La cruzada de las máquinas (27 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Con aquella luz, Aziz vio que el rostro de Selim estaba ajado, pero seguía siendo sorprendentemente joven. Su mirada era dura e inteligente, y su expresión mucho más majestuosa de lo que recordaba. La visión y el destino estaban escritos con claridad en su mente. El joven contuvo el aliento, tratando de reconciliar aquella imagen con las leyendas que había oído. Ahora que por fin se encontraba con aquella leyenda viviente, se quedó sin palabras.

—Me ha parecido entender que tienes un mensaje para mí. ¿Qué puede querer decirme el naib Dhartha?

El corazón de Aziz latió con fuerza; aquello era lo más importante que había hecho en su vida, que haría jamás.

—Me encargó que te dijera que te perdona por los crímenes que cometiste de niño. La tribu ya no te guarda rencor y mi abuelo te dará la bienvenida si regresas. Desea que vuelvas con nuestro pueblo para que todos podamos vivir en paz.

Selim se rió al oír la oferta.

—Budalá me ha encomendado una misión. He sido elegido para una importante tarea. —Sonrió a desgana, y sus ojos azul oscuro destellaron—. Dile a tu abuelo que absolveré a la tribu de sus pecados en cuanto dejen de recolectar especia.

—Pero nuestra gente depende de la especia —dijo Aziz, sorprendido—. No tenemos otra forma de…

—Hay muchas maneras de sobrevivir —dijo Selim interrumpiéndole—. Siempre las ha habido. Mis seguidores lo han demostrado durante muchos años. Antes de depender de los lujos del exterior, los zensuníes han vivido durante generaciones en Arrakis. —Meneó la cabeza con desdén—. Pero no eres más que un niño, no espero que lo entiendas. —Selim se puso en pie—. Cuando te recuperes, te llevaré de vuelta con tu abuelo. Sano y salvo. —Sonrió—. Dudo que el naib me hubiera tratado con la misma cortesía.

Una luz opresiva caía a plomo sobre ellos en medio de la quietud de la arena.

—Si corres, morirás —dijo Selim Montagusanos.

Aziz estaba junto a él en lo alto de una duna, en medio de un mar de arena.

—No correré. —Sentía las rodillas muy flojas.

El líder de los forajidos le dedicó una sonrisa divertida.

—Recuérdalo cuando el pánico grite en tu mente y tus pies deseen correr.

Selim colocó sus ganchos y las varas de metal en la tierra seca y amarillenta y se arrodilló junto a un tambor. Hundió el extremo afilado de su instrumento en la arena. Con gestos veloces y bruscos, aporreó la superficie plana. El sonido reverberó como una explosión y el tambor siguió enviando ondas de sonido al corazón de la duna, a los estratos de arena sedimentada, a la guarida del gusano. Selim cerró los ojos y musitó unas frases con un ritmo hipnótico, una llamada a Shai-Hulud.

Aziz notó que se le hacía un nudo en el estómago, pero había prometido al heroico Montagusanos que se mantendría firme. Confiaba en Selim. Así que esperó y observó. Finalmente, vio la ondulación bajo las dunas, el temblor.

—¡Ahí está! ¡Viene un gusano!

—Shai-Hulud siempre responde a la llamada.

Selim seguía aporreando el tambor. Luego, mientras el monstruo daba vueltas a su alrededor como si estuviera acechando a su presa, Selim desenterró el tambor, recogió sus herramientas y le indicó al joven que le siguiera.

—Debemos colocarnos en posición. Camina con pasos ligeros y aleatorios, no como un soldado extraplanetario en un desfile. ¡Recuerda quién eres!

Corrieron por la duna. La bestia siguió avanzando hacia el lugar de donde procedían las últimas reverberaciones de sonido, luego se levantó, desalojando un río de arena y polvo, como si estuviera mudando la piel.

Aziz nunca había estado tan cerca de un demonio. El olor a melange era abrumador, un hedor implacable a canela mezclada con azufre. Notó que tenía sudor en la frente, un derroche de humedad corporal.

Como había dicho el Montagusanos, a Aziz le dieron ganas de echar a correr, pero se quedó donde estaba, esperando, rezando. Tenía la sensación de que se iba a desmayar de la emoción.

Selim recogió sus instrumentos y saltó en el momento exacto en que el gusano de arena se levantaba. Saltó entre los anillos costrosos y clavó su lanza y los ganchos en la carne más sensible, sujetando de esa forma las cuerdas.

—¡Sube! ¡Agárrate a la cuerda! —le gritó a Aziz.

El joven apenas oía nada por el estruendo del monstruo y el sonido de la arena que caía, pero entendió. Impulsado por la adrenalina, corrió hacia delante, aunque tenía el corazón en la garganta. Apretó los dientes y trató de no respirar aquel hedor nauseabundo. Se agarró a la cuerda y trepó, apoyando las botas en la piel granulosa del gusano.

