La dama zorro (19 page)

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Authors: David Garnett

BOOK: La dama zorro
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Durante un breve tiempo Josephine se encontró sin nada que decir, excepto felicitar a John por su recuperación, y decirle lo contenta que estaba de que estuviera otra vez bien. Luego le agradeció que la llamara y la dejara hablarle.

—No hagas el ganso, Josephine —dijo John Cromartie, y luego, adivinando el motivo de su embarazo—: Querida Josephine, haz como yo, ignóralo.

Pero Josephine no dijo nada, y precisamente entonces apareció el caracal, que acababa de finalizar su aseo matinal.

—Mientras estabas enfermo, fui varias veces a ver a tu gato —dijo Josephine—. Parecía muy triste y apenas me hizo caso. Creo que es más bien tímido con las mujeres, y que no está acostumbrado a ellas.

Mr. Cromartie meneó la cabeza. Le alegraba que Josephine hubiera ido a ver al caracal, pero sabía que había perdido el tiempo; al felino no le importaba la gente que venía a observarlo en su jaula desde el exterior. De repente, oyó que Josephine decía:

—John, he de verte en privado. Tengo que hablarte, porque no puedo continuar así. No puedes seguir rehuyendo las cosas durante más tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que has de reconocer que estamos ligados el uno al otro. Lo que hagas no me importa, pero algo has de hacer. No puedo vivir así durante mucho más tiempo. Por favor, arréglalo de alguna manera para que podamos vernos y hablar de ello.

Ahora fue Mr. Cromartie quien sintió turbación y apocamiento, quien no pudo expresar llanamente lo que sentía, al menos durante un lapso considerable. Al fin, sin embargo, pronunció unas cuantas frases inconexas, diciendo que lo sentía pero que no podía hacer nada, y que carecía de libertad. Pero al final adquirió mayor confianza, miró a Josephine fijamente a los ojos:

—Querida, es del todo inevitable que tú y yo seamos desdichados. Te amo, si así quieres que te lo diga. No puedo olvidarte, y ahora parece que tú sientes lo mismo por mí, y debes, por tanto, estar dispuesta a ser muy infeliz. Sólo deseo que tus sentimientos por mí se extingan. Me atrevo a pensar que esto sucederá con el tiempo, y espero que lo mismo suceda con mis sentimientos hacia ti. Hasta que eso suceda, debemos tratar de resignarnos.

—No me resigno —dijo Josephine—. Me voy a enfurecer por ello. O a volverme loca o algo así.

—Cometemos un gran error al revolver de este modo los sentimientos de cada uno —dijo Cromartie con bastante rudeza—. Eso es lo peor que cualquiera de nosotros puede hacer, lo más cruel. No, lo único que a ti te queda es olvidarme, mi única esperanza es olvidarte a ti.

—Eso es imposible. Es peor cuando no nos vemos —dijo Josephine.

Justo entonces se dieron cuenta de que habían entrado varias personas en el pabellón y dudaban en interrumpir su charla.

—Es un mal asunto —dijo Cromartie.

Y tras estas palabras Josephine se marchó. El se dio la vuelta y se sentó, pero un momento después, oyó que decían en voz alta:

—Disculpe, señó. Disculpe mi intromisión, pero me parece, señó, que el nombre de pila de su amiguita es Josephine. ¡Esa es toda una coincidencia!, porque, sabe, mi nombre es Joseph. Joseph y Josephine.

Si al oír este comentario Mr. Cromartie animó de alguna manera a Tennison a seguir adelante, debió de ser de un modo totalmente accidental. En aquel momento se sentía desfallecer, y sólo mediante un esfuerzo de voluntad lograba mantenerse donde estaba sin tener que agarrarse a los barrotes.

—¿Le interesan las chicas? —preguntó el negro—. Vienen y me están mirando toda la mañana, y miran de una manera tan… je, je, je.

—No, no me interesan —dijo Mr. Cromartie, y nadie podría haber dudado de la desesperada sinceridad de su voz.

—Me alegra oír eso —dijo Tennison, que había recuperado en un instante su antigua vivacidad y sus maneras desenvueltas.

—Sabe, así es corno me siento yo, ni más ni menos como me siento. Las mujeres no me interesan lo más mínimo. Sólo mi pobre y anciana mamá, mi vieja y negra mamá, era de lo mejorcito, de lo mejorcito era. Una madre es la mejor amiga que uno pueda tener en toda la vida, la mejor amiga que puedas hacer. Mi madre era ignorante, no sabía leer, ni tampoco escribir, pero se sabía de memoria casi toda la Biblia, y fue de labios de mi madre que primero supe de la Salvación. Cuando tenía cinco años me enseñó las Sagradas Palabras de Gloria, y yo las repetía según me las iba diciendo. Fue la mejor amiga que he tenido.

«Pero otras mujeres… no, señó. No las quiero para nada. No son más que una tentación en la vida de un hombre, una tentación para hacerle olvidar su verdadera hombría. Y lo peor de todo es que cuanto más te apartas de ellas, más te persiguen. Esa es la verdad.

