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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (17 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Actualmente quedaba muy poca oposición interna y, gracias a los discretos esfuerzos de la Yipol, Muñoza Chen no entorpecería durante mucho más tiempo su cruzada contra las máquinas…

Iblis se separó de su comandante y volvió al Salón de Asambleas. Convenía que lo vieran escuchando el discurso de Serena. Cuando entró, oyó la voz apasionada de la mujer extendiéndose por la cámara como perfume en la brisa. Ella alzó los brazos en un gesto de bendición y permaneció inmóvil durante un momento largo e intenso, como si la inspiración le viniera de arriba. Luego miró directamente a Iblis Ginjo.

—No hay tiempo para eludir los deberes de la humanidad —advirtió—, no hay tiempo para descansar… ¡solo para luchar!

Mientras hablaba, las puertas de la cámara se abrieron de golpe y una multitud de hombres y mujeres entraron en formación, ataviados con los uniformes verdirrojos de la Yihad. Mientras la audiencia lanzaba vítores, aquellos nuevos voluntarios dispuestos a sacrificar su vida por el ejército ocuparon hasta el último espacio disponible en la sala.

Serena bajó para caminar entre ellos, como un ángel, sollozando de gratitud. Los bendijo a todos y besó a muchos, sabiendo que a muchos los estaba mandando a la muerte.

—¡Mis yihadíes!

Iblis asintió con gesto satisfecho. Todo estaba preparado al detalle, la sincronización era perfecta, pero aquella mujer había hecho que pareciera espontáneo. Iblis se había ocupado de los detalles de la presentación, pero aquello había sido idea de ella.

Formamos un gran equipo.

Sin embargo, mientras veía a la talentosa sacerdotisa trabajándose a la multitud, Iblis se encontró frente a un dilema. Quería que Serena hiciera las cosas bien, la había entrenado cuidadosamente… y ahora estaba haciendo la gran interpretación de su vida.

El Gran Patriarca decidió vigilarla más que nunca, por su propio bien. No quería que pensara por sí misma, ni que se creyera demasiado importante.

16

Somos unos locos si alguna vez pensamos que la batalla ha terminado. Un enemigo derrotado puede engañarnos para que bajemos la guardia… para nuestro eterno pesar.

P
RIMERO
X
AVIER
H
ARKONNEN
,
despachos militares sobre el terreno

Sentado ociosamente en su asiento en el puente de mando de la ballesta insignia, Vor estudió las imágenes de satélite del agua que avanzaba arrasándolo todo entre los cañones de Anbus IV. Meneó la cabeza.
La victoria gracias al desastre total.
—Esbozó una amarga sonrisa—.
¿Qué vendrá después?

Tras completar las operaciones de tierra, el tercero Vergyl Tantor y los otros capitanes de las naves de guerra regresaron a sus ballestas y ocuparon sus posiciones, preparándose para la batalla final, que tendría lugar en el espacio. Si todo iba según los planes de Vor, la flota de Omnius sería expulsada definitivamente de aquel planeta.

Vor sonrió, consciente de que la lanzadera espacial del primero Xavier Harkonnen ya había aterrizado y en aquellos momentos su amigo se dirigía hacia el puente.
Ahora me toca a mí.
Le iba a enseñar a Xavier cómo se consigue una victoria mediante artimañas, no con destrucción.

En cuanto Xavier entró en el puente de mando, jadeante y despeinado, Vor le lanzó una mirada desafiante y traviesa.

—Mira y verás cómo neutralizo la flota de máquinas sin necesidad de provocar una pérdida tan grande y bochornosa de vidas humanas.

Dio la orden y la nave insignia avanzó para situarse a la vanguardia de la flota yihadí.

Xavier se pasó los dedos por sus cabellos herrumbrosos como si fueran un peine, por las sienes surcadas de canas.

—No tenía por qué haberse perdido ninguna vida allá abajo, Vorian. Simplemente, algunos prefirieron convertirse en víctimas, aun cuando tenían otras opciones. —Visiblemente trastornado, Xavier trató de recuperar la compostura mientras miraba—. Pero incluso si lo hubiéramos logrado sin que nadie sufriera ni un arañazo, los zenshiíes se habrían quejado.

Vor lanzó una risa fugaz.

—No hacemos esto para que nos estén agradecidos, amigo mío, sino por el futuro de la raza humana. —Se volvió hacia su puesto y habló con rapidez; su voz llegó a los puentes de las otras cinco ballestas a través del comunicador—. Escudos Holtzman activados a su máxima potencia. Aumento de velocidad orbital para que nos encontremos con las naves de guerra robóticas una hora antes de lo que esperan.

—Eso les va a sorprender, Vor. —Era Vergyl, transmitiendo desde el puente de mando de su ballesta.

Xavier adoptó un tono formal.

—Las máquinas pensantes seguramente se quedarán desconcertadas y no podrán reorganizar sus movimientos en un espacio temporal apropiado, tercero Tantor. Es muy distinto de una reacción emocional.

—Como ha dicho tu hermano pequeño —siguió diciendo Vor—, les va a sorprender.

