La resignación inicial se torna en ira contra el familiar peludo que se ha cargado mil euros de un manotazo —y que se va a quedar sin Crispís durante un mes—. En esta expresión se están resintiendo el gato, su familia y hasta los felinos del África septentrional. Si, además, el jarrón chino tuviera valor sentimental y el gato hubiera puesto en peligro el DVD grabador, se podría reforzar aún más la siguiente expresión.
Con esta lindeza ya le estás dejando claro al minino que la siguiente mascota será de las de jaula.
En resumen:
Expresión | Emoción |
---|---|
Mecagüen el + sustantivo | Resignación |
Mecagüen el + puto + sustantivo | Ira |
Mecagüen el + puto + sustantivo + de los cojones | Cólera |
En este grupo recogemos los
mecagüen
que no llegan a satisfacer al emisor por su indefinición y falta de ambición. No tienen un sentido claro y acabarán por desaparecer.
Está rareza se está quedando un poco desfasada debido al desuso de «estampa» en el lenguaje general. Habiendo familiares a los que atacar, meterse con la estampa de alguien, que tampoco queda muy claro qué es, es de tontos, joder.
Propio de personas que están enfadadas y no saben por qué, y que proyectan su malestar a cualquier cosa sin especificar. Al escuchar a alguien pronunciar esta frase lo aconsejable es quedarse quieto y sin respirar, por si acaso. Uno se siente cervatillo en un coto de caza.
Éste es el típico
mecagüen
que recae en algún familiar. Los más comunes suelen ser los progenitores y la hermana de uno de ellos. Nos hemos dado cuenta que normalmente uno se caga en alguien que no está delante o que es inofensivo, como una tía o una madre. Hecho ruin que denota cobardía en el defecador verbal. A no ser que la tía mida metro ochenta y tenga las espaldas del increíble Hulk y esté escuchando la conversación. La tía española da más juego que la Obregón en la orilla de una playa. Hay otro mecagüen muy despectivo con esta figura, es de reciente aparición y su uso no es muy conocido entre la gente de más edad (pregunte a sus hijos).
Si ya hay que tener mala idea para cagarse en la tía de alguien, tanto más para elegir la que tiene problemas de alopecia. Denota una crueldad sin límites.
No entendemos por qué el marido de la tía, el tío, sale tan bien parado en el insulto popular. «Mecagüen tus suegros», «mecagüen tu tío el melenas» no suenan tan bien.
«Mecagüen tu tía» suena bien, es creíble, tiene ritmo, apetece desrizarlo por las encías.
Breve inciso; para compensar este desequilibrio sugerimos dos insultos de laboratorio: «mecagüen tu tío el pupas», «mecagüen tu tío el enterrador»; utilícelos ya mismo.
Una obra maestra, una construcción perfecta: lo tiene todo. Lo mismo sirve para increpar a alguien que para ensalzar sus virtudes. Al igual que ocurre con el tío, el padre sale siempre bien parado. ¿Por qué no se dirá: «mecagüen la madre que te parió y el padre que puso la simiente»?
Es desconcertante cuando es la propia madre la que se lo dice a un hijo: «Mecagüen la madre que te parió, recoge esas ropas ahora mismo».
Con el enfado a la madre se le olvidan los nueve meses de embarazo y todo lo demás: supone que al hijo lo trajeron los extraterrestres.
Es una expresión surrealista, maravillosa, de inspiración daliniana, juega con el tiempo como un director de cine americano. Su creación tuvo lugar, sin duda, después de una siesta larga, de las de pijama y orinal. ¿Cómo vas a insultar a alguien que no ha nacido aún? Y mucho menos, ¿cómo vas a estar hablando con él? Esta construcción imposible de entender por la mente humana trae de cabeza a los extranjeros que intentan aprender castellano para conversar.
HAstA este MecagüeN puede llegAr ANtoNio resiNes eN lAs coMediAs televisivAs. A pArtir de estA líNeA dA el releVo A coto MAtAMoros. |
Otro clásico. Incitación directa al arremangado de camisa con la persona que se tiene delante. Un «mecagüen tu puta madre» nunca va seguido de un abrazo fraternal. Se utiliza en situaciones en las que has sufrido un cambio brusco en tu vida.
—Cuando te hacen una abolladura en el coche nuevo.
—Cuando se te acaba el butano en medio de una ducha.
—Cuando se nos cae un objeto de algún balcón encima de la cabeza, o el propio balcón.
—Cuando se apaga el ordenador y no has guardado los cambios.
—Cuando cae la primera gota de tomate en una camisa blanca.
—Cuando el árbitro no piensa como nosotros.
—Cuando te roban la plaza en el parking del híper delante de tus narices.
—Cuando los veinticuatro yogures que acabas de comprar caducan mañana.
