Seguidamente les vamos a ofrecer un documento inédito, un regalo, una lista de algunas de las diarreas mentales más espectaculares de la historia.
No sabemos con exactitud cuál fue la causa de la flojera, si fueron unos huevos en mal estado en el desayuno vaticano o un enfriamiento al salir al balcón de la plaza de San Pedro para dar la bendición. Conocemos la consecuencia: la supresión, de golpe y porrazo, del limbo, ese lugar donde se suponía que estaban las almas de los niños sin bautizar. Ocurrió en abril de 2007 y la decisión no pasó inadvertida. Después los teólogos y demás curia tuvieron que hacer encaje de bolillos para justificar la pérdida de uno de sus dominios etéreos, porque ya no se podía dar marcha atrás debido a la infalibilidad del Papa. Y gracias que lo pararon a tiempo los cardenales que lo acompañaban, porque debía de ser tal la descomposición benedictina que estuvo a punto de cerrar el cielo hasta nueva orden.
El inconveniente de hacer una cata de vino con el estómago vacío es que a veces acelera demasiado el organismo, sobre todo si es un vino con carácter, como el de Castilla y León. Aznar pasó ese trance en mayo de 2007 en Valladolid. Este tipo de diarreas son muy comunes en un país con vocación vitivinícola y una tendencia al alcoholismo nada despreciable, a pesar de lo cual Aznar cayó como un principiante y, como respuesta a un eslogan de la DGT que rezaba «No podemos conducir por ti», soltó perlas como éstas: «A mí no me gusta que me digan: no puede usted ir a tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, no puede usted comer esto, debe usted comer esto, debe usted evitar esto, no puede usted beber esto, y, además, le prohíbo a usted beber vino. Ésa no es la solución». Vamos, que parecía Joaquín Sabina antes de la nube negra. Sus asistentes buscaron el cable del micrófono para desenchufarlo, pero no llegaron a tiempo; tan sólo pudieron pasar el mal trago aplaudiendo y riendo con cara de circunstancia. Don José María se acababa de cargar el limbo de los ex presidentes.
Se enfrentaba a la primera gala como cuentachistes después de media vida recorriendo el mundo como palmero y cantaor de flamenco. Le precedía una fama de gran humorista entre sus amigos y compañeros, y había llegado el momento de demostrarlo al público. Su estilo era muy parecido al de Eugenio, pausado y dominando el silencio, pero en andaluz. No tenía mucha hambre antes de salir al escenario, pero esa gamba con mahonesa decía: Cómeme, Chiquito. Y se la comió. La actuación empezó y nada más iniciar el primer chiste «Ese hombre…» sintió un retortijón del quince en el bajo vientre. «Aig, no puedo, no puedo». Se contrajo como una medusa fuera del agua y apretó el culo para que no saliera la gamba por soleares. La gente interpretó ese gesto como premeditado y aplaudió a Chiquito, que tenía que tomar una decisión urgente: o suspender o seguir a pesar de lo que venía. Se acordó de los mendrugos de pan que se había comido a lo largo de la vida y siguió. La única manera de disimular el dolor era moverse de un lado para otro del escenario, eso también gusto mucho al público. Fruto de la diarrea, mezcló todos los chistes y los soltaba junto con estribillos de canciones que le venían a la cabeza. A mayor sufrimiento y despropósito, mayor era el éxito que obtenía. A duras penas logró acabar la gala y recibió una ovación como nunca hasta ese momento había escuchado. Aquella gamba con mahonesa pasada había originado un estilo genial.
De todos es sabido que los Borbolles son una familia que no se distingue por su generosidad verbal. Del mismo modo que no se conoce a un Borbón sprinter, tampoco existe el que añada propinas a los discursos institucionales.
Son comedidos y adecuados en sus intervenciones públicas. Han sido los miembros adoptivos de la saga quienes han aportado algún que otro minuto de gloria a la historia del país para regocijo de columnistas y tertulianos.
El 17 de Julio de 1998 la prensa esperaba con ansia la comparecencia del duque de Lugo para compartir con él las impresiones del nacimiento de su primer hijo: el infante Felipe Juan Froilán de Todos los Santos. En la clínica Ruber Internacional, rodeado de cámaras, flashes y micrófonos, el padre primerizo habló emocionado, con el corazón en la mano. Para describir a la criatura recién llegada dijo: «Se parece a la madre, el pobre». Todos los santos que llevaba su hijo en el apellido no lograron protegerlo de semejante diarrea mental. Al darse cuenta de su flojera verbal hizo lo que pudo para negar lo ya dicho, pero ni el mejor abogado defensor del mundo hubiera podido salvarlo. Había metido la pata hasta la ingle y Jaime Peñafiel no se lo iba a perdonar.
