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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (89 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Serena casi no podía creerlo.

—Nosotros no aceptamos esos términos. ¿Paz a cualquier precio? Entonces ¿para qué han servido todos estos años de lucha? Te diré cuáles son nuestros términos: ¡la destrucción de todas las máquinas pensantes! —Paseó la mirada por la sala, que cada vez estaba más llena porque la noticia ya empezaba a extenderse.

Solo se oyeron unos pocos aplausos en respuesta a sus palabras. Poco a poco el ruido cesó, y se hizo un profundo silencio.

Serena dio unos pasos para acercarse a Vidad.

—Yo fui prisionera de Omnius y fui torturada por él, así que sé mucho más del sufrimiento de los humanos en los Planetas Sincronizados que vosotros con vuestros dos mil años de aislamiento. Nos conocéis muy poco si pensáis que los humanos buscamos un acercamiento a Omnius.

—Nuestro conocimiento es mucho mayor del que imaginas. Escucha a tu pueblo, Serena Butler. Desean poner fin a tanta muerte.

La ira ensombreció el rostro de Serena.

—Sí, es posible que vuestro plan ponga fin a la guerra por un tiempo, pero no aporta una solución real. ¡Ni una victoria! ¿La muerte de billones de personas ha sido en vano? ¿Y la muerte de mi hijo? Omnius seguirá dominando los Planetas Sincronizados, esclavizando a su población humana. ¿Todo el trabajo que hemos hecho será inútil? ¿Y Zimia? ¿Y la Tierra? —Y citó una lista de lugares decisivos, alzando la voz para mencionar cada uno de aquellos planetas heridos—. Bela Tegeuse. Honra. Tyndall. Bellos. Rhisso. Chusuk. Anbus IV. La colonia Peridot. Ellram. Giedi Prime.

Se volvió para mirar a la audiencia, inquieta y dócil.

—¿Hace falta que siga recordándoos todos los sacrificios que hemos hecho? Después de lo mucho que he luchado, me horroriza oír lo que proponéis.

—Pensad en las vidas que se salvarán, Serena —gritó un representante desde la multitud. Serena no reconoció su voz.

—¿A corto o a largo plazo? ¡Imaginad qué futuro nos espera si empezamos a regatear con Omnius! ¿Y por qué ahora? —Levantó el puño. Tenía que impedir que aquellos representantes cometieran el error más costoso de la historia de la humanidad.

Oh, cuánto deseaba que aquellas naves capaces de plegar el espacio estuvieran listas. Pero el Parlamento no sabía nada del trabajo secreto que se estaba realizando en Kolhar. Cuando el ejército de la Yihad tuviera aquella flota capaz de recorrer distancias interestelares en un abrir y cerrar de ojos a su disposición, podrían atacar los Planetas Sincronizados tan deprisa que Omnius no tendría tiempo de contar las derrotas. Los humanos nunca habían tenido una ventaja tan importante. En cuanto Omnius se diera cuenta del poder que tenían, se replegaría a los planetas que le quedaban y no se atrevería a atacarles nunca más. Pasaría a una posición defensiva, y cada nueva victoria de los humanos haría que se replegara más y más, lo que reduciría su gran imperio, hasta que algún día dejara de existir.

Serena golpeó con el puño la palma de su otra mano.

—¡Ahora, sobre todo ahora, debemos presionarles para conseguir una victoria definitiva! No podemos darnos la vuelta y evitar el desafío.

—Pero estamos cansados de luchar —dijo el embajador provisional de Poritrin que había sustituido a lord Niko Bludd. Después del espantoso levantamiento de esclavos del planeta, su gente no tenía ni el ánimo ni los recursos para continuar con las grandes ofensivas—. Estos pensadores nos ofrecen la posibilidad de detener esta guerra sin fin. Debemos considerarlo, dejarnos guiar por su sabiduría.

—No si eso significa aceptar una paz absurda. —Serena agitó su túnica en un destello de blanco y púrpura—. Las máquinas jamás respetarán a los humanos, ni respetarán ningún acuerdo al que hayamos llegado. Para Omnius nuestras vidas son inútiles y prescindibles.

Hizo una pausa, sintiendo que el estómago se le revolvía y las rodillas le flaqueaban. El público la miraba como si se estuviera excediendo, y eso la puso más furiosa.

—En estos momentos las máquinas están debilitadas. Tenemos la oportunidad de destruir hasta el último panel de circuitos. —Bajó la voz con un gruñido—. Si no lo hacemos, si dejamos que nuestra determinación flaquee, volverán a levantarse y se opondrán a nosotros con más fuerza que nunca.

—Hagamos lo que hagamos es arriesgado —dijo el representante de Giedi Prime—. Yo, más que nadie en esta sala, estoy en deuda con la sacerdotisa Serena. Si nuestro mundo es libre es gracias a las valientes acciones que vos emprendisteis para defendernos. Pero nuestro pueblo sigue siendo frágil, aún no nos hemos recuperado del daño que Omnius nos infligió durante su breve conquista hace décadas. Si hay alguna posibilidad de que lleguemos a una tregua, una tregua que no exija una capitulación vergonzosa, tendríamos que aceptarla.