Selim tenía a la criatura bajo control; Aziz no lo dudó ni por un momento. Mientras estaban en lo alto de los anillos y Shai-Hulud se deslizaba por el océano de dunas, apenas podía contener su asombro. Iba a lomos de un gusano, viajando hacia su aldea, como decían las leyendas. ¡Selim controlaba realmente a los demonios del desierto!

Aziz sentía emociones encontradas. Respetaba a su abuelo; pero no le parecía que un hombre como el Montagusanos pudiera mentir. La reverencia que sentía por él era tan grande que lo entumecía. Por fin, después de tantos años oyendo hablar de la leyenda de Selim, el renombrado Montagusanos se había convertido en un ser de carne y hueso.

El largo trayecto pasó en un abrir y cerrar de ojos, pero Aziz supo que jamás olvidaría el asombro y el pavor que había sentido.

Cuando finalmente Selim le indicó cómo alejarse de la criatura medio agotada, Aziz se fue dando traspiés por la arena, en dirección a los riscos.

Con las rodillas temblorosas, los músculos hormigueándole por la fatiga y la exaltación, Aziz subió por un sendero entre las rocas, consciente de que muchos de sus vecinos le estarían observando desde las entradas de sus cuevas. Llevando consigo la desafiante respuesta de Selim a la propuesta del naib Dhartha, el joven se volvió para ver cómo el Montagusanos se adentraba con el monstruo en las arenas interminables para volver a su apasionante vida de bandido.

26

Los humanos siempre pueden mejorar. Es una de las ventajas que tienen sobre las máquinas pensantes… hasta que encuentren la forma de imitar sus sentidos. Y sus diferentes sensibilidades.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos racionales

El robot Erasmo llevaba un registro completo de todas sus conversaciones. Omnius tenía sus propios registros, incluidas las conversaciones entre ambos, aunque Erasmo tenía la sospecha de que no coincidirían en todo.

El robot autónomo prefería dejar que su pensamiento creciera y evolucionara por sí mismo antes que recibir un flujo continuado de actualizaciones de Omnius. Al igual que la supermente, él era una máquina que evolucionaba y, al igual que Omnius, tenía sus propios planes.

En aquellos momentos, estaba sentado en la terraza de su villa de Corrin, bajo un sol cálido y rojizo, admirando el paisaje de montañas recortadas y áridas a lo lejos. De exploraciones antiguas, recordaba los perfiles escarpados, las caídas a pico, los abruptos cañones. En sus primeros años como máquina, estuvo atrapado allí, en una grieta, y aquella dura prueba hizo que desarrollara un carácter independiente.

Ahora el robot no tenía necesidad de escalar montañas ni explorar zonas agrestes. No, ahora estaba levantando un mapa del confuso y desconocido paisaje de la psique humana. Eran tantas las posibilidades que Erasmo tuvo que marcarse unas prioridades, sobre todo ahora que Omnius le había ordenado concentrarse en el fenómeno del fervor religioso, una forma evidente de locura.

Una esclava apareció con un puñado de trapos y botellas. Una mujer morena y bien alimentada con unos brillantes ojos verdes. Erasmo se puso en pie, se quitó la opulenta túnica y la dejó caer sobre las losas de pizarra.

—Estoy listo.

La sirvienta se puso manos a la obra y pulió la brillante piel de platino del robot. Él se sintió complacido al ver la luz del gigante sol rojo sobre su cuerpo como el reflejo de una hoguera. Su rostro de metal líquido formó una amplia sonrisa.

Su expresión cambió por completo cuando la voz de Omnius atronó sobre su cabeza.

—Te encontré. —Uno de los ojos espía descendió para tener una imagen más cercana—. Veo que te estás relajando. ¿Estás emulando a un humano decadente del Imperio Antiguo? ¿Al emperador caído, tal vez?

—Solo para analizar mejor a su especie, Omnius. Para serviros. Mediante este proceso de mantenimiento, estaba comprobando algunos datos que he reunido acerca de la religión.

—Dime qué has descubierto, ahora que eres una autoridad en el tema.

Erasmo levantó un brazo para que la esclava pudiera abrillantarlo mejor. Utilizaba productos no abrasivos y suaves gamuzas berissi. La mujer estaba concentrada en su trabajo, y parecía sorprendentemente tranquila, sobre todo teniendo en cuenta cómo había acabado su predecesora: sin querer, la mujer arañó con una uña la piel de metal líquido del robot y Erasmo le abrió el cráneo con un jarrón. La cabeza contenía una cantidad increíble de sangre, y el robot se quedó fascinado mirando cómo la mujer se desangraba hasta que dejó de retorcerse y gimotear…

—Todavía no me considero una autoridad en las religiones de los humanos. Para lograr ese objetivo necesito conocer de primera mano sus rituales. Quizá haya algún aspecto inmaterial que no estaba entre los datos que revisé, porque no encontré en ellos ninguna respuesta. Necesito hablar con verdaderos sacerdotes, mulás y rabinos. La historia escrita no sirve para comprender algo tan sutil.

—¿No has aprendido nada de milenios de sucesos documentados?

—Una acumulación de hechos no siempre conduce a la comprensión. Sé que los humanos luchan frecuentemente a causa de la religión. En este particular se resisten especialmente a ceder.