El estrés de tener que cumplir con una agenda tan apretada o el continuo
jetlag
del avión debieron de influir en el ministro para que llegara a vivir aquel momento fatídico por el que tristemente será recordado. Tampoco sería extraño que alguna salsa en el combo del almuerzo aéreo hubiera hecho estragos en su cuerpo. La diarrea no se hizo esperar. Delante de las Fuerzas Armadas de El Salvador, de decenas de hombres que darían su vida por su madre patria, que matarían por un ultraje a su bandera, don Federico soltó un «¡Viva Honduras!». Menos mal que alguno a su lado lo corrigió y enseguida pudo enmendar el patinazo geográfico. Pero eso no fue lo peor: la respuesta al unísono de los militares apunta a que la diarrea era generalizada.
Queda constatado por estos ejemplos que un trastorno gástrico puede tener serias consecuencias, sobre todo si el protagonista es un personaje público, y no digamos nada si tiene responsabilidades. Ahora está de moda hacer público el sueldo y los bienes de los políticos a fin de dar una imagen transparente y alejada de la corrupción que se les supone por el cargo. Nosotros creemos que no es suficiente esa desnudez fiscal para que les depositemos nuestra confianza.
Para evitar este tipo de situaciones derivadas de una diarrea mental u otras causadas por el estreñimiento común, los mandatarios y dirigentes de los países deberían de firmar un documento que avalara que su tránsito intestinal es regular, una especie de informe notarial de sus deposiciones. Proponemos este modelo:
El presente documento certifica que: Don/Doña……………………… con DNI………………………… y natural de………………………, que ocupa el cargo de……………………… tiene un tránsito intestinal regular y normal. Que acude……… veces a la semana a cumplir con sus deposiciones y que no precisa de ningún tipo de ayuda farmacológica o similar para tal fin. Asimismo, por la presente se asegura que el sujeto no habitúa usar la carga y media de la cisterna del inodoro para ayudar en labores de arrastre, necesaria, sin embargo, en las evacuaciones extraordinarias. El uso de material de apoyo como la lectura, los equipos de audio o elementos de entretenimiento variados no son necesarios en el momento íntimo del sujeto. El tiempo medio que don/doña……………… dedica al evacuado es de………… no superando nunca tal medida, lo que demuestra que sus intestinos y esfínteres trabajan adecuadamente.
Dicho lo cual, certifico que el sujeto arriba mencionado tiene plenas facultades físicas y mentales para ocupar el cargo de……………………… para el que ha sido nombrado, siendo cualquier incumplimiento o mal hacer en el desenvolvimiento de sus labores ajeno y debido a un estado de diarrea o estreñimiento.
Y para que este documento tenga validez legal extiendo mi firma.
En (lugar)…………… a (fecha)……………
El ilustre notario…………….
España es el país del taco, el insulto, la palabra mal sonante por antonomasia. Y no porque en otros lugares del mundo no haya, sino por el ingenio del
cervantino de a pie
para soltar esta lindeza por la boca. Nos puede impresionar escuchar a un camionero alemán, grande y sonrosado, metiéndose con un congénere en un atasco de carretera, pero nunca tendrá el teutón la picaresca de un andaluz echando pestes contra algo. Los franceses tienen el gallo como insignia nacional; los suizos, sus vacas lecheras; pero en las carreteras del sur español se encuentra ese pedazo toro negro que se yergue altivo y retador, como dando la bienvenida, pero diciendo ¡qué pasa! Con unos huevos tan grandes y que tanto han inspirado al insulto popular ibérico. ¡Qué cojones el de Osborne!
Este país ha sido bastante permisivo con el uso del lenguaje soez. A la par que se dejaba a los niños tomar un poco de vino con agua o de anís en el chupete, también se les permitía llamar «idiota» o «tonto» al padre de familia. A qué padre no se le ha saltado una lágrima escuchando el primer «puta» de su niño. Eso sí, luego se les daba el cachete correctivo si había familiares delante.
Hoy en día un niño de la posguerra podría cruzarse en una pelea verbal con cualquier latín king sin miedo a sonrojarse. En dos frases, y sin usar otras armas, lo dejan entrar en la banda de cabeza. Cualquier trabajador con problemas laborales convertía una tranquila cena familiar en un máster en grosería para deleite de su prole. Porque el insulto al por mayor antiguamente era más del padre que de la madre, quien rara vez pasaba del «mecachis». Bastante tenían las madres con hacer de antídoto contra el veneno que soltaban el padre y el hijo mayor por la boca. Estamos hablando del clásico «te voy a lavar la boca con lejía, niño, y a tu padre también». Gracias a que aquella amenaza nunca se cumplió, y la lejía nunca se utilizó para el enjuague bucal, el taco ha proliferado y se ha adaptado a los tiempos. Hay más tacos que especies de insectos en el Amazonas; se cree que existe uno para cada persona.
