La costurera (99 page)

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Authors: Frances de Pontes Peebles

Tags: #GusiX, Histórico

BOOK: La costurera
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Emília se acercó a la barandilla del barco. La luna estaba resplandeciente y el océano brillaba y se retorcía, como la piel de una serpiente. Respiró hondo otra vez. Al exhalar, se le escapó un sollozo y se llevó la mano a la boca. Otros pasajeros que estaban en la cubierta la miraron. Emília se inclinó sobre el pasamanos ligeramente, como si estuviera a punto de vomitar. Quizás era así, tenía dificultad para distinguir entre la pena y el mareo. A veces sólo se sentía enfadada. Luzia sabía que la cita era una trampa, pero había acudido de todos modos. ¿Era valentía u orgullo lo que la había conducido a aquella hondonada? Emília recordó lo que le había dicho Degas en su última conversación: «Tal vez yo quería que me descubrieran —había dicho—. Quizá quería que todo terminara». ¿Había sido valentía u orgullo lo que había hecho que Degas se lanzara con el coche al Capibaribe? Tal vez no era ninguna de esas cosas, pensó Emília mientras la cubierta se balanceaba debajo de ella. Tal vez fue una escapatoria, una liberación de la jaula en la que él mismo se había metido, en la que todos los que lo rodeaban lo habían metido. Emília también se estaba escapando de una jaula construida por ella misma. Se mudaba a una isla. Haría otra transformación en su vida. Miró por encima de la borda y observó las olas negras que subían y bajaban. Percibió cierta tranquilidad en ese ritmo regular.

En pocos días, Lindalva la estaría esperando en una dársena, en Nueva York. Su amiga iba a estar tan exultante y tan llena de energía como siempre, pero advertiría un cambio en Emília, una gravedad que Lindalva y la baronesa atribuirían a la muerte de Degas y a su posterior marcha de Brasil. Emília y Lindalva iban a abrir otra tienda juntas. Este nuevo taller estaría ubicado entre una tienda de comestibles y una zapatería, de modo que todas las mañanas, cuando Emília despertara, iba a sentir el olor del cuero mezclado con el agudo y acre aroma del queso y la carne. Expedito y ella vivirían sobre el taller, en una habitación pequeña, con un lavabo manchado por el óxido y el servicio en una esquina. Cada vez que Emília visitara el apartamento de la baronesa y Lindalva, tendrían ejemplares de los periódicos brasileños, cuyos artículos Lindalva leería en voz alta. Gomes seguiría coqueteando con Alemania sin comprometerse nunca como aliado suyo. Después, submarinos alemanes dispararían a un barco de pasajeros y lo hundirían cerca de los puertos de Recife y Salvador. De repente se iban a recibir informes acerca de estadounidenses ruidosos y rubios que construían una base aérea en Natal, y miembros de la cuarta flota de Estados Unidos llenarían los bares y las playas de Recife. Brasil entraría en guerra. Nadie iba a tener el tiempo, ni la energía suficientes para recordar las muertes de los cangaceiros, y éstos se irían desvaneciendo en el olvido.

«Los políticos cambian, como las modas», diría muchas veces la baronesa hasta que muriera, después de la guerra. Tenía razón. Al final, hasta Gomes iba a pasar de moda. En 1952, cuando Expedito estuviera a punto de ingresar en la facultad de Medicina de Columbia, al viejo Celestino se le iba a pedir que presentara su renuncia. En lugar de hacerlo, se suicidaría de forma espectacular, de un disparo, en su despacho en el palacio presidencial. «Dejo la vida para entrar en la historia», garabatearía en la libreta de notas, que dejó junto a él. Después de la muerte de Gomes, Lindalva regresaría a Brasil. En sus cartas, contaría que las emisoras de radio ponían canciones populares que hablaban del Halcón y la Costurera. Comenzarían a aparecer figuritas de cerámica de la pareja, vestidas con sombreros de media luna y uniformes floreados, en los mercados para turistas. Los estudiosos iban a empezar a escribir artículos sobre la Costurera y el fenómeno cangaceiro. Emília ya se habría vuelto a casar para entonces. Chico Martins habría emigrado de Minas Gerais y habría ido a la tienda de ropa femenina de Emília a buscar un obsequio para la novia que había dejado en su país. Llevaría el pelo corto peinado hacia atrás, dejando al descubierto una frente ancha. Los ojos de Chico serían castaños y brillantes, como dos piedras en el fondo de un lago de agua clara. «Ojos amables», pensaría Emília la primera vez que se fijara en ellos. Sería un hombre tímido y serio, nada parecido a los héroes de sus viejas
Fon Fon
. Eso sería lo que le iba a gustar de él. A la siguiente vez que regresara a la tienda, Chico Martins le diría que ya no quería el vestido, que quería invitarla a cenar. Emília iba a aceptar. Las hijas que tendría con Chico serían dos hermosas y dulces niñas. Aun siendo ya mujeres jóvenes, Sofía y Francisca iban a conservar la alegría audaz y cándida de su niñez.

