Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
—Estoy deseando que me hables de ese nuevo descubrimiento. Y tengo que solucionar ese conflicto con lord Bludd por los globos de luz.
Norma le hizo pasar al destartalado edificio donde trabajaba, y él la siguió con cierta turbación. Aquella gran habitación estaba desordenada, atestada de cachivaches relacionados con numerosos y complejos proyectos. En un hueco había una pequeña mesa rodeada de sillas suspensoras apoyadas en ángulos extraños. Platos sucios, planos y hojas de cálculo cubrían la mesa; Norma empezó a quitar cosas de en medio para que Venport tuviera donde sentarse. Él la ayudó servicialmente.
Mientras la ayudaba, encontró una pila de papeles en los que se la amenazaba con presentar una queja y donde aparecía su nombre; se le aceleró el pulso. Estaban dirigidos a Norma, y los enviaba un abogado en representación de lord Bludd y Tio Holtzman.
—Norma, ¿qué son estos papeles?
—No sé —dijo ella distraída. Luego, al mirar más de cerca, dijo—: Oh, esos. Nada importante.
—La fecha es de hace casi un año. Te amenazan con emprender acciones legales si dejas de trabajar para Holtzman, sobre todo si es para venir a trabajar conmigo.
—Sí, sí, supongo. He estado demasiado ocupada para mirarlo. Mi proyecto está por encima de todas esas tonterías legales.
—Norma, mi querida e ingenua Norma, ningún proyecto está por encima de las consideraciones legales en el mundo real. —Su rostro enrojeció—. No tendrías que haber descuidado esto tanto tiempo. Deja que me ocupe yo. —Se puso los papeles bajo el brazo.
—Oh, sí, gracias.
Venport se preocupaba mucho por Norma, como si fuera su hermano mayor, puede que incluso más. Su baja estatura y sus defectos físicos no le preocupaban en absoluto. Después de todo, él había convivido muchos años con la perfección escultural de su madre, y había acabado por considerarla una mujer excesivamente crítica y exigente con él, consigo misma y con los demás. En cambio, Norma tenía muchas más virtudes que defectos. Su aspecto más atractivo era su mente, así como su carácter agradable y complaciente.
Venport miró a su alrededor, y no pudo dejar de ver todo aquel desorden, el material barato, los espacios abarrotados. Para tratarse de la responsable de algunos de los inventos más famosos de Holtzman aquello era un insulto. La iluminación era mala, los muebles viejos, las estanterías estaban abarrotadas. Él le encontraría algo mejor, y pronto.
—Norma, sé que no te gusta utilizar esclavos, pero voy a tener que buscarte una asistenta.
—Mientras pueda trabajar, estoy bien como estoy.
Para sus adentros, Venport se preguntó hasta qué punto estaba en deuda con Norma, hasta qué punto creía en ella. Cerró los ojos y
escuchó
lo que decía su cuerpo, su corazón, sus instintos más viscerales. La respuesta era evidente.
Tengo que ayudarla.
Tanto si su idea de plegar el espacio tenía posibilidades comercialmente como si no, se prometió que la liberaría de las garras de aquel científico egoísta… costara lo que costase.
Aurelius Venport descubrió enseguida que despreciaba a lord Niko Bludd y a Tio Holtzman.
En las décadas que llevaba descubriendo, desarrollando y transportando productos farmacéuticos de Rossak —un negocio que él había convertido en un gran imperio—, Venport había tenido que vérselas con duros negociadores, proveedores desagradables, incluso con matones del gobierno. Pero no guardaba rencor a sus rivales legítimos; siempre podía entender sus posturas y llegar a un acuerdo con ellos.
También tenía un gran instinto con las personas, y en cuanto se acercó a Bludd y Holtzman se le puso la piel de gallina. Evidentemente, el savant era un farsante que se había labrado una reputación a costa de otros. Lord Bludd nadaba en la abundancia, pero no como una forma de dejar un legado o hacerse un lugar en la historia, no… sencillamente, acumulaba riquezas porque sí.
Aun así, tenía que llegar a un acuerdo con aquellos hombres.
Mientras avanzaba hacia la larga mesa en el interior de una sala llena de espejos y globos de luz facetados —reproducciones no autorizadas, según vio—, pensó que aquello parecía más una sala de fiestas que un lugar donde pudiera tratarse un negocio. El regordete lord Bludd presidía la mesa, embutido en una gruesa túnica con mangas anchas que no parecía muy cómoda. Sus largos cabellos formaban preciosos tirabuzones. Los rizos de la barba se habían fijado como una escultura hecha de hilo de alambre.
El savant Holtzman llevaba un manto blanco rígido y formal, pero parecía más cómodo con esa ropa que con la bata de laboratorio que llevan los verdaderos científicos. Había otras sillas ocupadas por representantes del consejo y abogados de Poritrin, todos ellos con expresión severa y rapaz.
Venport entró solo en la habitación y observó a los profesionales que Poritrin presentaba contra él. Se sentó dando un suspiro.