—Cualquiera de éstos se puede reforzar nombrando al receptor y añadiéndole un «y hasta en su». Por ejemplo: «mecagüen el árbitro y hasta en su puta madre».
Éste abarca familiares hasta de tercer grado de consanguinidad, incluidos animales de compañía (perros, periquitos, tortugas, grillos). Es un mecagüen retador, que se ensaña con toda una saga. Es el mecagüen de los valientes, los que apechugan con lo que sea, asumiendo las consecuencias de lo que venga.
Este, con paradiña a media frase, es ideal para aquellos a quienes les gusta regodearse. Exige cierta técnica, buen manejo del diafragma y de las piernas por si la cosa se pone fea.
Este es un órdago a la grande. Es como meterse en una plaza de toros sin burladeros. Hay quien, observando la que se le venía encima, ha tenido que recular en el «mué…» y rematar con un «mecagüen tus muelas», que no se lo cree nadie.
Breve inciso; este
mecagüen es idóneo para cuando tienes ganas de pelea a la americana, con sillas y mesas volando
.
Podríamos ampliar la lista con algunos
mecagüen
más que usted está pensando; sí, «los celestiales», esos que nunca pronunciaría delante de su tía monja y que por motivos obvios no reproduciremos en estas páginas. Bastante aliciente tienen ya los menores de la casa con el surtido que les hemos ofrecido.
Sexto día sin ir
No podíamos terminar sin ofrecerle unas cuantas soluciones para combatir el problema que hemos tratado a lo largo de estas páginas. Seguro que la lectura del mismo habrá servido de laxante para muchos estreñidos que entre página y página habrán relajado los esfínteres casi sin enterarse. Quizá a algún estreñido radical le haya hecho el efecto contrario encontrarse con su autobiografía publicada y siga aún más estreñido. Si es su caso, lo sentimos y le prometemos un final de fiesta feliz con fuegos artificiales y charanga incluida. Aquí van algunos laxantes que le servirán de tremenda ayuda. Al igual que se hace con el colesterol, los dividimos en malos y buenos.
El estreñimiento colectivo ha despertado a los apóstoles de la superchería, a quienes prefieren buscar el negocio antes que la solución en un determinado problema. El vendedor de crecepelo mágico de las películas de vaqueros hoy en día encontraría en nuestros intestinos su mina de oro particular. La lista que viene a continuación está compuesta por todos esos productos y elixires que prometen aliviarnos y mejorar nuestra salud. No podemos afirmar que sean un fraude, porque en ocasiones y con el empujón que da la fe han logrado su cometido. Que su conciencia le dicte.
Abdominales:
tortura ritual a la que se somete al bajo vientre para que
cante
.
Alimento enriquecido:
todos, que no lo engañen.
Aloe vera:
hechicera africana que presume de tener más poderes que Supermán, la aspirina y Uri Geller juntos.
Bífidus:
ser feérico y travieso, especie de Elfo, que habita en los yogures y cuya misión, una vez ingerido el derivado lácteo, es cuidar los jardines de la flora intestinal. No se reproducen por ellos mismos, por lo que hay que estar constantemente enviando patrullas.
Bio:
conjuro. Magia negra. Palabra ininteligible de origen desconocido que posee poderes hipnóticos y que se utiliza para vender más caros algunos productos alimenticios, sobre todo lácteos. Atrae la atención de quien la lee, anula su personalidad y lo empuja a la compra del producto en el que aparezca escrita. En experimentos recientes se ha comprobado que el poder de atracción de esta combinación de tres letras es superior a la de la palabra
gratis
. En un Eroski de Albacete se colocó a modo de prueba un pedazo de tocino envasado al vacío con la palabra «bio» en la sección de galletas. A los tres minutos el bloque de tocino de dos kilos, para más señas, fue interceptado en la caja doce. Curiosamente el comprador militaba en el vegetarianismo desde hacía décadas. Cuando se le dijo que llevaba medio cerdo en el carro, se desmayó.
Cereales:
seres fantásticos de inspiración templaría cuya misión es custodiar el peregrinaje de los desechos durante el tránsito intestinal.
Ciruela:
fruta fea, sin carisma, que come la gente mayor. Hubiera desaparecido del mapa de no ser una de las moradas principales de la diosa fibra.
Compota:
preparado alimenticio de fruta sobrante que generalmente preparan nuestras madres y abuelas cuando están aburridas y al que confieren el poder de combatir el estreñimiento. Siempre va acompañado de un chantaje emocional, por lo que uno siempre se siente obligado a comerlo: «Es una pena que sobre».
Coronado:
(José) apóstol del Bífidus. Aliado humano de toda esta corte de seres con propiedades muy beneficiosas para él que los vende.
