente, en la mera frente, como las niñas buenas en las escuelas de monjas, como las drum majorettes que maniobraban el bastón y marchaban mostrando los calzones y se disfrazaban de coroneles para encabezar los desfiles y que los chicos le silbaran, la llamaran Margie y dijeran no es pocha, no es chicana, no es mexicana, es como tú y yo…el náufrago, el vencido, el muerto de hambre y sed, el desarrapado, ¿de quién sino de él podía venir el sueño imposible de la riqueza del río, riqueza disponible como en el edén, manzanas de oro al alcance de la mano y del pecado: quién sino un náufrago delirante podía hacer creíble semejante ilusión sobre el río grande, río bravo?

Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, extremeño en fuga de la piedra insomne como la mayoría de los conquistadores (Cortés de Medellín, Pizarro y Orellana de Trujillo, Balboa de Jerez de los Caballeros, De Soto de Barcarrota, Valdivia de Villanueva de la Serena, hombres de frontera, hombres de allende el Duero) quiso como ellos transmutar la piedra de Extremadura en oro de América, embarcose en Sanlúcar en 1528 con una expedición de cuatrocientos hombres a la Florida, de los que quedaron cuarenta y nueve después de un naufragio en la bahía de Tampa, vadeando las tierras pantanosas de los seminolas, marchando penosamente por la costa del Golfo hasta el río Mississippi, la construcción de barcazas para lanzarse de nuevo al mar, tan apretados que no podían moverse, atacados ahora por una tormenta de la que sólo treinta salen vivos, el nuevo naufragio en Galveston, la marcha hacia el oeste, hasta el río grande, río bravo, defendiéndose de las flechas indias, comiéndose sus caballos y haciendo odres de sus cueros, hasta las tierras de los indios pueblos al norte del río, pero la distancia, la ignorancia de la tierra y de los hombres, no son nada frente al hambre, la sed, el desamparo, las noches sin abrigo, los días sin sombra, los cuerpos cada vez más desnudos, más morenos, hasta que los quince españoles que quedan, ya no se distinguen de los pueblos, los alabamas y los apaches; sólo el criado negro, Estebanico, es más oscuro que los demás, pero sus sueños son luminosos, dorados, él ve en la distancia las ciudades de oro, mientras Álvaro Núñez Cabeza de Vaca se mira en el espejo de su memoria y allí trata de verse reflejado como el hidalgo que fue, el caballero español que ya no es, el único espejo de su persona son los indios que encuentra, se ha vuelto idéntico a ellos, pero pierde la oportunidad de ser uno de ellos, es igual a ellos pero no comprende la ocasión que tiene de ser el único español que podía entender a los indios y traducir sus almas al castellano; Cabeza de Vaca no puede entender una historia de viento, una crónica migratoria sin fin que lleva al indio de la caza acalorada en la pradera, al tipí de las nieves; del cuerpo bronceado y desnudo del verano, al cuerpo envuelto en mantas y pieles del invierno, él no quiere reinar sobre este mundo, el nomadismo lo atrae pero lo niega porque aquí nadie se mueve para conquistar sino para sobrevivir, él no entiende a los indios, los indios no lo entienden a él ven en los españoles chamanes, curanderos, brujos, y Cabeza de Vaca asume el único papel que le otorgan, se vuelve brujo de ocasión, cura a base de succiones, soplidos, imposición de manos, padrenuestros y persignadas abundantes, pero en realidad lucha aterrado contra la pérdida, capa tras capa, de la piel y la ropa de su alma europea, a ella se aferra, no atiende la razón de su voz interna; Dios nos ha traído desnudos a conocer a hombres idénticos a nosotros en su desnudez… ¿cuál Dios.? Cabeza de Vaca lo ve rondando los pasillos y las recámaras de las casas grandes de los pueblos, ve a un dios que no reconoce huyendo de piso en piso por escaleras de mano que de noche retira para aislarse a su gusto de la luna, de la muerte, del extraño… ocho años de extravío, de nomadismo involuntario, hasta encontrar la brújula del río grande, río bravo, y retomar el camino de Chihuahua, a Sinaloa y el Pacífico y tierra adentro a la ciudad de México, donde son recibidos como héroes por el virrey Mendoza y el conquistador Cortés; quedan sólo cuatro sobrevivientes de los cuatrocientos que salieron de Sanlúcar a la Florida, Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo Maldonado y el criado negro Estebanico: los celebran, los interrogan; ¿dónde anduvieron, qué han visto, qué saben, qué prometen? Cabeza de Vaca, los dos españoles y el negro no cuentan lo que vivieron, sino lo que soñaron, han sido salvados para contar un espejismo, han recibido turquesas y suntuosas pieles arrancadas a los lomos de las extrañas vacas grises de las praderas, los búfalos han vislumbrado las siete ciudades de oro de Cíbola, han tenido noticias de las riquezas incontables de Quivira, propagan la ilusión de Eldorado, otro México, otro Perú, más allá del río grande, río bravo, un inmortal sueño de riqueza, poder, oro, felicidad, que nos compensa de todos nuestros sufrimientos, de la sed y el hambre y los naufragios y los ataques de indios, han sobrevivido para mentir, la muerte los hubiese fundido con la verdad de las tierras desiertas, mezquinas, hostiles, despobladas, la vida les ha dado la opulenta riqueza de la mentira, pueden engañar a todo el mundo porque han sobrevivido: río grande, río bravo, frontera de mirajes desde entonces.