—Lord Bludd, savant Holtzman, he venido aquí en persona para hablar de un asunto que solo les interesa a ustedes dos. Desearía poder discutir abiertamente posibles soluciones a esta disputa. —Miró a los abogados y torció el gesto—. Si me hacen el favor de despedir a estos señores, podemos sentarnos como personas y llegar a un acuerdo.
Indignados, los abogados se pusieron en pie como movidos por un resorte. El savant Holtzman parecía confuso, pero no dijo nada. Lord Bludd se puso a la defensiva.
—Son los expertos que he elegido, directeur Venport. Confío plenamente en su…
—Entonces más tarde pueden revisar cualquier acuerdo al que podamos llegar. Más tarde. Pero si insistís en tratar este asunto por la vía formal, todos sabemos que puede alargarse años, y tendrá un alto coste. —Esbozó una sonrisa seductora—. ¿No preferís escuchar primero mi propuesta? —Venport cruzó los brazos y esperó, dejando muy claro que no pensaba iniciar las negociaciones hasta que aquel ejército legal se marchara.
El noble echó una ojeada a sus asesores, que hablaron a coro.
Milord, os desaconsejo enérgicamente… Esto es totalmente irregular y sospechoso ¿No estará tratando de ocultar algo que no quiere que…?
Lord Bludd los despachó a todos chasqueando los dedos y luego pidió que les sirvieran un refrigerio. Los ojos de Venport se cruzaron con los del noble. Los dos sabían que avanzarían mucho más sin tantos aspavientos, a puerta cerrada.
Holtzman se aclaró la garganta y cogió unos papeles que tenía sobre la mesa.
—Antes de que empecéis, directeur Venport, debéis entender que en realidad VenKee Enterprises no tiene ninguna posibilidad. —Le entregó uno de los documentos—. Es una cesión firmada por Norma Cenva cuando empezó a trabajar conmigo. En ella reconoce que cualquier tecnología o idea que desarrolle mientras trabaje a mis órdenes pertenece a los ciudadanos de Poritrin y que podemos hacer el uso que queramos de ella. No tenía ningún derecho a daros una patente comercial tan valiosa.
Venport examinó el documento y leyó las mismas palabras que ya había podido leer tras sobornar al senador Hosten Fru en Salusa Secundus. Nada que no supiera. Empujó el documento sobre la mesa sin dejarse impresionar.
—No pongo en duda la autenticidad de la firma de Norma, savant Holtzman. ¿Podéis demostrar también que a Norma se le ofreció el asesoramiento de un profesional antes de firmar un documento tan ridículo? ¿Podéis demostrar que tenía la edad legal para participar en el acuerdo? Según mis registros (y os aseguro que son exactos, puesto que soy la persona que se ocupó de su traslado a Poritrin), solo tenía quince años cuando partió de Rossak. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Decidme, lord Bludd, ¿realmente deseáis llevar este asunto ante un tribunal de la Liga?
Los criados entraron apresuradamente para servir la comida y Venport esperó a que terminaran. No quería que nadie oyera la conversación, aunque estaba convencido de que el noble lo estaba grabando todo… otra cosa inadmisible ante un tribunal, puesto que él no había dado su permiso para que lo grabaran.
—Caballeros —siguió diciendo—, Norma Cenva es un tesoro y un genio. No creo que le estén ofreciendo el respeto, los recursos y la libertad que merece.
—Norma lleva muchos años viviendo de nuestra buena fe —repuso Holtzman—. Lleva décadas con nosotros, pero no ha descubierto nada que valga la pena mencionar desde… desde… —Se encogió de hombros—. Tendré que consultar mis archivos.
—No me sorprende, teniendo en cuenta que la tenéis trabajando en un lugar degradante.
—Pero antes ella…
—Basta de discusiones —dijo lord Bludd interrumpiéndolos—. Sean cuales sean las circunstancias, la base de su lucrativo negocio con los globos de luz fue desarrollada aquí, en Poritrin. Mi tesorería pagó las investigaciones. VenKee Enterprises no tiene derecho a acaparar tantos beneficios.
—Entiendo vuestros reparos —dijo Venport, asegurándose de mantener un tono mínimamente conciliador—. Estoy dispuesto a ceder una parte de los beneficios derivados de la venta de los globos de luz. —Y levantó un dedo, al tiempo que los rostros de Holtzman y Bludd se iluminaban ante aquella agradable sorpresa—. Con la condición de que Norma quede liberada de la obligación de trabajar para el savant Holtzman.
—Estoy de acuerdo —se apresuró a decir Holtzman como si tratara de contener la risa.
Bludd le dedicó una mirada furibunda por aceptar tan deprisa y miró a Venport con el ceño fruncido.
—¿Y a cambio vos accedéis a compartir los beneficios obtenidos con los globos de luz a perpetuidad?
Venport suspiró. Normalmente las negociaciones no se hacían en unos términos tan humillantes.
—A perpetuidad no —contestó con voz severa. Ningún hombre mínimamente razonable habría aceptado algo así—. Estableceremos un período y un porcentaje determinados.