A juzgar por la imagen de él que veían en la pantalla, el joven oficial negro parecía sufrir aún los últimos efectos de alguna enfermedad. Mientras esperaban a que las naves se colocaran en posición, Vor le pinchó.

—Vergyl, por tu aspecto juraría que no te irían mal unas vacaciones cuando acabemos con esta misión.

—He recibido demasiada hospitalidad de los zenshiíes de ahí abajo. Nada más. Pero si tu compasión hace que me des unos puntos de ventaja en nuestra siguiente partida…

—Caballeros, concentrémonos en la batalla que nos ocupa —dijo Xavier.

Aunque las fuerzas robóticas de tierra habían sido arrasadas por la riada cataclísmica, la inmensa flota espacial de Omnius seguía intacta. Las cinco ballestas de la Yihad, protegidas por sus escudos pero superadas ampliamente en armamento por el enemigo, cogieron velocidad como ratones furiosos que corren a enfrentarse con toros salusanos.

Cuando pasaron sobre el limbo del planeta y vieron las poderosas naves enemigas en las sombras de la noche, Vor lanzó un silbido. Omnius parecía más invencible que nunca. Pero el primero habló con firmeza a la tripulación de su puente.

—Las máquinas operan basándose en una rígida percepción de la realidad. Así que, si damos un pequeño toque aquí y allá, podemos modificar esa realidad. —Ajustó el comunicador para conectar con el canal de las otras naves—. A todas las naves, comprueben el funcionamiento de los escudos y aumenten la velocidad.

La tripulación parecía inquieta y sombría, pero estaba decidida a lograr la victoria.

—Vor, estoy seguro de que los robots han interceptado esa transmisión. —Vergyl transmitía desde su puente en la segunda ballesta, que seguía muy de cerca a la ballesta insignia—. Hum… espero que tengas un plan mejor que lanzar un simple ataque suicida.

—Hacemos lo que tenemos que hacer, hermanito —dijo Xavier.

Mientras las flotas enfrentadas se acercaban más y más a cada segundo que pasaba, Vor ajustó los mandos del comunicador y envió un mensaje breve y codificado directamente al centro de mando y control de los robots. Después de enviar subrepticiamente la señal, y ya en el canal abierto, añadió:

—Que salgan las naves que tenemos escondidas. ¡Aplastemos de una vez a esos robots! —Se agarró a los bordes de su silla de capitán, pero las comisuras de su boca se curvaron formando una sonrisa de confianza—. Mira esto, Xavier.

Xavier meneó la cabeza sin acabar de creérselo.

—Siempre había pensado que podía ganarte en lo que fuera cuando se trata de no perder los nervios, Vorian. Pero ahora veo que tu médula debe de estar hecha de puro titanio.

—Me encantaría enseñarte algunas nuevas trampas en el largo camino de vuelta a Salusa. Relajarme un poco con tu tripulación, ganarles sus salarios… o hacer que pierdas parte del tuyo.

—De momento, limítate a tripular tu nave, primero Atreides —dijo Xavier con voz apresurada. Aferrándose a una baranda, vio cómo las naves yihadíes avanzaban sin vacilar, como balas de cañón.

En el último momento, la flota robótica dejó repentinamente la órbita y se dispersó en una huida precipitada. Rápidamente, las cinco ballestas se situaron en los espacios que las máquinas habían ocupado hasta hacía unos instantes. Las naves de guerra de Omnius se alejaron del planeta, renunciando a él, según parecía, definitivamente.

La tripulación de las naves humanas empezó a lanzar vítores, sorprendida por aquel desenlace inesperado. Riendo con delirio, Vergyl transmitió.

—No puedo creerlo. ¡Xavier, esto hay que verlo!

Vor se volvió a la tripulación del puente con una expresión de fingida impaciencia.

—Bueno, hemos hecho que Omnius eche a correr… ¿a qué esperáis? ¿Vais a quedaros ahí congratulándoos o preferís que vayamos a despedazar algunos robots?

La tripulación lanzó más vítores, con un fuerte sentimiento de seguridad y entusiasmo. La ballesta de Vor se lanzó al ataque y Vergyl situó su nave a su lado. El resto las siguieron, y estuvieron persiguiendo y acosando a las naves enemigas hasta los límites del sistema de Anbus, como perros guardianes que expulsan a un intruso.

Xavier cruzó los brazos sobre su pecho uniformado, esperando una explicación detallada. Sonriendo, Vor se volvió finalmente hacia su amigo.

—Mi señal ha enviado datos falsos a la red de sensores de la flota enemiga. Sencillamente, he alterado algunas lecturas para hacerles creer que nuestras ballestas estaban fuertemente armadas y eran indestructibles, y que nos acompañaba un contingente mucho mayor e invisible, llegado recientemente de los astilleros de Poritrin.

—Por la forma en que lo dices parece muy fácil.

Vor lanzó un bufido.

—¡Pues no! Hasta el más mínimo detalle tiene que ser perfecto para poder pasar el análisis de los rigurosos sensores del enemigo. Dudo que pueda volver a hacer algo así. Omnius ya conocerá el truco y lo estará esperando.

