Este problema familiar a mayor escala se agranda y los enseres están desperdigados por todas partes. En Salamanca guardaban los famosos papeles a los catalanes, presumiendo de poseer el mejor trastero; no hace tanto en Cataluña guardaban el «negro de Bañolas» a sus propietarios de África; el
Guernica
de Picasso también está en un trastero elegante de Madrid; los ingleses tienen sus barcos en el peñón de Gibraltar para que se los cuiden, porque no les caben en casa. O la misma Dama de Elche, que menos en Elche ha estado en todas partes. Nadie puede custodiar todos sus bienes patrimoniales y, para colmo, los arqueólogos se empeñan en remover el suelo en busca de más patrimonio. No nos conformamos con llevarnos los muebles de la tía malograda de un lado para otro: ahora cogemos los huesos rotos de un señor del pleistoceno y los ponemos en la vitrina de un trastero.
Breve inciso: ¿por qué aquí escarbando en los yacimientos no nos salen más que huesos rotos y en Arabia, por ejemplo, sólo les sale petróleo? Ya le gustaría al Indiana Jones de Atapuerca que le saliera un chorrete negro entre diente y diente.
También llamado el «familiar sosa cáustica», es el encargado de desatascar cualquier situación antes de que la cosa pase a mayores. Su misión es similar a la del guardia de tráfico que en lugar de estar rascándose los huevos apoyado en la moto agarra el silbato y menea la circulación en un cruce a una hora punta.
En todas las familias y grupos humanos es aconsejable que haya uno por lo menos. Por lo general, quien desarrolla esta función sabe que su papel es fundamental y, en muchas ocasiones, tiene que desempeñarlo en la sombra y sin recibir ningún tipo de reconocimiento. Si estamos hablando de usted, le damos la enhorabuena: es un héroe o un santo; como prefiera.
Aparte de las pequeñas cosas de la vida, como avisar a Manuel de que tiene un moco pegado en la cara y a Evaristo, que ya te sabes el chiste del lépero, su trabajo es muy importante en las reuniones familiares. En las navidades, por ejemplo, suele estar en alerta roja, ya que son fechas de mucho atasco. Paradójicamente celebramos que ha venido Dios cuando parece enteramente que lo estamos despidiendo.
En la cena de Nochebuena cambia de tema cuando dos cuñados no saben salir de un enzarzamiento. El cuñado es un ser vivo nacido para la gresca, su organización mental es muy simple: llevar la contraria. Juntar a dos cuñados en una mesa es como tener un juicio con dos fiscales: pierdes siempre. La labor del desatascador es crucial, debe mantenerse al margen y cuando vea que los cuñados están sacando las uñas debe entrar en acción cambiando de tema con rapidez. Normalmente suele tener que intervenir en temas de política, económicos, sociales, o cuando se cuestiona la sexualidad de Miguel Bosé. Está obligado a tener en la recámara temas que distraigan la atención y que no generen bandos: «Suárez sí que lo hizo bien en la transición, ¿eh?», o «Los dibujos animados de antes tenían otro encanto, ¿verdad?».
El desatascador también es el que hace que la fiesta navideña mantenga su espíritu vivo. Se ocupa de que se renueven cada año los adornos navideños y revisa las figuras del belén. Si el niño Jesús lleva manco veinte años, lo cambia por uno que no necesite de pensión de invalidez. El familiar atascado haría lo contrario: cubriría una oveja de musgo hasta la ingle para que no se notara que está coja en lugar de tirarla.
¿Por qué hay nacimientos que realmente parecen una estampa de la batalla de Camp David?
El desatascador siempre repondrá las figuras. Su máxima es renovar, aunque a veces su ímpetu es tal que lo puede llevar a comprar un pastor que, comparado con los otros zagales, nos recordara a Gasol en una guardería, o un pato más grande que san José, o tres reyes Baltasar, etcétera.
De la misma manera que mantiene vivo el espíritu navideño, se lo carga cuando se lo tiene que cargar. El 6 de enero a las nueve de la noche ya habrá recogido los adornos del árbol y las figuritas del belén en la clásica caja de cartón. Esa misma noche tirará el abeto a la basura y borrará de los cristales los dibujos hechos con spray de nieve.
Las reuniones de vecinos son una de las lacras de la sociedad moderna. Tener que llegar a acuerdos con gente que no conoces, no te importa y hace ruido por las noches. Los temas que se tratan son siempre problemas y no los sufren todos por igual.