Otro importante representante se puso en pie.

—Pensemos en las ventajas. Dado que los humanos hemos recuperado algunos planetas y militarmente estamos a la altura de las máquinas, estamos en una posición de fuerza para negociar los términos de esta paz que han propuesto los pensadores.

—¡Hagámosles caso! —dijo una mujer que permaneció sentada, pero cuya voz se oyó por toda la sala—. Ahora que la revuelta cimek está mermando sus recursos tanto como las revueltas de los humanos, Omnius aceptará realmente un alto el fuego. No puede luchar contra todos a la vez.

El debate volvió a empezar y fue subiendo de tono hasta convertirse en un griterío de voces furiosas. Serena empezaba a desesperarse. Había demasiados representantes a favor de aquella paz, de que la humanidad tuviera un respiro que le permitiera recuperarse, reconstruir su flota y sanar las heridas de su población.

Pero Serena temía lo que aquella decisión podría costarles. En el fondo de su alma sabía que aquella capitulación sería un error terrible.
Terrible —pensó—. ¿Cómo pueden ser tan estúpidos?
Sin embargo, se dio cuenta de que si insistía en seguir con la guerra, perdería el apoyo de buena parte del Parlamento.

Tenía que encontrar otra forma de hacerles cambiar de opinión. El Gran Patriarca la miraba con los ojos muy abiertos, con expresión suplicante. Había hecho tantas cosas para impulsar la Yihad que ahora debía de estar sintiendo el amargo sabor de la derrota en la boca, igual que ella.

Los pensadores habían ganado. Por propia iniciativa, Vidad había negociado una paz que dejaría a la humanidad tullida y llevaría a la Liga a una muerte lenta.

Omnius nunca olvidaría aquella guerra santa. Se haría cada vez más fuerte, y siempre tendría el mismo objetivo en mente: la erradicación total de los humanos en todos los sistemas estelares. Y cuando llegara el momento, Serena ya no estaría allí para decir que ella les había avisado.

Dando la espalda a la asamblea, salió de la sala disgustada; no quería seguir escuchando. La desesperación le pesaba en el alma. Durante más de tres décadas había reunido a la gente, pero no les había inspirado lo bastante para lograr la victoria.

Durante el trayecto de vuelta a la Ciudad de la Introspección, estuvo pensando, buscando respuestas, preguntándose en qué había fallado.

98

A veces los héroes consiguen sus mayores hazañas después de muertos.

S
ERENA
B
UTLER
,
Mítines de Zimia

Iblis Ginjo se dio la vuelta y quedó tendido en una cama que olía a sexo y sudor. La cabeza le dolía por la profunda miseria que sentía ante el desastroso cambio de rumbo de los acontecimientos, pero también por los excesos hedonistas que se había permitido la noche anterior. ¿Qué importancia tenía?

En aquellos momentos no había nadie con él, pero recordaba un borrón de caras. ¿Cuántas mujeres estuvieron con él… cuatro, cinco? Demasiadas incluso para sus hábitos; hasta había una que se parecía a su mujer. Pero había estado bien: se sentía demasiado desesperado y preocupado.

Ya había sido bastante malo cuando, a pesar de todo lo que había hecho, Serena Butler usurpó su puesto al frente de todo, hacía once años. Y ahora la Yihad entera estaba a punto de terminar por una absurda propuesta de paz. No funcionaría. ¿Cómo era posible que Keats y los otros subordinados hubieran fracasado tan estrepitosamente? ¿Es que no se daban cuenta de lo que habían hecho?

Trató de no pensar en el papel que él mismo había desempeñado en aquella lamentable situación, y deseó poder culpar a otro. Como líder de la Yihad, Serena era la candidata perfecta, pero ella vivía en una fortaleza. Después de todo, fue él quien designó a Keats y a los demás subordinados de los pensadores.

Por primera vez desde los tiempos en que trataba con el pensador Eklo en la Tierra, Iblis se cuestionó la lucidez de aquellas mentes antiguas. Después de tantos años y tantos millones de personas muertas en la lucha, esperaban que humanos y máquinas se dieran la mano. Qué desastre.

Así que, en un intento por distraerse, pasó la noche ahogando las penas con la ayuda de la melange y las mujeres. Una forma entretenida y agotadora de pasar el tiempo, aunque en el fondo no servía de nada. Por la mañana sus problemas seguían ahí.

Unas raídas cortinas de blonda cubrían solo parcialmente la ventana de la habitación de aquel modesto hotel. Muy distinta a la suite privada pagada por el Estado que tenía en Zimia, donde vivía con su distante mujer y tres hijos que rara vez le dirigían la palabra.

Arrugando la nariz por el olor a suciedad de las sábanas y las toallas y por las exóticas drogas de Rossak, fue con dificultad hasta la ventana, sin molestarse en cubrir su desnudez. Estaba en algún lugar del distrito antiguo de Zimia, muy lejos de los edificios gubernamentales y de los nobles que los frecuentaban. Allí el Gran Patriarca se enfrentaba a la esencia descarnada de la humanidad, gentes a las que podía estafar, consolar y convencer fácilmente con su encanto natural. Iba por allí ocasionalmente, porque disfrutaba del cambio de ritmo, de los ropajes bastos y sórdidos de la clase baja. Todo era más grosero y natural, como cuando hacía de capataz en la Tierra. Al menos en aquel entonces podía ver los resultados directos de su poder.