—Los humanos son criaturas combativas por naturaleza. Aunque dicen querer la paz y la prosperidad, en realidad les gusta luchar.

—Un análisis impresionante —dijo Erasmo.

—Dado que no somos capaces de hablar con los humanos de asuntos de religión, ¿crees que por eso se han inventado esta guerra supuestamente santa, esta Yihad?

La esclava terminó de pulir a su amo, luego permaneció en pie, a un lado, esperando instrucciones. Erasmo la despachó con un gesto de la mano, y la mujer se retiró enseguida.

—Interesante. Pero debéis comprender que el hecho de que no tengamos religión es por sí mismo un anatema para la mente de los lunáticos. Nos califican de ateos, demonios paganos. A los humanos les encanta ponerle nombre a todo, es una forma de encasillar a sus enemigos; invariablemente intentan deshumanizarlos. En nuestro caso, mi querido Omnius, nosotros ya estábamos deshumanizados desde el principio.

—Los hrethgir se han opuesto a nosotros durante siglos, pero la naturaleza de su lucha cambió drásticamente en el momento en que la vistieron con los ropajes de la religión. Se han vuelto más irracionales y más hipócritas. Nos critican por esclavizar a los humanos, pero también ellos esclavizan a sus congéneres.

Erasmo asintió y miró el ojo espía, uno de los gestos humanos que había aprendido.

—Aunque nosotros no somos seres de carne y hueso, en cierto sentido debemos luchar como ellos. Debemos volvernos impredecibles, o al menos aprender a anticiparnos a sus métodos de lucha.

—Una idea misteriosa.

—Patrones que no responden a ningún patrón —dijo Erasmo—. En mi opinión, nuestros enemigos son seres de una demencia desproporcionada. El celo religioso que impulsa su Yihad es como una enfermedad que se propaga entre ellos y afecta a su mente colectiva.

—Han logrado tantas victorias inesperadas… —se lamentó Omnius—. La destrucción de la Tierra y la defensa de la colonia Peridot, de Tyndall y de Anbus IV. Y los astilleros de Poritrin me preocupan.

—La interminable rebelión de Ix también está resultando muy problemática —apuntó Erasmo—. A pesar de la muerte de millones de humanos, no dejan de aparecer infiltrados de la Yihad, como si no se pararan a pensar ni en el coste ni en los beneficios. ¿Cuándo comprenderán que un mundo no vale tanto como la vida de tantos guerreros?

—Los humanos son animales —dijo Omnius—. Mira los que tienes en tus cuadras.

Erasmo caminó hasta el extremo de su terraza, desde donde podía ver las miserables cuadras de sus esclavos. Unos pocos humanos sucios y esqueléticos se movían en el interior de los altos cercados; se estaban dirigiendo hacia una larga mesa de madera colocada sobre el suelo empantanado. Era la hora de comer, y tenían una expresión bovina. Unos mecanismos automáticos abrieron unas compuertas en el interior de las cuadras y salieron bolitas de comida que parecían grava marrón.

Sin una educación o una conciencia llevan unas vidas tan miserables…
, pensó Erasmo. Pero incluso el más humilde de ellos podía tener en sí el increíble potencial para ser un genio. La falta de oportunidades no necesariamente convertía en estúpido al individuo, solo hacía que su inteligencia se adaptara para favorecer la supervivencia en lugar de la creatividad.

—Creo que no acabáis de comprender la situación, Omnius. Pensad en cualquier humano sano. Si lo cogéis a una edad temprana, cuando sus sistemas mentales aún son maleables, cualquiera de esos miserables puede ser adiestrado. Si le damos la oportunidad, incluso el niño más harapiento podría ser brillante, casi tanto como nosotros.

Flotando cerca de Erasmo, el ojo espía amplió su mecanismo de visualización para enfocar más de cerca las cuadras.

—¿Cualquiera? Lo dudo.

—Pues a pesar de lo que pueda parecer, he descubierto que es verdad.

Otros ojos espía coincidieron sobre las abarrotadas cuadras donde los humanos comían y se empujaban entre ellos. Una imagen apareció en la lente del ojo espía que había junto a Erasmo, y Omnius dijo:

—Fíjate en ese niño que hay junto a la cerca… el del pelo enmarañado y los pantalones rotos. Parece el más salvaje y desaseado de todos. A ver qué puedes hacer con él. Apuesto a que sigue siendo un animal a pesar de tus esfuerzos.

Erasmo, recordando la apuesta que hizo con el Omnius-Tierra, una apuesta que inesperadamente hizo estallar la rebelión inicial entre los esclavos, no dijo nada. Dado que la última actualización de la supermente fue destruida con la Tierra, el Omnius Corrin no sabía nada de aquello. El secreto de Erasmo estaba a salvo.

—No deseo apostar con la gran supermente —se limitó a decir—. Pero acepto vuestro desafío. Convertiré a ese niño en una criatura civilizada, educada y perspicaz, muy superior a cualquiera de nuestros humanos de confianza.

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