La espada y el corcel (20 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: La espada y el corcel
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–Una ilusión de apariencia tan sencilla, y sin embargo cuánto poder ha hecho falta para concebirla... –murmuró–. Ahora ya sé por qué temías a los malibann, Goffanon.

Goffanon se limitó a lanzar un gruñido.

–No consigo dejar de pensar que sería mucho mejor para los mabden que muriesen ahora –dijo el enano sidhi pasado un rato–. Vuestros descendientes sufrirán mucho como consecuencia de los aliados que habéis utilizado hoy.

–Espero que no sea así, Goffanon –dijo el Archidruida, pero frunció el ceño mientras reflexionaba en las palabras del enano.

Y entonces Corum vio una sombra detrás de los robles llameantes. Clavó la mirada en ella, y poco a poco empezó a comprender qué era lo que estaba viendo.

Los Fhoi Myore se habían detenido delante de ellos. Sus graznidos y sonidos retumbantes se habían vuelto todavía más nerviosos y preocupados. Alzaron sus cabezas enfermas llamándose los unos a los otros, y había algo patético e infantil en sus voces.

Corum empezó a distinguir mejor aquellas sombras inmensas, y su sorpresa fue tan grande que todo pareció vacilar a su alrededor.

–Es Craig Dôn –dijo–. Los malibann lo habían ocultado mediante sus ilusiones... ¡Los Fhoi Myore acaban de entrar en los círculos de piedra!

–¡Mi gato! –gritó Jhary-a-Conel–. ¿Sigue acogiendo la esencia de Sactric?

Y el pequeño Compañero de los Héroes espoleó a su caballo y se lanzó hacia delante, cabalgando temerariamente en dirección al lugar en el que se habían congregado los Fhoi Myore. Corum comprendió que el dolor de su herida había afectado a la mente de su amigo.

–¡Jhary, Sactric se protegerá a sí mismo! –gritó.

Pero Jhary no le oyó. Ya había alcanzado al grupo de guerreros de los pinos más cercano y lo había dejado atrás sin que éstos intentaran detenerle. Corum se dispuso a seguirle, pero el
Corcel Amarillo
se negó a moverse. Corum hundió sus talones en los flancos de su montura, pero nada de cuanto podía hacer consiguió que el
Corcel Amarillo
diera ni un solo paso hacia delante.

Y a Corum le pareció que los círculos de piedra habían empezado a girar a su alrededor, y mientras giraban los robles llameantes empezaron a desaparecer y el frío cielo volvió a ser visible, y la llanura blanca, y la neblina, y se encontró medio cegado. Seguían estando dentro del círculo exterior de monolitos, pero los Fhoi Myore se hallaban justo en el centro, y algo parecía estar tratando de atraer a Corum hasta ese anillo interior y un viento poderosísimo tiraba de él, pero el
Corcel Amarillo
se mantuvo firme y Corum se aferró a la silla de montar, y vio que muchos mabden se habían arrojado al suelo y estaban pegados a la tierra congelada y cubierta de escarcha.

Y Corum oyó unos gruñidos espantosos y vio que los Fhoi Myore estaban intentando escapar del círculo interior, pero el viento les obligaba a retroceder.

–¡Jhary! –gritó Corum, pero el viento se llevó su voz–. ¡Jhary!

Las piedras giraban cada vez más deprisa y Corum era el único que permanecía sobre su silla de montar. Incluso Ilbrec se había arrodillado al lado de
Crines Espléndidas
, cerca de donde se encontraba Goffanon contemplando con expresión sombría la escena que se estaba desarrollando en el centro de Craig Dôn.

Corum vio una mancha carmesí que salía del círculo y un instante después se dio cuenta de que era Gaynor el Maldito, que estaba luchando salvajemente contra el viento y avanzaba muy despacio y al precio de inmensos esfuerzos hacia el grupo de mabden. De vez en cuando caía al suelo, pero siempre lograba levantarse, y su armadura centelleaba con un millar de colores distintos.