Xavier seguía mostrándose escéptico.

—Bueno ¿y qué es lo que ven en estos momentos las máquinas? Parece que las hayas hipnotizado.

—En estos momentos los robots creen que tenemos docenas de naves de guerra protegidas por campos de invisibilidad. No pueden verlas ni derrotarlas, pero saben que están ahí, esperando para atacar. Después de calcular sus posibilidades, no han tenido más remedio que huir.

—Un movimiento brillante —dijo Xavier—. Pero basado en una suposición muy endeble.

—No, no era endeble, ni tampoco brillante… solo ha sido poco limpia. Como he dicho muchas veces, se puede engañar a las máquinas. Tenemos suerte de que mi padre no formara parte de esa flota. Los cimek son mucho más desconfiados. Agamenón hubiera sabido ver la diferencia, y desde luego reconoce enseguida un farol.

Después de media hora de intensa persecución, un técnico de puente solicitó hablar en privado con los dos primeros y les informó de que sus escudos Holtzman empezaban a sobrecalentarse y podían fallar en cualquier momento. Aquellos sistemas de protección no estaban pensados para funcionar a toda potencia durante períodos tan largos.

Vor cruzó los brazos sobre el pecho.

—Creo que podemos desconectar los escudos sin peligro. De todos modos, no los vamos a necesitar. —Envió la orden a las otras ballestas y luego hizo un aparte—: Bueno, ¿y por qué no abrimos fuego?

Visiblemente felices, las ballestas cayeron sobre los enemigos rezagados utilizando armamento pesado contra aquellas naves mucho mayores que las suyas. Destruyeron dos de ellas con facilidad. Pero las máquinas toleran una aceleración mucho mayor de la que pueden soportar los frágiles cuerpos humanos y pronto el saldo a favor de la flota robótica aumentó con la distancia cada vez mayor que les separaba. Las fuerzas de la Yihad tuvieron que renunciar a la persecución.

Vergyl habló por el comunicador.

—Yo diría que este es el mejor antídoto contra el veneno de los zenshiíes.

Pero cuando las cinco ballestas volvían hacia Anbus IV para un último reconocimiento, de pronto se toparon con otro grupo de naves enemigas que pasaron con una fuerte aceleración. Estas naves tenían un diseño distinto, y llegaron sin sigilo ni defensas, como si esperaran encontrar allí una flota de máquinas pensantes.

Vergyl Tantor, totalmente confiado, transmitió por el canal seguro.

—¡Eh, tenemos una segunda oportunidad! Parece que vamos a poder darles una lección a unas cuantas más de esas condenadas máquinas. ¿Alguien quiere apostar algo a ver a cuál le doy primero?

—Tercero Tantor, repliéguese y espere refuerzos —le advirtió Xavier, aunque realmente no estaba muy preocupado después de la ignominiosa derrota que había presenciado con el primer grupo robótico.

Pero a Vergyl la confianza le cegaba.

—Quiero expulsar hasta el último de esos trastos de Anbus IV.

Vergyl lanzó su nave hacia abajo en un barrido, disparando aleatoriamente a los recién llegados. Informó a la nave insignia.

—Xavier, ¿recuerdas cuando era niño y me dijiste que para ser digno de una mujer como Serena Butler tenía que ser un héroe y salvar un planeta? Bueno, pues ahora tengo a Sheel esperándome en casa… ¿crees que esto la impresionará?

Vor giró de pronto en su silla y gritó al comunicador.

—Un momento… fíjate en el diseño. Son naves cimek, no robóticas. Mi programa no funciona con ellos.

—Vergyl, ¡sal de ahí! —gritó Xavier—. El primero Atreides me informa de que su treta no funcionará…

Los recién llegados habían entrado en el sistema armados para un duro enfrentamiento con el ejército de la Yihad y abrieron fuego contra la nave de Vergyl.

Reaccionando con rapidez, el joven tercero trató de volver a activar los escudos sobrecalentados, pero algunos de los campos que se superponían vacilaron y fallaron bajo el fuego de los cimek. Seis proyectiles traspasaron la barrera del escudo e impactaron en el casco y en los motores de la ballesta.

Vor ya se dirigía a toda velocidad hacia la zona. Vio que Xavier estaba inclinado sobre el panel de comunicación.

—Todas las naves que estén capacitadas, reúnanse y defiendan…

Una segunda descarga destrozó la parte inferior de la ballesta de Vergyl; uno de los grandes conos de escape se abrió y arrancó el motor en su totalidad. Al desprenderse, el motor explotó; tras topar contra el campo intermitente del escudo, las llamaradas que quedaron atrapadas rebotaron contra la nave y provocaron mayores daños.

—¡Necesito ayuda! —gritó Vergyl.

Las otras cuatro naves acudieron en su ayuda a gran velocidad, pero sus escudos también estaban afectados por el sobrecalentamiento a causa de la batalla inicial. Xavier se aferró a la baranda de la zona de control; se estaba poniendo malo. Sabía que Vor hacía cuanto podía; ni él mismo habría podido dar órdenes más efectivas.

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