Penn luego se dispuso a fundar la nueva colonia de un modo muy poco común. Publicó un prospecto sobre la nueva colonia, en el que no hacía ningún intento de engañar a nadie. Describía la región y sus perspectivas con apacible exactitud. Él mismo fue a la colonia, en 1682, y, como Roger Williams antes que él, compró tierras a los indios y los trató con escrupulosa equidad. Y, como Roger Williams, nunca tuvo problemas con los indios, quienes respondieron al trato justo con un trato justo.
En verdad hizo un tratado con los indios al cual, por ser un cuáquero, no dio carácter solemne mediante juramentos, sino sencillamente con su palabra. Más tarde, el escritor francés Voltaire señaló que, de todos los tratados concertados entre los ingleses y los indios, el de Penn fue el único que no se juró con solemnidad religiosa, y también el único que no fue roto rápidamente por los ingleses.
A la concesión que Penn había recibido de Carlos II se añadieron los tramos inferiores del río Delaware, que antaño habían sido Nueva Suecia y por breve tiempo habían formado parte de Nueva Holanda. Esta Penn la compró a Jacobo de York (quien la poseía desde la caída de Nueva Holanda), el 24 de agosto de 1682.
Sobre el Delaware inferior, cerca de donde había estado la capital de Nueva Suecia, Penn ordenó la fundación de una nueva ciudad, en 1681, aun antes de que él mismo llegase allí. La hizo construir de clara forma rectangular, con calles todas rectas y cruzándose en ángulo recto. Llamó a la ciudad Filadelfia, tanto porque este nombre significa «amor fraterno» en griego como porque, en el «Libro del Apocalipsis» (3:8), la iglesia de Filadelfia (una ciudad de Asia Menor) es elogiada: «teniendo poco poder, guardaste, sin embargo, mi palabra y no negaste mi nombre». Penn fue también el primero que dio al río del límite oriental de la colonia el nombre de Delaware.
Penn no trató de establecer un gobierno autoritario como hicieron otros propietarios, sino que, desde el comienzo, permitió que una asamblea electiva participase en la elaboración de leyes. También estableció una legislación penal humanitaria y adoptó una política de tolerancia religiosa.
Como resultado de todo esto, afluyeron a la nueva colonia inmigrantes de todas partes. En particular, los alemanes que eran miembros de sectas con tendencias cuáqueras acudieron en gran número y fundaron la colonia de Germantown al norte de Filadelfia. Esta fue la primera entrada en las colonias de cantidades importantes de personas que no eran de habla inglesa. (No podemos contar a los neerlandeses y suecos que estaban en diversas partes del país antes de que llegasen los ingleses).
Filadelfia floreció, su población aumentó y su vida intelectual se expandió. La primera imprenta de las colonias inglesas, fuera de Nueva Inglaterra, se estableció en Filadelfia alrededor de 1690.
Problemas en Nueva Inglaterra
La caída del gobierno puritano en Inglaterra y la restauración de una monarquía anglicana fue el anuncio de problemas para la puritana Nueva Inglaterra.
Carlos II no era un hombre de temperamento fanático que hubiese juzgado encomiable tratar de suprimir la religión de Nueva Inglaterra, aun en el caso de que hubiese sido bastante loco como para pensar que ello era posible. Sin embargo, consideró aconsejable hacer lo posible para impedir que los puritanos se hiciesen demasiado fuertes. Entre otras medidas, podía dividir la región en colonias separadas. La mutua hostilidad podía mantenerlas débiles a todas, con ventaja para los realistas.
Por esa razón, Carlos otorgó a Connecticut una carta separada, el 23 de abril de 1662, y a Rhode Island otra, el 8 de julio de 1663. Luego, cuando Nueva Holanda se convirtió en Nueva York, la colonia de New Haven, que hasta entonces se había autogobernado, empezó a temer su absorción por una Nueva York que aún tenía un carácter fuertemente neerlandés. Por ello, el 5 de enero de 1665, New Haven consintió en unirse a Connecticut.
De este modo, Connecticut y Rhode Island recibieron los límites que luego mantendrían durante toda su historia.
Si Massachussets consideró la pérdida de la parte más meridional de Nueva Inglaterra (sobre la que hasta entonces había mantenido cierta débil pretensión) como un desastre, los indios le reservaban uno mucho peor.
Naturalmente, a medida que el número de colonos aumentaba, se expandían cada vez más, ocupando más y más tierras. Si tenían algún trato con los indios en este proceso, ése consistía en la compra de la tierra por sumas triviales. Los indios suponían que vendían derechos al uso de la tierra, como una especie de alquiler que no disminuía en nada sus derechos de propiedad. Se horrorizaron y se sintieron profundamente resentidos cuando fueron expulsados de las tierras como intrusos, después de la venta.