Las reuniones se celebran en el portal, que por su falta de espacio nos obliga a fundirnos unos con otros. Tu buzón está lleno de propaganda y todos se han dado cuenta. La gente baja con la ropa de casa, que suele estar cedida y mal conjuntada. Y para más desgracia, siempre hay alguien que se ha dejado la puerta abierta, y casualmente suele ser el que estaba cociendo coliflor. En este clima, nada atractivo, el desatascador tiene la difícil misión de intentar provocar una sonrisa antes de que llegue el tenia del ascensor, el de la instalación de la antena de los móviles o el del puticlub del 3° B. No es fácil, pero siempre hay una viejecita medio sorda que le responderá «manzanas traigo» a cualquier pregunta.
Son los desatascadores de altos vuelos, los encargados de mantener el orden internacional. Generalmente su labor consiste en echar perfume encima de la mierda, apagar los fuegos de un pirómano; vamos, hacer que parezca un accidente. Un ejemplo sería Condoleezza Rice, la secretaria de Estado de Estados Unidos. Nos cae mucho mejor que Bush aunque represente lo mismo. Nos recuerda a esa profesora del colegio que se plantaba en medio de dos alumnos enfadados y los obligaba a darse un abrazo. Ayuda mucho en este tipo de desatascadores que tengan una actividad folclórica, como tocar el piano en el caso de Condoleezza. Por cierto, que la mujer se apellida Rice, arroz en inglés, el alimento más astringente que se conoce. Todo es posible en América.
Breve inciso: es que cuando los negros tienen cara simpática arrasan. Fíjense, si no, en Kofi Annan, Carlinhos Brown, Bill Cosby, Ronaldinho o Will Smith.
Cuarto día sin ir
Vivimos tan ocupados en nuestros mundos particulares, rodeados de personas y enseres conocidos, que no nos damos cuenta de que hay cosas importantes que ya no están entre nosotros. No han superado la era del estreñimiento. Algunas incluso han desaparecido sin recibir homenajes como los que vive el extinto Seat 600, en esas convenciones que sus nostálgicos dueños organizan de cuando en cuando. El oso pardo o el lince ibérico se benefician del apoyo del Gobierno para seguir existiendo, pero nadie hace por perpetuar ciertas razas de otros animales. Con las mascotas nos dejamos influir mucho por las modas. Los perros de raza Collie (parecía un león, pero con el morro largo) apenas se ven por las calles. Este perro tuvo su apogeo con la teleserie de la famosa Lassie, pero el perro con pico ha sido sustituido por esos otros de presa que a veces salen en las noticias y no precisamente por salvar a los montañeros perdidos. El sifón o seltz competirá en unos años con las bufandas de toda la vida para ver quién desaparece antes. Al igual que los serenos, los programas de la tele sin mensaje de móvil, el carrete velado, la cassette, el cartabón, la cucaña, las rodilleras, el padre con patilla larga, las cunas con dosel, los perros sin vacuna y la brújula imantada. Cada cual que haga su porra, pero sin olvidar a estos ausentes o casi ausentes de los que hablamos a continuación. No están todos los que son, pero son todos los que están.
Lamentablemente hay personajes a lo largo de la historia que pasan inadvertidos en favor de otros que siembran el recuerdo. Dentro de ese grupo de artífices en la sombra, de hacedores sin nombre, de héroes anónimos, está una figura digna de una placa en cualquier monolito de pueblo: la tía soltera española.
Las tías solteras cumplían un papel fundamental: cuidaban de los padres mayores, hacían de intermediarias en las rencillas entre hermanos, hijos, cuñados, etcétera, y custodiaban los más oscuros secretos del clan familiar. Tener una tía entre el parentesco suponía contar con una oficina del CESID en miniatura. Sabían desde los pufos que tenía su hermano hasta la edad de circuncisión de un primo segundo. Se suponía que una tía soltera no era digna de tener vida propia: se debía a la familia en cuerpo y alma. Y si el azar juntaba en el mismo clan a dos tías sin marido, aquello era como una pareja de bueyes espartanos: arreaban con lo que se les pusiera delante. Eran fuertes y duraban muchos años, como si ellas mismas se supieran imprescindibles, teniendo que demostrar una naturaleza hercúlea. Las había de toda clase y condición, pero nada resume más al prototipo que la pareja de hermanas solteras de la Cenicienta: una, delgada, y otra, más abundante en fisionomía.
Este tipo de tía de carnes enjutas, delgada y tiesa, solía corresponder a la tía muy soltera o con poco conocimiento de varón en sus años mozos. El tiempo la había resecado y vaciado de feminidad para convertirla en un ser de aspecto singular. En general, con un cuerpo largo, de alta pelvis y pierna-cañete que se apoyaba sobre el clásico zapato de medio tacón. Esa pierna sin magro, de una Eduvigis, o una Soledad, dura como la madera de boj, aguantaba grandes pesos en la vida. Poco necesitaban para subsistir, siempre les sobraba algo de comida del mediodía para la noche en aquellas cazuelas color granate con costrón de mil fuegos.