Cucharada de aceite de oliva:
poción mágica que, según afirman los productores de aceite y sus amigos, ayuda en la evacuación intestinal si se toma en ayunas. A pesar de que resulta lógico pensar que la viscosidad del aceite pueda engrasar la maquinaria, es muy difícil llevarlo a la práctica en el bufé de un hotel con toda la bollería esperándote. Un cruasán recién horneado no desatascará, pero está que te cagas de bueno.
Fibra:
diosa moderna de las digestiones. Para muchos, la máxima entidad. La devoción que se le tiene es tan grande que su presencia divide los alimentos en dos grandes grupos: los divinos empujadores y los malditos atascadores.
Flora intestinal:
imaginario jardín del edén que se supone tenemos dentro de nuestro organismo y que es conveniente tener abonado para ir al váter con soltura. No se sabe qué plantas y arbustos lo componen y nunca ha salido retratado en una radiografía, pero debe de existir porque allí trabajan los bífidus.
Frutas del bosque:
enigma. Lema que aparece escrito en algún que otro yogur y que genera en el comprador una ilusionante conexión de pensamientos con el mundo de los gnomos, de caperucita roja y de las ninfas. Esta evocación al mundo de los cuentos nos seduce de tal manera que olvidamos que en los bosques prácticamente no hay frutas, ya que son sitios sombríos y llenos de maleza. Uno nunca sabe si en cada palada de yogur se está metiendo cuatro o cinco bellotas, dos bayas, la casa de David el gnomo o una caca de ardilla. El margen de confianza que damos al bosque es desmesurado; nunca compraríamos un lácteo que llevara la etiqueta «frutas del valle» o «frutas de invernadero», pero con el bosque hacemos la vista gorda. Y todo por no llamarlo yogur de mora, que es lo que es.
Germinados:
duendecillos. Seres feéricos que habitan dentro de las semillas y las
dotan
de un alto poder energético. Son pequeños duendes de una sola pierna aunque para el descreído pueden asemejarse a las raíces de la semilla que se te ha mojado y ha empezado a desarrollarse.
Integral:
universo paralelo donde el azúcar, el pan, el arroz y las galletas son diferentes y donde habitan todos los seres fantásticos con propiedades laxantes.
Isoflavonas:
una de las formas de la soja. Especie de ninfa que habita en el haba de la soja y que mitiga los sofocos de las mujeres menopáusicas, pero que no alivia los sofocones femeninos que aparecen cuando el marido mea la tapa del váter.
Kéfir:
duende doméstico que se bebe tu leche y luego te lo bebes tu a él.
Kiwi:
fruto exótico al que le hemos dedicado demasiadas letras ya en este libro.
Lecitina:
hada integrante de la familia de la soja, que a pesar de su pequeño tamaño lucha contra el malvado colesterol que reside en los zancarrones del cerdo y en los huevos fritos con chorizo.
L-casei inmunitas:
trabalenguas que aparece escrito en algunos yogures y que podría ser perfectamente el nombre de un equipo de baloncesto griego. Nada más, lo sentimos.
Omega-3:
fuerza bendita que nos envían los dioses Neptuno y Poseidón desde los mares por medio de diferentes pescados, como, por ejemplo, las sardinas. Se cree que su ingesta regular nos hace inmortales. Claro que una dieta a base de sardinas no se presenta como una inmortalidad muy placentera.
Pilates:
abdominales asequibles.
Salvado:
ser fantástico. Cuerpo de élite dentro de los cereales adiestrado exclusivamente para combatir el estreñimiento. No se le conocen otras virtudes y nunca estará en el menú de una boda ni en el de ninguna celebración especial.
Seitán:
ogro chino que se gusta de la diosa soja.
Sirope:
brebaje sanador que acompaña a una huelga de hambre para limpiar el organismo y encontrarse con uno mismo más delgado.
Soja:
divinidad de la mitología oriental de carácter guerrero y conquistador que amenaza con inmiscuirse hasta en los menús del día de carretera. Puede adquirir innumerables formas y apariencias y se le atribuyen todos los poderes imaginados. No admite competidores y lucha por monopolizar nuestra dieta. Constituye en sí misma una cultura y hay quien sostiene que es la religión del futuro. Posiblemente sea ya tarde para reaccionar a la invasión de la soja: de los alimentos ha pasado a los tejidos, pronto entrará en los componentes de informática y en los materiales de construcción. No sabe a nada pero está en todo. Sólo se conoce un remedio para frenarla: escribiendo SOJA al revés, se obtiene AJOS. Abuse del ajo: es nuestro antídoto.
Tofu:
uno de los muchos disfraces que utiliza la soja para facilitar el vegetarianismo.
Yoga:
rato largo que estás sin comer ni beber, por lo que no es extraño que adelgaces algo.