SERAFÍN ROMERO El Galán le dijeron desde chiquito por su pelo negro lustroso como charol y sus pestañas largas, pero él se llamó a sí mismo El Mierdas porque así se sintió siempre, creciendo entre las montañas de basura de Chalco, dedicado desde niño a escarbar entre la masa desfigurada de carne podrida, frijoles vomitados, trapos, gatos muertos, jirones de existencia irreconocible, dando gracias cuando algo mantenía su forma —una botella, un condón—, y podía ser llevado a casa: una nube de olor acre lo acompañaba a Serafín desde niño, y cuando se salía de la nube del desperdicio, el olor era tan dulce, tan puro, que lo mareaba y hasta asquito le daba, su patria eran las calles de lodo, los charcos, los niños con las rodillas jodidas, incapaces de caminar derecho, los perros sueltos, procreándose, afirmando su vida, diciéndonos a ladridos que todo puede sobrevivir, a pesar de todo, a pesar de los traficantes que embaucan en la droga a los niños de ocho años, a pesar de los policías extorsionadores que primero matan de noche y luego se aparecen de día a contar los cadáveres y sumarlos a las listas de la gigantesca muerte urbana, vencida siempre por la fertilidad de las perras, las ratas, las madres; todo puede sobrevivir porque el gobierno y el partido organizan la corrupción, la dejan florecer tantito y luego la organizan como un alivio para que todos acepten la consigna: el PRI o la anarquía, ¿qué prefieren?, de modo que cuando a Serafín le salieron pelos en los sobacos, ya sabía todo sobre el mal de la ciudad, ya nadie le iba a enseñar nada, la cuestión era sobrevivir, pero ¿cómo se sobrevivía de verdad, sometiéndose a los caciques de la pepena, votando por el PRI, asistiendo a los mítines a güevo, viendo cómo se hacen ricos los reyes de la basura, qué chingadera, o diciendo no y uniéndose a una banda de rockeros que eran los que se atrevían a cantar la joda inmensa de vivir en el De Efe en una red subterránea de chavos rebeldes, o diciendo todavía más fuerte, negándose a votar por el PRI y exponiéndose como él y su familia a refugiarse en una escuela a medio construir, casi mil de ellos abrazados allí los unos a los otros, sus casuchas derruidas por la policía, sus pobres posesiones robadas por la policía, todo por decir vamos a votar como se nos pegue la gana?