Algunos colonos también trataron de convertir a los indios. El principal de ellos fue John Eliot, quien llegó a Massachussets en 1631 y fue misionero muchos años; a este respecto, inició su acción entre los indios que vivían en lo que es ahora la ciudad de Newton. Hasta publicó una Biblia traducida a una lengua indígena, en 1633, la primera Biblia impresa en América del Norte.
Eliot y otros misioneros tuvieron considerable éxito. Fueron convertidos 4.000 indios del sur de Nueva Inglaterra. Pero esto hizo que la mayoría de los indios, aún no convertidos, se inquietasen aun más por la intrusión de costumbres extrañas para ellos. Esto era particularmente así porque los puritanos (con la habitual insensibilidad de quienes están demasiado seguros de su propia rectitud) aplicaban sus leyes religiosas hasta a los indios no convertidos, a quienes multaban por la inobservancia de los domingos, cosa que ellos no comprendían.
Mientras Massasoit vivió, hubo paz. Acogió a los peregrinos en Plymouth, cuando éstos llegaron, y vivió cuarenta años más. Llevó orgullosamente a Plymouth a sus dos hijos para que recibieran nombres ingleses. Los hombres de Plymouth, pensando en los grandes guerreros de la antigua Macedonia —y en parte por burla—, llamaron Alejandro al hijo mayor y Filipo al hijo menor.
Cuando Massasoit murió, en 1661, Alejandro le sucedió y pronto fue obligado a acudir a Plymouth para jurar lealtad, en condiciones que eran humillantes para él. No gobernó por mucho tiempo, y fue sucedido por su hermano Filipo (el rey Filipo, para los burlones colonos). Filipo, dolido por los insultos que él y sus indios tenían que soportar, planeó vengarse. Sabía que debía hacerlo pronto, pues ya había 40.000 colonos blancos en Nueva Inglaterra y sólo 20.000 indios, y cada año aumentaba el número de los colonos.
Filipo formó gradualmente una liga de tribus indias de toda Nueva Inglaterra y, el 24 de junio de 1675, lanzó un ataque contra Swansea, Rhode Island, que señaló el comienzo de la más sangrienta y feroz guerra india de la historia colonial.
Empezó, como siempre empezaban las guerras indias, con ataques sorpresivos de los indios en los cuales los colonos sufrían sangrientas pérdidas. Pero, como siempre, los indios tenían debilidades fatales, y éstas aparecieron en la Guerra del rey Filipo, como se la llamó más claramente que nunca.
En primer lugar, los indios no combatían durante el invierno y no apostaban centinelas nocturnos. Entre ellos, ésta era una regla general y no obstaculizaba la lucha. Cuando los colonos comenzaron a efectuar ataques por sorpresa en los amaneceres del invierno, la derrota india era segura.
Además, los indios nunca aprendieron a construir puestos bien fortificados, ni a establecer líneas de suministros ni almacenes de alimentos. Nunca podían montar sitios por largo tiempo ni resistir asedios, pues siempre tenían necesidad de cazar para mantenerse de un día para otro.
Aunque aprendieron a usar armas de fuego (y los indios de Nueva Inglaterra las usaron, efectivamente, por vez primera en la Guerra del rey Filipo), nunca crearon una base industrial, de modo que no las podían fabricar, sino que dependieron siempre de sus enemigos para obtener armas y municiones.
Por otro lado, los indios jamás se concertaban para presentar a los colonos blancos un frente unido, excepto temporalmente, y aun así, sólo en parte. Siempre había individuos y tribus que luchaban del lado de los blancos, pero prácticamente nunca hubo blancos que luchasen de parte de los indios.
En el caso de la Guerra del rey Filipo, los colonos podían contar con los indios convertidos al cristianismo, los llamados «indios orantes», para que les sirviesen como espías y como guías.
Los primeros ataques de los indios, en la Guerra del rey Filipo, causaron grandes daños entre los colonos, y, a fines de 1675, la mayor parte de las colonias más occidentales habían sido destruidas. Nueva Inglaterra tampoco pudo obtener ayuda externa. Inglaterra estaba demasiado lejos y era indiferente. La única colonia cercana, Nueva York (que acababa de ser devuelta a los ingleses por los neerlandeses, después de adueñarse temporalmente de ella), tampoco estaba en condiciones de hacer mucho. En verdad, su gobernador, Edmund Andros parecía más interesado en usar los problemas de Nueva Inglaterra como una oportunidad para arrancar una parte de Connecticut e incorporarla a su colonia (en lo cual fracasó).
Los habitantes de Nueva Inglaterra tuvieron que combatir sin ayuda. La Confederación de Nueva Inglaterra mostró ahora su utilidad, cuando los colonos se unieron en una alianza. En diciembre de 1675, lograron organizar una contraofensiva y atacar un baluarte indio en un pantano de Rhode Island.
Mil colonos, conducidos por un indio orante, penetraron en las ciénagas hasta la base, y allí, después de una salvaje lucha, el 19 de diciembre (Batalla del Gran Pantano), los indios fueron totalmente derrotados. Dos tercios de ellos fueron muertos. También recibieron la muerte ochenta colonos, y los supervivientes sufrieron graves pérdidas durante el invierno siguiente.