Serena estaba obsesionada con lograr una victoria santa contra aquel enemigo demoníaco, un bonito objetivo, pero muy simplista. Hasta entonces él había sido quien veía las cosas con más pragmatismo. Durante años, había construido una infraestructura inmensa: las empresas industriales, mercantiles y religiosas de la Yihad, y, puesto que era él quien hacía que todos los engranajes funcionaran, había aceptado dinero, poder e incontables galardones. Casi todo antes de que Serena se hiciera con el control. Si la Yihad terminaba, Iblis no tendría ninguna posición legítima. Serena y él habían estado a la greña, pero ahora solo ellos dos podían salvar a la raza humana de una debacle, una locura de proporciones inmensas. Serena debía acudir a él… él era su único aliado.

Mientras estaba ante la ventana abierta, sintiendo la brisa de la mañana en su cuerpo desnudo, Iblis rechinó los dientes. Nunca en su vida se había rendido a la desesperación. Siempre había una forma de salvar la situación, al precio que fuera. Solo tenía que encontrar la tecla adecuada.

Pero ¿qué podían hacer él y Serena que fuera lo bastante significativo para quitarles la venda de los ojos? Aquella gente cansada y maltrecha aceptaría el plan de paz de Vidad por desesperación. La situación exigía medidas realmente drásticas.

Oyó una voz familiar en el pasillo y su pulso se aceleró.

—¿En qué habitación está? Necesito ver al Gran Patriarca enseguida. —Iblis cogió una bata vieja, se humedeció el pelo e intentó ponerse medio presentable antes de abrir la puerta con una sonrisa en los labios.

Respaldada por Niriem y otras cuatro serafinas, Serena plantó cara a los guardias de la Yipol que Iblis había dejado fuera. Con su elegante túnica blanca con adornos dorados, y un medallón con la imagen de su hijo mártir, se la veía totalmente fuera de lugar en aquel entorno tan sórdido. Al ver a las estoicas serafinas tan cerca de Serena, Iblis se sintió aliviado. Hacía tiempo, había creado aquel cuerpo de vigilancia para que actuara de amortiguador entre la sacerdotisa y las realidades poco convenientes. Seguían informándole cada vez que Serena hacía algo, aunque empezaban a manifestar una perturbadora lealtad hacia ella. Bueno, al menos Niriem seguía siendo suya.

Serena hizo una mueca, censurando claramente las actividades nocturnas de Iblis.

—No malgastéis vuestras energías de este modo, Iblis. Tenemos una misión vital. Sobre todo ahora.

Indicándole con un gesto decidido que la siguiera, Serena se alejó por el pasillo. Sus serafinas esperaron a que Iblis y sus guardias las siguieran.

Cuando Iblis estuvo instalado junto a ella en su vehículo privado, con Niriem al volante, lanzó una última mirada a aquel lugar miserable.

—Serena, a veces me alejo de las torres relucientes y las bonitas residencias gubernamentales para recordar lo mal que vivía en la Tierra. Me ayuda a ver las cosas con perspectiva. Cuando miro estos sucios cuchitriles y veo lo peor de la humanidad —drogadictos, borrachos, putas—, pienso en por qué luchan nuestros valientes yihadíes. Luchan para que salgamos de todo esto. —Pensó con rapidez, cada vez más lanzado, y bajó la voz a un susurro—. He venido aquí para pensar la mejor forma de salvar la Yihad.

—Os escucho. —Los ojos de color lavanda de Serena brillaban de desesperación.

Iblis se sentía sorprendentemente tranquilo. Su voz era firme, y sus palabras fueron lo bastante duras para hacerle entender ciertas verdades.

—Yo nací esclavo y tuve que luchar mucho para llegar a ser un humano de confianza. Con el tiempo, me convertí en líder de una revuelta y en Gran Patriarca de vuestra Yihad santa. —Con una expresión amarga, se acercó más a Serena—. Pero nunca pude competir con vos, Serena Butler. Siempre era vuestro nombre el que gritaban. Vos erais la aristócrata que trataba de ayudar a las masas por un sentimiento de culpabilidad a causa de las riquezas que vuestra familia había acumulado a costa de la gente corriente.


Noblesse oblige.
¿Estáis tratando de psicoanalizarme?

—Solo pongo las cosas en su contexto. Si yo pudiera hacer lo que quiero proponeros, lo haría. Pero tenéis que ser vos, Serena. Solo vos. Si estáis dispuesta a pagar el precio, claro. —Se acercó más, tratando de concentrar su habilidad, con la mirada encendida.

—Haría lo que fuera por ganar la Yihad. —Su rostro se veía beatífico y resuelto. Sus ojos llameaban, como los de él—. Lo que fuera. —Serena se dio perfecta cuenta de lo que estaba diciendo, e Iblis supo que la tenía.

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