«Así que intentas escapar a tu destino, Gaynor –pensó Corum–. Bien, pues no lo permitiré... Debes ir al limbo.»

Y desenvainó a
Traidora
, su espada color de luna, y la espada palpitó como una criatura viva en su mano, y Corum se dispuso a interponerse en el camino de Gaynor.

Pero el viento seguía tirando de él y, a diferencia del príncipe Gaynor, Corum no contaba con el poderoso impulso del pánico, por lo que cuando bajó de la grupa del
Corcel Amarillo
para ir a enfrentarse con Gaynor estuvo a punto de ser derribado, pero a pesar de ello Corum consiguió lanzarse sobre su viejo enemigo e iniciar un torpe cuerpo a cuerpo con él.

Gaynor alzó un puño recubierto de metal y golpeó el rostro de Corum al mismo tiempo que arrancaba a
Traidora
de la mano de Corum. Después levantó la espada para acabar con el príncipe vadhagh, y su armadura brilló con un resplandor negro azulado mientras las piedras de Craig Dôn giraban cada vez más deprisa a su alrededor.

Y entonces Corum vio aparecer a Goffanon por detrás de Gaynor y Goffanon le agarró por la cintura, pero Gaynor giró sobre sí mismo y consiguió liberarse de la presa del enano sidhi y lanzó contra él aquel golpe que había destinado a Corum.

Traidora
se hundió en la carne de Goffanon por segunda vez, y por segunda vez permaneció clavada en la herida mientras Gaynor, que seguía estando desesperado, echaba a correr atravesando por fin el último círculo.

Corum se arrastró hasta donde había caído Goffanon. La herida tenía muy mal aspecto. La sangre del herrero sidhi brotaba del gran tajo abierto por
Traidora
y era absorbida por el duro suelo. Corum arrancó la hoja color de luna del flanco de Goffanon y colocó la gran cabeza sobre su regazo. La sangre ya estaba retirándose del rostro de Goffanon. El sidhi se estaba muriendo. No viviría más que unos momentos.

–La espada recibió un nombre muy adecuado, vadhagh –dijo Goffanon–. Y tiene un filo espléndido...

–Oh, Goffanon... –empezó a decir Corum, pero el enano meneó la cabeza.

–Me alegra morir. Mi tiempo en este plano ya había terminado... No tienen ningún lugar para los que son como nosotros, vadhagh. No aquí, no ahora... Aún no lo saben, pero la enfermedad de los malibann permanecerá en este plano y perdurará mucho tiempo después de que los malibann se hayan ido a otro sitio. Deberías irte, si puedes hacerlo...

–No puedo –dijo Corum–. La mujer que amo está aquí.

–En cuanto a eso...

Goffanon empezó a toser. Sus pupilas se vidriaron y Goffanon cerró los ojos, y su respiración se detuvo.

Corum se levantó lentamente sin enterarse del potente vendaval que rugía a su alrededor. Vio que los Fhoi Myore seguían debatiéndose, pero ya había muy pocos vasallos suyos visibles.

Amergin se abrió paso tambaleándose a través del vendaval y agarró a Corum del brazo.

–He visto morir a Goffanon. Si pudiéramos llevarle a Caer Llud cuando todo esto haya terminado, el Caldero quizá conseguiría devolverle la vida...

Corum meneó la cabeza.

–Deseaba morir –dijo.

Amergin aceptó sus palabras, y volvió a concentrar su atención en el círculo interior.

–Los Fhoi Myore se resisten al vórtice, pero ya se ha llevado a casi todos sus seguidores de regreso al limbo –dijo.

Y Corum se acordó de Jhary, y empezó a buscarle entre las siluetas borrosas y creyó verle agitando frenéticamente los brazos, el rostro pálido y asustado, cerca del altar, y un instante después ya había desaparecido.

