La era del estreñimiento

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol

Tags: #Humor

BOOK: La era del estreñimiento
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Ni siquiera los grandes visionarios, como Nostradamus o Shakespeare, fueron capaces de vislumbrar la era en la que estamos viviendo.

Una humanidad dividida en dos grandes grupos: «los que pueden» y «los que no pueden». ¿Se refería a esto el bueno de Hamlet cuando pronunciaba su famoso ser o no ser? Sí, sólo que hablaba en una clave que le desvelamos en este libro. Porque usted y yo sabemos que el fin del mundo es llevar siete días sin ir al váter y que sólo una diarrea mental justifica que Julio Verne nos hablara del submarino en el siglo
XIX
.

Cagar o no cagar; ésa es la cuestión que condiciona nuestra vida y nuestro futuro. ¿Compartiría una casa sin trastero? ¿Se le ha pasado por la cabeza jugar al golf? ¿Sabría ubicar Trinidad y Tobago en un mapa? ¿Sabe cuántas parejas de bidés quedan en libertad? ¿Es capaz de establecer alguna relación entre estas preguntas? Esta usted estreñido.

Óscar Terol

La era del estreñimiento

El laxante está en sus manos

ePUB v1.0

nalasss
08.08.12

Título original:
La era del estreñimiento

Óscar Terol, Susana Terol, Iñaki Terol, 2007.

Ilustraciones: Óscar Terol

Diseño/retoque portada: Más!Gráfica

Editor original: nalasss (v1.0)

ePub base v2.0

Primero lo asustamos diciéndole que nació vasco en
Todos nacemos vascos
y en
Ponga un vasco en su vida
, y ahora le comunicamos que está usted estreñido. Óscar Terol, Susana Terol e Iñaki Terol. Aunque parezca mucho hermano junto, conviene recordar que los de
Sonrisas y lágrimas
nos ganan: eran siete y no paraban de cantar.

Prólogo

Este libro se escribió gracias a las notas tomadas durante siete días por el equipo que lo firma. No fueron siete días cualesquiera de nuestra vida: en sí mismos fueron una vida entera.

Me propusieron formar parte del jurado de la Semana Internacional del Arroz Ciudad de San Sebastián. Mi cometido era sencillo: se me pedía comer y puntuar los diferentes platos cocinados con arroz provenientes de todo el mundo. La inconsciencia es atrevida y accedí de buen gusto, sin pensar en las consecuencias que aquella gesta tendría para mi organismo. La Semana del Arroz pasó a ser «la semana del horror» por el motivo mismo que usted está pensando. El atasco que produjo aquella salvaje ingesta de cereal fue tal que alteró mi fisiología hasta niveles insospechados. Sin embargo, contra todo pronóstico, la falta de fluidez en el vientre dio lugar a una inesperada y milagrosa soltura a nivel mental, fruto de la cual es este tratado que compartimos de buen agrado con usted.

Siete días fueron los que tardó un insolente arroz noruego con salmón ahumado y guindas en realizar el tortuoso viaje que va desde el paladar hasta el desagüe, porque llamarlo digestión pesada es quedarse corto. Que, por cierto, quedó segundo; ganó el de mi madre, como es lógico con un hijo en el jurado.

Permítame antes de empezar con la lectura que le hagamos una advertencia: este libro no es de poemas; la cubierta no indica esa dirección, está claro. Pero, a pesar de tratar un tema supuestamente escatológico, no es eso lo que nos ha movido a escribirlo, créalo. De acuerdo que encontrará en él contenidos —y nunca mejor dicho— que rocen lo prohibido por el buen gusto, pero hemos tratado de hacerlo de la manera más honesta posible, sin regodearnos. Y la advertencia va en ese sentido; vamos a llamar a las cosas por su nombre: a cagar, cagar, y a la mierda, mierda. Hemos huido de eufemismos como «hacer de cuerpo», que parece que hubiera ido toda la Benemérita a las letrinas, o «mover el vientre», que es lo que se dice a los ancianos en los asilos para «animarlos a», cuando ni siquiera pueden moverse ellos por sí solos. Cagar y punto, como mucho un «defecar» que suena gracioso. Y qué vamos a decir de
la mierda
, término que consagró el ilustre don Fernando Fernán Gómez en su grito de guerra «¡A la mierda!», hoy un clásico de tertulias y sobremesas. Por lo tanto, teniendo todo esto en cuenta, disfruten del contenido.