Suplían la falta de placeres mundanos con algún vicio inconfesable de alacena, como el chocolate, las galletas o el chorrete de anís en la tisana. Eso sí, siempre guardados bajo llave, como su virginidad. No derrochaban en el vestir y debido a su delgadez se permitían el traje dos piezas de falda y chaqueta, a veces con hombreras, para suplir lo que la naturaleza les había quitado. Huían sabiamente del pantalón, ya que debido a su delgadez y masculinidad las asemejaría más a un novillero de pueblo que a una mujer con pantalón. Jamás se parecerían a Ava Gardner vestida para un safari. Hace más de cuarenta años que habían decidido cuál era el peinado que más les iba y no lo cambiarían hasta la muerte. Algunas optaban por el moño y otras preferían la permanente prieta (que abultaba el cabello y lo secaba), parecida a la que en África llevaba la mujer del hechicero.
Era ésta la tía regia, severa, que no reía una broma, pero sincera y que desarrollaba una labor sórdida pero necesaria. A veces asomaba su condición humana y pedía cariño en forma de dos besos castos salutatorios, pero ellas mismas se hacían impenetrables; dos pelos negros de la dureza del alambre custodiaban, cual gárgola, su cara. Las hormonas de la madurez habían creado fuertes bulbos pilosos a lo largo del mentón, y uno se sentía como intentando acceder a la cara de un bogavante, llena de pinchos. Era el peaje que exigían por su labor no reconocida.
Breve inciso: ¿cómo es posible que sin conocer la soja y repitiendo huevo frito todas las noches se pudiera vivir tantos años?
Breve inciso: ¿por qué todos los artistas españoles feos se han acostado con Ava Gardner?
En el otro lado estaba esta tipología. Eran alegres, dicharacheras, con cuerpos abundantes, de pierna jamonera y algunas con un refajo en el que daban ganas de quedarse a dormir tras desahogar un disgusto con ellas. No tenían desgaste de menisco, se desplazaban deslizándose como un Borbón en Vaquería y las bayetas siempre estaban aparcadas en el pasillo para dar lustre a las baldosas. Eran de amplios brazos y barriga circular que podía terminar en la clásica teta-camilla, donde el escote guardaba una horizontalidad extrema, emulando a las mesoneras castellanas. Al comer, las migas caían sobre él formando algo parecido a un comedero de pájaros. Esos cuerpos serranos se cubrían con vestidos de una pieza, lisos o estampados. Para diario lucían la bata abotonada con bolsillos, donde guardaban más cosas que la manga de Tamariz: pañuelos, caramelos para los niños, la cartera, etcétera. La casa de esta tía era como sus bolsillos, pura abundancia. Nunca faltaba la tabla con los ibéricos o un bizcocho recién hecho.
En los pueblos trascendían su propia familia y se convertían en tías universales. Se vanagloriaban de haber cambiado los pañales a todo hijo de vecino. Algunas se metían tanto en el papel que, si la madre natural no podía amamantar a su bebé, ellas hacían de nodrizas, disfrutando de una maternidad postiza. Malcriaban a los sobrinos a golpe de azúcar y helado con barquillo los domingos, por lo que resultaba luego muy difícil meterlos en vereda con el plato de acelgas. No les faltaban pretendientes tardíos a estas
mater amantísimas
, generalmente viudos asustados, que recibían el mismo trato que sus sobrinos: plato de natillas y beso en la frente.
En algunas familias una hermana sacrificaba la posibilidad de formar su propia familia por acompañar en su soltería a otra hermana. No ha habido en la historia unión más fuerte que la de dos hermanas solteras. En la mismísima Alemania cuando levantaron el muro no hubieran podido separar a dos de ellas cogidas del brazo en cadeneta. Al transcurrir los años y de tanto estar juntas, su aspecto físico se hacía similar, como si fueran mellizas. La diferencia de este tándem con respecto a la tía en solitario es que tenían planes propios. Su compenetración era tal que no era necesario que hablaran ni que se miraran para comunicarse, podían pasarse horas discutiendo sin abrir la boca. Las amigas viudas las temían en la brisca de la tarde porque eran capaces de robarles la pensión de viudedad en dos manos. Pobre del hombre que intentara conquistar los amores de una de ellas, aprovechando un despiste de la hermana. Ni un George Clooney en braslip habría representado el mínimo riesgo para cualquier pareja de éstas. Se debían la una a la otra, sécula seculórum.