»No, estoy mucho más seguro y más cómodo aquí, encerrado con usted, con estos barrotes y esta red metálica para tener a raya a las mujeres, y me parece adivinar que usted siente lo mismo. ¿No es cierto, Mr. Cromartie?».

Cromartie levantó súbitamente la mirada y vio a la persona que le había estado hablando.

—¿Quién es usted? —preguntó. Acto seguido, con un aspecto más bien extraviado, salió de su jaula hacia la habitación trasera, donde, sintiéndose rendido, se tendió.

Estaba todavía muy débil por la enfermedad, y la atmósfera cerrada del pabellón le producía jaqueca. Ahora tenía que autocontrolarse a cada momento, y esto le resultaba cada vez más y más agotador. Muy a menudo hizo lo que en esta ocasión, esto es, echarse a descansar en su habitación trasera y luego estallar en un llanto casi incontenido, y a pesar de que luego se reía de sí mismo, el acto de llorar lo reconfortaba, aunque lo dejara más débil que antes y más inclinado a llorar de nuevo.

Pero los embates y problemas del mundo exterior significaban entonces muy poco para Mr. Cromartie. No podía evitar pensar en Josephine durante todo el tiempo.

Había creído durante tanto tiempo que eran tantos los obstáculos que se oponían a que fueran felices juntos, que la circunstancia adicional de estar encerrado en el zoo era un respiro para él. Pero ahora que se sentía tan débil, aquello era un factor más de tensión, especialmente ahora que comenzaba a pensar si Josephine y él no podrían ser felices juntos durante un breve espacio de tiempo.

No ignoraba que ambos eran demasiado orgullosos para soportarse mutuamente durante mucho tiempo, ¿pero acaso no podían tener una semana, un mes o incluso un año de felicidad?

Tal vez pudieran, pero, de todos modos, era imposible, y aquí estaba él, encerrado en una jaula, con un negrazo esperándole fuera para hablarle de cualquier basura repugnante y agotar su paciencia.

Mas el hecho es que, cuando Cromartie se recompuso una vez más y salió a su jaula, Joe Tennison no se dirigió a él; es decir, no directamente. Pero resultaba tan agotador como antes, aunque ahora de modo diferente.

Cuando Cromartie se hubo sentado y llevaba un rato leyendo, no hubo visitantes durante dos o tres minutos, momento en que oyó al negro hablar para sí mientras miraba en su dirección.

—¡Pobre tipo! ¡Pobre jovenzuelo! Las mujeres hacen paja de un hombre, eso es lo que hacen. Yo he pasado por todo eso… lo sé todo sobre el asunto… Oh, Dios, sí. ¡El amor! El amor es el mismísimo diablo. Y este pobre joven está sin duda enamorado. Nadie puede alegrarle el ánimo. Nadie puede hacer nada por él, salvo aquella que le rompió el corazón. No puedo hacer nada por él salvo limitarme a fingir que no me doy cuenta de nada, tal y como siempre hago.

En este punto, la atención del que esto decía se vio distraída por la llegada de un grupo de visitantes, que se paró frente a su jaula, pero, en adelante, Mr. Cromartie adoptó hacia el negro el mismo método que siempre había adoptado hacia el público. Es decir, ignoró su existencia y se las arregló para no encontrarse nunca con sus ojos, y no prestar atención a lo que decía.

A la mañana siguiente, mientras Cromartie jugaba a la pelota con su caracal, tal como acostumbraban a hacer antes de que el orangután se aprovechara de ello, oyó la voz de Josephine que le llamaba.

Arrojó la pelota a su amigo, el felino, y fue derecho hacia ella. Ésta, sin ni siquiera detenerse en saludo alguno, le dijo:

—John, te amo, y tengo que verte a solas de inmediato. Tengo que entrar en tu jaula y hablarte allí.

—No, Josephine, no… eso es imposible —dijo Cromartie—. Ni tan siquiera puedo continuar viéndote de este modo, y no dudo de que te darás cuenta de que, si entraras en mi jaula, después de marcharte tú no podría soportarla.

—Pero yo no quiero marcharme —dijo Josephine.

—Si llegaras a entrar en mi jaula, tendrías que quedarte en ella para siempre —dijo Cromartie. Ahora se había recobrado, su momento de debilidad había pasado—: Y si no te decides a hacer esto, no creo que podamos en absoluto seguir viéndonos. Creo que me moriré si te veo de este modo. Nunca podremos ser felices juntos.

—Bien, mejor ser desdichados juntos que por separado —dijo Josephine.

De repente había comenzado a llorar.

—Querida mía —dijo Cromartie—, todo esto es un error estúpido, pero mañana lo arreglaremos de alguna manera con el conservador. Haré que te ponga en la jaula contigua a la mía, en lugar de ese condenado negro, y podremos vernos durante todo el tiempo.