Nosotros no pretendemos hacer una antología del insulto ni construir una reserva nacional con las especies en peligro, sino centrarnos en una expresión que tiene mucho que ver con el tema del libro. Hemos analizado qué hay detrás del conocido «mecagüen…».
En ningún otro país utilizan esta expresión tan peculiar de cagarse en alguien o en algo. El inglés, por ejemplo, puede decir
shit
(el equivalente a «mierda») o maldecir a una familia entera, pero nunca se
cagará
literalmente en el receptor del insulto. Lo mismo es aplicable para un ruso o un senegalés.
Si nos paramos a reflexionar, la expresión se las trae. Tan sólo hay que imaginarse la escena gráfica de lo que estamos pintando con palabras. ¿Cómo se puede llevar a tal extremo un acto propio e íntimo y depositarlo en otro ser humano sin mostrar vergüenza alguna? Tiene su lógica, pues el subconsciente nos sale por la boca: al
cagarnos en alguien
proyectamos fuera nuestra cruda realidad interna, manifestando la necesidad que tenemos de expulsar lo sobrante; eso que no podemos quitarnos de encima naturalmente.
El
mecagüen
es una válvula de escape de la resignación, alivia el proceso de asumir que las cosas no van a ir a mejor. Es el mantra ibérico por excelencia: ayuda a conectar con la insatisfacción que sentimos y ejerce un poder liberador.
Además, uno se puede cagar en tantas cosas que el mecagüen constituye en el universo de la palabrota todo un mundo de posibilidades. Este taco compuesto por sujeto y predicado invita al explayarse sin concesiones. Disfrute, querido lector, de lo que viene a continuación.
Estos tres que recogemos a continuación vienen a ser parecidos, se pueden utilizar indistintamente para lamentarse por algo que no revista gravedad, pues no van dirigidos a nadie en concreto.
No sabemos por qué diez y no veinte o diecisiete. Lo cierto es que la decena va bien para lamento ligero. Por ejemplo: se te rompe un asa de la bolsa de la compra y dices «mecagüen diez». Es un mecagüen familiar, de uso cotidiano, incluso en presencia de los niños y los suegros.
Este no tiene misterios. Sería el único mecagüen no metafórico, que podríamos llevar a la práctica tal cual, en verano, cuando nos ha entrado un apretón en la playa mientras nadamos. Una variación es el «mecachis en la mar». Usado mucho por las madres porque conlleva ternura.
Es uno de los, más utilizados. Para que se hagan una idea, si en Estados Unidos cada minuto una persona entra en la fase de obesidad mórbida, en España cada milésima de segundo se lanza un «mecagüen la leche». Es el mecagüen que mejor expresa resignación e impotencia. Por ejemplo: la Selección no ha pasado de cuartos: «Mecagüen la leche». Sale solo, no hay que pensarlo, lo llevamos en el ADN. Se ha dado el caso de gente que nunca lo había oído antes y lo ha soltado, de repente, con el pitido final del árbitro. La Selección está jugando para ver si pasa de cuartos. KJ delantero español tira un penalti y lo falla. «Mecagüen tu madre». La resignación ha desaparecido y en su lugar hay ira. (Luego analizamos el mecagüen tu madre).
Claro, que si se ha ido a ver el partido in situ y se han pagado cincuenta euros por la localidad, otros tantos por desplazamiento y hotel, el delantero agorero se podría llevar perfectamente un «mecagüen tu puta madre».
Cagarse en diez, en la mar o en la leche son tres expresiones muy típicas que podría usar un Antonio Resines en una teleserie familiar. Son términos bonitos para empezar a educar a los hijos en el insulto y evitar que cojan de la calle expresiones peores.
El insultador en potencia está en la cocina de su casa cuando escucha un ruido de algo que se ha roto en el salón. En ese momento sospecha del gato y no le queda más que resignarse. En ese preciso instante podría pronunciar alguna de las siguientes frases.
Es la expresión de una acción sin confirmar. El sujeto va hacia el salón y al llegar ve que, efectivamente, el gato se ha cargado el jarrón de porcelana china. En este caso la expresión se cambiaría por la que encontramos a continuación.