A los veinte años, Serafín Romero agarró para el norte, le dijo a su gente sálganse de aquí, este país no tiene remedio, el PRI es razón de sobra para largarse de México, yo les juro que veré la manera de ayudarlos en el norte, tengo unos parientes en Juárez, tendrán noticias mías, chavos…

Esta noche de los brazos abiertos en cruz y los puños cerrados, Serafín, a los veintiséis años, no espera nada de nadie, él lleva dos años organizando la banda que casi todas las noches cruza la frontera con treinta mexicanos armados y amontona cajones de madera, fierros viejos, tejas y chassis abandonados en los rieles de la Southern Pacific de Nuevo México, cambia las agujas de las vías, detienen al tren, se roban todo lo que pueden para venderlo en México y llenan los vagones de indocumentados mexicanos. Cuántas noches como ésta recuerda Serafín Romero, alejándose en su troca del tren detenido en el desierto, la troca llena de objetos robados, el tren lleno de paisanos necesitados de trabajo, los objetos robados nuevecitos, empaquetados, relucientes, lavadoras, tostadoras, aspiradoras, todo nuevecito, todo antes de convertirse en basura yendo a dar a una montaña de desperdicios en Chalco… Ahora sí que era El Galán, ahora sí que había dejado de ser El Mierdas, y Serafín Romero pensó, alejándose del tren detenido, que lo único que le faltaba para ser un héroe, era un caballo relinchón… Ah, y el aire nocturno del desierto era tan seco, tan limpio.

Nadie vive con mayor opulencia en la opulenta ciudad de México que Juan de Oñate, hijo del conquistador Cristóbal de ese apellido descubridor de las minas de Zacatecas, enjambres infinitos de plata, llegado a la Villa Rica de la Veracruz sin un doblón, y ahora capaz de heredarle a su hijo una de las mayores fortunas de Indias, una inagotable veta argentina que permite a Juan de Oñate ser nombrado regulador de precios de la capital de Nueva España, rodar por ella con los mejores carruajes, las mejores mujeres, los mejores pajes, ser atendido en su palacio por pelotones de mayordomos y sacerdotes rezando el día entero para que Oñate acabe en el cielo; ¿por qué deja este hombre todos sus lujos, se despereza y se va a las tierras incógnitas del río grande, río bravo? ¿tan harto estaba de plata vieja que deseaba oro nuevo? ¿no deberle nada al padre? ¿empezar, como éste, pobre y desafiante? ¿o demostrar que no hay riqueza mayor que la que nunca se puede alcanzar? miren a este Juan de Oñate plantar la bota negra sobre la ribera parda del río grande, río bravo: es gordo, calvo, mostachudo, una tortuga con caparazón de fierro y coqueterías de holanda en el cuello y los puños, panza robusta y patas enclenques, y entre las dos el indispensable bolsillo del escroto para mear a gusto en medio de las conquistas y las batallas que proclama su indispensable yelmo de plata sobremontado por un airón: viene al río grande con ciento treinta soldados y quinientos pobladores, mujeres, niños, sirvientes; funda El Paso del Norte y declara el dominio español sobre todas las cosas, desde las hojas de los árboles hasta las piedras y arenas del río: nada lo detiene, la fundación de El Paso es sólo el trampolín de su gran sueño imperial, gordo, panzón, calvo, mostachudo, fortalecido por el acero y suavizado por los encajes, Juan de Oñate es un contratista privado, un hombre de empresa que ha creído las mentiras de Cabeza de Vaca y no ha hecho caso de las expediciones de fray Marcos de Niza y de la muerte del fatal empecinado negro Estebanico, desaparecido en la búsqueda de su propia mentira, las ciudades de oro: Oñate no viene a encontrar el oro, sino a inventarlo, a crear la riqueza, a descubrir lo que falta por descubrir del nuevo mundo, las minas que faltan, los imperios que faltan, el pasaje a Asia, los puertos en ambos océanos: para realizar su sueño emprende una campaña de la muerte, llega a Ácama el centro del mundo indígena (centro de la creación, ombligo del universo) y allí destruye la ciudad, mata a medio millar de hombres, a trescientos niños y mujeres, y a los demás los convierte en cautivos: los muchachos de doce a veinte años de edad serán sirvientes, a los hombres de veinticinco años, les será cortado un pie en público: se trata de fundar, en verdad, un nuevo mundo, de crear, en verdad, un orden nuevo, donde Juan de Oñate reine a su gusto, caprichosamente, sin deberle nada a nadie, decidido a perderlo todo con tal de ser infinitamente libre para imponer su voluntad, ser su propio rey y acaso su propio creador. Aquí no había nada antes de que llegara Oñate, aquí no había historia, no había cultura: él las fundó. pero aquí había distancia, enorme distancia, y la distancia, al cabo, lo derrotó.

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