Josephine meneó enérgicamente la cabeza para sacudirse las lágrimas del rostro, como un perro que ha estado nadando.

—No, eso no servirá —afirmó enfadada—, eso no servirá de nada. Tiene que ser la misma jaula que la tuya o no viviré en ninguna jaula. No he venido aquí para vivir sola en una jaula. Compartiré la tuya y al infierno con los demás.

Rió con enojo y sacudió su rubia cabellera. En sus ojos centelleaban las lágrimas, pero miraba fijamente a Cromartie.

—Al infierno con los demás —repitió—. No me importa nadie excepto tú, John, y, si nos han de enjaular y perseguir, tendremos que soportarlo. Los odio a todos, y voy a ser feliz contigo a pesar de ellos. Ahora nadie podrá avergonzarme. No puedo evitar ser yo misma, y seré yo misma.

—Querida —dijo Cromartie—, aquí serás desgraciada. Es horrible; no debes pensar en ello. Tengo un plan más sensato. No puedo pedirles que me dejen marchar. Eso no lo haré de ninguna de las maneras. Pero estoy tan débil que no me costará ponerme otra vez enfermo de verdad, y creo que luego me soltarán y podremos casarnos.

—Eso no servirá —dijo Josephine—. No podemos esperar más, y tú morirías si intentaras algo así. Cuando viniste aquí, ¿decía algo el contrato sobre no poder casarte? Sólo tienes que decirles que te vas a casar hoy mismo, y que tu mujer está dispuesta a vivir en tu jaula.

Varias personas habían entrado en el pabellón mientras tenía lugar este diálogo y, después de mirar a Josephine con gran escándalo, se marcharon de nuevo. Entonces entró Collins. Al ver a Josephine se sintió confuso y turbado, pero la joven se volvió de inmediato hacia él y le dijo:

—Mr. Cromartie y yo queremos ver al conservador, ¿sería tan amable de localizarlo y pedirle que venga aquí?

—Muy bien —dijo Collins.

Después, al ver cómo Joe Tennison, a menos de un metro de distancia, no le quitaba la vista de encima a Cromartie y a la dama, con los globos amarillentos de los ojos casi saliéndosele de la cara tiznada, le ordenó con severidad que volviera de inmediato a la habitación trasera de la jaula.

—Oh, le puedo decir algo, le puedo contar una cosa que no se la creería nunca —exclamó Joe.

Pero, sin decir palabra, Collins le señaló con el dedo y, levantándose de un salto, el negro se batió lentamente en retirada hacia su propio terreno.

Diez minutos después entró el conservador.

—Venga usted a la parte trasera, Miss Lackett, allí podremos hablar más a gusto —dijo.

Acto seguido abrió el cerrojo de la parte interior de la jaula o guarida, y Josephine entró. Tomaron asiento.

—Le he pedido a Miss Lackett que se case conmigo, y ha aceptado —dijo Cromartie en un tono más bien tenso—. Estaba ansioso por comunicárselo cuanto antes, para que pudieran hacerse los arreglos concernientes a la ceremonia que, por supuesto, queremos que se lleve a cabo del modo más privado posible, y de inmediato. Después de nuestro matrimonio mi esposa está dispuesta a vivir en esta jaula, a no ser, por supuesto, que disponga usted para nosotros otro alojamiento.

El conservador comenzó de repente a reírse. Era una risa fuerte, cordial y espontánea. A Cromartie le pareció una brutalidad, a Josephine una amenaza. Ambos fruncieron el ceño y se acercaron un poco el uno al otro esperando lo peor.

—Debería explicarles —comenzó el conservador— que el comité ha considerado ya lo que hay que hacer en caso de presentarse tal contingencia. Por razones diversas, nos resulta imposible tener a parejas casadas en el Pabellón del Hombre, y decidimos que, en caso de que mencionara usted el matrimonio, consideraríamos finalizado nuestro contrato con usted. En otras palabras, es usted libre de marcharse, y lo cierto es que le voy a echar.

Dicho esto, el conservador se levantó y abrió la puerta. Durante un momento la afortunada pareja vaciló. Se miraron el uno al otro y luego salieron juntos de la jaula, pero Josephine se aferró a su hombre mientras lo hacían. El conservador cerró la puerta de un portazo y dejó dentro al olvidado caracal. Después, dijo:

—Cromartie, le felicito de todo corazón. Y usted, querida Miss Lackett, ha escogido a un hombre por quien todos aquí sentimos el mayor respeto y admiración. Espero que sea usted feliz con él.

Cogidos de la mano, Josephine y John se apresuraron a salir de los Jardines. No se detuvieron a mirar perros o zorros, lobos o tigres, pasaron deprisa frente a la sección de los felinos y de ganado, y, sin fijarse en los faisanes o en un solitario pavo real, se deslizaron por la puerta giratoria hacia Regent's Park. Allí, cogidos todavía de la mano, pasaron inadvertidos entre la multitud. Nadie los miró, nadie los reconoció. La multitud la formaban principalmente parejas como ellos.

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