La victoria de Rhode Island señaló un cambio, y en lo sucesivo los colonos predominaron y marcharon inexorablemente hacia la victoria final. El viejo Roger Williams, aún vivo, intentó llegar a una paz que fuese justa para ambas partes, pero las pasiones habían llegado demasiado lejos. Era una guerra a muerte.
Finalmente, en agosto de 1676 los indios fueron rechazados hasta su último baluarte. El rey Filipo fue rodeado y muerto el 12 de agosto, por otro indio. La guerra terminó y el poder indio en Nueva Inglaterra se derrumbó para siempre.
Pero había costado mucho a Nueva Inglaterra. Entre los colonos capaces de portar armas habían sido muertos uno de cada dieciséis. De las noventa colonias de Nueva Inglaterra, doce habían sido destruidas totalmente y otras cuarenta habían sufrido daños en grados diversos. Pasó casi medio siglo antes de que los colonos se expandieran hasta donde habían llegado antes de la guerra.
Y después de ella los esfuerzos dirigidos a convertir a los indios cesaron. Fueron considerados como inveterados enemigos cuyo único destino posible era su alejamiento y eventual exterminio. (La cabeza del rey Filipo fue expuesta en una estaca en Plymouth durante veinte años, como recordatorio para los indios del precio de oponerse al hombre blanco).
Lejos de tratar de ayudar a la vapuleada Nueva Inglaterra, los ingleses de la metrópoli consideraron la situación debilitada de la región como una buena oportunidad para fragmentarla aun más. El 24 de julio de 1679, New Hampshire recibió una carta por la que se la reconocía como una colonia separada. Massachussets, que acababa de lograr la compra de los derechos sobre Maine a los herederos de Gorges, pudo conservar esta parte de Nueva Inglaterra.
Como cada parte recientemente separada de Nueva Inglaterra estaba ansiosa de autogobernarse, y como la amenaza india prácticamente había desaparecido con la muerte del rey Filipo, la Confederación de Nueva Inglaterra, que tan útil había sido para la región en la Guerra del rey Filipo, fue perdiendo vigencia. El 5 de septiembre de 1684, la Confederación realizó su última reunión en Hartford.
Ni siquiera esto fue suficiente para Inglaterra. Mientras Massachussets continuase bajo la carta que había recibido en 1630, que le otorgaba prácticamente un completo autogobierno, sería una peste puritana para la madre patria. Entre otras cosas, Massachussets ignoraba el Acta de Navegación y llevaba a cabo un intenso contrabando; y puesto que el gobierno colonial se negaba a tomar medida alguna, no había nada que hacer.
Por ello el 23 de octubre de 1684, Inglaterra simplemente anuló la carta de Massachussets. La colonia fue convertida en dominio real, en el que todos los funcionarios eran responsables ante el rey. El 6 de febrero de 1685, Carlos II murió y su hermano Jacobo de York subió al trono como Jacobo II (que inmediatamente convirtió también a Nueva York en colonia real).
Jacobo II era católico, el primer monarca católico que gobernó en Londres desde la época de María I, un siglo y cuarto antes. Peor aun, era una persona estrecha y sin tacto, a quien no se podía hacer entender que, al aferrarse demasiado ciegamente a sus ideas, en realidad las debilitaba.
Naturalmente, la actitud de Jacobo hacia la puritana Massachussets fue aun más dura que la de su hermano. Ahora que él mismo gobernaba la región por el nuevo sistema, no había ninguna razón para fragmentarla en colonias separadas. Podía lograrse mayor fortaleza contra los indios y mayor facilidad de administración si se formaba una sola colonia en vez de muchas. Así, Jacobo creó el Dominio de Nueva Inglaterra, que incluía seis colonias: New Hamshire, Massachussets, Connecticut, Rhode Island, Nueva York y Nueva Jersey.
Para que gobernase el dominio en su nombre, Jacobo II eligió a Andros, quien había gobernado a Nueva York durante la Guerra del rey Filipo y no había hecho ningún esfuerzo para ayudar a Nueva Inglaterra. Si las diversas colonias se resintieron por la pérdida de su autonomía, aun más se resintieron por la elección de este gobernador.
La idea de una gran colonia unificada era buena en muchos aspectos, y algunas de las acciones de Andros fueron beneficiosas, según patrones modernos. Por ejemplo, trató de poner fin a la rígida intolerancia religiosa de Massachussets, permitió otras formas de culto protestante y estableció una Iglesia Anglicana en Boston, el 15 de marzo de 1687.
Pero Andros, como su real amo, carecía totalmente de tacto. Todo lo que hizo encontró una hosca y tenaz resistencia. Andros se dispuso a obligar a las colonias a aceptar su gobierno de una manera formal y a imponerles el abandono de sus anteriores cartas. El 12 de enero de 1687 puso en vereda a Rhode Island.