Y después los Fhoi Myore se fueron desvaneciendo uno por uno, y el viento dejó de aullar entre los monolitos, y los círculos de piedra dejaron de girar locamente y los mabden empezaron a ponerse en pie y a lanzar vítores, y todos corrieron hacia el altar sobre el que seguía habiendo un gatito alado blanco y negro y una arqueta de oro y bronce.

Sólo Ilbrec y Corum se quedaron donde estaban, inmóviles junto al cadáver del enano sidhi.

–Hizo una profecía, Ilbrec –dijo Corum–. Nos aconsejó que nos marcháramos de este plano si podíamos..., que fuéramos a cualquier otro sitio. Goffanon pensaba que nuestros destinos ya no estaban unidos a los de los mabden.

–Podría ser verdad –dijo Ilbrec–. Ahora que todo ha terminado, creo que volveré a la paz del mar, al reino de mi padre... No puedo celebrar ninguna victoria si mi viejo amigo Goffanon no está aquí para beber a mi lado y cantar las antiguas canciones de los sidhi conmigo. Adiós, Corum. –Ilbrec puso una mano gigantesca sobre el hombro de Corum–. ¿O prefieres venir conmigo?

–Amo a Medhbh –dijo Corum–. Ésa es la razón por la que he de permanecer aquí.

Ilbrec subió lentamente a la grupa de
Crines Espléndidas
y se alejó al galope sin más ceremonias, cabalgando sobre la llanura cubierta de nieve con rumbo al oeste para volver al lugar del que había venido.

Sólo Corum le vio partir.

Quinto capítulo

El regreso al Castillo Owyn

Volvieron a Caer Llud para descubrir que el invierno se había esfumado y había sido sustituido por una nueva primavera, y aunque había muchas ruinas que reconstruir y muchos cadáveres que quemar con la debida ceremonia sobre piras en los altares de piedra que se alzaban en los alrededores de la ciudad, y aunque aún quedaban aquí y allá muchos signos del tiempo durante el que la capital de los mabden había sido ocupada por los Fhoi Myore, siguieron sintiéndose felices y llenos de alegría.

Amergin fue a la gran torre donde había estado prisionero bajo los efectos de un encantamiento y de la que le había rescatado Corum, y encontró el Caldero y encontró también su Collar de Poder, y se los mostró a todos los mabden que habían regresado a Caer Llud con él, ofreciéndoselos como prueba de que los Fhoi Myore se habían ido para siempre de sus tierras y de que la Vieja Noche había sido expulsada de manera definitiva.

Y los mabden honraron a Corum como a un gran héroe, pues había salvado a su raza. Compusieron canciones sobre sus tres empresas, sus hazañas y su valor; pero Corum descubrió que era incapaz de sonreír, y que no podía sentir júbilo sino sólo tristeza, pues lloraba a Jhary-a-Conel, que había sido desterrado al Limbo junto con los Fhoi Myore, y lloraba al enano sidhi Goffanon, muerto por la espada llamada
Traidora
.

Poco después de que llegaran a Caer Llud, Amergin se llevó consigo la arqueta de bronce y oro y al gatito blanco y negro a lo alto de su torre, y durante la noche hubo una tormenta seca con gran abundancia de truenos y relámpagos pero sin una sola gota de lluvia, y a la mañana siguiente Amergin salió de la torre sin la arqueta de bronce y oro pero con el cuerpo tembloroso del gatito en sus manos, y le dijo a Corum que su parte del trato con los malibann había sido cumplida. Corum cogió al gatito, que ya no tenía los ojos de Sactric, y en lo sucesivo lo tuvo siempre a su lado.

Cuando las primeras celebraciones hubieron terminado, Corum fue a ver a Amergin y se despidió del Gran Rey, diciéndole que había pensado volver a Caer Mahlod con las gentes del pueblo de los Tuha-na-Cremm Croich que aún vivían, y que la mujer a la cual amaba, la reina Medhbh, también lo deseaba así. Amergin agradeció una vez más a Corum todo lo que había hecho y le dijo que no tardaría en visitar Caer Mahlod, pues había muchas cosas sobre las que aún podían hablar con gran provecho, y Corum respondió diciendo que esperaría con placer la visita de Amergin.