Ó
SCAR TEROL

Diario de un atasco

Primer día sin ir

P
RiMERA PARTE
.
LA ERA
DEL
ESTREÑIMIENT
o
La era del estreñimiento

Algunos sabios de corte esotérica sostienen que vivimos el fin del Imperio Romano, que se empezó a caer hace casi dos mil años y todavía debemos estar barriendo los escombros. Y es que no hay manera de pasar página a la historia; en cada zanja que se abre para meter la fibra óptica, el gas o un simple desagüe de fecales aparece un mosaico de esos que ponían de felpudo en los baños y las termas Pluvio, Cayo, Julio, Alejandro y sus legiones. Y a parar la obra. Sí, porque puede tener valor artístico, o podemos estar encima de un gran yacimiento, palabra esta última que asusta mucho a los constructores de urbanizaciones y adosados en general. De hecho, en los cuentos que cuentan a sus hijos —futuros arquitectos o concejales— estos señores ya han sustituido las figuras del Coco y del Hombre del Saco por el arqueólogo. Atapuerca está considerada como la zona cero, símbolo del declive del
boom
inmobiliario. Una construcción que se precie tiene que ganar altura, nunca ir hacia abajo.

La verdad es que uno puede llegar a comprender a los magnates del ladrillo. Imaginen una excavadora de veinte toneladas, con orugas de tanque y su operario circuncidando un farias con los dientes, detenida por dos baldosines de colores en los que se adivina, siempre subjetivamente, la cara de un gladiador; es impactante. Entendemos a esos jefes de obra que prohíben a sus muchachos mirar al suelo. «Si luego pones un museo, y no va ni su padre». Y tienen razón, qué narices, que cualquier pedazo de barro duro parece que formó parte de una vasija. Y aunque así fuera, ¿qué afición tienen los arqueólogos por recomponer una ensaladera de hace miles de años? La que les regaló su cuñada en la boda ahí la tienen, que no le hacen ni caso los aspirantes a Indiana Jones. Incluso, diríamos más, están deseando que se rompa para tirarla a la basura y complicar una obra del año cuatro mil.

Otros sabios, astrólogos y creativos publicitarios incluidos, ni confirmando ni desmintiendo lo del fin del Imperio Romano, apuntan a que estamos entrando en la Era de Acuario. Tiempo del despertar de la conciencia para un hombre idealista que camina hacia la libertad, la fraternidad universal, la justicia, la fusión con el cosmos; en resumen, la tan ansiada nueva humanidad.

Lo cierto es que estamos inmersos en una constante búsqueda para intentar justificar algunos cambios que se están produciendo a todos los niveles y que escapan a nuestra comprensión. El majo de Punset hace lo que puede por aleccionarnos con sus protones y zarandajas, pero habla tan bajo que te duermes. También intentan aportar su granito de arena los tertulianos, sabios modernos, que desde sus trincheras mediáticas ofrecen teorías variopintas sobre cualquier tema, que no hacen sino liar más la manta. Y la gran esperanza blanca, Iker Jiménez, aún no ha resuelto lo de las caras de Bélmez; como para pedirle que nos guíe en este mar de dudas.

También de vez en cuando hay cumbres mundiales donde se reúnen señores con auriculares, que se juntan con el noble propósito de arreglar el mundo y empiezan paradójicamente colapsando una ciudad. Terminan la fiesta puliendo las dietas de la siguiente cumbre y satisfechos por haber convencido a un señor de Trinidad y Tobago que sonríe todo el rato de que las mujeres de su país deben dejar de utilizar laca. Seguimos empeñados en poner un recipiente debajo de cada gotera en lugar de arreglar el tejado de la casa.

Por mucho que nos digan los astrólogos que estamos en la humanista y fraternal Era de Acuario, no hay más que observar la inauguración de unas rebajas o un programa del corazón para comprobar que estamos más cerca del circo romano que de las estrellas. Olvídese de todo lo que le han contado hasta la fecha y analice usted mismo. Observe, mejor de reojo, la realidad que tiene delante: en el vagón del metro, en su casa, en la calle o en la oficina. ¿Ve un «hombre acuario», aunque sea de refilón, cerca de usted? Deje de buscar: el hombre es el mismo que en la era anterior, la de Piséis; la diferencia es que está estreñido. Punset se referiría a ello como la imposibilidad de desechar la materia orgánica inservible por vía rectal. Nosotros preferimos decir que no caga y esbozar una sonrisa como la del señor de Trinidad y Tobago.

Estamos estreñidos

Estamos estreñidos. Soltar esta simple y llana afirmación produce casi tanto alivio como ir al servicio después de una cena de Nochebuena, ¿verdad? Quizá ya lleve usted dos días, tres, siete «sin ir» y tenga el vientre tan duro que se podría jugar un partido de pelota en él sin miedo a sentir los pelotazos.

Desengáñese, el único acuario real de esta era es el que dejan las trombas de agua o los ríos cuando se desbordan. Esa agua desbordante es precisamente la que le falta al sistema de desagüe del ser humano, que se empeña en desecar, compactar y endurecer. Después de afirmar este hecho dramático ya nos encontramos en disposición de enmarcar este titular de portada de revista de salud:

E
STAMOS EN LA ERA DEL ESTREÑIMIENTO

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