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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (64 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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De pronto, Norma también miraba a través de esos ojos algo que estaba más allá de su abuela. Veía estrellas lejanas, planetas y nebulosas, e, iluminado en un primer plano, el semblante de algunas mujeres, uno a uno, cada uno fundiéndose con el siguiente. Todas eran de una belleza clásica y le resultaban familiares. Norma trató de controlar las imágenes y quedarse solo con una, pero no pudo. Con un sobresalto, comprendió qué era lo que estaba viendo.

Mis antepasadas.

Aquella revelación la sorprendió, pero no dudó de su veracidad ni por un momento.

Las mujeres que me han precedido, pero solo por la línea materna.

De nuevo trató de controlar las imágenes, pero la procesión de mujeres que aparecían y desaparecían continuó, remontándose cada vez más y más atrás, aunque no se parecía en nada al mecanismo de un ordenador cuando busca en sus bases de datos. Aquello era totalmente distinto.

Tuvo miedo. ¿Qué vería si seguía adelante? ¿Acaso su mente había resultado dañada de forma irreparable en su encuentro con los cimek? ¿Había perdido el control?

Y entonces, como cuando se pasa deprisa un montón de grafías, las imágenes se aceleraron, y los rostros y los cuerpos fundieron en un compuesto de todas las mujeres que formaban su linaje materno, remontándose a miles de años. El rostro y la forma de las imágenes cambiaban continuamente, como si algo tirara de la carne a un lado y a otro. Finalmente se estabilizaron y Norma vio una sola persona, brillantemente iluminada sobre el cosmos celestial.

Por fin tenía la imagen que quería, y era adecuada, porque también incluía un elemento de la que había sido su apariencia hasta entonces. Norma era la suma de sus antepasadas, la persona en la que convergían todas las generaciones, aunque solo por el lado materno.

Sus manos invisibles actuaron con rapidez, moldeando cada facción, dando forma a su nuevo cuerpo con el material celular disponible hasta convertirlo en una forma femenina de una belleza glacial, alta y escultural, más que ninguna otra hechicera de Rossak. Más incluso que Zufa Cenva.

Sus ojos brillantes se volvieron de un azul suave y seductor. La piel era de marfil, suave, sobre una estructura perfecta y unas curvas sensuales. Ninguna de sus predecesoras de Rossak había sido capaz de conseguir nada que se acercara a aquello ni remotamente. Norma dejó que pasara, abriendo portales celulares que hasta entonces le habían estado vedados.

Finalmente se irguió, perfecta y desnuda en el vientre de la nave rapaz muerta. Con sus poderes sobrenaturales, el ser superior embrionario en el que se había convertido tomó el control de la nave de Jerjes y la llevó hasta un planeta vacío pero habitable cercano al sistema solar de Rossak, un mundo conocido como Kolhar.

Desde allí, no muy lejos de su hogar, envió una señal telepática a través del cosmos, una llamada que su madre no podría desatender.

65

Un brindis por los amigos perdidos, por los aliados olvidados, por todos aquellos a quienes no valoramos mientras vivieron.

Canción de taberna de Caladan

Y ahora eran tres. Solo tres de los veinte conquistadores de la Antigüedad… los extraordinarios titanes.

En el planeta sincronizado de Ularda, Agamenón avanzó con su cuerpo móvil a grandes zancadas entre las ruinas llameantes de un campamento de esclavos. Allí los humanos no habían dado muestras de rebeldía, como el cáncer que había atacado a Ix.

Aun así, el general titán no quería arriesgarse. Cualquier señal de inquietud era tratada con dureza. Arrojó un glóbulo de gel concentrado de llama contra una mujer que huía. Su cuerpo se convirtió en una antorcha humana. La mujer dio dos pasos tambaleantes y luego se desplomó convertida en un montón de huesos. El titán pasó por encima y pisoteó lo que quedaba de ella con sus pies mecánicos mientras buscaba nuevas víctimas.

A su lado iban los altísimos cuerpos mecánicos de Juno y Dante, que avanzaban siguiendo una cuadrícula exacta para arrasar el asentamiento. Tácticamente, era peligroso que los tres titanes estuvieran juntos en un lugar donde podían ser vulnerables, pero los habitantes de Ularda habían sido sometidos hacía mucho tiempo, y prácticamente no habían recibido ningún apoyo de la Yihad. Después de casi once siglos de existencia, Agamenón sabía reconocer los problemas.

No como otros.

—¿Cómo es posible que Jerjes se haya expuesto a un peligro semejante? —dijo con un gruñido, haciéndose oír por encima del ruido de los incendios, de los gritos de las víctimas y las estructuras que se desmoronaban. Subió el volumen de su altavoz y giró la cabeza hacia la imponente figura de Juno—. ¿Atacó a una hechicera de Rossak, la hija de Zufa Cenva? ¿Y qué esperaba que pasara? —Dando un golpe con sus antebrazos de metal reforzado, el general, furioso, aplastó un depósito de agua elevado que los esclavos habían construido, salpicando de agua las calles humeantes—. Es el mayor idiota de todos los tiempos.