A partir de ahí empezaba el verdadero trabajo.
Venport sabía que tenía que proteger a la ingenua e inocente de Norma de futuros embrollos con aquellos hombres, y apartarla de sus estériles empresas del pasado. Ya había calculado el dinero que podía costarle aquel desacuerdo. El tribunal de la Liga, incentivado por los sobornos de la noble familia de Poritrin, seguramente impondría una solución de
compromiso
que a la larga también le costaría un dineral a Venport. En aquellos momentos lo que más le interesaba era reducir gastos y dejar de perder el tiempo.
Tras varias horas de conversaciones, Venport finalmente accedió a compartir con Poritrin una tercera parte de los beneficios de los globos de luz durante los siguientes veinte años; la otra parte estuvo de acuerdo en no presionar por la vía legal para recuperar los derechos de las patentes originales. Bludd y Holtzman eran conscientes de la ingente cantidad de dinero que generaban las ventas de los globos de luz, que no dejaban de aumentar, así que estaban sorprendidos. Obviamente, lo vieron como una inyección inmediata de dinero sin tener que hacer nada, ya que Norma Cenva había desarrollado el producto hacía años y el mismo Venport había pagado los costes de producción.
Dos décadas parecían mucho tiempo, pero Venport sabía pensar a más largo plazo. Los globos de luz se seguirían utilizando durante siglos, puede que incluso milenios. Visto así, veinte años no eran nada. Sin duda, los descendientes de lord Bludd lamentarían el pacto tan absurdo que había hecho con él.
—Sin embargo —dijo Venport, inclinándose hacia delante y endureciendo el tono—, hay un punto que es absolutamente innegociable. A partir de ahora, no cuestionarán el derecho de Norma Cenva a establecer un laboratorio por su cuenta, y no pondrán trabas a sus investigaciones.
Holtzman resopló.
—Mientras no tenga que pagarlas yo… De todos modos, hace años que no produce nada tangible.
Lord Bludd jugueteó con su barba rizada.
—Haré que mis abogados redacten un acuerdo donde se especifique que a partir de ahora Norma puede quedarse cualquier producto que desarrolle.
Venport asintió. Ya sentía sobre sí el gran coste de aquel acuerdo, pero no dudó, porque tenía fe en Norma y se preocupaba por ella. Sin embargo, sabía que en las palabras de Holtzman había algo cierto. Durante años Norma se había concentrado en una idea que quizá no llevaría a nada. Él no entendía de ecuaciones ni de pliegues en el espacio, pero apretó los dientes y se recordó la gran cantidad de dinero que había ganado gracias a Norma solo con los globos de luz.
Demostraría la fe que su madre no había tenido en ella.
—Entonces ¿podemos dar el asunto por zanjado? —dijo lord Bludd levantando las cejas.
Venport se levantó, deseando salir de la torre del noble. Sin embargo, sabía que aquello no había hecho más que comenzar.
Cuando llegó al puerto espacial de Starda, en Poritrin, Tuk Keedair parecía preocupado y estresado. Venport le esperaba, y escuchó cómo el comerciante tlulaxa le explicaba los trastornos que había provocado un grupo de forajidos en Arrakis.
—Me ha parecido entender que acaba de llegar otro esclavista tlulaxa a Poritrin para comprar esclavos adiestrados. Quizá podré convencerle para que vuelva a ese condenado desierto y se lleve a todos los bandidos como esclavos.
—Nadie se quejaría —dijo Venport con una sonrisa. Entonces le habló del descubrimiento de Norma y de la razón por la que había insistido en que fuera hasta allí personalmente.
Dejaron el puerto espacial y se dirigieron al laboratorio de Norma junto al río en un vehículo terrestre. Keedair se sentía escéptico, pero tenía curiosidad.
—El prototipo de una nave espacial costará mucho más que unos cuantos globos de luz de prueba, Aurelius… pero si esa idea del atajo espacial funciona, potencialmente los beneficios serían… apabullantes. —Al tlulaxa no le interesaban los detalles matemáticos, solo quería saber si la idea podía funcionar. Se acarició la larga trenza, como si anticipara el aumento incesante de su riqueza.
Venport lo cogió del brazo.
—Si el sistema es factible… y práctico… todas las mercancías podrían distribuirse en una fracción del tiempo actual. Los cargamentos de especia de Arrakis se distribuirían con la misma rapidez con que los zensuníes la cosechan. Las sustancias perecederas podrían pasar de Rossak a todos los mercados dela Liga en un abrir y cerrar de ojos. Ningún comerciante podrá ofrecer mejores servicios.
Pasaron por un muelle que crujió bajo sus pies y finalmente se encontraron en el interior del laboratorio, con Norma.
—Disculpe el desorden —dijo Norma. A Venport las mesas le parecieron mucho más atestadas que antes—. Dentro de unos años volveremos la vista atrás y recordaremos el modesto lugar donde hablamos por primera vez de la idea más grande en la historia de los viajes espaciales.