Parecía que nada iba a poder apagar su vivacidad. Emília y Expedito serían los serios, los pesados. Las niñas iban a preferir contarle a Chico sus sueños y sus amoríos románticos. Emília iba a estar celosa, pero comprendería. No podría negar que su amor por Expedito era pleno y oscuro, como la primera dalia que florece en un tallo.

No podía ver todas estas cosas que iban a ocurrir desde la cubierta del
Siqueira Campos
, pero cuando Emília se inclinó sobre la barandilla de la nave las intuyó. Debajo de la superficie oscura y brillante del agua había profundidades insondables y, así como intuía la existencia de ese espacio inconmensurable, también percibía la amplitud de su nueva vida. Se apartó rápidamente del pasamanos.

Su pequeño camarote era confortable y cálido. Expedito se escondió debajo de las mantas y Emília fingió buscarlo. Cuando el chiquillo dejó escapar una risita, ella quitó la manta y puso al niño en su regazo. Estuvieron así sentados durante un largo rato, escuchando el viento que soplaba fuera.

—Yo tenía una hermana con un brazo torcido —susurró Emília, sin saber si Expedito estaba dormido o despierto—. La gente la llamaba Gramola.

Cerró los ojos y recordó la pregunta anterior de Expedito sobre la niña borrosa de la fotografía: «¿Dónde está?». Algún día, Emília tendría que responder a esa pregunta. Las olas golpeaban y lamían el costado de la embarcación. Se imaginó aquella hondonada seca llenándose con la lluvia, y los huesos de su hermana flotando en el San Francisco. En el río golpearían contra las rocas y chocarían contra los cascos de las embarcaciones antes de partirse en pedazos. Para cuando llegaran a la costa, los huesos se habrían desintegrado en pequeños trocitos blancos. Los niños que estuvieran jugando en la playa de Boa Viagem iban a recoger esas partículas para ponerlas en sus castillos de arena. Otros pedacitos serían esparcidos por la brisa. Algunos se iban a pegar a los cuerpos aceitados de la gente que tomaba sol. Otros quedarían adheridos a los zapatos, para ser llevados en coche hasta las casas más elegantes de Recife. Algunos flotaban en el aire para meterse en los picos de las aves. Y otros serían arrastrados por el océano para quedar en sus profundidades azules durante cientos de años, para en algún momento terminar en cualquier otra orilla.

Nota de la autora

Esta novela es una obra de ficción inspirada en hechos históricos.

Al escribirla me tomé libertades creativas, como cambiar los nombres de las personas y los lugares, condensar acontecimientos, simplificar la política reduciendo a pocos los innumerables partidos políticos reales. Todos los personajes de este libro —incluyendo las figuras políticas— son ficticios. Los cangaceiros han existido desde hace siglos en el noreste de Brasil. El Halcón, la Costurera y su grupo fueron inspirados por algunas bandas de cangaceiros que de verdad existieron en la historia. Los detalles de la vida cotidiana de los personajes, sin embargo, son tan auténticos como pude imaginarlos. He intentado representar con precisión las modas y la etiqueta de la década de los años treinta, la flora y la fauna de la caatinga, así como los rituales de los cangaceiros, las curas naturales, las armas y la ropa. La mayoría de los hechos históricos más importantes y los detalles que los rodean son también verdaderos: la revolución de 1930, la sequía de 1932 y los campos de refugiados que se construyeron debido a ella, el sufragio femenino en Brasil, el movimiento de la frenología y la costumbre muy común de decapitar a los cangaceiros para estudiar sus cabezas.

La historia, las historias de familia y las entrevistas personales suministraron tierra fértil para mi imaginación. Lo que de ella brotó y creció es, espero, una historia que es verdadera en su espíritu.

FRANCES DE PONTES PEEBLES, nació en Pernambuco, Brasil. Se graduó en Austin en la Universidad de Texas y también en la Iowa Writer’s Workshop. Ha recibido numerosos galardones, entre ellos el de la sociedad de artistas brasileños Sacatar y el Michener Copernicus Society of America por
La costurera
. Sus relatos cortos han aparecido en
Zoetrope
:
All story
, en
The Indiana Review
, en
Missouri Review
y en el
O
.
Henry Prize Story Collection 2005
. Ésta es su primera novela, con la que ha sido comparada en numerosos medios de comunicación con Gabriel García Márquez e Isabel Allende.

Notas

[1]
Baile típico, parte de las celebraciones en honor a San Juan.
(N. del T.)
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