Dante caminaba a su paso, provocando también notables daños, aunque casi parecía que lo hacía a desgana.

—Hemos perdido mucho más que un titán, aunque desde luego su pérdida ha sido la más importante. Entre las víctimas había docenas de neocimek que podíamos haber reclutado para nuestra revuelta. Y en estos momentos no podemos permitirnos algo así.

Juno habló en tono conciliador.

—Podemos arreglarnos sin ellos. Nuestros planes seguirán adelante.

—¡Por supuesto que podemos arreglarnos sin Jerjes! —repuso Agamenón en tono arisco—. Al menos no ha sido Beowulf, que tan útil está siendo. Si hemos mantenido a Jerjes con nosotros ha sido solo por lealtad a los nuestros, por una especie de sentido del honor. —El general suspiró—. Ojalá hubiera encontrado la forma de autodestruirse antes.

Tres jóvenes humanos se ocultaron bajo una estructura baja y medio derrumbada. Al percibir movimiento, Agamenón se lanzó contra ellos y golpeó el edificio, pero sus víctimas se ocultaron más adentro en aquel cuestionable refugio.

Furioso, el general titán se abalanzó sobre el edificio y utilizó sus extremidades blindadas para abrir el tejado y derribar paredes, hasta que cogió a aquellos problemáticos esclavos y los levantó en el aire mientras se debatían como insignificantes escarabajos. Agamenón los estrujó entre sus dedos de metal líquido; mientras veía cómo sus fluidos corporales rezumaban se le ocurrió que habría disfrutado mucho más de todo aquello de no haber tenido a Jerjes en la cabeza.

Mucho tiempo atrás, aquel titán cobarde fue un príncipe rico y consentido que no sabía qué significa el verdadero liderazgo. Prometió una inmensa y necesitada riqueza para la rebelión secreta de Tlaloc. Rodale IX, su planeta de origen, rico en recursos, se había convertido más adelante en Ix.

Jerjes, impaciente por unirse al grupo, accedió a instalar el programa corrupto de Barbarroja en los numerosos robots siervos de Rodale IX. Había que probar las nuevas rutinas y órdenes, así que Jerjes permitió que su planeta se utilizara como campo de pruebas. Cuando llegó el momento de iniciar la revuelta a gran escala por todo el Imperio Antiguo, Jerjes ya había matado a su obeso padre, el gobernante nominal del planeta, y puesto los recursos de Rodale IX a disposición de los veinte titanes.

Agamenón nunca había confiado en Jerjes. No tenía auténticas convicciones políticas, ni verdadera pasión por lograr su objetivo. Para él todo aquello no era más que un juego, una diversión.

En aquel entonces, Agamenón viajó al sistema de Thalim y expresó sus dudas ante el mismísimo Tlaloc. En Tlulax, Tlaloc había trabajado duro para conseguir su grandeza personal, pero la falta de aspiraciones del pueblo tlulaxa le decepcionó. Ya habían empezado a aislarse, desdeñando el hedonismo del Imperio Antiguo al tiempo que se obstinaban en no mejorar su situación. A pesar de todo, Tlaloc seguía creyendo en la humanidad e insistía en decir que la raza humana podía lograr grandes cosas si se la
incentivaba
.

Y para eso, los veinte titanes necesitaban la cuenta bancaria de Jerjes.

En los siglos que habían pasado desde aquello, Agamenón no había vuelto a necesitar a Jerjes, pero estaba la cuestión del honor entre titanes. Que no era poco. Bueno, al menos Jerjes ya se había quitado de en medio.

Los cimek ya habían arrasado totalmente el campamento de los esclavos en Ularda. Nadie había sobrevivido, no había quedado ninguna estructura intacta. Un humo grasiento se elevaba hacia el cielo en columnas sucias.

Dante y Juno se acercaron al general, quien les dijo:

—Se acabaron los planes y las quejas. Ya no esperaremos más. —Hizo girar la torreta de la cabeza y vio que sus compañeros estaban de acuerdo—. La próxima vez que haya una ocasión para librarnos de Omnius la pienso aprovechar.

66

Una nave no puede dirigirse a su destino con dos pilotos peleando por los controles. El uno o el otro deben ganar pronto, porque de lo contrario la nave se estrellará.

I
BLIS
G
INJO
, nota al margen
de un cuaderno robado

El Gran Patriarca de la Yihad no era hombre al que le gustara rogar. Exigía el respeto de todos y lo tenía. La gente suplicaba su favor como si fuera un príncipe o un rey. Y él hacía que las cosas ocurrieran.

Pero muchas cosas habían cambiado en el año que hacía que Serena Butler había tomado las riendas de la Yihad, en lugar de limitarse a ser un símbolo como le correspondía. Él la había creado, la había guiado hasta convertirla en un poderoso símbolo. Y ahora, la muy desagradecida lo había desairado para repartir el poder y el control entre otros oficiales de la Yihad. Hasta había rechazado la razonable oferta de un matrimonio político entre ambos. No, aquella no era una fase pasajera.