Y después partieron.

Cabalgaron hacia el oeste y vieron que el oeste volvía a ser verde, aunque los animales iban volviendo muy lentamente y las granjas estaban abandonadas y en las aldeas sólo había cadáveres, y por fin llegaron a Caer Mahlod, la ciudad-fortaleza que se alzaba sobre la colina cónica cerca del bosquecillo de robles y no muy lejos del mar, y estuvieron allí durante varios días antes de que Medhbh despertara una mañana y se inclinara sobre Corum y le acariciase la cabeza.

–Has cambiado mucho, amor mío –le dijo–. Estás tan triste y sombrío...

–Perdóname –dijo Corum–. Te amo, Medhbh.

–Te perdono, Corum –dijo ella–, y te amo. –Pero había una sombra de vacilación en su voz y sus ojos se apartaron de él para contemplar la lejanía–. Te amo –repitió, y le besó.

Dos noches después Corum estaba acostado y despertó de una pesadilla durante la cual había visto su propio rostro convulso y contorsionado en una mueca maliciosa, y oyó la música de un arpa que sonaba en algún lugar más allá de las murallas de Caer Mahlod y se volvió para despertar a Medhbh y hablarle de ello, pero Medhbh no estaba en la cama y cuando la buscó Corum no consiguió encontrarla. Por la mañana le preguntó dónde había estado, pero Medhbh le dijo que debía de haber despertado de un sueño para entrar en otro, pues había estado a su lado durante toda la noche.

Y a la noche siguiente Corum despertó y vio que Medhbh dormía apaciblemente a su lado, pero sin saber muy bien por qué sintió el deseo de levantarse, y se colocó la armadura y colgó de su cinto a su espada, llamada
Traidora
. Salió del castillo guiando al
Corcel Amarillo
por las riendas y después montó en él e hizo que volviera la cabeza hacia el mar, y cabalgó hasta que llegó al acantilado que se había desmoronado, dejando un picacho aislado en el mar sobre el que se alzaban las ruinas de un lugar al que los mabden llamaban Castillo Owyn y que Corum llamaba Castillo Erorn, donde había nacido y donde había sido feliz hasta que llegaron los mabden de los viejos tiempos.

Y Corum inclinó la cabeza, hasta que sus labios rozaron la oreja del
Corcel Amarillo
.

–Tienes una gran fuerza, caballo de Laegaire, y una gran inteligencia –le dijo Corum a aquella montura tan noble como fea–. ¿Serías capaz de saltar este abismo y llevarme hasta el Castillo Erorn?

Y el
Corcel Amarillo
volvió sus cálidos ojos del color de las caléndulas hacia Corum, y le miró, y en ellos no había diversión sino preocupación, y el
Corcel Amarillo
piafó y arañó el suelo con las patas delanteras.

–Hazlo,
Corcel Amarillo
–dijo Corum–, y te liberaré para que regreses al lugar del que viniste.

El
Corcel Amarillo
vaciló, pero pareció acabar aceptando su oferta. Volvió grupas y trotó un trecho hacia Caer Mahlod, y después volvió grupas de nuevo, y empezó a galopar cada vez más y más deprisa hasta que el golfo que se interponía entre el continente y el promontorio sobre el que se alzaba el Castillo Owyn estuvo muy cerca, y la espuma blanca brillaba bajo los rayos de la luna y el mar retumbaba como la voz de un Fhoi Myore expulsado al limbo, y el
Corcel Amarillo
se tensó y saltó, y sus cascos se posaron sobre la roca al otro lado del abismo. Corum por fin había conseguido ver satisfecha su ambición, y desmontó.

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