La intervención directa de Serena solo había servido para cambiar el eje central de la Yihad. Peor aún, la mujer había conseguido sus propios seguidores, separados de los de él. El cisma se estaba extendiendo y Serena no se daba cuenta de que estaba contribuyendo a crear más confusión. A pesar de sus esfuerzos por convencerla, Serena no le hacía caso. A veces ni se molestaba en contestar a sus mensajes, o si lo hacía era de forma escueta.

¿Es que no ve que mis sugerencias son por su bien, y por el bien de la Yihad?

No, por lo visto no.

En una comparecencia reciente ante el Consejo de la Yihad, Serena le había pedido públicamente —¡públicamente!— que justificara las actividades económicas de su policía, dando a entender que no estaba siendo honesto con la Liga de Nobles. Semejantes acciones solo servían para dividir a los humanos y desviar la atención del verdadero enemigo. En aquellos momentos, tenía que haber un liderazgo unificado, no dividido.

Finalmente, Iblis decidió que tenía que hacer algo, con la ayuda de quien fuera. Ahora, más que nunca, tenía que demostrar sus capacidades y conseguir cosas que ni siquiera aquella sacerdotisa vanidosa pudiera lograr. Con un poco de suerte, eso le ayudaría a recuperar su posición de poder supremo.

En la cubierta de observación de su yate espacial privado, Iblis veía cómo se deslizaban las estrellas por el abismo. Solo le acompañaba el comandante de la Yipol, Yorek Thurr, que hacía las voces de piloto y de guardaespaldas personal. Aparte de él mismo, Thurr era el único hombre vivo que conocía la existencia de la cimek Hécate y su oferta de ayudar a la Yihad.

La titán, en su cuerpo asteroide, había causado daños tan importantes en Ix que el primero Harkonnen pudo conquistar y conservar aquel importante planeta sincronizado. Sin su ayuda, en el mejor de los casos la batalla por Ix habría sido otra
victoria moral
, pero no una victoria real. Ahora Iblis la necesitaba para que obrara otro milagro.

La voz de Thurr le llegó a través del intercomunicador de la nave.

—He detectado el asteroide, señor, tal como esperábamos.

—Al menos tiene palabra —dijo Iblis.

—Iniciamos la aproximación.

El Gran Patriarca miró por la pantalla, tratando de averiguar cuál entre los millones de puntitos brillantes que veía era el pedrusco artificial de Hécate. Finalmente pudo distinguir la forma irregular de aquella gigantesca roca surcada de cráteres, mayor cuanto más se acercaban. Sin embargo, esta vez Iblis no se sentía exaltado. Sabía exactamente lo que la titán podía hacer por él.

En los primeros estadios de la Yihad, la gente invocaba con fervor el nombre del pequeño Manion Butler y reverenciaba a la valiente madre que había levantado su mano contra las máquinas pensantes. Pero, después de décadas de guerra, empezaban a cansarse de aquella batalla interminable y ansiaban volver a sus vidas y sus carreras personales. Querían trabajar, criar a sus hijos y olvidarse de los altibajos del conflicto armado. ¡Necios!

A pesar de las ocasionales victorias, como la de Ix, Anbus IV y Tyndall, Iblis sentía que la revuelta perdía intensidad, como un organismo vivo que se estaba muriendo. El declive se producía en etapas cortas y largas, en planetas grandes y pequeños. Fuera a donde fuese para dar sus inspiradores discursos, lo veía, lo sentía. Las multitudes estaban perdiendo el entusiasmo, se le escapaban porque no veían un fin a la vista. ¡La capacidad de los humanos de mantener la atención era tan lamentablemente escasa!

El Gran Patriarca necesitaba desesperadamente que los demás vieran lo que él veía claramente. Las máquinas querían destruir a todos los humanos, no solo en los Planetas Sincronizados, sino también en los mundos de la Liga y los Planetas No Aliados. Los humanos eran un estorbo para Omnius y sus hermanos metálicos, una amenaza. Las máquinas pensantes y los humanos jamás podrían coexistir, ni en planetas individuales ni en el universo…

El asteroide de Hécate se acercó, con sus profundos cráteres.

—Nuestros escáneres han localizado el pasaje de entrada, señor —informó Thurr—. Hécate ha establecido contacto y os da la bienvenida.

—No pierdas el tiempo con tanta cháchara insustancial. Entremos de una vez.

El yate espacial se deslizó con facilidad al interior de un cráter y los rayos tractores de la titán ayudaron al piloto a adentrarse en la cueva de paredes de espejo en la que Iblis había hablado por primera vez con Hécate, ataviada con su cuerpo de dragón cimek.

Iblis bajó de la nave y avanzó con seguridad por la cámara. Esta vez, en lugar de llevar su cuerpo móvil de tamaño humano, Hécate lo recibió en la forma de un contenedor blindado en el que su cerebro estaba sumergido en un baño de electrolíquido, instalado sobre un cuerpo móvil que rodaba. El cilindro se ajustó para quedar a la altura de los ojos de Iblis.

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